Editoriales Antiguos

NÚMERO 179. ¿Alguien se ha preguntado en el PP por qué los demás partidos le aplican el ‘cordón sanitario’…?

Elespiadigital | Sábado 15 de agosto de 2015

En realidad el ‘cordón sanitario’ es un instrumento de guerra desplegado contra una epidemia que se cree contagiosa y cuyos estragos se pretenden evitar por ese medio. No obstante, su concepto originario como barrera de protección de la salud ha sido reconvertido en ocasiones para otros fines o aplicaciones de diversa índole.

El caso más paradigmático en ese sentido quizás sea el ‘cordón sanitario’ creado por los países que rodeaban la antigua URSS cuando finalizó la Primera Guerra Mundial, buscando el aislamiento de la Unión Soviética por tener implantado entonces un régimen comunista (Hitler gustó de usar el concepto en contra de Stalin).

Y curiosamente fue un actor afín al PCE, el argentino Federico Luppi, quien en enero de 2007 lanzó la idea de establecer el aislamiento político del PP por razones ‘sanitarias’, con esta frase pronunciada en el Círculo de Bellas Artes de Madrid durante la campaña del ‘No a la guerra’ protagonizada por un nutrido grupo de artistas e intelectuales de su misma ideología: “Nos va la vida en crear un cordón sanitario [en torno al PP] para evitar que esta derecha cerril, troglodita y casi gótica se adueñe del pensamiento español”.

En aquel mismo acto de apoyo a la marcha contra la guerra de Irak, el actor José Sacristán rompió el fuego para denunciar “el miserabilismo del PP en estos tiempos”, añadiendo con una cita del escritor Manuel Vicent: “No se puede esperar una colaboración leal [de este partido]. Y, metido en faena, el veterano actor encandiló al auditorio recalcando que el PP “encarna aquella España que pensaba que estaba ya aparcada: lamento su actitud pero no me sorprende nada”.

Una línea seguida por otros intervinientes. Entre ellos el poeta Luis García Montero, quien llamó la atención sobre el hecho de que la manifestación estuviera apoyada por todos los partidos políticos excepto Herri Batasuna y PP. “El PP no está con el resto de las fuerzas políticas sino junto a HB”, interpretó…

Todos estos comentarios podrían ser infundados, políticamente interesados o meros excesos verbales. Pero ahí quedaron gracias a la forma en la que el PP impuso la participación de España en la desafortunada guerra de Irak, con secuelas nada ajenas a la barbarie desencadenada más tarde por el llamado Estado Islámico.

Vale que en política, y sobre todo en la democrática, el ‘cordón sanitario’, anti PP o anti otro partido cualquiera, sea una pura desvergüenza. Vale también la petición que la vicepresidenta del Gobierno hizo a las demás fuerzas políticas para que en los acuerdos de gobernabilidad posteriores a las últimas elecciones municipales y autonómicas no hubiera “exclusión” de ningún partido. Y vale, desde luego, su impecable argumentación: “Hago ese llamamiento de no exclusión ni de separación, ¿por qué?, porque todas las opciones de los ciudadanos dentro de la democracia son legítimas y merecen el mismo respeto”.

Y nada hay que objetar tampoco al lamento del vicesecretario general del PP, Pablo Casado, al afirmar el pasado 19 de junio, en la clausura de la Escuela de Verano de Nuevas Generaciones del PP, que la mayoría de las fuerzas políticas “no van a parar hasta tejer un cordón sanitario para que el PP no pueda gobernar”


Pero el caso es que ese rechazo generalizado de las fuerzas políticas para establecer pactos post electorales con el PP (Ciudadanos de momento da una de cal y otra de arena), es cosa que se arrastra desde hace tiempo y, lógicamente, tiene su historia. Ni más ni menos que la del tradicional autoritarismo del partido, su intransigencia en el diálogo político, su ninguneo a las fuerzas minoritarias, su negación de la autocrítica, su prepotencia en el poder… De hecho, en su momento llegó incluso al enfrentamiento con Francisco Álvarez-Cascos, uno de los suyos (y de pura cepa), que terminó montando un partido propio (Foro Asturias) con un éxito inicial importante.

Muestras de esa escala de valores ‘populares’ se han seguido teniendo, y sobradas, en la presente legislatura. Tanto en las formas relacionales como en el fondo del debate político.

Baste recordar entre las primeras la negativa del presidente Rajoy para recibir a Albert Rivera (aunque fuese informalmente), siendo éste el líder político catalán más enfrentado al independentismo en momentos bien críticos y casi como una acción supletoria de la del Gobierno. O el desprecio con el que en ocasiones ha tratado a la portavoz de UPyD, Rosa Díez, en el Congreso de los Diputados (a veces rayano con la grosería).

Y entre las segundas ahí quedan las reformas legislativas impuestas a la totalidad de las demás fuerzas parlamentarias, que son muchas, con textos reputados de inconstitucionales, obligándolas a conjurarse públicamente para derogarlas en cuanto el PP pierda su mayoría absoluta (el ‘tasazo’, la LOMCE, la ‘ley mordaza’, la cadena perpetua encubierta…).

Aunque lo curioso del caso es que el momento de mayor esplendor del PP haya sido el de la VI Legislatura presidida por Aznar, habiendo sabido pactar entonces con las formaciones nacionalistas para garantizar la estabilidad del Gobierno. Algo que influyó decisivamente para que el PP pudiera alcanzar acto seguido, en las elecciones generales del 12 de marzo de 2000, su primera y merecida mayoría parlamentaria absoluta…

Otro ejemplo significativo, porque marca otra diferencia positiva, es el del nuevo estilo, sosegado y dialogante, con el que Cristina Cifuentes ha alcanzado el Gobierno de la CAM gracias a su pacto con Ciudadanos, partido despreciado y ridiculizado poco antes, durante la campaña electoral, por los voceros nacionales del PP (los Floriano de turno). Y, además, claramente contrapuesto a la forma en la que Esperanza Aguirre, sobrada de arrogancia por los cuatro costados, ha perdido la Alcaldía de Madrid, llegando incluso a proponer su particular ‘cordón sanitario’ contra Podemos, cuando trató de regalarle ese centro de poder emblemático al fracasado candidato socialista Antonio Miguel Carmona, político que hasta ese momento concitaba todo el desprecio del mundo por parte de los políticos populares…

Y esta es una triste realidad que ya produce hartazgo en los sectores más moderados del propio PP, muchos de cuyos dirigentes tenidos por sensatos exigen acabar de forma radical, no a medias, con su imagen de partido antipático; algo que, entre otras cosas, ha abierto las puertas a Ciudadanos en todo el territorio nacional. Reclamando una proyección pública más próxima a los electores y saneando las formas y el lenguaje áspero de su comunicación externa.

Un cambio que debería empezar por sustituir de golpe y porrazo a todos los que en su representación orgánica son la antítesis de tan evidente necesidad: los Hernando, los Martínez Pujalte, los García Albiol… y al propio Rajoy. Y continuar con la renovación no menos radical del tropel de comentaristas que conforman sus apoyos mediáticos, todavía más sobrados y antipáticos que sus valedores políticos: los Maruenda y compañía, que cada vez que abren la boca espantan a más y más votantes potenciales del PP…

Paréntesis: No deja de ser llamativo que el ‘Dedo Divino’ de Rajoy haya designado a Xavier Garcia Albiol como ‘salvador’ del PP en Cataluña, cuyo discurso racista y xenófobo -que ahora se quiere enmascarar- se sitúa en las antípodas del centrismo y la moderación proclamada con bastante más acierto por Cristina Cifuentes o por Pablo Casado, sin ir más lejos. Puede que esa designación pretenda asegurar al menos los votos catalanes más reaccionarios, pero desde luego a costa de sacrificar el espacio centrista a nivel nacional.

El periodista José Luis Roig puso el dedo en la llaga al valorar los últimos cambios que ha hecho Rajoy en el PP (La Sexta 18/06/2015): “El PP debería adoptar la manera de comportarse de Casado y perder esa caspa que le hace antipático, agresivo y prepotente”, añadiendo que “la soberbia de la edad pesa”.

Pero esa referencia positiva al ‘estilo Casado’, no deja de ser una mínima rectificación del problema. De hecho, Javier Maroto, otro de los ascendidos por Rajoy a primera línea (vicesecretario sectorial) para cambiar la imagen pública del PP, volvería a desbarrar de forma temprana en el mejor estilo de la casa afirmando públicamente que su ex compañero de partido Luis Bárcenas le daba “asco” y calificándole de “delincuente”, sin que todavía haya sido objeto de condena judicial (el vocabulario ‘consigna’ del PP); cosa ciertamente infumable conociéndose como se conocen la realidad del ‘caso Gürtel’ y del ‘caso Púnica’, junto a toda la patulea de delincuentes efectivos ejercientes cuando militaban en su partido…

La contumacia del PP en mostrarse antipático y encastillado en su ‘pureza de sangre’ (su nuevo logotipo ‘encerrado’ en una especie de reducto clasista no deja de ser psicológicamente revelador), viendo comunistas, chavistas, populistas y anti españoles por todas partes, como en el franquismo se veían ateos, soviéticos y masones hasta en la sopa, no deja de ser enfermiza. Y ello mientras sus dirigentes son incapaces de verse a sí mismos como realmente son, ni siquiera en el espejo del cuarto de baño; se palpan la ropa pero no llegan a sentir su propia piel; se hablan entre ellos pero sin escucharse y lanzan sus anatemas políticos despreciando las opiniones y los afanes de sus oyentes, incluso cuando son sus votantes directos o potenciales.

En el PP se ignora que no hay nada tan anti electoral como un sentimiento de antipatía, ni otro tan atractivo como el de la simpatía, traducible en el afecto o inclinación hacia una persona o hacia su actitud o comportamiento, abriendo las puertas de la ‘empatía’ o de la participación en un proyecto común que se considera agradable y del que se desea su éxito…

Los dirigentes del PP militan en el autismo político, capitaneados por un presidente en ese sentido (y en otros muchos) contumazmente inmovilista. Por eso, por antipáticos e intransigentes, cuando no cerriles, se han dado los batacazos que se han dado en los últimos procesos electorales; y por eso se los volverán a dar el 27-S y en las próximas elecciones generales.

Su primera línea de combate (Castilla-La Mancha, Valencia, Extremadura, Baleares, Aragón…) ya ha caído; y la segunda, enrocada en una posición ácida y numantina, caerá muy pronto, quemando las naves de la esperanza conservadora. Mientras siguen apareciendo nuevas tramas de corrupción y miembros del partido pillados con las manos en la masa, sin más reacción interna que la de proclamar el ‘asco’ que producen al señor Maroto o a la señora Aguirre, cosa francamente poco creíble...

Rajoy sigue alimentando la leyenda de que bajo su mandato nunca pasa nada, evitando siquiera un limado de uñas o un cepillado de los signos externos de identificación del partido, o de pasarlos por la tintorería para que recuperen su teórica prestancia: según él, lo único que tiene que hacer el PP es ‘comunicar mejor’ (¿el qué?). E insiste de forma contumaz: “Los españoles, en las próximas elecciones generales, van a reconocer el esfuerzo que ha hecho el Gobierno de la Nación” (¿cuál?).

Y cuando la evidencia del desastre electoral hizo aflorar la pregunta más elemental en los medios informativos (si él creía ser el mejor candidato posible de su partido, y también si su partido opinaba lo mismo), la primera contestación de Rajoy fue un “sí” absoluto, seco e incuestionable. Más tarde sería menos categórico pero igual de aferrado a seguir en sus trece: “Creo que sí”.

Pero Rajoy, antipático y oscuro donde los haya, será Rajoy hasta el final, porque ni su personalidad ni su edad admiten esa posibilidad de cambio, comiéndose sus propias dudas. Él no es un Álvarez del Manzano ni una Ana Botella, ni una Alicia Sánchez-Camacho, ni tampoco una Margaret Thatcher, quienes al final aceptaron el consejo de sus propios compañeros de partido para retirarse de la confrontación electoral, aceptando que eran candidatos perdedores. Él, como todos los reyezuelos y caciques gallegos, esperará a la catástrofe final para dimitir y que otros carguen, entonces, con la dura renovación interna del partido, cuesta arriba: es el ‘ahí me las den todas’ de los políticos sin categoría personal y de los partidos sin democracia interna.

El ‘cordón sanitario’ anti PP es, en efecto, una especie de patología maligna del sistema democrático, pero no es accidental. Como suele pasar con el cáncer de pulmón o la cirrosis, está estimulada por la genética y por el comportamiento del paciente, y sólo se previene con una mejor pauta de vida.

Al loro, que al PP le queda muy poco antes de la hecatombe final. Y eso: el que venga detrás de Rajoy, que arree en la tierra quemada.

Fernando J. Muniesa