En plena digestión de la mayoría independentista asentada en Cataluña tras sus recientes elecciones autonómicas, cuyos resultados han sido leídos de forma torpe y hasta cobarde por la mayoría de la clase política (ver nuestra anterior Newsletter titulada El “problema catalán” y las falsas lecturas del 25-N), el ex presidente del Gobierno José María Aznar ha levantado la voz y puesto el dedo en su propia llaga.
De hecho, ha reconocido el angustioso calado del problema “político” de España, poniendo en evidencia, de forma implícita, la incapacidad de Rajoy para comprender y afrontar la crisis en su realidad global.
Aznar se ha manifestado con inusual generosidad en una extensa entrevista concedida a la aguda periodista Victoria Prego y publicada en el diario “El Mundo” (02/12/2012), con respuestas sobre un amplio abanico de temas que no tienen desperdicio. Pero lo más llamativo del caso es que, en el fondo, la mayoría de sus mensajes parecen estar destinados a quien él mismo designó como sucesor político hace más de ocho años y que, ahora, habríamos de entender que le ha defraudado como presidente del Gobierno.
Valiente, un tanto engreído y nada auto crítico (ni por cuenta propia ni por la de su partido), el ex presidente Aznar se muestra dispuesto a “tirar del carro” (atentos a su posible reaparición política); lúcido en algunos análisis y en otros desmemoriado, reparte leña a todo el mundo menos al PP y siente la agonía de España sobrevenida en sus propias carnes.
La entrevista lleva a portada un titular puesto en boca del propio Aznar tremendo y revelador, “Sufro observando a España”, y se inicia con otra afirmación que, a modo de subtítulo, envuelve una demoledora crítica tácita de la miopía con la que Rajoy pretende atajar la metástasis autodestructiva del país, de forma ciertamente infructuosa: “Es imposible afrontar la crisis económica sin afrontar la crisis política”.
Y, a partir de ahí, destacan en ella muchas opiniones del entrevistado, todas interesantes y algunas, además, bastante sorprendentes, que, sin mayor ánimo crítico, no queremos dejar de apostillar en la acostumbrada línea de independencia editorial propia de esta web:
Apostilla: Cierto. Pero porque los dos partidos mayoritarios, PP y PSOE, así lo quieren ahora y así lo han querido con todos y cada uno de sus presidentes de partido y de Gobierno. La verdad parece que no está reñida con la hipocresía.
Apostilla: Incuestionable. Pero, entre otras cosas, haciendo pivotar la economía sobre el ladrillo y la burbuja inmobiliaria (en 1998 Aznar “liberalizó” el suelo), con sus posteriores y nefastas consecuencias, y vendiendo el patrimonio del Estado más productivo (“las joyas de la Corona”).
Apostilla: Indiscutible. Cuando crees, como Rajoy, que hacer política es cargarle el muerto de la crisis a la clase trabajadora mientras la red clientelar de los partidos, la banca, las grandes empresas, los grandes capitales y los evasores de impuestos se van de rositas, sin atacar los problemas de fondo, el precio es todavía mayor.
Apostilla: ¿Disponible para qué? ¿Para dar un golpe de mano en el PP…? ¿Para erigirse en el “Monti español” y presidir el Gobierno como comisionado europeo…? ¿Para propiciar un gran pacto de Estado con el PSOE…? No parece que este sea el momento más oportuno para especular sobre el sexo de los ángeles.
Apostilla: La mayor deslealtad con el país se produce cuando se traiciona el interés del Estado por un puñado de escaños y cuando se corrompe la democracia “colonizando” desde los partidos políticos sus instituciones más emblemáticas, como han hecho y hacen el PP y el PSOE.
Apostilla: ¿Incluidos los del PP, que hoy gobiernan España de forma mayoritaria…? ¿Incluida Ana Botella, que es alcaldesa de Madrid sin mérito alguno…?
Apostilla: El PP también ha pactado con esos mismos que “quieren cargarse a España”, cuando le ha convenido.
Apostilla: Los acuerdos suscritos por Aznar al comienzo de la VI Legislatura (1996) con los partidos nacionalistas, no fue, en modo alguno, una “culminación” del Estado Autonómico, sino un verdadero exceso de transferencias competenciales y de otras dejaciones institucionales interesadas para obtener un apoyo de estabilidad parlamentaria políticamente indigno, que marcó el punto de “no retorno” en el debilitamiento del Estado español.
Zapatero fue un político inmaduro y sin sentido de Estado que transitó de forma todavía más irresponsable por la senda del “pactismo” franqueada previamente por Aznar, sin que el PP tuviera la inteligencia de ofrecerle un pacto de gobernabilidad generoso para evitarlo.
Apostilla: Cierto. Pero ¿por qué no se lo puso el propio Aznar cuando gobernó con mayoría absoluta en la VII Legislatura, sin entender que los votantes se la otorgaron precisamente para que cumpliera sus promesas de “regeneración política"? ¿Y por qué no se lo pone ahora el Gobierno de Rajoy, también con mayoría parlamentaria absoluta…?
Apostilla: Eso fue en 1996. Y esa oferta de participación en el Gobierno, no aceptada por Pujol, se cambió por un paquete de cesiones estatales que ya sobrepasaban los límites del Estado Autonómico de forma temeraria e irreversible, abriendo una senda hacia el Estado Confederal que sin duda también podría conducir fácilmente al secesionismo.
Apostilla: El insulto catalanista es injusto y reprobable. Pero lo del “mal gobierno nacionalista” es otra cosa. Más o menos la misma que el mal gobierno de cualquier autonomía y no peor que el de los consentidores gobiernos centrales.
Apostilla: De acuerdo. Pero de ello tendría que pedir cuentas a personas muy concretas de su propio partido, como Mariano Rajoy y Jorge Fernández Díaz, y no lamentarse ante la opinión pública que ha reprobado sin límite la política antiterrorista del PP y, menos todavía, ante las víctimas de ETA que pueden considerarlo, cuando menos, como un chiste de mal gusto.
Apostilla: Hoy por hoy, ni en el PP ni en el PSOE hay quienes puedan acometer esa tarea. Lo prioritario e imprescindible, y también desoído por Rajoy, es abordar de forma urgente la reforma institucional del Estado, entre otras cosas para abrir la política activa a la participación de la sociedad civil.
Apostilla: Aznar acierta en la reflexión. Pero olvida que él ha sido el presidente del Gobierno que más alas ha dado al PNV (como reconoció en su momento el propio Arzallus) y que Rajoy es el que más ha apoyado al PSOE para, entre ambos partidos, sentar a Bildu en las instituciones políticas del País Vasco.
Apostilla: De lo dicho por Aznar, se entiende que considera la decisión del Tribunal Constitucional sobre Bildu equivocada, injusta y hasta antidemocrática. Pero ¿quién se ha empeñado en que dicha institución sea lo que lamentablemente es? ¿Y quién se empeña en que siga siendo lo que es? Pues, uno por otro, el PP y el PSOE.
Apostilla: Aznar debería repasar la historia de España más reciente y comprobar que esa “ruptura” no sería, ni mucho menos, cosa nueva. Quizás debería haber expuesto con algún detalle los argumentos de esa afirmación o los mecanismos que podrían evitarla.
Apostilla: Aznar cree firmemente que “salimos de esta”, pero no dice cómo ni cuándo (más o menos lo mismo que Rajoy). Y apela a la “obligación de los líderes” para conseguirlo, aunque previamente ha sostenido que no existen: “Hoy la política no es atractiva para la gente capaz (…). No me gusta cómo está la vida política; los políticos se han convertido en un problema grave para el país”…
Apostilla: ¿Y por qué Aznar no defiende simplemente el Estado unitario y descentralizado por regiones, que es el más natural, viable, ordenado y seguro, y también el más extendido en el mundo…?
Apostilla: Y si el ‘caso Bolinaga’ era “rechazable”, ¿por qué Aznar no se lo dijo en su momento a Rajoy, que, con todos sus atributos de presidente del PP y del Gobierno, fue quien lo propició…?
Apostilla: Enigmático. Y digamos que, a tenor de lo leído en la propia entrevista, la cosa no está precisamente para plantear acertijos ni adivinanzas.
OPTAR POR LA “ALFOMBRA” FRENTE A LA “CAPACIDAD”
También en nuestra última Newsletter, nos inclinábamos con respeto ante la honestidad intelectual y la capacidad analítica del profesor José Manuel Otero Novas, precisamente en relación con la misma “crisis política” que ahora tanto preocupa a José María Aznar.
Estuvieron muy cerca uno del otro durante los años de oposición del PP en los que se fraguó su programa “reformista”. Pero bastó que Aznar alcanzara la Presidencia del Gobierno en la VI Legislatura, para que esa proximidad y las ideas de regeneración política compartidas se fueran al traste; del mismo modo que se volatilizaron todas las expectativas de reformas institucionales esperadas de Mariano Rajoy, junto con todas sus promesas electorales, más o menos al cuarto de hora de su investidura presidencial.
Claro está que el caso de Aznar es muy distinto del de Rajoy. Para empezar, el primero hizo sus deberes en la oposición, supo montar equipos técnicos adecuados, escuchó, en lo que más necesitaba, a quienes sabían de banca, de economía, de empresas…, trabajó duro y controló con mano férrea el Gobierno y el partido que le sustentaba (con Álvarez-Cascos al frente de la guardia pretoriana). De hecho, y aunque no llegó a sustanciar sus promesas “regeneracionistas”, ganó unos segundos comicios legislativos por mayoría absoluta.
Sin embargo, Rajoy, por su parte, se dedicó a “vegetar” durante los ocho años que fue jefe de la oposición, sin llegar a tomar conciencia exacta (dijera lo que entonces dijera) del drama que ya en la IX Legislatura (2008-2011) estaba asolando España, incluyendo el de las autonomías y los ayuntamientos gobernados por el PP, y, menos aún, de su verdadera causa.
Cuando tuvo que formar Gobierno, se rodeó de un equipo de poco peso específico, con escasa capacidad de diagnosis y, por tanto, sin la de generar ideas resolutivas para afrontar la situación; marginó a quienes, siendo más capaces, no iban a servirle de alfombra e ignoró, olímpicamente, la vertiente política de la crisis, soslayando por tanto las reformas necesarias…
Y, gravísimo error, Rajoy también asumió en persona la dirección económica del Gobierno sin tener formación ni experiencia para ello, lo que además condiciona por efecto de imagen su capacidad de remover a los cargos implicados. Con la inconveniencia añadida de dejar la supervisión de la acción política en manos de una vicepresidente todavía “verde” (basta observar cómo maneja el CNI y el desastre viviente del Ministerio del Interior).
No merece la pena dar nombres, porque los profesionales de la economía, la empresa, las finanzas y hasta los funcionarios de prestigio (que de todo hay en el país) son perfectamente conocidos, con carnet o sin carnet del PP. Esos expertos reconocidos deberían haber sido, como sucedió en la época de Aznar, los consejeros técnicos e inmediatos de Rajoy al menos en esa materia económica que él, obviamente, no es capaz de digerir, pudiendo dedicarse entonces de forma sin duda más productiva a impulsar todas las reformas políticas necesarias, estructurales e institucionales, para las que, por su propia carrera política, parece más preparado.
NADIE PUEDE DAR LO QUE NO TIENE
Sabido es que, vitalmente, Rajoy no puede soportar mucha carga de trabajo ni atender demasiados problemas a la vez (que son los que son). Su experiencia como vicepresidente del Gobierno y ministro de Interior (2001-2002) en ejercicio simultáneo, fue definitiva al respecto, hasta el punto de que este último sería dirigido en la práctica por su subsecretaria “machaca”, Ana Pastor, con gran habilidad, incluso, para que firmara el día a día sin aparecer por su despacho ministerial, ejercicio que para él debía suponer un esfuerzo ímprobo.
Rajoy es, sobre todo, un político pasivo, al que desagradan profundamente los cambios, las broncas y las tensiones, tanto como la acción y las ideas rompedoras (necesarias en momentos de crisis total).
Es una especie de nihilista gallego empeñado en el “no ser” y en el “no hacer”, acostumbrado a la mera espera contemplativa y a que alguien le de las cosas hechas, como exige a sus colaboradores más inmediatos; a que otros le gestionen benéficamente “lo suyo”, como sucede con el Registro de la Propiedad de Torrevieja…
Es un inmovilista por naturaleza y una auténtica “ave fría” de la política, que sólo confía en un entorno servil y que aplica la despiadada “cicuta del silencio” a todo el que ose contrariarle o simplemente le reitere cualquier cosa que no le guste escuchar. Un hombre que, en fin, hasta vive “pasivamente” su única afición conocida, el deporte, repantingado en una buena poltrona ante la “caja tonta”, con copa y puro de por medio.
Eso es lo que hay y ese es el “buey grande” que esta tirando del carro de la España más problemática desde el 23-F: el “regalito” que la incompetencia de Rodríguez Zapatero nos ha dejado envuelto en el papel-celofán de la mayoría absoluta. Que nadie se llame a engaño, y menos que nadie Aznar, esperando que Rajoy vaya a darnos lo que no tiene o que cabalgue a lomos del viento, sable en mano, para defender de verdad la España “una, grande y libre”, porque semejante cosa es metafísicamente imposible.
OTRA TORPEZA: NEGAR LAS “VÍAS DE AGUA” DEL SISTEMA
Quizás, esa “insuficiencia” orgánica o vital de Rajoy para posicionarse y actuar en varios planos a la vez y su incapacidad para analizar la crisis bajo una perspectiva múltiple, cosa que requiere una “inteligencia divergente” más propia del “creativo” que del “opositor”, sean las circunstancias que le impiden diagnosticar y afrontar el problema de España en toda su amplitud. Porque, estando atrapados, como estamos, en una espiral de caída libre ad limitum, lo sustancial no es establecer prioridades de políticas excluyentes, que en cualquier caso son insuficientes, sino combatir el estrangulamiento económico por todos los frentes y con todas las armas posibles.
Sin discutir para nada la necesidad de cumplir el objetivo de reducción del déficit público, siempre que se plantee en plazos razonables y sin entrar en una dinámica con “efecto boomerang” (en la que ya se ha entrado), existen otras “vías de agua” por debajo de la línea de flotación del sistema con la misma capacidad de hundirlo. Y que, de hecho, a pesar del achique del déficit, lo están hundiendo. Es decir, de nada vale centrar la guerra en una única batalla falsamente “decisiva”, mientras el enemigo ataca por veinte frentes distintos, en los que, uno a uno, es necesario aplicar la respuesta adecuada.
Porque, ¿a dónde nos conduce el contumaz exclusivismo “anti-déficit” de Rajoy con una economía de crecimiento negativo? Sencillamente a esta correlación letal: Mayores impuestos, menos sueldos y más incrementos del IPC, generan de forma indefectible menos consumo, menos producción, menos empleo, menos cotizantes a la Seguridad Social y menos aportación al Tesoro, aumentando el importe de las prestaciones de desempleo, el déficit público (con un mayor coste de financiación)… y vuelta a empezar con un menor consumo, menos producción…
Una encadenado perverso de acciones y reacciones que destruye el sistema económico y amenaza con volar también el sistema de pensiones, lo que, dicho llanamente, no supone otra cosa que la quiebra económica total del Estado, que ya tocamos con la punta de los dedos por mucho que el Gobierno quiera ocultarlo.
Cualquier persona, y decimos exactamente “cualquiera”, incluidos los padres de la criatura, puede entender que intentar conjugar el déficit público prácticamente sólo a costa del paro, es nefasto; que mientras la economía siga decreciendo, el paro seguirá aumentando y que, mientras el Gobierno no rectifique su política de lucha contra la crisis, cada vez nos hundiremos más en ella, sin esperanza ni posibles milagros.
“TAPONAZOS” PARA EVITAR EL HUNDIMIENTO GLOBAL
Por ello, y haciendo los deberes que exige Bruselas, en tiempo y forma que no supongan, como están suponiendo, llevarnos al suicidio económico colectivo, hay que asumir y taponar ya con extremada urgencia todas las vías de agua del sistema, empezando por las que más inciden en el paro y más deterioran la economía productiva. Un “trabajo en línea” propio del sentido común que ya tuvo un precedente, aun de signo distinto, cuando los recortes y tijeretazos impuestos por el Gobierno se compaginaron con una reforma laboral cuya necesidad era más que evidente.
El primer “taponazo” es el de fomentar la creación de empleo. Ninguna economía moderna puede sobrevivir con un índice de paro continuo superior al 25 por 100 (vamos a por el 30 por 100), porque, en el mejor de los casos, se reconvierte en una economía sumergida, generando, a su vez, más fraude fiscal, más déficit público y, otra vez, más paro. Para ello, bastaría incentivar seriamente a las pymes (3.243.185 censadas en 2012), como se incentivan otras cosas, para que, por término medio, cada una de ellas contratase a un nuevo empleado.
El segundo consiste en recuperar para el Estado todas las competencias que constitucionalmente le son propias o que, en cualquier caso, éste puede ejercer de forma unitaria con mayor eficiencia y economía de recursos. Para empezar las más razonables de Sanidad, Justicia y Educación.
El tercero significa adelgazar el aparato de las administraciones públicas, evitando duplicaciones de servicios y dilucidando con claridad y sentido común las necesidades reales de la proximidad administrativa al ciudadano, racionalizando la organización y el funcionamiento de todos los entes locales (ayuntamientos, comarcas, diputaciones, cabildos insulares…) mediante una ordenación legal de nuevo cuño.
El cuarto supone “repensar” el Estado de las Autonomías, fijando sus límites con claridad y condicionando su funcionamiento en términos de justificación social y viabilidad económica, de forma que las que no puedan o prefieran no existir, se integren en otras autonomías o reviertan su gobierno a la Administración Central.
El quinto conduce a revaluar de forma imperiosa y progresiva las altas instituciones del Estado y sus organismos más emblemáticos, con el Poder Judicial en primer lugar, garantizando la independencia y la funcionalidad necesarias para el fiel cumplimiento de sus misiones, y a que las mismas recuperen la dignidad democrática inherente.
El sexto tendría que establecer un régimen impositivo menos antisocial y más solidario, persiguiendo de verdad la evasión fiscal tanto de las personas físicas como de las jurídicas y convirtiendo las empresas instrumentales establecidas en paraísos fiscales en sujetos delictivos o gravados con cargas extraordinarias. Y empezando por las 80.000 sociedades domiciliadas en Gibraltar vinculadas a ciudadanos españoles…
Pero dejémoslo ahí, porque no es nuestro objetivo enseñar a nadie cómo debe gobernar (sí lo es criticar a quienes no lo sepan hacer). Y porque, siendo los problemas de España tan evidentes, cualquier ciudadano sensato podía ampliar fácilmente este listado básico de sugerencias, en verdad poco matizables, para empezar a sacar al país del grave embrollo en el que se encuentra.
EL PACTO DE ESTADO PARA LA REFORMA CONSTITUCIONAL
Aunque, debido a los errores acumulados, gobierno tras gobierno, con la sanción de los distintos Estatutos de Autonomía, todo lo que es necesario corregir en el actual desmadre competencial, ha de pasar de forma obligada por una reforma de la Carta Magna, y ésta por un pacto de Estado de muy amplia mayoría, al igual que cualquier rectificación fundamental del sistema institucional consagrado en su redacción original.
Hablamos de un texto constitucional ya lastrado que, en realidad, se está conculcando día a día y cuya necesaria adecuación al mejor ejercicio de la democracia se obstaculiza, no por la ley ni por la razón, sino por un torpe y egoísta antagonismo entre el PP y el PSOE, del que, como hemos escrito en tantas ocasiones, el grueso de la ciudadanía está cada vez más harta (y también por el temor de la Corona, quizás justificado, a que en dicha reforma se perjudique su futuro).
El malestar ciudadano contra la temeraria política “zapateril” practicada por el PSOE, es enorme, como demuestra su reflejo en las urnas, y de difícil reconducción. Pero el malestar contra el PP y su timorato presidente, que utiliza la mayoría parlamentaria absoluta para divagar en lo fundamental y hundir a las bases sociales del país, sin plantear, ni por asomo, políticas económicas y fiscales más justas y eficaces, lleva camino de ser todavía mayor, a pesar de su éxito electoral previo, o precisamente por el fiasco que supone no saber gestionarlo.
Y mucho mayor, si cabe, es el malestar social que se proyecta de forma conjunta contra la “clase política”, por sus connivencias en beneficio de la partitocracia y por la corrupción política que auspicia y practica de forma generalizada con las mismas y comunes malas artes. Cuando Aznar y algunos otros políticos todavía no alienados por la podredumbre del sistema se pronuncian en ese preciso sentido, sólo están reconociendo la realidad que fluye en todas las encuestas de opinión, sean realizadas o patrocinadas de la forma que fuere.
Poco más cabe decir ya sobre las posiciones antagónicas del PP y del PSOE en relación con la reforma constitucional, claramente expuestas por cada partido justo en el marco del 34 Aniversario de la Constitución Española.
El PP la niega con miserable rotundidad, salvo que España entera se someta a su expresa proposición textual y en el momento que considere oportuno (el típico “que me lo den hecho” de Rajoy). Y el PSOE, roto y perdido en sus veleidades políticas, se embarca en una trágica huida hacia adelante no menos mísera, proponiendo un Estado Federal que, con otro nombre, es el que ha marcado el origen del actual desbarajuste institucional…
Los líderes de ambos partidos sabrán lo que hacen. Pero hay una realidad sociológica profunda que emerge trágicamente cuando, en los momentos más difíciles de nuestra historia, prevalecen el interés y la lucha partidista frente a la integración nacional: la salida lleva a la revolución o al pacto constitucional.