A un mes vista de las próximas elecciones generales, los dos partidos políticos mayoritarios, PP y PSOE, mantienen su error de venderse ante los votantes sólo, o sobre todo, a base de descalificar e incluso demonizar a sus adversarios, y más en concreto a IU-Podemos (ahora ‘Unidos Podemos’).
Para empezar, así elevan la notoriedad pública de tales oponentes, reflejan su temor ante ellos, mostrando la vulnerabilidad propia, y movilizan a los electores insatisfechos con la situación política establecida, animándoles a promover el cambio votando a las opciones que se muestren más útiles para lograrlo. Es decir, ese ataque tan errado sirve en gran medida para señalar a los electores el camino directo del castigo al sistema vigente que les incomoda, versus la acreditación propia y el esfuerzo por convencer a los votantes más afines de las bondades y virtudes de su propio partido con la humildad y autocrítica necesarias.
Porque esa reacción ciudadana de buscar y apoyar el cambio o la alternativa política, alentada por los desmedidos y a veces demagógicos ataques que las fuerzas emergentes reciben desde los otros partidos de ámbito nacional, antes que combatida por la crítica razonable y razonada o con propuestas alternativas creíbles, es lo que en el fondo prima en situaciones de crisis global irresuelta como la que el electorado padece en estos momentos. Centrarse sólo en descalificar al opositor que pretende mover la silla del poder y cambiar la dirección política del Gobierno cuando su bienestar se ve tan amenazado como ahora, es lo más desacertado que puede hacerse en momentos de tanto desprestigio político y sufrimiento social.
La crítica desmedida y poco argumentada, o dirigida temerosamente contra quien todavía no ha gobernado, sólo sirve para consolidar aquello que se quiere combatir. Del mismo modo que los slogans más machacones (por ejemplo el de ‘unidad por el cambio’ en el caso del PSOE) suelen poner de relieve justo lo que no existe o en realidad es una grave carencia propia (sin ir más lejos ahí están las posiciones socialistas en Cataluña y Valencia).
Pero es que, además, en el caso del PP, que es la formación situada más a la derecha del espectro político, de poco sirve alertar a sus electores en contra de la coalición IU-Podemos, porque ninguno de ellos tiene in mente la menor posibilidad de votarla, pretendiendo sólo que el ‘rojerío’ reniegue de los suyos. Esa energía debería dedicarse mejor a evitar la fuga de votos propios hacia Ciudadanos o a marcar distancia electoral con el PSOE como posible segundo partido más votado, sin equivocarse de público-objetivo.
Y ello al margen de que la insistente ‘campaña del miedo’ desarrollada por los populares en las últimas confrontaciones electorales -el ¡que vienen los rojos!-, ha constituido, evidentemente, un enorme fracaso. Por tanto, las apelaciones expresas del candidato Rajoy a la radicalidad y al extremismo de la izquierda española poco sirven, viniendo de donde vienen, para atajar el posible sorpasso de IU-Podemos en esa orilla de la política, aduciendo su inconveniencia para el país y como si el electorado estuviera obligado a ser de derechas, cuando su mayoría siempre ha sido más bien de izquierdas.
Algo igual de inocuo que la adjetivación de ‘comunista’ con la que Rivera pretende descalificar esa misma opción de izquierda integrada en el sistema democrático, resultando una niñería despectiva y extemporánea propia del señoritismo español e inadecuado en quien pretende arriar la bandera de la moderación. Si se quiere posicionar en el llamado ‘espacio de centro’ -allá él-, debería respetar por igual a quienes dentro del constitucionalismo se sitúen a uno u otro lado del suyo y recordar, como también tendría que hacer Rajoy, que todos somos españoles con los mismos derechos políticos, aunque cada cual profese una ideología política diferente.
Amenazar, pues, a estas alturas de nuestra historia política, con el anatema del ‘rojerío’ y jugar electoralmente con la apelación al miedo, es algo aún más perjudicial que inofensivo, porque puede convertirse en un punto fuerte del adversario político. Los resultados de las últimas elecciones y la actual distribución del poder territorial, evidencian que esa no ha sido exactamente la mejor estrategia para el PP ni para el PSOE.
Es más, en el caso de Pedro Sánchez, la radicalidad con la que se ha enfrentado a IU-Podemos, es todavía más grave. El histórico ninguneo del PSOE a IU y sus ataques a Podemos como fuerza emergente, sólo puede entenderse como táctica para dejarles aislados en el extremo izquierda del espectro político. Pero cuando esa pretendida marginación no responde a la realidad social contrastada en las urnas, ya deja de ser válida, alejándose del realismo electoral y del último objetivo de liderar la mayoría ciudadana.
Eso no significa, ni mucho menos, que el PSOE deba malversar su historia ni su autonomía política. Pero, una vez fracasado el intento de Pedro Sánchez de liderar el ‘centro político’ -realmente inexistente y confundido con la mera ‘moderación’-, lo aconsejado por la actual fragmentación del voto era haber intentado un acuerdo amplio de progreso para instalar de verdad la política del cambio que tanto pregona y que nadie puede creer posible en asociación con los otros dos partidos del establishment: PP y Ciudadanos.
A la hora de lavarse la cara ante el electorado, y en un momento claro para aunar esfuerzos tanto dentro de la derecha como de la izquierda políticas, el PSOE debería sopesar bien en qué platillo de la balanza electoral quiere jugar de verdad, porque ahora es muy difícil hacerlo en los dos o pretender prevalecer a caballo entre ambos aferrado a una socialdemocracia cada vez más desdibujada. El riesgo de esa errada aspiración, no es otro que el de recibir el desprecio simultáneo de la derecha y la izquierda, el convertirse de golpe y porrazo en una fuerza gregaria de quienes se consoliden en la verdadera izquierda o el de tener que renunciar a su ideal fundacional.
El ‘no, gracias’ del PSOE a una confluencia electoral de la izquierda para arrebatar al PP su mayoría en el Senado, puede ser otro tiro político que le salga por la culata y acorte aún más su camino hacia el desastre total. Su soberbia ante ‘la otra izquierda’, que quizás sea la auténtica izquierda por mal que esto parezca a algunos, pueden ser mortales de necesidad.
Concluida la guerra política sólo entre dos, propia del bipartidismo PP-PSOE, el error de ambas formaciones ha sido no centrarse en su recomposición interna y no saber defender con argumentos y hechos sólidos sus espacios políticos habituales, dando pábulo a quienes hasta ahora jugaban en la marginalidad o simplemente batallaban en otra guerra ideológica entonces menor.
Y todo ello, mientras las descalificaciones sin cuento contra IU-Podemos coaligados como auténtica izquierda (tildándoles de marxistas, bolivarianos, marcianos y todo lo que se quiera), de muy escasa eficacia para frenar la sangría electoral propia, sirven sobre todo para facilitar su consolidación política. Demos tiempo al tiempo para comprobarlo.
Fernando J. Muniesa