El actual espectro de fuerzas políticas y la dinámica electoral desde que el Gobierno de Rajoy comenzó a malversar su mayoría parlamentaria absoluta de la XI Legislatura, junto con la mala experiencia previa del ‘zapaterismo’, confirman la prevista voladura del bipartidismo -que algunos anticipamos antes incluso de que el fenómeno comenzara a mostrarse en los comicios europeos de mayo del 2014- y la realidad de una política nacional a cuatro bandas con plaza para el PP, Ciudadanos, PSOE y Unidos Podemos.
Si con las cautelas propias del caso damos por acertados o aproximativos los últimos sondeos pre-electorales, el PP quizás podría volver a ser el partido más votado, aunque de nuevo lejos del resultado necesario para poder liderar otro gobierno conservador. Y, además, con menos diferencia de escaños sobre Ciudadanos que en las últimas elecciones del 20-D, cuando el que el partido de Albert Rivera era sólo un fenómeno emergente sin representación en el Congreso de los Diputados, mientras que ahora es una fuerza política consolidada y claramente competidora en el espacio de centro-derecha (en realidad una derecha moderada).
La cuestión es saber si el 26-J ambos partidos (PP y Ciudadanos) son capaces de sumar lo suficiente para un acuerdo de gobernabilidad (el 20-D alcanzaron entre ambos sólo 163 escaños frente a los 186 del PP en las elecciones anteriores de 2011). Y, es su caso, cuál será el nuevo peso de cada uno de ellos para liderarlo, con un Rajoy rechazado por propios y extraños y un Rivera algo inmaduro pero en alza.
Un fenómeno de reposicionamiento electoral que se dará también dentro de la izquierda política y quizás de forma todavía más rotunda, con una nueva caída al límite del PSOE en favor de Unidos Podemos, fuerzas que el 20-D totalizaron 159 escaños (29 más que la suma del PSOE y Ciudadanos que se postuló fallidamente para formar Gobierno). La incógnita en este caso es si esa suma de izquierdas puede superar o no a la del PP y Ciudadanos y si habrá o no sorpasso de Unidos Podemos a la agotada formación socialista, a efectos del entendimiento entre Pedro Sánchez y Pablo Iglesias.
Menos digerible, por mucho que algunos la patrocinen para seguir en el poder, es la ‘gran coalición’ al estilo alemán (derecha e izquierda juntas). Por tanto, y más allá de lo que supone la lucha entre bloques de izquierda y derecha, con las dos variables derivadas del nuevo reparto electoral entre cuatro fuerzas políticas de ámbito nacional (sin despreciar el papel puntual de los partidos autonómicos), lo que cabe preguntarse en este momento es para qué quieren, tanto el PP como el PSOE, volver a gobernar España…
Desde luego que es importante saber quién termina ganando las elecciones del 26-J. Pero en este nuevo escenario de fragmentación política, también es necesario poner de relieve algunas circunstancias de cara a conformar el próximo Gobierno de la Nación, trascendental por el clamoroso fracaso de la XII Legislatura y porque todo indica que se inaugurará una nueva forma de acceso al poder ejecutivo y de ejercerlo.
Entonces estaremos en un escenario político de cuatro partidos agrupados en los dos bloques históricos de la política nacional: el conservador y el progresista (en realidad el espacio de centro sólo es dialéctico). Y lo que hay que ver entonces es si de verdad PP y PSOE dan el relevo de sí mismos a Ciudadanos y Unidos Podemos, acompañado con el tipo de conciertos que ya se han suscrito en la política local y autonómica, marcados por el deseo de los votantes y la photo-finish del recuento electoral.
La primera y más evidente advertencia es que, tras el fracaso de Rajoy en los tres principales desafíos de legislatura (gestión social de la crisis, lucha contra la corrupción y reformas institucionales), y su renuncia para intentar formar gobierno tras el 20-D, es imposible que, con él al frente, el PP pueda recuperar la confianza del electorado y el apoyo de los otros partidos. Caso en el que también se encuentra el PSOE, incapaz de sacudirse el lastre del ‘zapaterismo’, todas sus contradicciones internas, sus dudas oportunistas sobre el modelo político nacional y las heridas de la corrupción propia.
¿Y qué pueden prometer ahora ambas fuerzas políticas, si con mucha más fortaleza nada han sido capaces de hacer en materia de reformas, lucha contra la corrupción y verdadera perfección del sistema político…? ¿Es que ofrecen algo concreto y creíble a esos efectos…? ¿Alguien puede entender cuál es, de verdad, su oferta política exacta y realizable más allá de su descalificación del oponente o del vótame para que no gobierne otro…?
A partir de esta realidad, que en esta ocasión además obligará a cualquier ganador a buscar apoyos post-electorales sólidos (no ‘mínimos’), el peso numérico y la posición geométrica de cada partido será decisiva en el ámbito de las oportunidades de gobierno. Fracasado el entendimiento entre Ciudadanos y el PSOE (por su escasa aritmética), lo cierto es que en la liza electoral el PP se sitúa claramente en el espacio de la derecha, desde la derecha-derecha y hasta el límite del centro-derecha (pero no más allá), pudiendo llegar a acuerdos de gobernabilidad in extremis sólo con Ciudadanos, partido situado en el centro-derecha (de momento tampoco está claro que juntos puedan sumar una mayoría suficiente).
Y esa misma atadura es la de Unidos Podemos en el otro extremo del eje ideológico-posicional: como izquierda-izquierda revulsiva y con efectos al menos sumatorios (con algunas adhesiones transversales), su posibilidad de pacto es con el PSOE (apoyados incluso por partidos periféricos), pero tal vez con más visos de poder alcanzar una mayoría de gobierno.
Parece ser, pues, que el protagonismo de las nuevas elecciones en cada hemisferio de la política (el conservador y el progresista) correrá a cargo de Ciudadanos y Unidos Podemos. Porque, para el elector avezado, el quid de la cuestión sigue siendo efectivamente este: ¿Para qué quieren el PP y el PSOE volver a gobernar España…? ¿Y cómo van a creer ahora los electores sus habituales promesas de cambios que después siempre olvidan…?
Fernando J. Muniesa