Dejando a un lado la controversia entre Monarquía y República y las formas en las que ambos sistemas políticos han prevalecido en la agitada historia de España, con legitimación jurídico-formal o sin ella, sabido es que en nuestro país abundan quienes desde la muerte del general Franco se han venido proclamando “juancarlistas”. Unos adhiriéndose a la figura del rey Juan Carlos I más que a la propia institución monárquica y, otros, hasta compartiendo incluso esa misma adhesión con profundas convicciones republicanas.
Los “juancarlistas” son personas con sensibilidades políticas diversas que, por distintas razones, han aceptado la actual monarquía parlamentaria de forma muy identificada con el actual titular de la Corona: desde los militares que lo hicieron en base al “Testamento de Franco” y por su singular condición de “mando supremo” de las Fuerzas Armadas, hasta quienes en el ámbito civil vieron en él la vía más adecuada para transitar hacia el nuevo régimen democrático, más que el “motor” del cambio, logro que en modo alguno debemos considerar de adscripción “unipersonal”.
Y también ha habido partidarios sobrevenidos de Don Juan Carlos bien por su simpatía personal, bien por cubrir con acierto las expectativas de lo que debía ser un Jefe del Estado en los cruciales momentos de la Transición, o sencilla y llanamente porque su figura alejaba el temor de que se repitiera una experiencia similar a la de la precedente II República.
Claro está que en ese “juancarlismo” prevalece ante todo un reconocimiento ad personam, más que una aceptación formal de la monarquía, dijera lo que dijera la Ley 62/1969, “por la que se provee lo concerniente a la sucesión en la Jefatura del Estado”, (conocida como “Ley de Sucesión” franquista), o la propia Carta Magna, aprobada mediante referéndum del 6 de diciembre de 1978 por el 87,78 por 100 de los votantes y un muy disminuido 58,97 por 100 del censo electoral. Es decir, una Constitución respaldada por el resto de un macizo generacional que, con el transcurso del tiempo, ha desaparecido en su mayoría o ya es mínimamente representativo (menos del 20 por 100)…
EL PROGRESIVO DESENCUENTRO CON LA CORONA
Pero si el “juancarlismo” ha sido lo mejor o lo más atractivo de la actual institución monárquica, su USP (la “Unique Selling Proposition” de la Corona dicho en términos mercadotécnicos, que son los que actualmente maneja la Casa Real), ¿qué futuro tiene la monarquía española…? Así como el franquismo no pudo sobrevivir a Franco, parece difícil que a Don Juan Carlos le sobreviva la institución que titula, al menos en los mismos términos en que fue instaurada a su particular imagen y semejanza y refrendada constitucionalmente en momentos políticos muy comprometidos.
Cierto es que el Rey “reina pero no gobierna”; pero a tenor del artículo 56.1 de la Constitución no es menos cierto que “el Rey es el Jefe del Estado, símbolo de su unidad y permanencia, arbitra y modera el funcionamiento regular de las instituciones…”. Es decir, que en su excepcional magistratura reside una “responsabilidad aquiliana” (así denominada al haberse establecido en Roma por la Lex Aquilia), la “culpa in vigilando” existente cuando entre el autor material de un hecho y el que queda responsable hay un vínculo tal que fundadamente se puede presumir que el daño derivado, si lo hubiere, debe atribuirse, más que al autor material, al descuido o al defecto de vigilancia de la otra persona.
Porque, ¿acaso no es el Rey quien refrenda con su firma las tropelías políticas del gobierno de turno, muchas de ellas poco éticas, de dudosa legalidad o incluso hasta reputadas formalmente de inconstitucionales…? Pero, ¿qué sentido tiene, como establece el artículo 56.3 CE, que la persona del Rey sea inviolable y no esté sujeta a responsabilidad alguna…? ¿Y qué salvaguarda moral o política aporta entonces su firma a los textos legales, más allá de la pura pantomima…?
La realidad, adórnese el tema como se quiera, es que para ese recado regio, el de sancionar leyes que al firmante ni le van ni le vienen y que en su mayoría sólo interesan a quienes las redactan y a los grupos de presión que las inspiran, y que casi nunca responden a demandas sociales ciertas, no se necesita alforjas.
Porque hablamos de una responsabilidad vigilante del Jefe del Estado muy concreta, violentada de forma sistemática por el desbarajuste autonómico y su exigente exceso de transferencias competenciales, “vaciadoras” del propio Estado; por la escandalosa politización del Poder Judicial; por la invasión partitocrática del sistema político general; por la negación de los derechos electorales de las minorías... Y, en definitiva, por una forma de opresión política encubierta, establecida de consuno por el PP y el PSOE (que de forma irremisible se turnan en el Gobierno y la Oposición) con la silenciosa y lamentable complicidad de la Corona.
Sólo desde esa connivencia tripartita se pueden entender casos tan flagrantes de manipulación política como los del aplauso continuado al errado papel jugado por el Rey en el golpe de Estado del 23-F, o la inaudita tolerancia de la masiva corrupción pública que invade España por sus cuatro costados, tocando en lo que ha tocado --esa es la realidad-- a la propia Familia Real. Acompañados por la inmoralidad de los indultos políticos (a los amigos del poder), la de los desahucios que se enmascaran de forma vergonzante (con su secuela de suicidios que tampoco cesan), la de cargar el saqueo de las cajas de ahorro o la dilapidación del dinero público a los estratos sociales más débiles, la de la pobreza de solemnidad que asalta los comedores benéficos cuando no los cubos de basura…
E incluyendo por supuesto en ese débito social conjunto de la Corona, del Gobierno y de la Oposición, la contumacia de no querer reformar un sistema político y una estructura institucional cuya podredumbre hiede a muy larga distancia y desde hace mucho tiempo.
El sistema se resiste a la reforma, al igual que todas las satrapías del mundo se resisten a la conversión democrática. Su declive se acelera de forma progresiva por falta de inteligencia y/o humildad para rencauzarlo, aunque envuelto y protegido por el aplauso permanente de sus beneficiarios y servidores más allegados, verdaderamente esperpéntico para quienes conocen y viven la realidad social del país tal cual es. Para corroborarlo baste echar una mirada a la actual y desaforada campaña propagandista de la Corona.
Frente a los corifeos del poder que han ensalzado el contenido del último Mensaje de Navidad de Su majestad el Rey, la realidad es que su cuidada puesta en escena responde a una teatralidad que poco o nada importa a los televidentes y que su contenido (o mejor su falta de contenido) no llegó ni de pasada a lo esperado por el pueblo, que era entrar a fondo en la grave problemática que le acongoja, en la dura realidad que padecen los más desfavorecidos y no contemporizar con los más acomodados, quienes, además, son los cómplices de la crisis. Está claro que en estos difíciles momentos, la Corona va “a lo suyo” (a mejorar su imagen como sea para asegurar la sucesión monárquica en la persona del Príncipe Felipe) y que lo único que se puede esperar de la Casa Real es “más de lo mismo”: lo que, torpemente, cree como más conveniente para su futuro.
Días antes de emitirse el mensaje regio, Jesús López Medel, abogado del Estado y ex diputado del PP, publicaba en “El Mundo” (13/12/2012) un artículo de opinión titulado “Monarquía y ejemplaridad” en el que decía: “… Ojalá se produzca una regeneración de la Corona que asuma los errores. Sueño con una Monarquía regenerada que pida disculpas, llame a su despacho especialmente a Rajoy y Rubalcaba (y otros como los de CiU) y, como jefe del Estado, les pida u ordene el fin de tanta corrupción o encubrimiento. Eso es un cáncer creciente y corrosivo de nuestra democracia y cada vez más el pueblo expresa, con razón, su indignación. Nos falta ejemplaridad. Su Majestad tiene una ocasión única no ya para un mero discurso navideño sino para regenerar la Corona desde su actuación ejemplar en este caso podrido [Urdangarin] y aprovechar para exigir lo mismo a los dirigentes políticos. De un mal, sacaría un bien la Monarquía. Siempre que no sea muy tarde”.
Pero es que, la falta de ejemplaridad regia es tan evidente que hasta cuando se programa una acción publicitaria para mejorar la imagen del Rey, como la del Magazine de “El Mundo” de fin de año titulado “Toda una vida” (30/12/2012), a sus editores solo se les ocurre incluir como apoyo a su categoría personal una columna con los “Romances que quizá tuvo”. Es decir una lista de seis “querindongas” más o menos oficiales (se dejan unas cuantas en el tintero) impropias de una persona de su rango y realmente humillante para la reina consorte, para el conjunto de la Familia Real y para otras muchas gentes simplemente comedidas en la exhibición pública de sus debilidades más íntimas.
Un compendio propagandístico (el del Magazine de “El Mundo”) en el que, por poner otro ejemplo de lapsus grotesco, a Luis María Anson, uno de los monárquicos que a fuerza de argumentaciones empalagosas y consejos retorcidos más daño hace a la Corona, sólo se le ocurre soltarnos esta gran patochada: “Los últimos acontecimientos han dañado a la Monarquía, ¡pero la figura del Rey se ha agigantado!”…
Y en el que el sociólogo Carlos Malo de Molina desliza también que la mayoría de los encuestados entre el 28 y 29 de noviembre (antes del mensaje navideño) por la empresa que preside, Sigma Dos, creen que Don Juan Carlos ya no está en condiciones de cumplir su papel de Jefe de Estado (47,4 por 100 frente al 46,8 por 100); o, algo todavía más significativo, que no le consideran imprescindible en el difícil momento en el que vive España, con graves problemas económicos y de separatismo (el 54,4 por 100 frente al 40,3 por 100). Una encuesta cuyos resultados también contradicen sospechosamente esta absurda afirmación del mismo Malo de Molina que la ha dirigido: “La imagen de la que goza el Rey Don Juan Carlos es excepcional, sin duda producto de su buen hacer, de su trayectoria y del estricto ajuste a las reglas del juego así como al papel que se espera de su figura”…
Poco ha de extrañar, pues, que la audiencia del tradicional tele-mensaje navideño de la Corona, venga decayendo de forma continuada desde hace quince años: ahora apenas interesa a un 10 por 100 de la población, a pesar de la propaganda y el gran esfuerzo de difusión con el que se acompaña.
LA MONARQUÍA, BAJO MÍNIMOS
Lo curioso y revelador de por dónde van las cosas realmente, es que apenas tres días más tarde, el mismo periódico “El Mundo” (03/01/2013) se despachaba comentando otra encuesta posterior de Sigma Dos, cuyo trabajo de campo se hizo entre el 21 y el 28 de diciembre, con este rotundo titular de portada: “El apoyo a la Monarquía cae a un mínimo histórico del 54%”. Además, incluía tres subtítulos no menos llamativos: “El respaldo baja 6 puntos en un año mientras el rechazo sube 8 puntos hasta el 41%”; “La imagen de Don Juan Carlos sigue siendo positiva pero cae 26 puntos; la del Príncipe sólo 7” y “Un 45% es partidario de que abdique en su hijo y un 40% de que continúe reinando”…
Tengan en cuenta nuestros sagaces lectores el habitual “maquillado” de las encuestas políticas (generalmente a instancia de quien las paga o del medio que las publica) y la “reconfiguración” de las estadísticas de afección institucional, y saquen entonces sus propias conclusiones de hasta dónde llega en realidad el desencuentro de las bases sociales con la Corona.
Todo ello con el dato añadido de que, tras el primer “suspenso” histórico de los españoles a la Monarquía, registrado por el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) en octubre de 2011, en el concluido año 2012 dicho organismo, dependiente de la Vicepresidencia del Gobierno, optó por eliminar de sus sondeos de opinión los temas más comprometedores. Es decir, que el Gobierno ha optado por la manipulación omisible (no hacer preguntas con respuesta popular inconveniente para la Corona), antes que por conocer la verdadera opinión de la sociedad española.
Paréntesis: La entrevista concedida por Su Majestad al periodista Jesús Hermida con motivo de su 75 cumpleaños, retransmitida por TVE (04/01/2013), tampoco ha podido ser más empalagosa y vacua. Con todo, el Rey reconoció que, cumplidos ya 37 años de su reinado, todavía “falta la vertebración del Estado” (¡ahí es nada!); sin apuntar, ni por asomo, cuando se acometerá tan esencial tarea. ¿Cabe, acaso, hacer más comentarios al respecto…?
SOBRE EL AGOTAMIENTO DEL RÉGIMEN POLÍTICO
Pero dejemos a la Corona con la supuesta “buena salud” que no hace mucho le ha diagnosticado gratuitamente José Manuel Romay, presidente del Consejo de Estado, y con las inexistentes dificultades detectadas por el Príncipe Felipe cuando afirma, con escaso ojo clínico, que “Cataluña no es un problema”. Dios quiera que esto sea así; pero incluso el propio Anson, prototipo de los defensores de la Monarquía más tópicos y contumaces, no ha podido dejar de vaticinar recientemente: “Desde hace varios años vengo diciendo que el régimen está agotado. O hacemos una reforma constitucional de fondo o tendremos revolución”.
Por su parte, y como ya resaltamos en otra Newsletter, el profesor José Manuel Otero Novas sostiene, y no precisamente a partir del 25-N sino desde mucho antes, que España se desmiembra. A diferencia de otras voces críticas que en este sentido sólo señalan sectariamente culpas de un partido político (bien el PSOE o bien el PP), también asegura que la responsabilidad de esta desmembración es compartida por todos los gobiernos del actual régimen democrático.
La razón es que, desechándose torpemente un pacto entre los dos grandes partidos (que la Corona se muestra incapaz de propiciar), poco a poco se ha ido caminando hacia un Estado confederal a base de acuerdos con los nacionalistas, que después han ido teniendo su reflejo en el resto de las autonomías. Pero Otero Novas también advierte, porque sabe de nuestros traumas históricos y sus reiteraciones, que España se ha desintegrado en varias ocasiones, aunque el problema siempre se haya solucionado… con sangre de por medio.
LA DECEPCIONANTE RESPUESTA POLÍTICA DE RAJOY
Pero si el “cucamonas” navideño del Rey ha sido, a nuestro entender, extremadamente decepcionante, la frustración se queda sin superlativos para calificar la desastrosa respuesta “anti-crisis” de Mariano Rajoy.
En estos momentos cruciales, poco añade a la desesperación social repetir por enésima vez el descrédito político del Gobierno Rajoy y del partido que le sustenta (es decir el desprestigio personal de Rajoy como presidente del frustrante “tinglado popular”), cuya negativa valoración social ha alcanzado mínimos históricos en un tiempo verdaderamente record, sin precedentes en la reciente historia de España.
De hecho, y dejando aparte sus mentiras y promesas electorales incumplidas, Rajoy cabalga inconsecuente a la grupa del mismísimo Rodríguez Zapatero y en su misma senda de despropósitos, ante la perplejidad del electorado que le puso en la mano una inteligente mayoría absoluta justo para hacer todo lo contrario.
Con independencia de esa evidente descalificación política generalizada, lo que no debemos dejar de destacar es la insistente dureza con la que se critica la gestión del presidente Rajoy, incluso por personas que no se identifican para nada con la oposición socialista. Coincidiendo con el balance de su primer año al frente del Gobierno, hemos podido leer invectivas tan atroces como la recogida en el artículo de opinión titulado “Rajoy, decepción” publicado por Melchor Miralles en el diario ultra conservador “ABC” (26/12/2012):
Sí. Decepción. Porque esperábamos más. Incluso bastante más. Vale que la herencia recibida del zapaterismo fue nefasta. Es verdad. Vale que Europa manda e impone, porque hemos cedido soberanía. Es verdad. Vale que no es fácil iniciar la recuperación en un entorno comunitario en recesión. Es verdad. Vale que ha adoptado decisiones reconocidas como positivas que, esperemos, den sus frutos pronto, como la reforma laboral. Es verdad. Vale que un sistema financiero tan tocado por la mala cabeza de tantos no se arregla en un año, y pasos interesantes se han dado. Es verdad. Pero la capacidad de triturar, masacrar su programa electoral y sus promesas de tantos meses en asuntos políticos de primera magnitud contaminan todo lo demás. Ha incumplido, y por lo tanto ha engañado a todos en materia fiscal de modo insoportable. Ha superado líneas rojas como las pensiones. No tendría espacio para enumerar en esta columna todos sus incumplimientos. En materia de regeneración democrática no ha dado casi ninguno de los pasos que se esperaban. Nos ha impuesto sacrificios máximos a los ciudadanos y sigue pendiente reformar lo suyo, la Administración. Y más. Mucho más. Pero lo que ha terminado por rematar el asunto es la decisión de dejar en manos de los partidos el Poder Judicial. Hay que tener poca, o ninguna vergüenza. Así de sencillo.
Han sido años en la oposición exigiendo al PSOE que fueran los jueces quienes eligieran a esos 12 vocales del Consejo General del Poder Judicial. Se han llenado la boca. Han hecho declaraciones, comunicados, ruedas de prensa, discursos, mítines, documentos internos, reflexiones sesudas en fundaciones que pagamos todos, un programa electoral. Se han puesto estupendos tantas veces garantizando que cuando el PP gobernara esto iba a cambiar que es una guinda inaceptable para un pastel incomible.
¿Cómo vamos a creer nada de lo que nos digan Rajoy y sus secuaces? ¿Cómo vamos a otorgarles ya ni el beneficio de la duda? Van a lo suyo, que casi nunca es lo nuestro. Ya era insoportable asistir a la amnistía fiscal mientras Montoro masacra a los que pagamos. O los indultos a los colegas corruptos y hasta a los polis catalanes torturadores. O…
Pero esto es el entierro definitivo de la esperanza en que, políticamente, este Gobierno vaya a dar un paso en la democratización y mejora de un sistema que o se regenera o va a pagar las consecuencias. Y aquí no valen ni la herencia, ni la recesión, ni la Merkel ni la madre que los parió. Aquí son ello, Rajoy, Gallardón y el PP quienes tienen la única culpa. Prefieren su pactito con el PSOE, su parte del botín. No tienen palabra. Se quedan con la última palabra respecto a quien llegará al CGPJ. Y así controlan los nombramientos. Se van a seguir repartiendo el pastel. Es una infamia. Son infames. No se pueden incumplir más compromisos en menos tiempo. Ha quedado claro. Poder tienen. Mucho. Palabra, ninguna. Decencia, poca. Una decepción. Y las que nos quedan.
LA VENA FRANQUISTA Y AUTORITARIA DE RAJOY
Por su parte, Javier Marías, escritor reconocido y miembro de la Real Academia Española, enviaba a Rajoy esta advertencia sobre sus maneras antidemocráticas, recogida en el artículo “Los que mandan”, publicado en “El País Semanal” (30/12/2012):
… Hace ya muchos meses, al poco de ocupar Rajoy la Presidencia, dije aquí que su estilo de gobernar y escabullirse era claramente heredero del de Franco, a buen seguro su mayor maestro. Lamento que el tiempo me haya dado la razón con creces, porque, tras tanto decreto-ley y tanta imposición de su mayoría absoluta, tanto menosprecio del Parlamento y de la oposición, tanta amenaza poco velada a los medios críticos y tanto incumplimiento de sus promesas y de su programa, tanto atropello a los derechos de los españoles arduamente adquiridos, a este Gobierno sólo le queda de democrático la manera en que fue elegido. No hay que remontarse a Hitler para recordar que a un Gobierno no le basta con eso para ser democrático: el timbre ha de ganárselo a diario, en sus formas y en sus fondos. Rápidamente, en sólo un año, nuestro país se va pareciendo --algo o bastante-- a la Venezuela de Chávez, a la Italia de Berlusconi, a la Rusia de Putin y a la Argentina de Cristina Fernández, es decir, a pseudo-democracias o regímenes más bien despóticos, aunque salidos de las urnas. Los máximos responsables no son los subordinados, por selváticos y desagradables que sean los actuales ministros. Ellos cumplen, sobre todo, lo que les exige el que manda, sea éste Rajoy o --aún más grave-- el “consejo pensante” de FAES, al que nadie nunca ha votado.
Una deriva hacia pasados tiempos dictatoriales que, de no reconducirse con presteza, terminará generando de forma irremediable una respuesta social de consecuencias peligrosas. Porque ya sabemos cómo se rebelan los españoles contra la opresión y cómo, en tiempos revueltos, los extremismos maximalistas se exacerban hasta posiciones ciertamente lamentables, incluidas las del secesionismo servido en bandeja de plata por la Corona, el Gobierno y la Oposición.
EL RAPAPOLVO TÉCNICO INFORMADO
Aunque quizás sean los economistas independientes los que vapulean a Rajoy de forma más intensa y consistente, y por supuesto más preocupante para el conjunto de la sociedad. Desde el más mediático José María Gay de Liébana al demoledor Roberto Centeno, pasando por el no menos incisivo Juan Laborda. De éste último no queremos dejar de incluir, por definitorio, el artículo titulado “Rajoy, el ariete de las élites extractivas”, publicado en “Vozpópuli” (05/12/2012), a pesar de haberse reproducido ya en nuestra sección de Tribuna Libre:
El proceso de globalización impulsado hace tres décadas por las élites financieras y empresariales ha colapsado. Pero en vez de corregirlo y subsanar el daño causado, las élites extractivas no quieren perder un ápice de lo acumulado. Quieren más, son insaciables. Y en nuestra querida España cuentan con el apoyo inestimable del gobierno de Rajoy, rodeado de economistas vacuos, cuyo diagnóstico de los males de nuestra economía es erróneo, y sus propuestas peligrosas para nuestra salud.
En realidad, todos aquellos economistas, académicos, empresarios y financieros que aún siguen defendiendo la austeridad, como auténticos inquisidores; o jaleando el abaratamiento del despido y los recortes de derechos, lo que en última instancia están protegiendo son los privilegios de una élite que aún no ha asumido las consecuencias de sus acciones.
Objetivos del pensamiento único, Bancos Centrales y académicos
Dos eran los objetivos fundamentales del pensamiento único, dentro de lo que genéricamente se denomina el Consenso de Washington. Por un lado, abaratar el coste del factor trabajo, y, por otro, mediante desregulaciones, especialmente en el sector financiero, generar riqueza de la nada a favor de unas élites extractivas. ¿Cómo? Mediante un brutal endeudamiento del resto de la economía. Para ello contaron con la ayuda inestimable de los Bancos Centrales, la auténtica semilla negra del proceso. Era todo un plan programado para la acumulación de renta y riqueza en favor de una minoría.
Sin embargo, no fueron los Bancos Centrales los únicos responsables de lo ocurrido. Las élites extractivas contaron con la inestimable ayuda de parte del mundo académico, todos aquellos que, desde sus lobbies y previo talonario, justificaron la fe ciega en la eficiencia de los mercados de capitales y en la perfecta racionalidad de los inversores. Las autoridades económicas y financieras a lo largo del mundo utilizaron sus argumentos para legitimar decisiones económicas y políticas, que acabaron por generar una superabundancia de bienes de consumo, una sobreoferta de productos agrícolas, desempleo, pobreza, y stress medioambiental, y que en el fondo han constituido el germen de la actual crisis económica y financiera.
Se defendió a toda costa la desregulación, especialmente del sector financiero. Se justificó toda una familia de teorías que predecían que el riesgo de los mercados financieros era muy pequeño, completamente valorable y manejable. Se validó intelectualmente los extremadamente peligrosos niveles de endeudamiento privado. Se refrendaron unos modelos de remuneración salarial de los ejecutivos absolutamente ineficientes, injustos, y que favorecieron un masivo fraude contable. Las consecuencias ya las conocemos todos: la mayor crisis económica sistémica desde la Gran Depresión, la Gran Recesión.
Austeridad y reestructuración bancaria
Si los bancos occidentales quebrados se hubieran disuelto, el 80% de los ciudadanos no habrían perdido casi nada. Por el contrario, el 5% habría perdido la gran mayoría de su riqueza, y por lo tanto su poder. Por ello las élites extractivas decidieron al margen de la ciudadanía que los bancos fueran rescatados. A diferencia de nosotros, la élite bancaria y empresarial tiene la mayor parte de su riqueza financiera en activos de deuda y derivados de todo tipo, que se evaporarían si se dejasen caer a los bancos.
No estaban dispuestos a asumir un proceso de reestructuración bancaria global, donde gerencia y acreedores corrieran con los costes del mismo. Por eso espolearon, desde su poder económico y mediático, toda una serie de medidas de política económica, que ha acabado con la riqueza neta acumulada por las clases medias y bajas en los últimos 20 años.
Austeridad y sector público
Pero ahí no queda todo. Son insaciables. No les bastaba con haber protegido su riqueza a costa de la miseria de los demás. Querían más, mucho más. Como demuestra la teoría económica y la realidad, la austeridad no está funcionando, al revés está empeorando la crisis. Sin embargo, algunos persisten en la idea. Básicamente porque quieren, por un lado, deslegitimar y desmantelar el sector público, y, por otro, promover un cambio el modelo social, de privatizar, de ganar pasta.
Para ello en nuestro país están contando con la ayuda inestimable de una élite política mediocre, acostumbrada a desviar la atención de los problemas reales del país, a mentir de manera descarada, a tratarnos como niños, a no asumir sus responsabilidades, a dejarse embaucar. Les da igual todo, son insensibles a la desesperación.
Rajoy, el ariete de las clases extractivas
El gobierno Rajoy tenía distintas alternativas de política económica y libremente decidió inmolar a nuestra querida España, siguiendo sus principios ideológicos y ciertos intereses de clase. De manera consciente o inconsciente, da igual, se ha implementado una política de austeridad que además de hundir el ciclo económico, desmantela el sector público, que se lo repartirán, como siempre, los amigos de pupitre.
Si a eso añadimos una reforma laboral encaminada a abaratar el despido, que en realidad está acelerando la destrucción de empleo; y un rescate bancario, a costa de los contribuyentes, donde nadie asume ninguna responsabilidad, el coctel explosivo estaba servido. Nuestra querida España, si nadie lo remedia, se encamina inexorablemente a una quiebra de deuda soberana.
Las medidas adoptadas además de ser ineficientes desde un punto de vista económico, reavivan una brutal lucha de clases en nuestro país. De un lado, los protegidos, que no son otros que los acreedores que tomaron riesgos excesivos, la élite bancaria insolvente, y la clase empresarial que siempre ha jugado con las cartas marcadas. De otro, los perdedores, la ciudadanía en su conjunto, representada por los trabajadores, los emprendedores y los empresarios industriales.
RAJOY, A LAS PATAS DE LA INTELIGENCIA FORMAL
Otro buen paquete de afinadas críticas a la política de Rajoy en el ámbito de las necesarias reformas institucionales, capítulo en el que radica el meollo del actual desastre nacional, nos lo han venido ofreciendo durante todo el pasado año profesores tan solventes y tan poco amigos de veleidades intelectuales como el ya citado Otero Novas, o Jorge de Esteban, o Manuel Jiménez de Parga, o Javier Redondo…
Otro paréntesis: Santiago Muñoz Machado, miembro de la Real Academia Española, catedrático de Derecho Administrativo de la Universidad Complutense, profundo conocedor de la organización territorial del Estado y autor, entre otras muchas obras, de “Informe sobre España - Repensar el Estado o destruirlo” (Crítica 2912), sintetizaba la cuestión de esta forma en una entrevista concedida a “El Mundo” (05/01/2012): “La Constitución se ha convertido en un mito, no modificarla sería una actitud suicida”…
Una línea reformista en la que militan, además, todo un sinfín de analistas enraizados en terrenos pro gubernamentales, como Miguel Ángel Quintanilla Navarro, politólogo y director de publicaciones de FAES, el think tank presidido por José María Aznar.
En un artículo titulado “La pregunta pendiente”, publicado en “El Mundo” (23/08/2012), Quintanilla sostenía que un país es mucho más que su economía y que es imprescindible marcar otros objetivos, reivindicando la política con “liderazgo moral” para fijar metas que permitan mantener la “ambición nacional” y reclamando, por tanto, lo que no está haciendo el Gobierno de Rajoy, aunque en su confusa disertación al autor le pudiera parecer todo lo contrario. En la parte menos divagante de su artículo afirmaba:
… En lugar de preguntarnos por el país que debemos ser nos hemos preguntado por el país que nos podemos pagar, y hemos fluctuado entre el lamento más o menos cierto por cada restricción presupuestaria y la acomodación a una moral ligera formulada para la coyuntura. O bien hemos manifestado pena por hacer lo que estamos haciendo, o bien hemos generado modos de hacer parecer justo lo que estamos haciendo, cuando en realidad, lo sea o no, lo que estamos haciendo no nace de una deliberación acerca de la justicia sino de una adaptación traumática a una reclamación financiera apremiante.
Es necesario que seamos conscientes de ello, porque de lo que estamos haciendo puede nacer un país transitoriamente más ordenado en lo contable -y eso es importante-, pero no necesariamente un país mejor, puesto que no es esa ambición la que nos guía.
En ese proceso, la pregunta sobre la sociedad que debemos ser, sin la que ningún país puede sostenerse mucho tiempo, queda sometida a un reformismo de extrema urgencia -ineludible, seguramente- que no puede entrar en el fondo de las cuestiones y que agota las energías que debieran emplearse en un reformismo de lo vertebral.
Que una sociedad deba adaptar sus usos y costumbres a lo que pueda pagarse es razonable, pero es insuficiente. Es razonable como recurso ante una amenaza cierta de colapso financiero inmediato. E incluso es razonable como hábito público y privado (aunque esto exija alguna reflexión sobre dónde queda la utilidad social del crédito, que, cabe suponer, no se niega de plano; o sobre el emprendimiento, más allá del de quienes gozan de patrimonio propio que arriesgar). Pero es insuficiente, porque ese recurso de corto plazo o ese hábito no constituyen un discurso político de fondo capaz de hacer progresar una sociedad. Sin más que eso, se pierde la ambición nacional y se aboca a la resignación, se priva al país de cosas importantes que puede permitirse y que necesita. Se le priva sobre todo de la única fuerza que le va a permitir sobreponerse a la crisis que padece: el deseo colectivo de ser algo mejor y posible, algo elegido, de buscar los recursos necesarios para serlo y de no desfallecer hasta encontrarlos…
Claro está que, de no rectificar, cada vez serán más quienes se pronuncien públicamente en contra de la nefasta política de Rajoy y sus reformas anti-sociales, incluso dentro de las filas del PP. Esto es algo evidentemente inevitable, porque a nadie le gusta escaldare en olla ajena, y menos aún ser objeto de las iras populares cuando, a no mucho tardar, se terminen desatando y yendo, uno por uno, contra todos los corresponsables del actual desastre nacional o contra los que se tenga más a mano.
El PSOE está pagando electoralmente los platos rotos del “zapaterismo” y el PP pagará los del “marianismo”, en cuanto se dé ocasión para ello. Ambos partidos políticos deberían tener bien presente el incontestable refrán castellano que, salvando la distancia expresiva, advierte: “A todo cerdo le llega su San Martín”.
LA CONTUMACIA AUTODESTRUCTIVA DEL PSOE
Pero la gran decepción que ha producido el Rajoy encaramado en la cresta del poder, orientado de forma servil (y a veces hasta ruin, como en el caso de los desahucios) en la estela del gran poder económico y de los intereses partitocráticos, no es nada comparada con el desgalichado espectáculo que ofrece la oposición socialista.
Antes que reconducir las desviaciones “zapateristas” que le han llevado a sus mínimos electorales, el PSOE parece disfrutar persistiendo en actitudes y propuestas de autodestrucción, dignas de tratamiento psiquiátrico. Sin ir más lejos, ahí está su pretensión de reformar el desastre del Estado de las Autonomías nada menos que con una reafirmación del Estado Federal, no del unitario-descentralizado, que, a la luz del fiasco en el que malvivimos, sería lo razonable; es decir huyendo hacia adelante, enarbolando la fuerza bruta frente a la fuerza de la inteligencia, como hacen los toros bravos que indefectiblemente terminan en el desolladero.
Así lo anunciaba, por ejemplo, cual meritorio “zapaterín” de andar por casa, Diego López Garrido, catedrático de Derecho Constitucional y portavoz del Grupo Parlamentario Socialista en el Congreso de los Diputados entre 2006 y 2008, en un artículo “sondeador” titulado “Necesitamos una reforma constitucional” publicado en “El País” (05/12/2012). Una razonable tentativa del socialismo español a favor de modificar la Constitución, pero no en la dirección correcta, que sería la del repliegue hacia la consolidación nacional que actualmente se promueve en países como Alemania e Italia, sino en la dirección contraria y después de haber llegado a donde ha llegado en las últimas elecciones autonómicas de las comunidades “históricas” (Galicia, País Vasco y Cataluña).
Quizás, López Garrido esté influenciado por Víctor Lapuente, profesor en el Instituto para la Calidad de Gobierno de la Universidad de Gotemburgo, quien en otro artículo precedente casualmente publicado también en “El País” (04/12/2012), titulado “Por un reino federal de taifas”, concluía:
… El objetivo de una reforma federal de España debería ser fomentar Finlandias, no Campanias. Y la inspiración histórica para la reforma no debería venir de los modelos más populares (dependiendo de tus inclinaciones), como la España imperial, la Catalunya de los “segadors” o en sacrosanto pacto de la Transición. Sino del modelo histórico quizás más impopular de todos: los reinos de taifas. Efectivamente, en una época en la que se competía con ejércitos, los reinos de taifas fracasaron. Pero, cuando se compite con políticas económicas eficientes en una economía globalizada, unidades políticas pequeñas autónomas y bien comunicadas presentan grandes ventajas. Así que, ¿por qué no reinventar un reino de taifas?
Cuentan que cuando un inexperto camarero le vertió una botella de champaña sobre la chaqueta al tratar de descorcharla de extraña forma, Eugenio D’Ors le recriminó: “Los experimentos, con gaseosa, joven”. Lamentablemente, en los últimos tiempos, sobre todo desde que la estupidez política del PP franqueó las puertas del poder al inmaduro y ocurrente Rodríguez Zapatero, abundan politiquillos, opinantes de ocasión y medios de información empeñados de forma tenaz en inyectar al país basura divisoria, a los que cabría espetar exactamente lo mismo.
Lo malo es que, en esta deleznable tarea, el PSOE cuenta con dos entusiastas ya instalados de forma tenaz en la práctica más que en el experimento: Patxi López y Pere Navarro, nada menos que secretarios generales de los socialistas vascos y catalanes, respectivamente. Y con el agravante de tener mando en plaza sobre dos comunidades “secesionistas” que en el Congreso de los Diputados acumulan 65 escaños, casi un 20 por 100 del total nacional, y de que su torpe contemporización con señas de identidad política ajenas harán que esa representación electoral vaya cambiando de partido en busca de propuestas más genuinas, convincentes y radicales que la socialista.
De momento renunciamos a dar clases de patriotismo y de honradez a un partido como el PSOE que ha presumido de ello hasta la saciedad, aunque hoy sean sus valores más perdidos; y también a desperdiciar el tiempo con argumentaciones de reconducción incompatibles con su sordera política. Allá ellos, con Pérez Rubalcaba a la cabeza, que ya es mayorcito para saber lo que se trae entre manos.
Nosotros, simplemente reafirmamos que el actual desastre nacional tiene tres corresponsables inequívocos: la Corona, el Gobierno y la Oposición. Bueno sería que las tres instituciones se fueran dando por enteradas.