De momento, ‘Don Tancredo’ sigue haciendo honor a su fama. Impasible el ademán, ha vuelto a exhibir sus tremendas facultades para el inmovilismo político, amparado por la vaguería y el pasotismo antes que en la diligencia, la prudencia y el pragmatismo.
Que Rajoy tiene un sentido irreal del tiempo político, es tan cierto como que ese es uno de sus atributos personales más perniciosos. Desajustar la acción de gobierno con la realidad de los acontecimientos, es un mal que, aun cuando haya afectado a más de un inquilino de La Moncloa, en su caso se acompaña con derivas que lo agravan de forma significada.
A su renqueante sentido de la oportunidad, hay que añadir el desinterés por la acción política profunda y reformista, de forma que, conjugando ambas actitudes, lo que cosecha son puros devaneos, cuando no fracasos y descalabros manifiestos, para él, para su partido y para el conjunto de España, aunque se esfuerce en presentarlos como éxitos encomiables. Y así, la querencia de Rajoy a practicar en la vida pública la suerte de ‘Don Tancredo’, que en realidad es una inacción o parálisis voluntaria y la máxima expresión del anti-toreo (o de la anti-política), no deja de ser una actitud reprobable y causa de nuevos males y perjuicios encadenados.
Esa pésima interpretación del tiempo en la política, convirtiéndola en pura inmovilidad o en actuaciones tardías, ha llevado a Rajoy al mal lugar que ocupa en términos de imagen y desprestigio público. A ser, dicho sea con gran pesar y sin ganas de hacer sangre, el presidente del Ejecutivo peor valorado socialmente desde la Transición, y con mucha diferencia, aunque haga oídos sordos del tema: con sus mejores resultados del 26-J tiene en contra 16 millones de electores frente a los 8 millones que le votaron (en 2015, con un 3,2% más de participación, fueron 18 millones en contra y 7,2 a favor), y ello con independencia de que su mala imagen social vaya mucho más allá de lo transmitido en las urnas.
Hoy, el rechazo ciudadano a Rajoy -incluso dentro de su partido- es aún más grande que el que en su día tuvo Manuel Fraga y que, como es sabido, frustró su carrera presidencial a pesar de su mayor inteligencia y capacidad, obligándole a recluirse en la política gallega (exitosamente). Y esa es una realidad con consecuencias muy claras, tanto en el plano personal como en el institucional y corporativo, de forma que su entendimiento con otros líderes y actores sociales es realmente imposible, salvo en contubernios inconfesables; algo sin nada que ver con los votantes más fieles del PP, porque ese reducto de incondicionales es leal a la sigla antes que a quien la representa (con otro jefe de filas el PP tendría sin duda más apoyo social).
La fórmula ‘marianista’ de querer dominar el tiempo ad eternum instalado en la ingravidez política, choca con la realidad de que los acontecimientos tienen vida propia, soliendo presentarse además de forma inesperada. El problema de Rajoy es que, a fuerza de no querer mover pieza en temas sustanciales, ni querer adelantar movimientos siquiera en el orden de lo más pedestre o cotidiano, los hechos terminan por desbordarle. De esta forma, cada vez que se ve obligado a rectificar, apeándose del pedestal de ‘Don Tancredo’, lo hace fuera del tiempo adecuado y a traspiés asegurado.
Y el fenómeno es tan implacable como reiterado. Lo mismo da que se trate de anunciar las candidaturas electorales (siempre secuestradas de forma absurda hasta última hora), de enmendar la política económica, de reformas institucionales, de los ceses ministeriales, de la lucha contra la corrupción, del diálogo con los partidos independentistas y hasta de su propia investidura…; temas que, por tratarse a destiempo -cuando se tratan-, suelen terminar en accidente político y con cirugía de urgencia.
Así se llegó al fracaso de Arias Cañete en las últimas elecciones europeas, a que Esperanza Aguirre tuviera que poner firmes a Rajoy con su nominación como candidata a la alcaldía de Madrid, a los ceses tardíos de Ana Mato y de José Ignacio Wert, a la defenestración del ministro Alberto Ruiz-Gallardón, a envainarse la reforma de la llamada ‘ley del aborto’, a enmendar el IVA cultural y a comerse el ‘tasazo’ con patatas fritas (hoy con sentencia de inconstitucionalidad)… Y a que las urnas llegaran a levantar actas reiteradas de la muerte del bipartidismo, o a montar el ‘tinglado del miedo’ para estigmatizar a Podemos ante la opinión pública, en una práctica degradante de la democracia (y de paso también a Ciudadanos).
Ahora, Rajoy, que al final no ha sabido combatir la crisis ni regenerar el sistema político con su mayoría absoluta de la X Legislatura (2011-2016), se ha vuelto a acobardar como aspirante a la presidencia del Gobierno más votado (victoria pírrica de la que había hecho insistente alarde). Como los toreros medrosos, a la hora de la verdad ha desechado la oportunidad de medirse cuanto antes con la competencia en la sesión de investidura, escondido en el callejón del Parlamento a la espera del toro de carril que le permita ejercitar su particular toreo político de salón y que los costaleros le saquen en volandas por la puerta grande… o que, como a Franco, le eleven al poder bajo palio.
De trabajarse la presidencia del Gobierno, de argumentar y debatir en el Congreso para lograrla o de sudar la camiseta negociando las concesiones y ayudas necesarias, nada de nada. Y miedo a que le ‘apaleen’ políticamente (riesgo que va de suyo en el sueldo político), todo el del mundo; pero sin el rasgo de dejar que otros lidiadores con más agallas ocupen su sitio en el ruedo. Dicho de otra forma, comportándose como el perro del hortelano magistralmente descrito por Lope de Vega, que ni come ni deja comer.
Lo destacable en estos momentos, es, pues, la permanente evocación que Rajoy hace de ‘Don Tancredo’, perdiendo miles y miles de votos desde que en 2011 ZP le puso el Gobierno de la Nación en bandeja de plata (en 2015 se le fueron de las manos más de 3,5 millones y casi 3 millones en 2016). Engreído con los pobres resultados del 26-J, Rajoy dio por hecho que el debate de investidura comenzaría el 2 de agosto con él como candidato, con la primera votación el día 3 y la segunda el 5, y con todos sus adversarios pedaleando a su rueda por el temor a nuevas elecciones; pero como nada hizo para facilitarlo, pues en nada se ha quedado, pidiendo además tiempo muerto para seguir en el mismo mundo divagante que está desde el 20-D.
Sus lloriqueos del “no quiero que me apaleen y que Sánchez llegue como salvador” (latiguillo que muestra su escasa capacidad para la lucha política), y su insistencia en imponer la adhesión a su programa sin la mínima cesión al de otros, rayan en el autismo (afección que condiciona la interacción social). Que a Podemos y Ciudadanos todavía les falte experiencia y cintura negociadora tiene un pase, porque son partidos de nuevo cuño; pero que le falte al presidente en funciones, haciendo otra vez clara dejación de su responsabilidad como líder del partido más votado, le descalifica a título personal y es realmente pernicioso -más que frustrante- para el PP: si cree que puede forzar un apoyo incondicional de otros partidos o recuperar votos en una tercera ronda electoral, se equivoca de medio a medio.
Como claro es también que este maestro del ‘tancredismo’ ya no está para alternar en Las Ventas (o en la política de altura), y ni siquiera para hacerse a un lado conservando la presidencia del partido, es decir pasando a una especie de ‘reserva activa’. Lo suyo sería cortarse la coleta con dignidad y culminar su vida funcionarial como registrador de la propiedad, profesión tranquila que con toda seguridad ejercería a la perfección.
Porque, siguiendo Rajoy en lo que está, ¿se imaginan ustedes el martirio que supondría verle encabezar de nuevo las listas del PP en otras elecciones generales…? ¿Y, en su caso, quién aguantaría el sufrimiento de una nueva legislatura con ‘Don Tancredo’ de presidente y en minoría parlamentaria, con fecha de caducidad a cuatro días vista y con la crisis sin resolver…?
Pues váyanse preparando, queridos abonados: al día de hoy, y salvo que el Rey decida proponer la investidura de un candidato independiente, esas son las dos previsiones de futuro más plausibles (y ambas inconvenientes). ¡Viva ‘Don Tancredo’!
Fernando J. Muniesa