(...) A pesar de las muchas notas hagiográficas publicadas sobre el general Gabeiras Montero, su comportamiento al frente del Estado Mayor del Ejército durante los sucesos del 23-F, no puede decirse que fuera del todo ejemplar. Incapaz de detectar el contubernio golpista gestado en la propia cúpula militar, o simplemente desinteresado en hacerlo, fue poco respetado por sus capitanes generales, que terminaron marginándole para ponerse a las órdenes directas del Rey. Ello con independencia del “resbalón” que protagonizo como miembro de la JUJEM, al suscribir, de forma sin duda bien intencionada, una precipitada asunción de “todos los poderes necesarios para cubrir el vacío de poder al estar retenido el Gobierno en el palacio del Congreso”, reconducida de inmediato y sin mayor problema a la autoridad civil de la “Comisión Permanente de secretarios de Estado y de subsecretarios” presidida por Francisco Laína, un gobierno interino formado entonces por indicación del rey Juan Carlos I con el fin de evitar un vacío de poder que hubiera podido facilitar la asonada militar...
Un JEME sobrevenido por el “amiguismo” de Gutiérrez Mellado
En 1935 ingresó en la Academia de Artillería de Segovia, participando en la Guerra Civil con las graduaciones sucesivas de alférez y teniente. Una vez concluida la contienda española, se alistó como voluntario en la División Azul, obteniendo, tras su regreso a España, el diploma de Estado Mayor del Ejército, en 1948.
Durante la primera etapa de su carrera ocupó destinos sin mayor relieve, entre otros los de profesor de la Academia de Artillería, jefe de Estudios de la Escuela de Estados Mayores y director de Industria y Material de la Jefatura Superior de Apoyo Logístico. Quizás el más destacado fuese el de coronel-jefe del Regimiento de Artillería de Campaña nº 13, con base en Getafe (Madrid), en el que sustituyó a Gutiérrez Mellado.
Fue precisamente su proximidad con Gutiérrez Mellado la que, tras haber ascendido a general de brigada en agosto de 1973, le permitió relanzar el último tramo de su carrera de forma espectacular. En 1976, cuando aquél ya se encontraba orientado hacia la cúspide político-militar del momento, Gabeiras logró su ascenso a general de división y, a continuación, en 1977, su nombramiento como secretario general para Asuntos de Política de Defensa, en esa ocasión ya a las órdenes directas del amigo que poco antes, en septiembre de 1976, había sido designado Vicepresidente Primero del Gobierno para Asuntos de la Defensa.
La estrecha relación entre ambos, artilleros los dos, se fraguó cuando Gabeiras prestó a Gutiérrez Mellado un apoyo incondicional para aliviar su precaria situación económica en la vida civil tras haberse acogido a la situación de supernumerario (1956-1963), trabajando primero en una empresa dedicada a la venta e instalación de calefacciones y después en otra comercializadora de semillas. Esa confianza histórica tuvo su culminación el 18 de mayo de 1979, con el ascenso de Gabeiras a teniente general y su designación inmediata como Jefe del Estado Mayor del Ejército (JEME), sin que dentro del mismo nadie le reconociera méritos objetivos para ello. De hecho, su promoción a teniente general se produjo de forma absolutamente irregular.
Para enmascarar aquella auténtica venalidad de Gutiérrez Mellado, al mismo tiempo se ascendió también, sin existir las vacantes correspondientes, a otros cuatro compañeros del general Gabeiras que le precedían de forma mucho más meritoria en el empleo: Morillo Galcerán, Arozarena Girón, Pascual Galmes y Fontenla Fernández. De no haberse producido aquella cacicada, el general Gabeiras hubiera pasado al Grupo B tan solo dos meses más tarde.
Los cinco militares implicados en aquella manifiesta chapuza promocional pasaron a ser conocidos como los “generales del Palmar”, por analogía con la facilidad que entonces también tenía el fraudulento “Papa Clemente” para nombrar obispos al margen de la disciplina vaticana.
Por otra parte, el Consejo Superior del Ejército había propuesto en su función consultiva habitual una terna de tenientes generales, ya experimentados en el empleo, para ocupar la cúpula del Ejército, formada por militares de mayor prestigio, como Jaime Milans del Bosch, Antonio Elicegui Prieto y Jesús González del Yerro. Dicha terna fue rechazada por Gutiérrez Mellado, incrementando con ello el malestar castrense ya existente por otras cuestiones, y que, siguiendo un itinerario más complicado, terminaría conduciendo al 23-F.
Además, e informe “minutado” que sobre aquel acontecimiento el general Gabeiras certificó y remitió al juez instructor, el general togado del Aire José María García Escudero, con fecha 4 de marzo de 1981, no sólo evidenció su falta de criterio y del sentido del mando ante una situación tan comprometida, sino que además fue reputado de falso a tenor de otras declaraciones realizadas más tarde por personajes como Eduardo Fuentes Gómez de Salazar o el propio Sabino Fernández Campo. Ambos aseguraron que permitió la marcha del general Armada al Congreso de los Diputados para consumar el intento de golpe de Estado y que, incluso, se cuadró militarmente ante él llamándole “Presidente”.
José Gabeiras cesó al frente del Estado Mayor del Ejército en enero de 1982, pasando a la reserva el 22 de enero de 1984. Dada su condición de antiguo JEME, fue ascendido a General de Ejército con carácter honorífico a tenor de lo establecido en la Ley 17/1999 de Régimen del Personal de las Fuerzas Armadas.
La forma tan poco ortodoxa con la que culminó su carrera profesional, apoyada en el favor personal de Gutiérrez Mellado, y su temperamento agrio y despótico, le granjearon pocas simpatías entre sus compañeros de milicia. Curiosamente, durante los últimos años de su vida, que pasó retirado en su casa de Ares, en la comarca gallega de Ferrolterra, se dedicó a luchar en contra de una polémica planta regasificadora (REGANOSA), ubicada en la ría de Ferrol, desde la presidencia de honor de la plataforma creada por los vecinos afectados.
Como sucedió con los demás miembros de la JUJEM que vivieron el 23-F, en 1984 el rey Juan Carlos I le impuso la medalla de la Gran Cruz de Carlos III, por su “desempeño ejemplar en toda su carrera profesional”. Además estaba en posesión de la Gran Cruz de la Ordenla Gran Cruz de la Real y Militar Orden de San Hermenegildo y de la Cruz Roja del Mérito Militar, entre otras numerosas condecoraciones. del Mérito Militar, de
FJM (Actualizado 05/09/2011)
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