(...) La realidad es que, debido a su justa fama de militar aperturista, Manuel Díez-Alegría también fue el candidato “tapado” de la UMD para liderar la reconversión del régimen franquista dentro de las Fuerzas Armadas y ocupar, al menos, una vicepresidencia en el hipotético nuevo “gobierno democratizado” que este movimiento hubiera podido auspiciar. Como manifestó el propio general Gutiérrez Mellado, y según recogió su biógrafo Fernando Puell en la obra “Gutiérrez Mellado, un militar del siglo xx: 1912-1995” (Editorial Biblioteca Nueva, 1997), aquel cese de Díez-Alegría se debió, sobre todo, a que Franco “llegó a convencerse de que era una especie de Spínola español”...
MANUEL DÍEZ-ALEGRÍA nació el 25 de julio de 1905 en el barrio de Buelna, en el municipio asturiano de Llanes, y falleció el 3 de febrero de 1987 en Madrid. Tuvo dos hermanos menores, José María, sacerdote y teólogo jesuita, y Luis, quien, como él, siguió brillantemente la carrera militar.
Tras estudiar el Bachillerato en el Colegio de la Inmaculada de Gijón, ingresó, con vocación inicial más politécnica que propiamente militar, en la Academia de Ingenieros del Ejército en 1923, obteniendo el despacho de teniente en 1929. Durante la guerra civil, en la que participó alistado en el bando nacional, ascendió de capitán a comandante, graduación con la que obtuvo el diploma de Estado Mayor. También estudió Derecho y ejerció la docencia en diversas academias militares, como la de Ingenieros, de la que llegó a ser director.
En 1961 fue promovido a general de brigada; en 1964 dirigió la Escuela Superior del Ejército ya como general de división y en 1967 ascendió a teniente general. En febrero de 1968 fue nombrado director del Centro Superior de Estudios de la Defensa (CESEDEN) y en julio de 1970 se le designó jefe del Alto Estado Mayor. De este cargo fue destituido de forma fulminante en 1974, tras celebrar una polémica entrevista en Bucarest (Rumania) con el entonces secretario general del Partido Comunista de España (PCE), Santiago Carrillo, y con el presidente Nicolae Ceaucescu.
La realidad es que, debido a su justa fama de militar aperturista, Manuel Díez-Alegría también fue el candidato “tapado” de la UMD para liderar la reconversión del régimen franquista dentro de las Fuerzas Armadas y ocupar, al menos, una vicepresidencia en el hipotético nuevo “gobierno democratizado” que este movimiento hubiera podido auspiciar. Como manifestó el propio general Gutiérrez Mellado, y según recogió su biógrafo Fernando Puell en la obra “Gutiérrez Mellado, un militar del siglo xx: 1912-1995” (Editorial Biblioteca Nueva, 1997), aquel cese de Díez-Alegría se debió, sobre todo, a que Franco “llegó a convencerse de que era una especie de Spínola español”.
Siendo sin duda alguna un hombre sencillo, recto y sobrio, inteligente, aparentemente liberal y bien relacionado con personalidades poco afectas al régimen franquista, también fue sensible a la adulación del entorno civil y receptivo ante las excesivas y erróneas sugerencias que recibía de algunos generales destinados en el CESEDEN y del aparato de información residenciado en el Alto Estado Mayor. Aun cuando afirmara en varias ocasiones no estar interesado por la política, militares que estuvieron profesionalmente muy cerca de él han sostenido que le hubiera gustado ser ministro de Defensa, o incluso presidente del Gobierno, y que, en el fondo, no dejó de ser otro eventual “tutor” de la democracia más o menos encubierto.
No parece exagerado reconocer que el general Díez-Alegría representó una especie de regeneracionismo castrense impregnado por el “espíritu del 12 de febrero”, auspiciado en el entorno del presidente Arias Navarro para que el antiguo régimen superviviera en alguna forma tras la muerte de Franco. Este tipo de democracia “tutelada” también se identificaría después con las propuestas del general Armada para presidir un teórico gobierno de “salvación nacional” al amparo, en su caso, de la asonada del 23-F.
De cualquier forma, el ex ministro de Defensa socialista Narcís Serra afirma en su libro “La transición militar” (Editorial Debate, 2008) que la reforma democrática en dicho ámbito se inspiró precisamente en el pensamiento de Manuel Díez-Alegría y en la doctrina expuesta en los ensayos que éste publicó con el título genérico de “Ejército y Sociedad” (Alianza Editorial, 1973). Serra reconoce en su libro que “Díez-Alegría fue el primer militar de alta graduación que pregonó, aún en vida de Franco, la subordinación del ejército al poder civil”.
Manuel Díez-Alegría tuvo una destacada participación en el proceso de renovación del Convenio de las bases conjuntas hispano-americanas, efectuando diversos viajes a Estados Unidos. También desempeñó varios cargos en el extranjero, como el de agregado militar en la embajada de España en Brasil, llegando a ser nombrado en 1976 embajador de España en Egipto, cargo en el que permaneció hasta 1978.
En 1975 ingresó en la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas y en 1978 fue elegido miembro de la Real Academia Española, leyendo el discurso de ingreso en enero de 1980. Este acto contó con la presencia del vicepresidente primero del Gobierno, Manuel Gutiérrez Mellado, y del ministro de Defensa, Agustín Rodríguez Sahagún, y en él Díez-Alegría dejó clara constancia de su frustración personal al afirmar: “Mi actividad profesional originaria se saldó en el desencanto”.
La periodista Victoria Prego cuenta en su documentado libro “Así se hizo la Transición” (Plaza & Janés Editores, 1995), la curiosa la posición personal que tomó Díez-Alegría de forma inmediata al asesinato de Carrero, cuando intramuros del franquismo se planteó la posibilidad de sustituir al propio Franco en vida, dejándole como regente o en situación asimilable, para que, una vez fallecido, el militar de prestigio más joven que asumiera aquel relevo pudiera pilotar el cambio político con mayor tranquilidad. A él se ofreció en primera instancia aquél protagonismo, según consta en este jugoso párrafo literal:
… Muchas miradas se vuelven hacia el entonces jefe del Alto Estado Mayor, teniente general Díez-Alegría, admirado por el sector más abierto de las fuerzas armadas pero realmente odiado por los generales más integristas, llamados entonces “azules” por su encendida defensa del inmovilismo dentro del régimen. El propio teniente general Coloma Gallegos será, meses después, uno de los que participen en una operación de acoso y derribo contra él. Luis Rosón, también destinado en el Estado Mayor, acude entonces personalmente a ver a Díez-Alegría para hacerle la propuesta: “Díez-Alegría se negó. Dijo: ‘El ejército no debe intervenir en política’. El error histórico de Díez -Alegría de negarse a asumir la presidencia fue tremendo, fue un fantástico error que no nos costó al final lo que nos podría haber costado –sostiene Rosón-. Se corrieron luego muchos peligros, incluso el riesgo de un conato de guerra civil por la falta de sensibilidad política de Díez-Alegría, influido por Manuel Gutiérrez Mellado”.
El paso del tiempo demostró el incumplimiento que Gutiérrez Mellado hizo de sus propias recomendaciones a Díez-Alegría cuando se encontraba a sus órdenes en el Alto Estado Mayor. Por ello, el significativo mensaje que éste lanzó sobre la implicación de los militares en la política, aprovechando su discurso de ingreso en la Real Academia Española, tuvo muy probablemente a su antiguo subordinado como principal destinatario, quien, presente en el salón de actos en el que se pronunció, lo escucharía sin pestañear:
… Preocupación hondamente sentida por nuestros autores, es la del papel del Ejército en la sociedad. Profunda amargura les produce estimar un intenso desinterés hacia los asuntos de defensa... Y arribamos así a una de las cuestiones más espinosas que se plantean en el período que consideramos, la de la relación de los militares con la política. Resumiendo esquemáticamente, podemos decir que todos nuestros autores están conformes en que, si bien los miembros de la milicia deben tener naturalmente su opinión, y hasta un cierto conocimiento de lo que es la política a la que deben servir, no deben mezclarse en cuestiones de este orden, aunque la organización castrense debe tener intervención en aquellos asuntos que se refieren a la defensa del Estado. Pero en todos ellos resplandece un auténtico acatamiento de las normas constitucionales…
Tras aquel acontecimiento, el 24 de septiembre de 1980 también pronunció la lección magistral en el acto constitutivo de la Fundación Príncipe de Asturias, celebrado en el Salón Covadonga del Hotel de la Reconquista, en Oviedo.
El general Díez-Alegría fue procurador en Cortes (1971-1977) y miembro del Consejo del Reino hasta la desaparición de dicho organismo, al promulgarse la Constitución Española en 1978.
FJM (Actualizado 05/09/2011)
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