Anda el facherío patrio muy exaltado, lanzando insidias contra la tesis del doctor Pedro Sánchez. No podemos admitir que la valía del genio inmortal sea pisoteada por los envidiosos y los mediocres. Así que hemos decidido salir en su defensa.
Se acusa al doctor Sánchez de plagiar en su tesis informes ministeriales y artículos académicos. Borges nos enseñaba que el Quijote escrito por Cervantes era una obra muy distinta al mismo Quijote escrito con las mismas palabras por Pierre Menard. Cervantes, escribiendo a principios del siglo XVII, se dejaba llevar por las inercias de la retórica y el pensamiento propios de su época; Pierre Menard, en cambio, al transcribir las mismas palabras tres siglos después, estaba esforzándose por imitar una obra de regusto arcaizante. Pues algo semejante ocurre en este caso.
Cuando leemos los pasajes de los informes y artículos que el doctor Sánchez habría supuestamente fusilado, nos tropezamos con una prosa farragosa, mazorral e inepta. En cambio, cuando leemos esos mismos pasajes en la tesis del doctor Sánchez nos admira que un hombre tan brillante y perspicaz se haya rebajado hasta el extremo de renunciar a su prosa eximia, imitando a la perfección la prosa farragosa, mazorral e inepta que aparentemente copia. ¡Sobrecoge pensar en los esfuerzos ímprobos y humildísimos que el doctor Sánchez habrá tenido que realizar, para desasirse de sus ideas geniales y de su escritura llena de donaire!
También se acusa al doctor Sánchez de que su tesis incluye pasajes de artículos que había antes firmado en comandita con profesores que luego fueron vocales en su tribunal de tesis. Esto, a simple vista, podría constituir una prevaricación como un castillo. Pero, ¿quién puede resistir la tentación de hacer una aportación a la obra inmortal de un genio, aunque sea renunciando a la propia autoría? Sabemos que fueron muchos (empezando por Sócrates) los filósofos griegos a quienes no importó hacer aportaciones a los diálogos que luego firmaría Platón. Sabemos que los aprendices del taller de Tiziano hicieron contribuciones anónimas a los lienzos que luego firmaba el maestro. ¿Quién no querría colar de matute algún hexámetro de cosecha propia en La Ilíada? ¿Quién no desearía dar alguna pincelada inadvertida en Las Meninas? ¿Cómo vamos a reprochar a esos profesores una venial prevaricación, si a cambio sus palabras forman ya parte de una obra imperecedera, en íntima amalgama con las palabras de un hombre preclaro y providencial? Sólo los miserables y los ruines podrán hacerlo.
Al doctor Sánchez se le acusa, en fin, de haber recurrido a los servicios de un negro para concluir su tesis. Es verdad que el propio doctor Sánchez ha reconocido por escrito, en un reciente e inefable lapsus, que no tuvo tiempo para investigar. Pero, ¿por qué hemos de concluir que la investigación se la hizo un negro? Tampoco San Isidro tenía tiempo para arar sus tierras; pero a nadie se le ocurre pensar que tenía un negro que se las arase. Yo prefiero pensar que fueron ángeles quienes le hicieron al doctor Sánchez esta tarea, como antes se la hicieron a san Isidro; aunque, desde luego, no descarto que fuesen angelitos negros, pues -como nos enseña Machín- también se van al cielo todos los negritos buenos. Ciertamente, san Isidro era más devoto que el doctor Pedro Sánchez; pero los ángeles no sólo ayudan a los hombres santos y devotos, sino también a los genios de cuyos logros depende el progreso de la Humanidad.
Cese, pues, el facherío patrio en sus insidias y deje de recelar del doctorado de nuestro eximio presidente, tan intachable como el doctorado por la universidad de Osuna que exhibía don Pedro Recio de Tirteafura, aquel personaje cervantino.
Juan Manuel de Prada
(Publicado en ABC – 15/09/2018)