La situación en Venezuela está en el punto de bifurcación. Maduro decidió iniciar negociaciones con los rebeldes. Hasta la fecha, todas las posiciones geopolíticas han sido determinadas: El bloque atlantista (Estados Unidos, Europa occidental y sus satélites en otras partes del mundo) representa al liberal pro-estadounidense autoproclamado Presidente Juan Guaidó; y todos los países que están del lado de la multipolaridad (principalmente Rusia, China, Irán, Turquía, etc.) apoyan al legítimo presidente Nicolás Maduro. India, otro gigante de la multipolaridad, toma una posición neutral, enfatizando que el problema debe ser resuelto por los ciudadanos venezolanos sin ninguna interferencia externa.
Cabe señalar que en el caso de Maduro, las posiciones de los atlantistas y globalistas, representadas más claramente por Macron y Merkel, coinciden con las tendencias anticomunistas de Trump. Sin embargo, construir un muro con México y al mismo tiempo pedir la reactivación de la Doctrina Monroe, considerando a América Latina como una zona de control exclusivo de los Estados Unidos, por decirlo de manera suave, es incoherente. Pero así es Donald Trump, a esto todos estamos acostumbrados. En general, Occidente actúa en este caso de manera consolidada, en relación con otras “revoluciones de color” – tales como el “maidán” ucraniano, la “Primavera árabe” (incluida Siria), etc.
Todas estas “revoluciones de color” tienen una estructura común. Comienzan con una acumulación crítica de problemas en la gestión del país, y no importa si a la cabeza está un dictador autoritario o simplemente un funcionario corrupto. En cualquier país siempre hay bastantes problemas, y muy a menudo los políticos no pueden (y a veces simplemente no quieren) resolverlos. Otra cosa es cómo organizar y dirigir el potencial de protesta, ya sea para darle apoyo externo, con qué métodos fortalecer la ira social y hacia qué propósito simbólico dirigirla. En esta etapa, también entra en liza la geopolítica: Los globalistas y los atlantistas aprovechan esta situación para sus intereses, y gradualmente los partidarios de la multipolaridad reúnen fuerzas con las que en algunos casos intentan contrarrestar estos procesos (a veces, como, por ejemplo, en Siria, con bastante éxito).
Todo es tal como lo que sucede en Venezuela. Maduro, heredero de Hugo Chávez, el cual no solo era un líder carismático, sino también un firme opositor a la hegemonía global que compartía la ideología del peronismo izquierdista y la soberanía geopolítica, adaptando para Venezuela al filósofo antiglobalización, Norberto Ceresole. El mismo Maduro continúa en general el rumbo de Chávez, pero no tiene una ideología de gran interés. Tampoco puede hacer frente a la crisis económica y social en el país. Denominar a Maduro como político exitoso es imposible incluso con toda la antipatía hacia sus oponentes liberales, apoyados por la hegemonía. Pero Maduro está avanzando por el camino de la resistencia frente a la presión de los Estados Unidos y trata de mantener desesperadamente la orientación hacia la multipolaridad y, a pesar de la presión de los liberales, no se ha separado de la idea de la política social. Por lo tanto, Maduro se ha convertido en un blanco conveniente para los globalistas y los liberales: Combina el rechazo de la incuestionable subordinación a la hegemonía y una política práctica muy desafortunada.
Rusia y China han brindado a Venezuela un apoyo financiero serio en los últimos años. Pero esto no fue suficiente. Por otro lado, en el polo de la oposición liberal no solo hay un apoyo comparable e incluso superior desde los Estados Unidos y los países de Europa occidental, sino también una ideología, así como una excelente gestión organizativa, basada en esquemas clásicos y efectivos de “revoluciones de color”.
La multipolaridad aún no ha alcanzado el nivel de la comprensión y el diseño ideológico, y los compromisos con el liberalismo en la misma Rusia, así como parcialmente en China e Irán, no permiten brindar a Maduro una asistencia ideológica efectiva y promover una gestión sociopolítica exitosa. Ahora este lado débil del club multipolar se hace sentir de manera especialmente clara. Pero Maduro tiene sus ases: El legado político de Chávez, la lealtad del ejército y el apoyo de la población rural del país.
La situación ha llegado a un punto crítico. En el futuro más próximo se determinará por cual escenario se desarrollarán los acontecimientos: Si los liberales locales, que confían en los atlantistas que ya han reconocido al presidente Juan Guaidó, podrán derrocar al presidente Maduro, elegido legalmente (como en el caso de Viktor Yanukovich), o podrá conservar el poder (como en el caso de Bashar al-Assad). Debido a la interconexión de todos los procesos geopolíticos, esto es muy importante: No se trata solamente del destino de Venezuela, sino también de toda América Latina. Y más ampliamente – del mundo entero. La derrota de los atlantistas en Venezuela demostrará finalmente su debilidad y dará un nuevo impulso a la multipolaridad, lo cual afectará a otras zonas – en Europa, Oriente Medio, África y la región del Pacífico. Si logran derrocar a Maduro, esto fortalecerá sus posiciones, aunque sea relativamente, y creará un escollo en el proceso de establecer un campo multipolar.
Con todo esto, el colapso del modelo unipolar en su conjunto está predeterminado. Aquí estamos hablando, más bien, sobre el ritmo del proceso: Se puede acelerar o retrasar, pero no se puede cancelar ni detener. Sin embargo, la victoria de Maduro acercaría mucho más la muerte de la hegemonía.
¿Qué debería hacer Maduro durante las negociaciones? Tiene dos ejemplos: Yanukovich y Assad. Yanukovich comienza las negociaciones, cree a los rebeldes y a Occidente y resulta ser derrocado, y más tarde – un fugitivo miserable. Assad habla a la oposición en el lenguaje de la fuerza, en la primera etapa pierde su posición, pero con la geopolítica correcta (confianza en Rusia e Irán, así como en una estrategia bien pensada de relaciones con Turquía y los kurdos, y con el desprecio total por las demandas atlantistas e islamistas) en el futuro, durante la sangrienta guerra civil, es el ganador. Yanukovich es un fracasado cobarde. Assad es un camino difícil y sangriento pero heroico hacia la victoria. Los islamistas sirios son un análogo directo de los liberales venezolanos. Esta es una red de terroristas siguiendo las órdenes de un centro exterior de mando. Assad lo entendió. ¿Maduro se da cuenta de esto lo suficiente?
Pronto sabremos, quién es, el camarada Maduro, un funcionario corrupto, indefenso y obstinado o el portador de la llama de la gran revolución continental sudamericana en el espíritu de Chávez y Ceresole. Las negociaciones con liberales y títeres de hegemonía son siempre una derrota. No acatan ningún acuerdo ni tratado. Se espera que Maduro pueda leer la situación existente a la luz de una comprensión adecuada de las leyes geopolíticas: Maduro es la tierra, Guaidó es el mar. Ahora tu palabra, comandante...
Alexander Dugin