Todo empezó cuando Sánchez mendigó ayuda a la Unión Europea en el mes de julio. Vino con la promesa de 175.000 millones de ayudas, la mitad en créditos reembolsables… y esto cuando todavía no se tenía idea de cómo iba a ir el verano, el Covid y el turismo.
Ahora ya sabemos que España necesitará más, bastante más, mucho más, que esta cantidad para salir adelante. Lo sabemos todos, empezando por la UE y terminando por Sánchez. Pero había un problema: ¿quién le decía a la Comisión Europea que un buen día, Podemos iba a exigir al gobierno que suspendiera pagos o cualquier otra medida peregrina. Porque Podemos es “gobierno”. Así pues, parece bastante claro que solamente cuando Sánchez prometió desembarazarse de un aliado molesto -por incompetente e imprevisible, no por su “lucidez revolucionaria”- en el plazo más breve posible.
Desde ese momento, se sucedieron cuatro episodios en cascada; los cuatro apuntan en la misma dirección: preparar una remodelación del gobierno español que dejará, inevitablemente, fuera a los ministros (o presuntos tales) de Podemos. Estos pasos han sido:
1) Conversaciones con Cs, partido completamente desahuciado pero que, en cualquier caso, puede apuntalar al gobierno mientras dure la legislatura, a cambio de algunas migajas y de acomodar a algunos de sus responsables en el PSOE.
2) Reforzamiento de la monarquía con la partida de Juan Carlos I (el eslabón más débil) que sitúa a Felipe VI como el emblema de la monarquía (y, desde luego, mucho más limpio que otros miembros de la familia). Se ha recordado de nuevo los “pactos de la transición” y solamente Podemos se ha opuesto, quedando completamente aislado, junto a Torra y su “parlament” que dice que “Cataluña no es monárquica…”, olvidando que lo que no es Cataluña es, precisamente, el “parlament” regional.
3) Aislamiento de Podemos por la vía judicial: la ofensiva que debe soportar Podemos en estos momentos es tan violenta que, incluso los tertulianos que la han defendido en el último lustro, se baten en retirada y no encuentran argumentos suficientes para salir en defensa de la formación que ya hoy cabría más llamar “Pudimos”. En efecto, si este partido podía presentarse hasta ahora como “partido anticorrupción”, ahora resulta que es otro receptáculo de putrefacción. La defensa de la inmigración y del salario social no le salvará de la ruina política e, incluso de la implosión interior.
4) El PP ha emprendido cambios interiores (el relevo de Cayetana Álvarez de Toledo al frente del grupo parlamentario) y negado a seguir a Vox en su moción de censura. El PP no pierde la esperanza de que Sánchez siga los consejos que llevan dándole socialdemócratas y democristianos alemanes: “gran coalición” para alejar los riesgos que pueden derivar de la crisis económica, reformar el Estado y liquidar para siempre el problema independentista. Porque lo que Casado busca hoy -y no lo oculta- es convivir unos años con Sánchez, reforzarse y ganar perfil centrista ante Vox, ocupando el espacio que fugazmente tuvo Cs.
Todos estos hechos, de los que diariamente los medios dan constancia, están orientados en la misma dirección: liquidar el gobierno socialista-podemita y establecer un gobierno de coalición con otras fuerzas.
El socio ideal para el PSOE es, desde luego, Cs, un cero a la izquierda que, de celebrarse nuevas elecciones, desaparecía casi completamente. Pero Cs es poco, apenas nada, y la situación que tendrá España a finales de año, cuando se haya confirmado el hundimiento económico, el cierre de un 25-30% del pequeño comercio y de los autónomos, la pérdida del 95% del turismo, el retorno a los tiempos de los 5-6.000.000 de parados, resultará evidente que hará falta algo más consistente que aliarse con un cadáver político como Cs. El PP, desde luego, es más sólido y, hasta ahora, estable.
El problema es que tanto el PP como el PSOE van a pagar los errores que han cometido en los últimos 30 años de democracia: jurar y perjurar que nunca pactarían uno con el otro. La lógica decía que ya después de las últimas elecciones debían haber pactado un “gobierno estable”, en lugar de un “frente de la izquierda marciana”. No lo hicieron por miedo a las críticas: ahora, con el Covid-19 y, sobre todo, con la situación económica que tendrá el país en diciembre de 2020 (crisis económica confirmada después de dos trimestres de recesión) deberán repensarlo.
Así pues, las posibilidades que se abren a partir de mediados de septiembre de 2020 son, por orden de posibilidades:
1) Gobierno del PSOE en coalición con Cs. [opción preferida por Sánchez]
2) Nuevas elecciones generales, aprovechando la división de la derecha y el hundimiento de Pudimos. [opción temida por casi todos]
3) Gobierno del PSOE en coalición con el PP. [opción preferida por la UE]
En septiembre se producirán tres hechos que influirán directamente en la situación política:
1) Moción de censura de Vox: se verá si este partido y su dirección tiene preparación y cuajo suficientes como para aprovechar la situación y logrará sustituir a la sigla PP en el cartel de la derecha.
2) A pesar de que el 11-S de este año cogerá a los independentistas catalanes más divididos que nunca y el proyecto independentista está en barbecho (salvo para los espectadores de TV3), esta fecha será importante porque Torra deberá anunciar la fecha de las elecciones anticipadas (en las que todo puede ocurrir, salvo que el independentismo prospere).
3) Estaremos en la segunda oleada del Covid-19, en el momento en el que se inicien las clases y quede muy atrás la esperanza en salvar algo de la campaña turística. El sistema sanitario volverá a estar colapsado y el caos generado por la impreparación del gobierno central (durante el confinamiento) y de los gobiernos autonómicos (de julio a agosto) precisará más que nunca un GOBIERNO FUERTE… lo que lleva de nuevo a la “gran coalición”.
En este panorama, excepcionalmente revuelto y complicado -estamos en la situación más grave que ha vivido España seguramente desde la transición- el único que faltaba es Miguelito Bosé pontificando sobre “la resistencia”…
Ahora bien, la lógica en la política española tiene escaso peso. No estamos hablando de una clase política sólida, seria y responsable: estamos hablando de políticos oportunistas y sin escrúpulos que solamente piensan en su ego y en su propio beneficio personal. Y ahora ya sabemos que no hay renovación posible: que, hasta que no se demuestre lo contrario, los partidos que surgieron de la crisis de 2008, Cs y Pudimos, hoy están muertos y enterrados por haber cometido los mismos errores que los partidos nacidos en la transición. Seamos claros: no hay sistema más corrupto, ni políticos de más baja catadura, que en España. Por eso, las leyes de la lógica política, los compromisos adoptados en cumbres y la prosperidad nacional, pesan menos que el ego de cualquiera de estos hombrecillos ambiciosos, sin talla para medirse con los grandes nombres de nuestra historia.
Ernesto Milá