Los criptógrafos de la Marina de Estados Unidos no daban crédito a la comunicación que acababan de descifrar el 14 de abril de 1943. Era un mensaje que detallaba el itinerario de una próxima visita a las bases japonesas en el norte de las islas Salomón por parte del almirante Isoroku Yamamoto, el artífice del ataque a Pearl Harbor y comandante en jefe de la Flota Combinada de la Marina Imperial.
Iván Giménez Chueca
Iván Giménez Chueca
Los criptógrafos de la Marina de Estados Unidos no daban crédito a la comunicación que acababan de descifrar el 14 de abril de 1943. Era un mensaje que detallaba el itinerario de una próxima visita a las bases japonesas en el norte de las islas Salomón por parte del almirante Isoroku Yamamoto, el artífice del ataque a Pearl Harbor y comandante en jefe de la Flota Combinada de la Marina Imperial.
Desde el ataque a la flota norteamericana en Hawái, el almirante Yamamoto era el enemigo público número uno para EE. UU. Además, era el estratega más innovador de la Marina Imperial. Era un firme defensor del portaaviones como columna vertebral de una flota de guerra moderna, frente a las opiniones de sus camaradas de armas, que seguían apostando por los acorazados.
Sus conocimientos militares también le hacían ser muy crítico con entablar una guerra con EE. UU. Era consciente de que su país solo saldría airoso si lograba victorias rápidas que obligaran a la Casa Blanca a negociar. Sabía que, en una guerra larga, no tendrían nada que hacer frente al gran potencial militar e industrial de su enemigo. Él conocía a la perfección estas fortalezas porque había sido agregado naval en la embajada japonesa en Washington.
Esta opinión, unida a las críticas a la alianza de Japón con Alemania, le hicieron valerse no pocos enemigos entre el resto de los oficiales de alto rango de la flota y del ejército imperiales.
Descifrando al enemigo
En la primavera de 1943, EE. UU. llevaba la iniciativa en la guerra en el Pacífico, con sus éxitos en la campaña de Guadalcanal y en las islas Salomón (al sureste de Papúa Nueva Guinea). Además de su potente flota y de sus aguerridos soldados y marines, los estadounidenses contaban con otra baza: Magic, el servicio de interceptación y descifrado de los diferentes códigos de comunicación militares japoneses, que ya había demostrado su eficacia en la batalla de Midway.
Yamamoto era consciente de que la guerra iba mal para Japón, y sus tropas necesitaban una inyección de moral. Así que decidió desplazarse hasta Rabaul, ciudad situada en una isla cercana a Nueva Guinea y principal base de Japón en la campaña de las islas Salomón. Desde allí, comandaría las operaciones en primera línea. Con esta voluntad de dar nuevos bríos a la situación, el almirante diseñó la operación I-Go, una ofensiva aérea pensada para causar graves daños a los aliados.
La acción tuvo lugar en la primera quincena de abril, pese al valor exhibido por los pilotos japoneses, sus esfuerzos no fueron suficientes y las pérdidas enemigas fueron limitadas. Aún y no lograr los objetivos deseados, Yamamoto quiso agradecer en persona el esfuerzo de sus aviadores, así que organizó una visita a varias bases en las islas de la región controladas por Japón. Se diseñó un detallado itinerario que el vicealmirante Tomoshige Samejima radió a las posiciones niponas. Fue un gran error, los estadounidenses estaban escuchando.
Operación Venganza
La detallada información no tardó en llegar a las altas esferas estadounidenses. La interceptación se produjo el 14 de abril, y la visita estaba prevista para cuatro días después. En EE. UU. se decidió de inmediato que había que lanzar una operación para matar a Yamamoto y vengar así la infamia vivida en Pearl Harbor. Quién dio la orden entre la cúpula estadounidense sigue siendo un secreto.
Se ha especulado si fue iniciativa del propio presidente Franklin D. Roosevelt o del secretario de Marina, Frank Knox. Pero destacados investigadores, como el historiador John Prados, apuntan a que fue el almirante Chester Nimitz, al mando de las fuerzas navales en el Pacífico, quien dio la orden de matar a Yamamoto.
Este secretismo se explica por las dudas morales que despertaba la operación. Por un lado, no estaba claro si ordenar el asesinato en particular de un enemigo violaba las leyes de la guerra. También se temía que un golpe tan audaz desvelaría que los estadounidenses conocían los códigos navales japoneses, lo que provocaría su modificación.
La misión de matar a Yamamoto recibió el nombre de Operación Venganza. Se estimó que el mejor momento para interceptar al almirante japonés sería a su llegada a Bougainville, la mayor isla del archipiélago de las Salomón. También se discutió sobre si valía la pena atacar a Yamamoto en tierra o en el aire. Se optó por esta segunda opción, ya que derribar su aparato en vuelo era la mejor garantía de que el almirante falleciera en la acción.
La distancia entre Guadalcanal y Bougainville era de unos 640 kilómetros en línea recta. Pero seguir esta ruta comprometía la misión, ya que se sobrevolaría posiciones japonesas que podían alertar de la incursión. Se optó por una ruta más larga –de 970 kilómetros– que se adentraba en el mar del Coral para evitar avistamientos indeseados.
Con la ruta decidida surgió el problema de qué aviones utilizar. Los cazas de la Marina no tenían alcance suficiente y los portaaviones no se podían acercar sin riesgo a ser detectados. Se tuvo que recurrir al escuadrón 339 del ejército de EE. UU. (la fuerza aérea todavía no era una rama autónoma en la estructura militar del país). Esta unidad contaba con cazas P-38 que sí podían alcanzar la zona por la ruta planeada.
La decisión puede parecer la más lógica, pero, en el momento, fue problemática por los recelos entre las diferentes ramas de las fuerzas armadas estadounidenses. Todas pugnaban por protagonizar las principales acciones de la guerra, y todos querían su cuota de protagonismo en la posible muerte de Yamamoto.
La misión la formarían dieciocho pilotos: cuatro compondrían el grupo de ataque y otros catorce darían escolta si se aproximaban cazas japoneses desde el aeródromo cercano de Kahili.
Emboscada en el aire
La Operación Venganza se puso en marcha el 18 de abril de 1943. Los P-38 despegaron de la base de Kukum, en Guadalcanal, con las primeras luces del alba, volando a muy poca altitud –a cincuenta pies, unos quince metros–. El mayor John W. Mitchell, el oficial al mando del ataque, explicó después que, al verse tan cerca de la superficie del mar, comenzó a contar tiburones.
Los P-38 llegaron al punto de intercepción poco antes de que aparecieran Yamamoto y su escolta. A los aviones no les quedaba mucho combustible, y confiaban en que el almirante nipón hiciera honor a su reconocida puntualidad. Pero surgió otro problema al avistar a los aparatos nipones. Estaban los previstos seis cazas de escolta, pero había dos bombarderos G4M Betty, cuando solo esperaban uno, ¿en cuál viajaba Yamamoto?
Mitchell ordenó atacar al grupo de cuatro cazas, que sorprendieron a los escoltas al aproximarse por detrás. Aprovechando la confusión, dos de los P-38 se lanzaron por los Bettys. En el transcurrir de esta lucha, uno de los transportes fue alcanzado y se desplomó en llamas sobre la jungla. Otro caza estadounidense alcanzó al siguiente Betty, y lo dio por derribado sobre el mar. Con los dos principales aparatos enemigos abatidos, los integrantes del Escuadrón 339 pusieron rumbo de regreso a sus bases.
Al día siguiente, el 19 de abril, tropas japonesas llegaron al lugar del derribo del primer avión y confirmaron la muerte de Yamamoto y el resto de ocupantes. El segundo aparato nipón abatido tuvo algo más de suerte, tres tripulantes habían sobrevivido. En total, otros dieciocho militares japoneses murieron en los dos derribos. Los estadounidenses perdieron un piloto y un avión, porque no calculó bien el combustible y desapareció en el vuelo de retorno.
Funeral de Estado
Japón no comunicó la muerte de Yamamoto hasta el 21 de mayo, cuando sus cenizas llegaron a Tokio. En la capital nipona se celebró un gran funeral de Estado, donde un millón de personas salieron a la calle para dar la última despedida a un marino tan respetado. EE. UU. estaba al corriente de su muerte, ya que Magic había dejado de detectar comunicaciones destinadas al almirante, y dedujeron que habían tenido éxito.
El derribo del avión de Yamamoto fue adjudicado al capitán Thomas G. Lanphier. Pero esta fue siempre una cuestión polémica, ya que su informe de la acción no cuadraba con el relato de otros implicados. Se disputaba el mérito con el teniente Rex T. Barber. En 1991, la fuerza aérea estadounidense acreditó el derribo a los dos aviadores, pero el debate sigue abierto.
El éxito de la Operación Venganza se celebró con discreción en EE. UU. Se presentó a la prensa como una acción fortuita, e incluso se realizaron varias incursiones aéreas en la zona para mantener la mascarada. Winston Churchill recriminó la acción a Roosevelt, porque consideraba un riesgo muy elevado revelar el conocimiento de las comunicaciones del enemigo por un objetivo que no consideraba vital para el desarrollo de la guerra.
Los japoneses sospecharon que sus comunicaciones estaban comprometidas, y lanzaron varios mensajes con informaciones falsas, pero los estadounidenses no cayeron en la trampa y mantuvieron su secreto a salvo. Al final, los nipones llegaron a la errónea conclusión de que el código que había sido comprometido era el del Ejército, e introdujeron cambios, pero no bastaron para dejar fuera de juego a Magic.
La verdad no se conoció hasta el final de la guerra. El 10 de septiembre de 1945, varios periódicos publicaron la noticia de Associated Press sobre cómo Magic había interceptado las comunicaciones japonesas y se había podido organizar la muerte del planificador de Pearl Harbor.
Fuente: La Vanguardia