Es necesario recordar la gran importancia que tiene la geopolítica para Rusia, ya que fue esta disciplina la que salvó nuestro país durante la década de 1990. En el momento en que se esfumó la ideología comunista quedó un vacío que pronto fue llenado por el liberalismo.
Alexander Dugin
Alexander Dugin
Es necesario recordar la gran importancia que tiene la geopolítica para Rusia, ya que fue esta disciplina la que salvó nuestro país durante la década de 1990. En el momento en que se esfumó la ideología comunista quedó un vacío que pronto fue llenado por el liberalismo.
El liberalismo era la ideología del bando ganador de la Guerra Fría, por lo que su aceptación por parte de los rusos fue lo mismo que admitir la derrota y rendirnos ante el poder de los vencedores. Yeltsin y especialmente su séquito se adhirieron acríticamente al liberalismo, siendo esto últimos abiertamente pro-occidentales. Por lo tanto, es mentira decir que no existe ninguna ideología dominante en Rusia. Sí existe y esa ideología es el liberalismo, ya que este nos fue impuesto después de la derrota. El hecho de que en la constitución rusa se diga que el Estado no tiene una “ideología oficial” no es más que un engaño dirigido contra las masas crédulas. Esta cláusula de la constitución únicamente sirvió como un medio para perseguir y criminalizar a las ideologías antiliberales que existían, como el comunismo, pero también el creciente nacionalismo de derechas que apareció a finales de la década de 1980.
Sin embargo, los vencedores, y especialmente los estadounidenses, no solo exigían el vasallaje ideológico de Rusia (el cual ya estaba garantizado), sino también el vasallaje estratégico. Fue por esa razón que la OTAN se expandió hacia el Este con la intención de arrebatarle a Rusia, que estaba desconcertada y aturdida en ese momento, todo lo que había perdido, empezando por Europa Oriental y las repúblicas postsoviéticas e incluso algunos territorios rusos (Chechenia, el Cáucaso Norte y la proclamación de independencia de Tatarstán, Bashkiria y Yakutia). La élite política de la década de 1990 estaba formada por liberales que colaboraban activamente en ese proyecto. No obstante, los militares tenían ideas muy distintas y empezó a surgir una especie de disonancia cognitiva al interior del Estado ruso. Hasta ese momento, los militares habían visto el mundo a través del prisma que les proporcionaba la confrontación ideológica y era esto lo que delimitaba la lucha a la hora de establecer quienes eran ellos y nosotros, nuestros amigos y nuestros enemigos. Era por medio de estas delimitaciones que se establecían las zonas, las regiones y las fronteras que hacían parte de las políticas de defensa nacional dirigidas a crear presupuestos, organizar programas educativos y mejorar el sistema de formación militar.
Pero, de repente, todo se derrumbó y la ideología comunista fue abolida e incluso prohibida (al menos durante un tiempo). La columna vertebral del ejército, como el organismo más importante al interior del Estado, se desplomó y las fuerzas armadas comenzaron a decaer.
Ahora bien, los militares comenzaron a preguntarse: si Occidente es un aliado, entonces ¿por qué la OTAN se expande hacia nuestras fronteras y apoya abiertamente el separatismo en Rusia? ¿Acaso los amigos actúan así? Por otra parte, si Occidente sigue siendo nuestro enemigo ahora que la ideología ha dejado de ser importante, ya que Rusia se ha convertido en una sociedad capitalista y en una democracia parlamentaria, ¿por qué continúan luchando contra nosotros?
Fue en ese preciso momento, a principios de la década de 1990, que la Academia del Estado Mayor, dirigida en ese entonces por el general Ígor Rodiónov (quien luego se convirtió en el ministro de Defensa) (1), descubrió la geopolítica. La geopolítica explicaba, sin partir de presupuestos ideológicos, que existía una confrontación abierta entre la civilización del Mar (Occidente, el atlantismo, el bloque de la OTAN y, en general, el mundo anglosajón) y la civilización de la Tierra (Eurasia, los bloques continentales, Rusia). El geopolítico inglés Halford Mackinder y el almirante estadounidense Alfred Mahan ya habían formulado estas ideas a principios del siglo XX y explicaron esta lucha por medio de esquemas, mapas y generalizaciones bastante simples que hacían énfasis en acontecimientos del pasado (como el Gran Juego entre Gran Bretaña y el Imperio Ruso) y sucesos posteriores (como el comportamiento de los países de la Entente durante la Guerra Civil rusa, el equilibrio de fuerzas en la Segunda Guerra Mundial y la política de bloques de la “Guerra Fría”). Además, la geopolítica (Mar vs. Tierra, Atlantismo vs. Eurasianismo, Talasocracia vs. Telurocracia, Globalismo vs. Continentalismo y Heartland) explicaban perfectamente todo lo que ocurrió tras el colapso de la URSS.
Fue por eso que durante la década de 1990 aparecieron dentro del Estado ruso dos polos opuestos de planificación estratégica global: en primer lugar, los liberales y occidentalistas, empezando por el primer ministro de Asuntos Exteriores de Yeltsin, Andréi Kózyrev, empezaron a decir que eran “atlantistas”, mientras que los militares, que debían defender el país y su soberanía (incluso en medio de las nuevas condiciones ideológicas), eran cada vez más partidarios de la geopolítica. Los militares no se hicieron defensores de la geopolítica porque fueran muy brillantes intelectualmente, sino porque necesitaban de un esquema simple que les permitiera comprender el mundo: ellos requerían de un mapa conceptual que les explicara de forma sencilla y clara lo que ocurría a nivel global cuando se trataba de enfrentamientos militares y estratégicos reales o posibles. Anteriormente, este mapa explicativo lo proporcionaba la ideología, con su lógica clara y transparente que decía que el campo socialista era nuestro amigo y el campo capitalista era nuestro enemigo. Pero en las nuevas condiciones que surgieron tras el colapso del mundo bipolar tal explicación se hizo inadecuada, mientras que todavía era necesario pensar y planificar según principios estratégicos.
En semejantes condiciones, la geopolítica se hizo relevante.
Ígor Rodiónov, que había insistido en la adopción de una perspectiva geopolítica cuando estuvo en la Academia del Estado Mayor y también cuando fue Ministro de Defensa, tuvo que enfrentarse directamente con los agentes pro-occidentales dentro del Gobierno de Yeltsin y eso llevó a que perdiera rápidamente su puesto. Sin embargo, la geopolítica siguió siendo importante para el ejército.
Mientras tanto, se hacía cada vez más evidente las contradicciones objetivas entre los liberales en el gobierno y la historia geopolítica de nuestro pueblo. Todo ello culminó en una serie de protestas sociales que se produjeron tras los acontecimientos de 1998, cuando la OTAN comenzó a bombardear Yugoslavia. El ministro de Asuntos Exteriores, Primakov, que era un realista pragmático, hizo que su avión diera media vuelta mientras sobrevolaba el Atlántico al enterarse de que la OTAN estaba bombardeando Serbia, negándose con ello a aterrizar en los Estados Unidos. No obstante, el liberalismo siguió dominando la política rusa y Yeltsin traicionó a Milosevic. Pero la geopolítica se hizo indispensable a los ojos de las fuerzas militares y de seguridad – así como entre los realistas de la élite gobernante – que empezaron a distanciarse de las fuerzas pro-occidentales y de los oligarcas, que habían quedado al descubierto.
El ascenso de Putin al poder fue el punto de inflexión que llevó a la “adopción abierta de la geopolítica”. El enfrentamiento entre los liberales (que controlaban el gobierno, como era el caso durante la época de Yeltsin) y los siloviki terminó oficialmente y Putin comenzó a seguir una línea geopolítica clara. De repente, la política exterior de Rusia comenzó a hacerse coherente, consistente y lógica. Se hizo claro quién era un amigo y quién un enemigo.
El globalismo, el atlantismo y la hegemonía estadounidense eran el enemigo, mientras que nuestros amigos eran todos aquellos que están a favor del mundo multipolar y se oponen al mundo unipolar. Por lo que la política exterior volvió a hacerse lógica.
Los militares por fin se sintieron aliviados y se dieron cuenta de que todo tenía sentido.
Pero la política interior y, peor aún, la economía seguían un rumbo distinto. Los liberales eran quienes dominaban estos sectores de la sociedad y Putin solo eliminó a los oligarcas más odiosos y peligrosos, dejando libre al resto de ellos, que continúan teniendo mucho poder hasta el día de hoy.
No obstante, nos estamos acercando al momento en el que se producirá la transferencia del poder del Estado. ¿Qué dirección tomará esta transferencia? Volver a la década de 1990 es bastante difícil de imaginar, pues implica dejar de lado la geopolítica (junto con la soberanía, la planificación estratégica, la multipolaridad, etc.). Ahora bien, ¿qué sucedería si no volvemos al pasado, sino que damos un paso en dirección a un futuro patriótico?
Si hacemos esto último, los fundamentos de la geopolítica no solo deberían aplicarse en el ámbito exterior, sino también en el ámbito interior. Putin todavía no ha hecho nada de esto y se ha dedicado a postergar esta transformación.
La actual represión de los agentes que trabajan para el extranjero no es nada más que una especie de calentamiento. El problema radica en que el liberalismo no simplemente coincide con el atlantismo, sino que en realidad son dos caras de la misma moneda. Por lo tanto, el hecho de que exista una élite liberal (aunque leal a Putin) en Rusia es una contradicción geopolítica irresoluble. Y la existencia de formas extremas de capitalismo, es decir, de liberalismo económico, son igualmente contradictorias.
Pero vamos a destacar un punto importante. En Rusia el ejército es una “entidad geopolítica colectiva” y Putin mantiene un diálogo constructivo con este “ente geopolítico”. Sin embargo, existe otro “ente geopolítico” mucho más espontáneo: el pueblo ruso. Y este último percibe intuitivamente que es necesario defender la soberanía de Rusia, su independencia y su poderío, los cuales son incompatibles con la economía, la cultura, la educación, los valores liberales, etc. Dar un paso hacia adelante significa antes que nada reconocer plenamente las leyes de la geopolítica en todos los ámbitos y esto no puede reducirse solamente al ejército. La sociedad exige dos cosas:
La ideología liberal no es compatible con ninguno de estos dos puntos.
A nivel estratégico, el liberalismo es una forma de traición y siempre termina trabajando para el enemigo (es un ataque contra el patriotismo).
En el plano ideológico y económico menoscaba la identidad colectiva (ataca la autoconciencia que tiene el pueblo de sí mismo y la justicia social).
Si el traspaso de poder sigue una dirección patriótica, entonces el “momento geopolítico” que surgió con Putin dará paso a una “era de la geopolítica” rusa. La geopolítica se convertirá no sólo en algo externo, sino también interno. Y todo será como debería ser.
Notas del Traductor:
1. Ígor Nikoláievich Rodiónov fue un general ruso y diputado de la Duma. Es principalmente conocido por ser un notable político de la llamada «línea dura» y por sus servicios al frente del Ministerio de Defensa de la Federación Rusa en la década de 1990.
2. Andréi Vladímirovich Kózyrev es un político y diplomático de Rusia, Ministro de Asuntos Exteriores de Rusia. Hijo de un diplomático ruso, se graduó en el Instituto Estatal de Relaciones Internacionales de Moscú en 1973, sirvió como diplomático para la Unión Soviética. En octubre de 1991, fue designado por el presidente de Rusia, Borís Yeltsin, ministro de Asuntos Exteriores. Hoy en día vive en Miami, junto con su familia, y es conocido por criticar al gobierno ruso de Vladimir Putin.