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La localidad extremeña de Medellín pide a México repatriar los restos de Hernán Cortés por la "deriva anti-española"

Elespiadigital | Miércoles 13 de octubre de 2021

El alcalde de Medellín (Badajoz), Valentín Pozo, ha enviado una carta a la embajadora de México en España, María Carmen Oñate Muñoz, en la que, antes de que los restos puedan ser "profanados", se acuerde con las autoridades españolas su "repatriación" a la localidad que lo vio nacer. En la misiva, el regidor traslada su "profunda preocupación" por la "deriva anti-española" en México y teme que, ante el aumento del "clima de tensión", los restos de Hernán Cortés pudieran llegar a ser profanados.

En un comunicado emitido por este ayuntamiento pacense, con motivo del Día de la Hispanidad, el regidor, del PSOE, muestra su preocupación por las noticias "muy desalentadoras" que llegan desde México desde hace meses.

Lejos de intentar plantear ninguna polémica jurídica o política entre países, el alcalde aclara que desde su ayuntamiento se "está trabajando intensamente por reforzar los lazos de unión con Hispanoamérica". Y pone como ejemplo "el hermanamiento del Medellín pacense con los distintos municipios denominados Medellín ya no solo en América, sino también con el ubicado en Filipinas".

Sin embargo, Valentín Pozo lamenta la corriente de pensamiento que "está tratando de reescribir la historia respecto del proceso colonizador emprendido por la corona de Castilla carece totalmente de sentido". En este sentido, sugiere que a este proceso histórico hay que acercarse de manera "objetiva" y dejar atrás los intereses "partidistas" con el fin de "aprender de nuestro pasado" para "construir un futuro de paz y concordia entre los pueblos que en su día conformaron uno de los imperios más extensos y diversos del mundo".

Por último, el alcalde ha manifestado que "lo que más le gustaría es que se respetara el expreso deseo del conquistador español y sus restos pudieran seguir descansando en el continente americano" pero reitera que ante el temor de que puedan ser ultrajados, prefiere, en último caso, que puedan ser trasladados a su localidad de nacimiento, Medellín.

Hernán Cortés nació en la villa de Medellín en 1484 o 1485 (fecha sin determinar de manera concluyente por parte de los historiadores), hijo único de una familia de linaje hidalgo, siendo sus padres Martín Cortés de Monroy y Catalina Pizarro Altamirano. Fallecería el 2 de diciembre de 1547 en Castilleja de la Cuesta mientras se dirigía a Sevilla con el propósito de embarcar, pero sus restos fueron llevados a México por disposición de su testamento, donde reposan, actualmente, en el Hospital de Jesús, en México D.F.

"España fue la primera que se creyó la leyenda negra y la crueldad del legado español"

Rodrigo Alés

Un año más, España, o parte de ella, celebra su fiesta del 12 de octubre. Eso significa que, un año más, vuelve la polémica sobre su papel en la conquista y colonización de América. Al otro lado del Atlántico, el asunto está quizá más candente que nunca. El presidente mexicano, Andrés Manuel López Obrador, insiste en que Felipe VI pida perdón, mientras los monumentos que recuerdan a los exploradores, conquistadores y misioneros españoles se han convertido en blanco recurrente de jóvenes manifestantes o de gobiernos locales, que los apartan del espacio público ante la presión popular. Las estatuas de Colón e Isabel la Católica en Bogotá fueron los últimos ejemplos de una lista que no cesa de crecer.

Desde el país cafetalero, el escritor Enrique Serrano, director del Archivo General de la Nación de Colombia y autor de obras como 'La marca de España' o 'Colombia, historia de un olvido', denuncia el revisionismo y reivindica un relato diferente de cuatro siglos de imperio español. Profesor de la Universidad del Rosario y ganador del premio Juan Rulfo, que otorga Radio Francia Internacional, Serrano conversa con El Confidencial sobre la crisis de identidad española en las Américas.

PREGUNTA. ¿Por qué sigue siendo tan polémica la herencia española en América Latina?

RESPUESTA. La asimilación de la historia ha sido muy parcial, en cierto modo entrecortada. Por la forma en que se ha narrado a los pueblos latinoamericanos esa historia, todavía no tienen libertad, madurez ni profundidad suficiente como para que entender el hecho particular de que somos hispánicos, hispanohablantes y provenientes de una catolicidad que duró siglos. Ese hecho, desigual en Perú, Bolivia, Colombia o en México, no ha tenido la oportunidad de ser valorado suficientemente para que no sea objeto de manipulación política.

Habría que investigar ese uso político de la historia que impide una captación tranquila o serena de datos absolutamente básicos, como que la inmensa mayoría habla español y solo español o que la cultura nacional en la mayor parte de las naciones hispanoamericanas tiene mucho que ver con lo hispánico aunque, por supuesto, haya mestizaje. Aquí es casi un pecado decir que nuestra sociedad se parece más a la Andalucía del siglo XV que a los antiguos imperios aborígenes. Cosas que durante largo tiempo fueron obvias y se daban como el paradigma de una forma de hispanidad, ahora parecen estar en entredicho.

P. ¿Y por qué cree que eso se pone en cuestión ahora?

R. Hay razones derivadas de la forma en que la política, los medios y todas las innovaciones tecnológicas están cayendo encima del ciudadano latinoamericano. Hay una sobrecarga de opiniones que produce una sensación de pasmo, casi de parálisis de una opinión racional. Todo remite a sentimientos, emociones. Se ha vuelto muy primaria la asimilación de la historia.

Y hay una obsesión con la memoria. Varios autores han hablado de esa especie de exceso de convertir todo en memoria y de que la memoria intoxica en alguna forma, porque ya no se refiere a hechos objetivos sino a una victimización progresiva de las sociedades latinoamericanas. Especialmente, por supuesto, de los más pobres, los más vulnerables, que han estado siempre al margen de los beneficios en la mayor parte de nuestras naciones.

Siempre será más fácil abrazar el lado de la víctima y se asigna a otros la culpa de nuestros propios males. Esa victimización es una estrategia política muy eficiente. Se usa en muchos lugares del mundo y se convierte en el tejido perverso con el que se acaba haciendo un nacionalismo de pacotilla que no resiste un examen riguroso. Hoy no es fácil decirlo, pero presentarnos a los latinoamericanos como víctimas es una exageración injusta, no solo con España, sino con lo que hemos sido durante siglos aquí. Algunos historiadores ya habían establecido que la responsabilidad fundamental de nuestros males es nuestra y no de quienes trajeron la religión y la lengua.

P. Pero es cierto que durante mucho tiempo hubo una explotación laboral de los indígenas y eso costó muchas vidas.

R. Quienes los explotaban eran los propios criollos. No hay duda de que los indianos que se establecieron aquí formaron una serie de estrategias de privilegio, pero eso no venía directamente del imperio español. En realidad, salvo en México y Perú, la perspectiva de enriquecimiento efectivo para España solo existió por una serie de ventajas estratégicas que el mundo les dio. El oro y la plata no tenían para los aborígenes el valor que tenían para los europeos como medio de cambio. Entonces, cada quien procede históricamente de acuerdo con las prioridades.

No se puede inferir de eso la victimización absoluta de las sociedades hispánicas, la maldición del pasado y la iconoclastia irracional y absurda que estamos viviendo. Faltan por reivindicar cosas que nacieron en el mundo mestizo y en los mundos híbridos que se fueron creando en América. Y no niego que hubo explotación y abusos, pero eso no debe llevarnos a maldecir todo lo anterior como un camino fallido.

P. Sin embargo, en México, Colombia y otros países, los monumentos que recuerdan la herencia española siguen siendo atacados o retirados. ¿Por qué?

R. Las minorías violentas que tenían ese deseo desde hace años han pasado a la acción. Ahora se sienten dueñas de la situación. Pero son minorías intransigentes. La mayoría, que está acostumbrada a reconocerse en esos símbolos, las mira pasmada. Si pregunta aquí a 100 personas, 80 o 90 le dirán que no hay necesidad de derribar estatuas. Eso es un absurdo.

Hay una desacralización, una laicización un poco violenta, creo yo, de poblaciones que eran religiosas y tenían una forma de vida relativamente conservadora. Como sucedió en la Primavera Árabe, hay una especie de lucha generacional, en la que unos jóvenes precarios, impetuosos e irreflexivos llevan a efecto sus proezas en desmedro de lo que valoraron las generaciones anteriores. Esta lucha generacional, muy amarga en algún sentido, se encuentra muy afincada en las redes sociales, que han creado una ficción de poderío que vuelve un poco fanático y fascista a todo el que defiende su opinión con vehemencia, como si eso bastara para imponerse en el mundo.

P. ¿Y qué le parece cómo se maneja este asunto desde España?

R. España está en esa misma condición vergonzante, pero empieza a reaccionar. La propia España fue la primera que se creyó el cuento de la leyenda negra y de la crueldad intrínseca del legado español. Si esto mismo pasara con las estatuas de George Washington en los Estados Unidos habría una reacción inmediata, y puede que incluso desde Gran Bretaña se pusiera en claro que los valores con los que los padres fundadores crearon su exitosa nación fueron valores británicos.

En mi libro 'Colombia, historia del olvido', reivindico que los siglos XVI, XVII y XVIII fueron de formación silenciosa y discreta de la nación colombiana. Son los siglos de nuestros padres fundadores. Solo que, a diferencia de los Estados Unidos, no tienen reconocimiento porque hablaban español y eran católicos. Fueron los que permitieron que sus hijos aborígenes aprendieran español en los monasterios y vivían un patrón de vida muy ligado con la Andalucía de los siglos XV y XVI. Se aprecia en la arquitectura, en la organización familiar. Se seguían comiendo papa y maíz, pero se comían otras muchas cosas y los hábitos de vida son más hispánicos que nativos. Se vestían más como un arriero andaluz o extremeño que como un aborigen.

El modelo hispánico fue exitoso. Floreció y sirvió durante siglos para hacer la vida y la cultura. Eso es lo que España aún no explica de América. Yo viajé allí a preguntar por la transición de los cristianos nuevos que habían emigrado a América. No lo habían investigado. Se quedaron en la expulsión de los moriscos. Esas cosas han hecho que en las dos orillas del océano la historia haya quedado sin narrar. No ha sido objeto de comprensión, porque España ha tenido otras preocupaciones y porque ha habido una ideologización de la historia.

Algunos aquí hemos intentado defender nuestra hispanidad, y no soy un defensor de España, sino de nuestra propia forma de hispanidad, de lo que hemos sido durante siglos, de unas formas mestizas de hispanidad que, con sus defectos y contradicciones, lograron sacar adelante las naciones que hoy somos.

P. ¿Y a qué atribuye ese desinterés desde España?

R. España se sintió abrumada durante siglos por la propaganda francesa y británica. En los siglos XIX y XX, hubo un bombardeo poderoso sobre un imperio en retirada. Luego vinieron la Guerra Civil, el franquismo, la Transición y el marxismo. Desde la perspectiva marxista, que privilegia la historia económica sobre la social o la cultural, España habría fracasado. Y resulta que no fracasó. Tiene más de 500 millones de hispanohablantes y sociedades con mucho futuro y con mucha fuerza.

España ya no es el bastión y la metrópoli de la hispanidad, pero sigue representando el eje desde el cual los hispanohablantes tienen futuro. Y no solo tiene que ver con la lengua, sino con los elementos constitutivos de una forma particular de ser que resulta muy atractiva incluso para gentes de otras culturas y nosotros no hemos sabido ver.

P. El tema de la conquista de América estuvo muy presente en la reciente convención nacional del Partido Popular. ¿La siguió?

R. Sí, en Colombia el tema tuvo mucho protagonismo. También lo que dijo Isabel Díaz Ayuso en Estados Unidos. Este tema está por primera vez en la palestra pública, pero como esos comentarios están adscritos a lo que algunos llaman los fascistas de la ultraderecha española, se produce una deformación política de un asunto que debería ser tratado por académicos y personas más neutrales. No se ve todavía la serenidad para discutir esto de una manera sobria.

P. ¿Y usted qué opina? ¿Debe el rey de España pedir perdón a los indígenas por la conquista, como le reclama el presidente de México?

R. Por supuesto que no. Nadie puede ni debe pedir disculpas por la historia. ¿Deben entonces pedir perdón los mongoles por Gengis Kan? México fue uno de los países más favorecidos por la presencia hispánica y López Obrador es un blanco que pudo acceder al poder por su condición de élite en un país muy racializado. Pretender que toda la sociedad se revise a sí misma desde una perspectiva culposa es inútil.