Estimados lectores, ya de entrada les aviso que tengan mucho cuidado con lo que voy a decir. Mi gran ‘pecado’ es que soy ruso, quien nació y vive en Moscú. Pero, lo que es más grave aún, es que trabajo para el medio gubernamental ruso que se llama ‘Sputnik’. Una agencia que los grandes medios españoles califican como un “arma de desinformación en manos del régimen de Vladímir Putin”. Ahora que dejo ese hueso a roer a quienes así etiquetan a los periodistas rusos, y hasta parece que llegan a formar un rechazo generalizado hacia toda la nación –una práctica que evoca en la memoria las políticas antisemitas de la Alemania nazi, las de etiquetar a los judíos con la estrella amarilla–, me dirijo a los que tienden a mirar más allá de las etiquetas y centrarse en la esencia de lo que se dice, en vez de en quién lo dice.
El motivo para escribir este artículo es mi perplejidad ante la cobertura que se da en los principales medios españoles –y no sólo españoles– en torno a la presente escalada entre –llamémoslo así– Occidente y Rusia. Una escalada que, según los medios ‘mainstream’, se debe, entre otras explicaciones, al resurgimiento del ‘imperialismo ruso’, donde el objetivo del Kremlin es, tras hacerse con Ucrania, ir a por el resto de Europa. Se explica que es por ello que está fortaleciéndose militarmente, al tiempo que se afirma que la reincorporación de Crimea a Rusia –un hecho que se califica en Occidente como “anexión”– fue un ‘coming out’ de Moscú que dejó al desnudo sus planes expansionistas.
Pero basta con echar tan sólo un vistazo al mapa para descubrir que quien padece el expansionismo es la OTAN, al tiempo que un breve repaso de sus actividades –entre ellas las agresiones contra Yugoslavia e Irak, sin ni siquiera contar con autorización de la ONU– permitirá diagnosticar que también padece un fuerte belicismo.
En contra de la promesa que se le dio al exlíder soviético Mijaíl Gorbachov –quien aceptó la reunificación de Alemania a cambio de que la Alianza Atlántica no se expandiera hacia el Este–, el bloque militar siguió su avance, a punto tal que sus soldados, sus armamentos y sus infraestructuras casi que están tocando las puertas de Rusia.
Desde el golpe de Estado de 2014 en Ucrania –la toma violenta de poder protagonizada por personalidades como Victoria Nuland, en aquel entonces asesora del Departamento de Estado norteamericano, quien repartía bollos y galletas entre los manifestantes de la llamada ‘revolución de la dignidad’–, se instalaron en Kiev unas autoridades brutalmente antirrusas. Esta fue la causa del surgimiento de lo que se conoce ahora como las autoproclamadas repúblicas populares de Donetsk y Lugansk, así como de la separación de Crimea de Ucrania. Unos hechos que obedecen al rechazo de la población de estos territorios a seguir las políticas de ruptura y enemistad con Rusia, en contra de las relaciones de buena vecindad y de beneficio mutuo que existían entre las partes desde la independencia de Ucrania en 1991.
El nuevo Gobierno golpista planteó, asimismo, el ingreso del país a la OTAN, algo que creaba el riesgo de que la Alianza Atlántica se instalara en Crimea, la península que alberga la Flota rusa del mar Negro desde que la emperatriz Catalina la Grande ganara este territorio al Imperio Otomano en el siglo XVIII. Este riesgo lo denunció el presidente Vladímir Putin, cuyas palabras de que los misiles de la OTAN, en caso de que sean colocados en territorio ucraniano, ni siquiera necesitarán 10 minutos para alcanzar el Kremlin, son la mejor explicación del porqué de la extrema preocupación de Moscú por el avance del bloque.
Ante esta preocupación, se le responde a Rusia que, primero, la OTAN es una estructura pacifista que, según su secretario general, se dedica a difundir “la libertad y la democracia”. Los mencionados casos de Yugoslavia e Irak, así como muchos otros, entre ellos Siria, constituyen una excelente ilustración al respecto.
Segundo, se le dice a Rusia que la OTAN en ningún momento se comprometió formalmente a no expandirse más allá de la Alemania reunificada, ridiculizándose este argumento de la parte rusa. Bueno, si no cumplir la palabra es ridículo para Occidente, esto dice mucho de sus valores. Y como queda demostrado que sus promesas verbales no valen nada, el mandatario ruso acaba de invitar a EEUU y la OTAN a firmar los documentos que garanticen la seguridad de todas las partes. Los planteamientos de Moscú, cuyo objetivo es justamente rebajar las tensiones y evitar un enfrentamiento directo, están expuestos en los borradores del tratado y el acuerdo sobre garantías de seguridad, unos documentos que envió, tanto a Washington, como a la Alianza Atlántica. Su revelador silencio ante estas propuestas rusas es otro hecho que lo dice todo respecto a las intenciones ‘pacifistas’ de Occidente.
Por último, se le dice a Rusia que, sea como sea, Ucrania es una nación soberana que tiene el derecho a decidir sus alianzas militares sin tomar en consideración las preocupaciones de Moscú. Y esto es otra falacia, al igual que los demás argumentos citados. Y es que su ingreso a la OTAN significaría violar lo acordado en el marco de la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa, un enorme organismo que incluye a todos los países de Europa y más allá, donde entre sus integrantes también está EEUU. Entre otros compromisos, sus miembros acordaron que nadie fortalecerá su seguridad a expensas de la seguridad de los demás.
Estas cosas tan simples y tan obvias son las que no encuentro en las portadas internacionales, donde lo que sí encuentro es el cuento sobre la inminente ‘invasión rusa a Ucrania’. Los artículos de la prensa occidental al respecto parecen unos auténticos reportes de guerra, donde sus corresponsales hasta muestran las infraestructuras subterráneas de Kiev que salvarían a sus habitantes ante la inevitable agresión rusa.
Lo que a mí me impacta desde Rusia es que este discurso de pánico y de histeria contrasta brutalmente con lo que encuentra en los medios nacionales un ciudadano ruso. El mejor resumen del mensaje central de la prensa rusa para sus ciudadanos son las recientes palabras de la Cancillería rusa, que calificó como "inaceptable el mero hecho de pensar en una guerra con el pueblo" de Ucrania.
De manera que el discurso de guerra sólo existe en la prensa dominante. Un discurso que crea la sensación de una guerra inevitable y necesaria contra Rusia. ¿Irán los periodistas que lo promueven a los campos de batalla? ¿O, al igual que sus políticos, se quedarán en casa, al tiempo que todo el peso caerá sobre los ciudadanos de a pie, a los que parecen ver como carne de cañón en sus aventuras bélicas?
Ojalá no se llegue a estos extremos, pero me sentí obligado a terminar así de duro para que la gente empiece a pensar quiénes realmente están desinformando, y con qué objetivos.
Víctor Ternovsky
Periodista
Publicado en El Confidencial Digital
Estimados lectores, ya de entrada les aviso que tengan mucho cuidado con lo que voy a decir. Mi gran ‘pecado’ es que soy ruso, quien nació y vive en Moscú. Pero, lo que es más grave aún, es que trabajo para el medio gubernamental ruso que se llama ‘Sputnik’. Una agencia que los grandes medios españoles califican como un “arma de desinformación en manos del régimen de Vladímir Putin”. Ahora que dejo ese hueso a roer a quienes así etiquetan a los periodistas rusos, y hasta parece que llegan a formar un rechazo generalizado hacia toda la nación –una práctica que evoca en la memoria las políticas antisemitas de la Alemania nazi, las de etiquetar a los judíos con la estrella amarilla–, me dirijo a los que tienden a mirar más allá de las etiquetas y centrarse en la esencia de lo que se dice, en vez de en quién lo dice.
El motivo para escribir este artículo es mi perplejidad ante la cobertura que se da en los principales medios españoles –y no sólo españoles– en torno a la presente escalada entre –llamémoslo así– Occidente y Rusia. Una escalada que, según los medios ‘mainstream’, se debe, entre otras explicaciones, al resurgimiento del ‘imperialismo ruso’, donde el objetivo del Kremlin es, tras hacerse con Ucrania, ir a por el resto de Europa. Se explica que es por ello que está fortaleciéndose militarmente, al tiempo que se afirma que la reincorporación de Crimea a Rusia –un hecho que se califica en Occidente como “anexión”– fue un ‘coming out’ de Moscú que dejó al desnudo sus planes expansionistas.
Pero basta con echar tan sólo un vistazo al mapa para descubrir que quien padece el expansionismo es la OTAN, al tiempo que un breve repaso de sus actividades –entre ellas las agresiones contra Yugoslavia e Irak, sin ni siquiera contar con autorización de la ONU– permitirá diagnosticar que también padece un fuerte belicismo.
En contra de la promesa que se le dio al exlíder soviético Mijaíl Gorbachov –quien aceptó la reunificación de Alemania a cambio de que la Alianza Atlántica no se expandiera hacia el Este–, el bloque militar siguió su avance, a punto tal que sus soldados, sus armamentos y sus infraestructuras casi que están tocando las puertas de Rusia.
Desde el golpe de Estado de 2014 en Ucrania –la toma violenta de poder protagonizada por personalidades como Victoria Nuland, en aquel entonces asesora del Departamento de Estado norteamericano, quien repartía bollos y galletas entre los manifestantes de la llamada ‘revolución de la dignidad’–, se instalaron en Kiev unas autoridades brutalmente antirrusas. Esta fue la causa del surgimiento de lo que se conoce ahora como las autoproclamadas repúblicas populares de Donetsk y Lugansk, así como de la separación de Crimea de Ucrania. Unos hechos que obedecen al rechazo de la población de estos territorios a seguir las políticas de ruptura y enemistad con Rusia, en contra de las relaciones de buena vecindad y de beneficio mutuo que existían entre las partes desde la independencia de Ucrania en 1991.
El nuevo Gobierno golpista planteó, asimismo, el ingreso del país a la OTAN, algo que creaba el riesgo de que la Alianza Atlántica se instalara en Crimea, la península que alberga la Flota rusa del mar Negro desde que la emperatriz Catalina la Grande ganara este territorio al Imperio Otomano en el siglo XVIII. Este riesgo lo denunció el presidente Vladímir Putin, cuyas palabras de que los misiles de la OTAN, en caso de que sean colocados en territorio ucraniano, ni siquiera necesitarán 10 minutos para alcanzar el Kremlin, son la mejor explicación del porqué de la extrema preocupación de Moscú por el avance del bloque.
Ante esta preocupación, se le responde a Rusia que, primero, la OTAN es una estructura pacifista que, según su secretario general, se dedica a difundir “la libertad y la democracia”. Los mencionados casos de Yugoslavia e Irak, así como muchos otros, entre ellos Siria, constituyen una excelente ilustración al respecto.
Segundo, se le dice a Rusia que la OTAN en ningún momento se comprometió formalmente a no expandirse más allá de la Alemania reunificada, ridiculizándose este argumento de la parte rusa. Bueno, si no cumplir la palabra es ridículo para Occidente, esto dice mucho de sus valores. Y como queda demostrado que sus promesas verbales no valen nada, el mandatario ruso acaba de invitar a EEUU y la OTAN a firmar los documentos que garanticen la seguridad de todas las partes. Los planteamientos de Moscú, cuyo objetivo es justamente rebajar las tensiones y evitar un enfrentamiento directo, están expuestos en los borradores del tratado y el acuerdo sobre garantías de seguridad, unos documentos que envió, tanto a Washington, como a la Alianza Atlántica. Su revelador silencio ante estas propuestas rusas es otro hecho que lo dice todo respecto a las intenciones ‘pacifistas’ de Occidente.
Por último, se le dice a Rusia que, sea como sea, Ucrania es una nación soberana que tiene el derecho a decidir sus alianzas militares sin tomar en consideración las preocupaciones de Moscú. Y esto es otra falacia, al igual que los demás argumentos citados. Y es que su ingreso a la OTAN significaría violar lo acordado en el marco de la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa, un enorme organismo que incluye a todos los países de Europa y más allá, donde entre sus integrantes también está EEUU. Entre otros compromisos, sus miembros acordaron que nadie fortalecerá su seguridad a expensas de la seguridad de los demás.
Estas cosas tan simples y tan obvias son las que no encuentro en las portadas internacionales, donde lo que sí encuentro es el cuento sobre la inminente ‘invasión rusa a Ucrania’. Los artículos de la prensa occidental al respecto parecen unos auténticos reportes de guerra, donde sus corresponsales hasta muestran las infraestructuras subterráneas de Kiev que salvarían a sus habitantes ante la inevitable agresión rusa.
Lo que a mi me impacta desde Rusia es que este discurso de pánico y de histeria contrasta brutalmente con lo que encuentra en los medios nacionales un ciudadano ruso. El mejor resumen del mensaje central de la prensa rusa para sus ciudadanos son las recientes palabras de la Cancillería rusa, que calificó como "inaceptable el mero hecho de pensar en una guerra con el pueblo" de Ucrania.
De manera que el discurso de guerra sólo existe en la prensa dominante. Un discurso que crea la sensación de una guerra inevitable y necesaria contra Rusia. ¿Irán los periodistas que lo promueven a los campos de batalla? ¿O, al igual que sus políticos, se quedarán en casa, al tiempo que todo el peso caerá sobre los ciudadanos de a pie, a los que parecen ver como carne de cañón en sus aventuras bélicas?
Ojalá no se llegue a estos extremos, pero me sentí obligado a terminar así de duro para que la gente empiece a pensar quiénes realmente están desinformando, y con qué objetivos.
Víctor Ternovsky
Periodista
Publicado en El Confidencial Digital