El periodista Pedro Vallín ha escrito un artículo dirigido contra el exvicepresidente Pablo Iglesias, pero que ataca también a buena parte de la izquierda nacional e internacional. Los califica de “Izquierda Isengard”, echando mano de un término de El Señor de los Anillos, a partir del cual intenta construir un análisis geopolítico. Para entender la polémica no es necesario leer el texto de Vallín porque a continuación lo desgranaremos con más claridad de la que tiene el artículo original. También explicaremos todas las referencias imprescindibles, tanto las geopolíticas como las fantásticas, por si el lector no está familiarizado con las obras de Pedro Baños y Tolkien (lecturas que sí son recomendables).
Hásel-Paris Álvarez
Hásel-Paris Álvarez
El periodista Pedro Vallín ha escrito un artículo dirigido contra el exvicepresidente Pablo Iglesias, pero que ataca también a buena parte de la izquierda nacional e internacional. Los califica de “Izquierda Isengard”, echando mano de un término de El Señor de los Anillos, a partir del cual intenta construir un análisis geopolítico. Para entender la polémica no es necesario leer el texto de Vallín porque a continuación lo desgranaremos con más claridad de la que tiene el artículo original. También explicaremos todas las referencias imprescindibles, tanto las geopolíticas como las fantásticas, por si el lector no está familiarizado con las obras de Pedro Baños y Tolkien (lecturas que sí son recomendables).
Para Vallín, todo comenzó el día en que Julio Anguita (Dios lo tenga en su gloria), Manolo Monereo (exdiputado) y Héctor Illueca (exdirector de Inspección de Trabajo) escribieron este artículo sobre el gobierno populista italiano (2018-2019). Aquel gabinete fue particularmente polémico, porque ponía a trabajar juntos a “populistas de izquierda” (el Movimiento Cinco Estrellas de Di Maio) y “populistas de derecha” (la Liga de Salvini). Lo cual resultaba intolerable para las élites académicas y económicas de la izquierda y la derecha.
Dicho gobierno aprobó el Decreto Dignidad un paquete de medidas contra la precariedad laboral, la deslocalización empresarial y la ludopatía. Anguita, Monereo e Illueca lo valoraron positivamente. Una osadía que les valió ser despellejados a manos de la progresía bienpensante. Entre ella estaba Vallín.
A estos tres se les tachó de “rojipardos”, algo así como ser “rojo” y “facha” a la vez. Desde entonces, “rojipardo” es el término de referencia de progres (y liberales) para denostar a todo aquel que cree en abolir la pobreza, pero no necesariamente en abolir la familia, la Semana Santa, los géneros o las fronteras. Es decir, para denostar a cualquier persona medianamente normal.
El Señor de los rojipardos
Tiempo después llegó la guerra de Ucrania. O mejor dicho, Rusia entró en la guerra civil ucraniana que - a mi modo de ver- llevaba años en marcha. O mejor dicho aún, se desencadenó la guerra entre Rusia y la OTAN, auténtica instigadora de todo este conflicto, bajo dirección de Estados Unidos.
El relato puede variar según el punto de vista, pero lo que se ha instaurado en la mayor parte del arco mediático y político es un discurso único : la OTAN es el bien, y quien lo dude está con Putin. “El que no está con nosotros está contra nosotros”, era el lema neocon de Bush hijo y es el lema progre de Vallín.
Vallín no es el primero en darle un tinte político a las dos torres; Tolkien también lo hizo, aunque siempre lo negó
Pero buena parte de la izquierda rechaza esta burda trampa. Desde los podemitas a los chavistas, desde los grillini italianos a los insumisos franceses. Se niegan a convertir a Ucrania en un polvorín y en la antesala de una tercera guerra mundial nuclear. Se niegan a hacer de Europa un yermo industrial y un secarral energético. Piden neutralidad en lo militar y piden soberanía en lo económico.
Entre estos disidentes, por cierto, están Monereo e Illueca, ¡los “rojipardos” primigenios! Así que Vallín lo vio claro: la jugada maestra está en vincular la absurda acusación de “rojipardo” con la absurda acusación de “putinista”. Al fin y al cabo, ¿no es Putin el gran “rojipardo”? La derecha dice que es un rojo neo-soviético y la izquierda que es un facha neo-zarista .
Vallín ha tenido la misma ocurrencia que Pablo Stefanoni y Santiago Alba Rico (autores, por lo demás, muy interesantes). Ellos han intentado popularizar los conceptos "izquierda tanquista" e "izquierda estalibán" (de “Stalin” y “talibán”, no me digan que no es ingenioso).
Toda esta gracieta sirve para ocultar algo menos divertido: que este grupete de autores siempre ha apoyado las intervenciones criminales de la OTAN. Desde Afganistán hasta Libia. Eso sí, con una perspectiva muy, muy de izquierdas. ¡Por el pluralismo en Afganistán y los Derechos Humanos en Libia! Obviamente, las intervenciones de la OTAN empeoraron el pluralismo en Afganistán y los Derechos Humanos en Libia. El chiste son ellos, pero la gracieta no se la quita nadie.
La izquierda Isengard
Como Vallín quería tener su gracieta propia, ha recurrido a su arsenal de referencias pop (en este caso, las películas de “El Señor de los Anillos”) para acuñar el término “Izquierda Isengard”. Isengard es, en la obra de Tolkien, una fortaleza en cuya torre mora el mago Saruman. Los magos son, en principio, sabios y benevolentes, pero Saruman decide aliarse con Sauron, el malo malísimo de la historia, que reina desde otra torre en Mordor, el país de los orcos. Así se unen “Las Dos Torres”: el mago Saruman en Isengard y el malvado Sauron en Mordor. Este pacto repugna a otro mago, Gandalf, enemigo jurado de Sauron y ahora también de su ex-colega mágico Saruman. Gandalf luchará junto al reino de los humanos (Gondor) y junto al resto de razas (elfos, enanos y hobbits). ¡Hasta aquí los conocimientos necesarios sobre la obra de Tolkien!
En la pretenciosa metáfora de Vallín, los magos serían la izquierda. La “izquierda rojiparda” sería el mago Saruman de Isengard. La “izquierda Isengard”, que se alinea con Sauron de Mordor, que Vallín identifica con Moscú y Pekín, por aquello de que Mordor está en el Este y son muy, muy malos. Sus habitantes son orcos; subhumanos, tal y como predicaba el racismo anglo-germano que hereda la OTAN. Y a los orcos se les puede sancionar, se puede atentar contra sus ciudadanos e incluso se les puede exterminar colectivamente con armas atómicas.
Vallín no es el primero en darle un tinte político a las dos torres. Tolkien también lo hizo, aunque siempre lo negó. Isengard retrataba el nazismo y Mordor el bolchevismo. En Isengard, como en el Tercer Reich, se talan los árboles para dejar paso a la industria armamentística, a la vez que se intenta forjar una nueva raza de super-soldados. En Mordor, como en la URSS, un ojo omnipresente instaura el pensamiento colectivo en una tierra hostil y sin fe. Así lo veía Tolkien. Es posible que hoy viese la industria de la muerte y el ojo de fuego mejor representados en la OTAN: el complejo militar-industrial yanki y su organización de espionaje global five-eyes.
Pero, por aquel entonces, el gran temor de Tolkien (y de muchos liberal-conservadores británicos) era una unión entre las dos torres totalitarias de Hitler y Stalin. Un miedo que podía tener sentido en 1937 (cuando se empezó a escribir El Señor de los Anillos), pero que es ridículo en pleno 2022, cuando ambas torres han caído y no queda ni rastro de fascistas o comunistas.
Y sin embargo ahí sigue Vallín, hablando de “rojipardos” y alertando sobre la unión de dos torres: “la internacional izquierdista i-liberal” (en Alemania, Francia, Italia o España) con “la derecha i-liberal de Polonia, Italia, Suecia o España”. Esas derechas que cita (y que tanto le preocupan) están siendo, precisamente, las más férreas aliadas de la OTAN. Pero esto o lo ignora o lo oculta, para no tirar por tierra todo su argumento.
Ideas 'made in' Ikea
Para rematar la fallida alegoría, el mago bueno Gandalf sería el propio Vallín y el resto de vallines: la izquierda leal a la OTAN. Vallín no dice “leal a la OTAN”, claro, sino a “la democracia liberal, plural, multicultural, posmoderna y atlantista”. Un régimen que describe como “un novísimo piso de Ikea”. Con su estante para la marihuana y los barbitúricos, una alfombra exótica hecha por niños asiáticos, la cunita para el gato y una basura de tres compartimentos para reciclar separando el tofu, los condones y los contratos temporales.
Pero para “disfrutar” del “novísimo piso de Ikea” habría que aceptar un viejo mueble que viene incluido. La OTAN. “Una alacena heredada de la abuela” -según Vallín-, que a pesar de todo es “pintoresca y colorida”. Colorida como el agente naranja, la zona gris, el rojo sangre y el verde radiactivo. La progresía de los vallines no tiene problema en compartir piso con una OTAN arcoíris que se preocupa por la ‘huella de carbono’ de sus guerras y bombardea con perspectiva de género. El problema, en todo caso, lo tendrán aquellas derechas que van de conservadoras y patriotas mientras aplauden al brazo armado del globalismo.
Pero la mayor contradicción llega cuando Vallín, tras haber elogiado el mobiliario vintage, se permite acusar a la izquierda de estar "seducida por antiguallas, como la rusofilia, el maoísmo", “caricaturas amarillentas de la OTAN” o “viejos relatos de la Guerra Fría”. ¡El mismo Vallín que tacha a los izquierdistas de “nostálgicos”, “neo-rancios”, “revanchistas del Telón de Acero” y “reservistas del Ejército Rojo”! Inmediatamente a continuación, hace una conmovedora confesión de nostalgia por la globalización, el American century y el Fin de la Historia. “¡Todos añoraremos el mundo democrático burgués liberal algún día!", dice.
¡Pero hoy no es ese día!
¿Qué es eso de la “democracia-burguesa-liberal”? Pues un término absurdo, a la luz de la Historia. Ni la burguesía tuvo nunca un compromiso real con el liberalismo, ni el liberalismo con la democracia. La “democracia- burguesa-liberal” acaba siendo, por lo tanto, partido-cracia (poder de los partidos), pluto-cracia (poder del dinero) y tecno-cracia (poder de los “técnicos” de Bruselas y Washington).
El argumentario de la OTAN plantea un choque de democracias liberales contra regímenes iliberales, pero la realidad es bien distinta
El mejor retrato de esa “democracia-burguesa-liberal” está en El Señor de los Anillos. El rey Théoden. El supuesto representante del poder del pueblo, en realidad está completamente anulado y envenenado por poderes extraños. El que manda es
El objetivo político de Gandalf, de hecho, es restaurar la soberanía del reino de Gondor. Una carta del mago recoge dos versos proféticos: “la espada que se quebró en pedazos volverá a forjarse” y “quien fue destronado volverá a reinar”. Si hubiera que compararlo con la geopolítica del presente, lo que suena más parecido es el plan de la Rusia de Putin. Es decir, reconstituir el fragmentado espacio ex-soviético y recuperar el estatus de gran potencia.
Tampoco parece que el reino de Gondor sea precisamente un trasunto del Occidente “demócrata-burgués-liberal”. En base a la descripciones de ritos funerarios hechas por Tolkien, la académica Dimitra Fimi identifica Gondor con un asentamiento de ex-navegantes vikingos. Coincidiría con la Rus de Kiev, reino fundacional de Rusia. Otra académica, Miryam Librán-Moreno, equipara Gondor al Imperio Bizantino: un refugio civilizatorio en lucha contra la barbarie y la decadencia. También casa con la tradición rusa de la Tercera Roma. A ver si Gandalf va a ser otro “putinista”…
En fin, la “democracia-burguesa-liberal” de los vallines es un concepto inútil tanto para “El Señor de los Anillos” como para el conflicto mundial actual. El argumentario de la OTAN plantea un choque de “democracias liberales” y “regímenes iliberales”, pero la realidad es bien distinta. Por un lado, la OTAN incluye regímenes i-liberales como miembros (Turquía) y como socios (Qatar). Por otro lado, entre los países neutrales o amistosos con Rusia hay varias “democracias liberales” (según la “Freedom House”): Sudáfrica, Suiza, Israel, la India o Brasil. No estamos ante un choque ideológico de lo liberal contra lo i-liberal. Sino ante un choque geopolítico de lo unipolar contra lo multipolar. ¿Qué quiere decir esto?
La Geopolítica del Anillo
El Señor de los Anillos lo explica a la perfección. Sauron, el malo malísimo, quiere conquistar toda la Tierra Media. Eso es un modelo unipolar: un único polo con poder en la mayor parte del mundo. En nuestra realidad, ese polo es EEUU. Para gobernar el mundo unipolar, EEUU necesita controlar otras regiones clave, como Europa o el Pacífico. De la misma forma, Sauron necesitaba el control de otros reinos. Se disfrazó de “señor de los regalos”, tal y como el imperialismo se disfraza de exportador de democracia. Y entregó “generosamente” varios anillos a varios reyes, con la promesa de hacerles inmortales. Idéntica promesa les ha hecho EEUU a los países que forman la OTAN: serán inatacables. Pero en realidad los convirtió en obedientes sombras de sí mismos, porque Sauron había creado un Anillo Único, capaz de controlar al resto de anillos.
Forjar el Anillo Único -escribe Tolkien- agotó a Sauron, pero a la larga le fortaleció. Asimismo, EEUU gasta dinero y armas para los países de la OTAN, pero a la larga se fortalece obteniendo poder sobre ellos. Como Sauron, EEUU retiene el Anillo Único: el generalato y el botón nuclear. El mundo unipolar es, en definitiva, el mundo del Anillo Único.
El odio de Sauron a los hobbits es el mismo odio de Vallín hacia una izquierda del pueblo, del barrio y de La Comarca
Lo contrario al mundo unipolar es el mundo multipolar. También se puede explicar a través de El Señor de los Anillos. Gandalf reúne a la “comunidad del anillo”, un variopinto equipo formado por dos hombres de Gondor, un elfo, un enano y un grupo de hobbits. Todos con sus diferencias mutuas y sus miserias personales. Por separado, cada uno de ellos es más débil que Sauron, pero juntos pueden desafiarle y destruir el Anillo Único. Esto es la multipolaridad. Múltiples polos (como Rusia, China, Irán o Argentina), con sus diferencias y sus miserias, pero dispuestos a superar la hegemonía de EEUU y construir una comunidad internacional mejor distribuida. Sólo en este contexto cobra sentido la cita de Galadriel: “hasta el más pequeño puede cambiar el curso del futuro”.
Podemos concluir que los vallines lo han entendido todo mal y al revés. Prueba de ello es la última gran diferencia que les separa de Gandalf: su actitud hacia los hobbits. Un hobbit es un ser sencillo, rural, parroquiano, de familia extensa, amigo de las verbenas y amante de las costumbres. El sabio Gandalf siempre supo ver en la humildad de los hobbits una oculta fuerza, capaz de cambiar el destino de la Tierra Media. Y ese fue su mayor acierto.
Por el contrario, el malvado Sauron siempre despreció a los hobbits. Los creía tan provincianos, tan mundanos y tan inofensivos que ni siquiera los contempló en su plan de dominación. Y ese fue su mayor error. Exactamente igual que Sauron piensa Vallín. Despacha a los “rojipardos” como “una izquierda de costumbrismo garbancero y pastoril”, “relacionada con vicisitudes personales”, “tan inocua como un recuerdo de la EGB”. Esta es una referencia velada a la autora Ana Iris Simón, a la que suele aludir despectivamente como “Anita de las Tejas Verdes” , con una mezcla de clasismo urbanita y misoginia de señor mayor. El odio de Sauron a los hobbits es el mismo odio de Vallín hacia una izquierda del pueblo, del barrio y de La Comarca.
La izquierda Gollum
Pero si los vallines no son Gandalf, ¿qué lugar ocuparían en la Tierra Media? Seguramente el de Gollum. Antiguamente fue un hobbit, defensor del estilo de vida sencillo y seguramente en contra de la instalación de bases militares extranjeras. Pero fue seducido por el poder del Anillo Único: la influencia política, el dinerito público y privado, los minutillos de gloria en medios de comunicación como el diario del Conde de Godó. Ese es “su tesoro”. Por él mata a su propio hermano. Y ello lo ha ido convirtiendo, poco a poco, en una patética sombra de lo que fue. Un ser desagradable a la vista y al oído. Que monologa interminablemente consigo mismo, creyéndose brillante. Que extravía a quienes le siguen, a través de pantanos y escaleras sinuosas. Y que deambula por las cloacas de Mordor en busca de algún pescado.
Pero la característica que da nombre a Gollum es el molesto ruido que hace al tragar. Lo mismo define a la izquierda Gollum: tragar ruidosamente. Tragar con la OTAN, tragar con lo del Sáhara, tragar con los recortes que nos imponen con la excusa de la covid o de Putin, tragar con las condiciones de la Comisión Europea, tragar con las triquiñuelas del PSOE, tragar con los productos culturales de los campus yankis y hasta tragar insectos si así lo manda el Foro de Davos. Se ha de ser bondadoso con Gollum, dice Gandalf, pero cuando caiga el Mordor del capitalismo imperialista, la izquierda Gollum se hundirá con él.
Dedicado a Pedro Baños, Inna Afinogenova y tantos otros profesionales que están sufriendo acoso mediático simplemente por investigar, dudar y buscar la verdad.