La bisabuela inglesa de mi mujer era una señora elegante y espartana, y cuando sus hijas pequeñas se quejaban de la temperatura, contestaba impertérrita: “Nenitas, nenitas, en invierno hace frío y en verano hace calor”. Pues bien, cuando los propagandistas del cambio climático aprovechan una simple ola de calor para repetir sus cansinas letanías catastrofistas sobre el apocalipsis que nunca llega me entran ganas de repetirles: “Nenitas, nenitas, en invierno hace frío y en verano hace calor”.
Fernando del Pino Calvo-Sotelo
Fernando del Pino Calvo-Sotelo
La bisabuela inglesa de mi mujer era una señora elegante y espartana, y cuando sus hijas pequeñas se quejaban de la temperatura, contestaba impertérrita: “Nenitas, nenitas, en invierno hace frío y en verano hace calor”. Pues bien, cuando los propagandistas del cambio climático aprovechan una simple ola de calor para repetir sus cansinas letanías catastrofistas sobre el apocalipsis que nunca llega me entran ganas de repetirles: “Nenitas, nenitas, en invierno hace frío y en verano hace calor”.
A mis lectores habituales les habrá resultado familiar este párrafo inicial. En efecto, así es como comencé mi artículo Escuela de Calor en junio del 2022 ante la habitual campaña veraniega del alarmismo climático, que hiberna como los osos para resurgir con fuerza cada verano aprovechando las olas de calor propias de la estación. Dado que dicha campaña llega todos los veranos con la puntualidad de un reloj atómico he decidido mantener el mismo título cada año.
Buenas noticias: el planeta goza de magnífica salud
El fraude del cambio climático – la mayor estafa de la historia – necesita de un flujo constante de noticias alarmantes que creen un estado de miedo – como en el covid – para mantener vivo el eslogan de “salvar el planeta”. Sin embargo, el planeta goza de magnífica salud – frase que alegra a las personas normales y enfada a los abducidos – y la llamada emergencia climática simplemente no existe. Uno a uno, los grandes iconos del alarmismo climático han ido demostrándose falacias propagandísticas. La población de osos polares crece feliz[1], hasta el extremo de que en la secuela del 2017 de su famoso documental Gore no hizo mención siquiera del sanguinario depredador que había sido su estrella diez años antes.
El hielo continental de la Antártida (reservorio del 90% del hielo del planeta con una temperatura media de -57°C), se mantiene estable[2] al igual que el hielo flotante que rodea el continente antártico[3], protagonista habitual de la propaganda climática y que, tras su máximo de los últimos 40 años alcanzado en 2014 es hoy similar al que había en 1966[4]. Apuesto a que no lo leyeron en los medios, como tampoco leyeron que los corales de la Gran Barrera de Coral están en máximos de los últimos 37 años[5], que el hielo de Groenlandia es hoy superior a la media histórica[6] y que su ligera disminución en la década anterior se habría debido a causas naturales[7]. En realidad, la lógica indica que el factor principal en las variaciones de hielo flotante marino no son las pequeñísimas variaciones de temperatura atmosférica, sino la temperatura del mar, afectado por las poderosas corrientes oceánicas, horizontales y verticales.
Finalmente, el aumento del nivel de los mares continúa a su paso de caracol tras el final de la última glaciación a un ritmo de 2-3mm al año (un metro cada 500 años), los incendios forestales se han reducido un 25% en las últimas décadas[8] y los fenómenos meteorológicos extremos (sequías, inundaciones, huracanes, tornados) no muestran ninguna tendencia significativa[9]. Buenas noticias, ¿verdad?
Pero a pesar de que el planeta se encoge de hombros e incluso disfruta del ligerísimo aumento de temperaturas (a un ritmo de 0,14°C por década desde 1979), las políticas dirigidas para “combatir el cambio climático” sí están teniendo devastadores efectos reales y tangibles que la población (¡por fin!) está empezando a comprender. Efectivamente, no sólo sufre el aumento de los costes de la energía, sino que en Europa ya no podrá siquiera elegir qué coche comprar, igual que pasaba en la URSS.
Por último, el aumento del CO2 atmosférico, esa fuente de vida de vida alucinantemente demonizada, alimento por antonomasia de árboles y plantas, está teniendo efectos claramente positivos, como el aumento de la producción de cereales – clave para eliminar el hambre – o su contribución al final del problema de deforestación. Así, el planeta está significativamente más verde gracias al aumento de CO2, en una pequeña parte gracias a la actividad humana. Loada sea.
La temperatura del planeta siempre ha variado
En realidad, la temperatura del planeta ha ido variando a lo largo de su historia por causas puramente naturales. El siguiente gráfico nos muestra la reconstrucción de temperatura de los últimos dos mil años en el hemisferio Norte (Ljungqvist, 2010[10]):
¿Qué conclusiones podemos sacar? En primer lugar, que la temperatura del planeta es extraordinariamente estable: como pueden ver en el eje de ordenadas, las variaciones se miden en décimas de grado, lo que no está nada mal para la atmósfera de un pequeño planeta perdido por el espacio y calentado por una estrella mediana como es el Sol. En segundo lugar, observamos que las pequeñas diferencias de temperatura son cíclicas, y que estos ciclos se han producido por razones naturales mucho antes de la industrialización del planeta. En efecto, del pico de temperatura del Período Cálido Romano a comienzos de nuestra era pasamos a una época más fría alrededor del 500 d. C para subir de nuevo hacia el año 1.000 d. C (Período Cálido Medieval) y volver a caer súbitamente hasta alrededor del año 1.700 d. C, en la llamada Pequeña Edad de Hielo (que coincide con el mínimo de Maunder). Desde entonces la temperatura del planeta habría subido de nuevo hasta cifras ligeramente superiores a la de los anteriores picos. Evidentemente en 1700 la actividad humana no generaba CO2, que se mantuvo estable hasta aproximadamente 1950, por lo que ¿cómo explican los defensores del cambio climático antrópico que la temperatura del planeta aumentara desde 1700 hasta 1950 en un mundo sin industria ni aumento del CO2? ¿Cómo explican que disminuyera de 1940 a 1975 a pesar del aumento del CO2? Tampoco hay correlación temporal en series largas de escala geológica, y sin correlación, ¿cómo puede haber causalidad?
Déjenme que les cuente un secreto: hoy por hoy la ciencia no alcanza a comprender el clima, un sistema multifactorial, no lineal y caótico “que hace imposible la predicción a largo plazo[11]”, según reconoció el propio IPCC en 2001. Los científicos andan a tientas en un campo complejísimo que excede sus conocimientos, y la contaminación del dinero y la política no ha hecho más que enturbiar aún más la ciencia atmosférica. Los mismos meteorólogos que son incapaces de predecir el tiempo que va a hacer en mi ciudad más allá de unos pocos días, ¿de verdad pueden predecir el clima del planeta para dentro de 100 años? ¿Qué meteorólogo predijo la sequía en España? Efectivamente, el clima del planeta está sujeto a multitud de factores de cuya interacción los científicos tienen una comprensión bastante pobre y que quizá jamás alcancen a desentrañar (una afirmación blasfema para el cientificismo imperante, que da por sentado que el hombre-científico es un dios omnisciente).
Fenómenos naturales y clima
Aunque nadie lo diría viendo los titulares de prensa, en España este mes de julio ha sido significativamente menos caluroso que el del año pasado. Mientras, las temperaturas máximas de las olas de calor no registran ninguna tendencia significativa (fuente: AEMET):
Como tantas veces he repetido, la meteorología local nunca puede extrapolarse al clima del planeta, pues en Australia han vivido en estos mismos meses de verano boreal (invierno austral) temperaturas mínimas históricas[12], pero lo cierto es que en el planeta este mes de julio ha sido extraordinariamente cálido (unas décimas de grado centígrado superiores a lo normal). Nadie sabe muy bien por qué, pero resulta intrigante que hace meses varios expertos previeran un aumento de temperatura en el planeta motivado por la erupción del volcán submarino Tonga en enero del 2022[13].
Nunca dejará de fascinarme el efecto que los fenómenos naturales tienen en el clima, muy superior al que provoca esa pequeña pero pretenciosa criatura llamada hombre. Generalmente, las erupciones volcánicas lanzan a la atmósfera ceniza y gases que enfrían el planeta, pero no en este caso. En lo que quizá haya sido el evento climático más significativo de nuestra era, Tonga inyectó como un gigantesco géiser megatoneladas de vapor de agua a la atmósfera. Dado que el vapor de agua es el gas de efecto invernadero más importante, algunos científicos advirtieron que esto podría provocar un temporal aumento de temperaturas que nos acercaría a la “anomalía” de 1,5°C que, según los propagandistas, sería el arbitrario punto de inflexión que desataría el Apocalipsis. Ojalá lo alcancemos pronto, porque así podremos ver que no ocurre absolutamente nada.
“El hombre que no piensa por sí mismo no piensa en absoluto”, escribió el genial Oscar Wilde. El sentido común debería sorprenderse al oír que debemos preocuparnos por una temperatura media 1,5°C superior a la que había en la Pequeña Edad de Hielo (repito, “de hielo”) y similar a la que había en tiempos medievales o en la Antigua Roma. El frío, sinónimo de muerte, mata al menos diez veces más personas que el calor, sinónimo de vida[14]. Los ecosistemas tropicales son infinitamente más ricos que los polares, las aves migran al sur en invierno en busca de climas más cálidos y los europeos del norte pasan sus vacaciones en el sur buscando climas más templados. ¿Qué prefiere la naturaleza, el calor o el frío?
Además de los volcanes (y de los ciclos de Milankovitch y un largo etcétera), otro ejemplo de poderosos fenómenos climáticos naturales son El Niño y La Niña (ENSO), que muestran la enorme y aún incomprendida influencia de los océanos en el clima del planeta. Con una profundidad media de 3.500m, los océanos están formados por una fina capa de unos 100-200m de aguas templadas (única con la que el ser humano entra en contacto) y por una gran masa de aguas profundas muy frías, hasta el extremo de que la temperatura media de los mares es de sólo 4°C. Estas dos masas intercambian flujos constantemente, pero cuando en el Océano Pacífico el flujo se ralentiza (por causas en gran medida desconocidas), la fina capa superficial no se renueva y se va calentando paulatinamente, lo que produce mayor evaporación y mayores precipitaciones y un aumento de la temperatura atmosférica, entre otros efectos. Esto es lo que se conoce como el Niño. Cuando el proceso se revierte y el intercambio de flujo entre ambas capas se acelera, el efecto es inverso: la fina capa superficial se enfría más de lo debido y se enfría la atmósfera (La Niña).
¿Quiénes se benefician del fraude climático?
Pero dejemos la ciencia, pues el cambio climático no va de ciencia, sino de poder y dinero. Como escribía Richard Lindzen, profesor en Harvard y catedrático emérito de Física Atmosférica del MIT durante 30 años, “la supuesta crisis climática no es una cuestión científica, a pesar de los inmensos intentos de invocar la supuesta autoridad de la ciencia, sino una cuestión política[15]”. En efecto, el cambio climático es sólo un pretexto para un golpe de Estado en toda regla perpetrado por un pequeño grupo de megalómanos que pretenden transformar el modelo de sociedad basado en la libertad, el crecimiento poblacional y el progreso económico en una claustrofóbica tiranía caracterizada por el empobrecimiento masivo y la reducción coercitiva de la población, su tradicional obsesión.
La falsedad del soviético “consenso” científico sobre el origen antrópico del cambio climático y sus consecuencias catastróficas es ya evidente. Hace pocas semanas, a la declaración de 1.600 científicos[16] se ha sumado el Premio Nobel de Física 2022 John Clauser al afirmar en una conferencia científica que “ni hay crisis climática alguna ni el cambio climático causa fenómenos meteorológicos extremos[17]”, tildando al IPCC como “una de las peores fuentes de desinformación” y al cambio climático como “pseudociencia”, es decir, como “una corrupción de la ciencia que amenaza el bienestar de miles de millones de personas”. No es el primer Premio Nobel en realizar manifestaciones similares[18].
¿Quiénes son los grandes beneficiarios de este movimiento reaccionario, el mayor enemigo de la Humanidad desde los totalitarismos del s. XX? Los primeros beneficiarios son las élites misantrópicas de Davos y sus organizaciones supranacionales tapadera, que sueñan con su diabólico Great Reset: su siniestra utopía es nuestra peor distopía. Así, cada vez que oigan mencionar “cambio climático” piensen en Davos, el verdadero autor intelectual de la estafa.
Otro gran beneficiario es el gigantesco negocio de las energías renovables intermitentes, ineficientes y creadas a la sombra de subvenciones e imposiciones políticas (500.000 millones de dólares invertidos sólo en 2022, pero ya saben, sólo el dinero del petróleo compra voluntades). También se benefician del timo los insaciables Estados occidentales, encantados de tener una excusa para crear nuevos impuestos (“verdes”), y desde el punto de vista geopolítico, China, el gran ganador del “cambio climático”, pues controla el negocio global de vehículos eléctricos y observa con satisfacción el suicidio de Occidente mientras sigue construyendo plantas de carbón.
Finalmente, y sin perjuicio de aquellos genuinamente convencidos por el alarmismo climático y que actúan de buena fe, podríamos mencionar el sinnúmero de activistas con pasaporte “científico” (biólogos, etc.), que han encontrado en la repetición de las letanías catastrofistas una nueva forma de expresión de sus ideas políticas anticapitalistas y, sobre todo, un filón que les da mucho más dinero y notoriedad que dar clases en un aula o publicar artículos en alguna oscura revista.
¿Y quiénes son los grandes perjudicados? Usted y yo, querido lector, los ciudadanos europeos a quienes nuestros políticos nacionales y la inepta burocracia de la UE nos hunden a plomo al abismo de la servidumbre y la pobreza.