Alfredo Jalife-Rahme
Un barómetro sensible a seguir como reflejo de la intensificación de la guerra de Israel contra Hamás, lo constituye la cotización del binomio petróleo/gas: una vulnerabilidad de Estados Unidos y su aliado Israel, que ha devaluado su divisa. Como presión a la invasión y extinción de Gaza por Israel, Irán juega la carta petrolera del boicot.
La guerra de Israel —dotado de uno de los mejores ejércitos profesionales del mundo con entre 90 y 400 bombas nucleares (dependiendo quién haga las estadísticas interesadas) y el mejor, hasta icónico, servicio de espionaje del planeta, el Mossad— contra los guerrilleros palestinos sunitas de Hamás, ya entró a su segunda semana de conflagración cuando se exhibe
una franca escalada con tintes de amenazas nucleares.
Existen varios abordajes para analizar la ominosa escalada que puede desembocar en una contaminación en las cuatro fronteras de Israel:
Sur del Líbano, donde está pertrechada la guerrilla chiíta de Hizbulá, dotada de 100.000 misiles que pueden ocasionar un severo daño al norte de Israel y al portaviones estadounidense USS Gerald R. Ford con su poderosa flotilla marítima, que se encuentra frente a las costas de Israel para "proteger" a su aliado.
Siria, donde la fuerza aérea israelí, con los supuestos mejores pilotos del mundo, ha destruido los dos aeropuertos de Damasco y Alepo, pese a la presencia militar de Rusia en la costa siria.
Jordania, relativamente débil desde el punto de vista militar, donde su población está compuesta por un mínimo de 50% de palestinos.
Egipto, la mayor potencia militar del Mundo Árabe y su país más poblado, que se ha limitado más bien a una intermediación diplomática con Estados Unidos e Israel, con quien firmó un Acuerdo de Paz en 1979.
Tal sería el "primer círculo concéntrico" de la expansión del conflicto, cuyas ondas muy bien pudieran alcanzar en un "segundo círculo concéntrico" a dos países no-árabes, pero que apoyan la resistencia palestina, a su manera y en su muy peculiar estilo: la sunita Turquía y el chiíta Irán.
La asimétrica guerra híbrida entre Israel y la guerrilla de Hamás no es solamente militar, sino que comporta otros rubros en los que pueden participar otros países regionales en un "segundo círculo concéntrico", primordialmente centrado en todos los países ribereños del golfo Pérsico, donde destacan Irán y las seis petromonarquias árabes: Arabia Saudita, los Emiratos Árabes Unidos, Catar, Kuwait, Bahréin y Omán.
El presidente Biden
sufrió una notoria afrenta cuando los mandatarios de Egipto, la Autoridad Nacional Palestina (la vieja OLP) y Jordania rechazaron reunirse con él debido al infanticidio palestino en el
hospital Al-Ahli en Gaza.
Más allá del foco del teatro de batalla y su "primer círculo concéntrico", cabe destacar, entre sus múltiples variantes, la reciente visita mega-estratégica del canciller iraní Hossein Amir Abdollahian a su
vecino marítimo, el príncipe heredero Mohamed bin Salman, es decir, el representante de una de las principales superpotencias gasísticas con el representante de una de las máximas potencias petroleras del planeta.
El canciller iraní
exhortó a los 57 países de la Organización para la Cooperación Islámica con 1.800 millones de feligreses musulmanes, a
boicotear la exportación de petróleo a Estados Unidos e Israel en reminiscencia al embargo petróleo árabe de 1973, de hace 50 años, debido a la guerra de Yom Kipur, cuando Estados Unidos respondió un año más tarde con la creación de la Agencia Internacional de Energía, con el fin de contrarrestar el poderío de la OPEP.
Hoy, 50 años más tarde, la OPEP ha pasado a un formato más creativo mediante
la OPEP+, donde resalta la presencia de Rusia.
A mi juicio, uno de los principales barómetros geoeconómicos/geofinancieros de la guerra en curso se subsuma en las
cotizaciones actuales de los binomios petróleo/gas y oro/plata que todavía se mantienen relativamente estables.
Más allá de sus efectos deletéreos en Europa e Israel —que ha sufrido una fuerte devaluación de su divisa, el shekel, que obligó a la intervención de su Banco Central con la venta de 30.000 millones de dólares—, una manera de medir la vulnerabilidad petrolera de Estados Unidos y sus aliados— a quienes les ha afectado, por efecto búmeran, las sanciones contra Rusia, lo que ha provocado la incoercible inflación de Estados Unidos y ha desatado una grave crisis de la deuda a un año de su polémica elección presidencial— ha sido expuesta con el levantamiento de sanciones de la Administración Biden al régimen anatemizado de Maduro en Venezuela, que posee las mayores reservas de petróleo convencional y no convencional del mundo.
Es evidente que la selectividad del levantamiento de los castigos de Estados Unidos se centró primordialmente en el rubro energético de Venezuela que, por cierto, mantiene óptimas relaciones con la teocracia chiíta de Irán.
Curiosamente, antes del icónico 7 de octubre —sin perder de vista que el discurso incendiario del primer ministro Netanyahu ante la Asamblea General de la ONU fue lo que detonó la grave crisis regional cuando en forma infatuada se jactó de la inminente "normalización" de relaciones con Arabia Saudita, en sincronía con la exhibición de su mapa del nuevo Medio Oriente donde fueron borrados Gaza y Cisjordania, además de haber alardeado la disuasión nuclear de Israel contra Irán (este último punto fue borrado por su equipo de trabajo)—, la Administración Biden, que ha cosechado múltiples errores en su política exterior, se había acercado a Irán para reanudar las negociaciones de su contencioso nuclear que abolió el anterior presidente Trump para
complacer a su yerno jázaro Jared Kushner y al premier Netanyahu, a quien, por cierto, criticó en forma acerba por sus acciones anteriores en la antigua Palestina, llegando hasta a declarar en estos días que la guerrilla chiíta libanesa Hizbulá es
"muy inteligente".
Una de las lubricaciones para seducir a Irán constaba de la entrega de 6.000 millones de dólares depositados en Catar, provenientes de un embargo petrolero de Corea del Sur a la teocracia chiíta.
Llama poderosamente la atención que Biden
haya declarado que "no existe evidencia" del involucramiento de Irán en el ataque de Hamás el 7 de octubre.
Irán siempre ha sido el objetivo anhelado por los neoconservadores straussianos, en su mayoría jázaros, que controlan al hoy disfuncional Departamento de Estado en su
guerra fallida en Ucrania, para derrocar a la teocracia chiíta, con o sin Gaza.