Nicolás Mavrakis
“Me gusta muchísimo su país, la cultura argentina, la filosofía argentina, Carlos Astrada, la cultura del gaucho, esta identidad, esta identidad profunda que se siente en Argentina a pesar de la modernización”, se presentó el singular moscovita Aleksandr Dugin. Fue en la Escuela Superior de Guerra Conjunta de las Fuerzas Armadas, en la ciudad de Buenos Aires, antes de una conferencia sobre geopolítica. Era noviembre de 2017, pero “el pensador de la nueva Rusia de Vladimir Putin”, como se lo conoce en los círculos intelectuales por su planificación de la política internacional de la Federación Rusa, había iniciado sus viajes a la Argentina desde 2014. De hecho, Dugin fue un visitante asiduo hasta abril del año 2019, cuando dictó en suelo argentino otra serie de conferencias sobre el 70° aniversario del Congreso Nacional de Filosofía de Mendoza de 1949, el evento en el que se presentaron las bases de La comunidad organizada, el libro en el que estableció su filosofía de gobierno nada menos que Juan Domingo Perón.
La celebración era oportuna, ya que para este pensador ruso de 62 años, hábil para explotar la etiqueta de “el filósofo más peligroso del mundo”, como lo han caracterizado en los medios europeos, el legado peronista pudo haber sido, al menos hasta el inicio de la invasión rusa a Ucrania en Europa y el eclipse del peronismo como fuerza conductora en la Argentina, uno de los insospechados aliados estratégicos para la “causa rusa” que el propio Dugin ayudó a diseñar como asesor del presidente de la Duma Estatal de la Federación Rusa entre 1998 y 2003, y como jefe del Departamento de Sociología de las Relaciones Internacionales en la Universidad Estatal de Moscú entre 2009 y 2014. La más afín a las grandes aspiraciones de influencia mundial de Vladimir Putin es la idea que este filósofo y sociólogo llama Cuarta Teoría Política: una superación de las tres grandes teorías políticas del siglo XX (el liberalismo, el comunismo y el nacionalismo) que, por sus erradas interpretaciones del individuo, la clase y la nación, demostraron ser insuficientes para integrar política, cultural y espiritualmente una región continental tan vasta como la euroasiática, el área sobre la que Rusia intenta construir un bloque de oposición a la globalización liberal liderada por los Estados Unidos.
A primera vista, los puntos de contacto entre el putinismo ruso y el peronismo argentino pueden sonar insólitos, incluso descabellados. Pero es justamente contra esta percepción que Dugin ha trabajado para explicar que el eurasismo, es decir, el modelo de expansión continental rusa basado en los vínculos de distintas sociedades tradicionales asentadas en Europa del Este y Asia pero con intereses estratégicos comunes, puede dialogar con una potencial alianza del continente latinoamericano como la que, en su momento, Perón proyectó entre Argentina, Brasil y Chile. “Por eso me pone muy contento estar con Argentina, porque estando junto a ustedes defiendo mi causa, la causa rusa, la causa de la comunidad organizada, de la justicia y de la identidad”, escribe Dugin en Logos argentino. Metafísica de la Cruz del Sur, su libro dedicado a entender la Argentina.
El filósofo argentino Esteban Montenegro es uno de los más agudos lectores de la obra de Dugin, editor de sus conferencias en Argentina y autor de Pampa y Estepa. Peronismo y Cuarta Teoría Política, un libro que vuelca las ideas de este pensador ruso (identificado con la estepa) hacia un diálogo activo con la filosofía argentina (identificada con la pampa). “La Cuarta Teoría Política de Dugin tiene la virtud de no dar indicaciones sino de abrir preguntas e invitar a repensar más allá de la ‘grieta’ entre neoliberales y progresistas, en la que hay más continuidad que ruptura”, explica Montenegro. De ahí que, a partir de lo que Dugin proyecta para Rusia, la apuesta sea renovar las herramientas para repensar la Argentina. “Hay necesidad de una mirada patriótica y soberanista que, ligada al mundo del trabajo, y arraigada en la propia tradición, pueda desafiar a las izquierdas y a las derechas hegemónicas”, sostiene Montenegro. En este escenario, el legado de Perón funciona como una figura atractiva y aglutinante, tan útil para discutir lo que los putinistas rusos consideran de valor estratégico al proyectar sus intereses en Iberoamérica como para que los peronistas argentinos discutan, también, la reconstrucción de un peronismo menos relativista y concesivo a la hora de ejercer el poder. La tarea no es simple y, como señalan unos y otros, requiere evitar los dogmatismos de sus respectivos pasados. Tan es así que, durante una de sus conferencias en la Confederación General del Trabajo, una vez Dugin sorprendió a los oyentes diciendo que “Perón sobrevive a su muerte porque ha creado al peronismo, mientras que el putinismo no existe”. Lo que existe para “el despertar de Rusia” es el eurasianismo y la Cuarta Teoría Política, y la Teoría del Mundo Multipolar y la geopolítica. Conceptos que, con ánimo provocador, este pensador usa para dividir el mundo en términos claros: “Si usted está en favor de la hegemonía liberal global, usted es el enemigo”.
El núcleo de la expansión de la “nueva Rusia de Putin” está en la hipótesis de que Rusia es una civilización distinta de la occidental, una idea conocida para quienes hayan leído Limónov, la biografía que Emmanuel Carrère publicó en 2011 sobre el escritor y político ruso Eduard Limónov. De hecho, fue junto a este exótico personaje que Aleksandr Dugin fundó en 1992 el Partido Nacional Bolchevique, cuya conflictiva disolución llevaría al futuro asesor presidencial a crear en 2001 el Movimiento Euroasiático. Bajo una u otra forma, la premisa del eurasismo es la misma: sobre las huellas del fracaso de la Unión Soviética y las ideas de filósofos como Martin Heidegger y Carl Schmitt, Rusia debe aspirar a conservar, proteger y liderar, con una perspectiva imperial, una identidad común entre la diversidad de países, etnias, comunidades, religiones e incluso Estados bajo su influencia en Europa del Este y Asia. En un mundo dividido en civilizaciones, por lo tanto, la “civilización de la tierra euroasiática” dirigida por Rusia resultaría la mejor opción para defenderse ante el imperialismo de la “civilización marítima atlántica”, dirigida por los Estados Unidos y sus aliados.
El continentalismo de Juan Domingo Perón, en este sentido, debe reivindicarse como “la forma iberoamericana” de llevar adelante esta civilización de la tierra, “porque donde están los ibéricos, portugueses, españoles e indígenas que han entrado en este contexto criollo, ahí está la civilización de la tierra, de la identidad”. Dispuesto a trazar alianzas mucho más allá de las fronteras geográficas, Dugin también sostiene que el futuro de América Latina y de Argentina está en esta “lucha”, en este “despertar de la identidad profunda latinoamericana”, capaz de despertar el “logos iberoamericano”, tal como Perón planificó en su época. Mientras tanto, para comprender cómo la causa euroasiática funciona en el gran coro de los conflictos internacionales reales, basta observar la presencia rusa en Siria, donde el liderazgo militar de Putin se desenvuelve por encima de las diferencias religiosas entre las facciones en lucha, o la recuperación ya casi completa por parte de los rusos de los territorios en disputa militar con Ucrania y la OTAN. Sin duda, esta última es la batalla ideológica y geopolítica más importante en la vida de Dugin, ya que le costó entre, otras cosas, la vida de su hija, la filósofa Darya Dugina. Con apenas 29 años, Dugina fue asesinada en 2022 en las afuera de Moscú con una bomba colocada debajo de su auto. Todavía no está claro quién lo hizo, aunque probablemente se tratara de un atentado dirigido contra el propio Dugin, al que esperaban asesinar en el mismo auto.
El paso siguiente a la reivindicación territorial del eurasismo es un nuevo modelo ideológico para organizar su sentido político. Y una vez más, la nueva Rusia de Putin y la vieja Argentina de Perón parecen compartir puntos en común. “El diálogo entre ambas tradiciones parte de una necesidad común de encontrar un modelo político alternativo tanto al comunismo como al liberalismo”, explica Montenegro. En su libro, Montenegro define la Cuarta Teoría Política como una alternativa ante las tres teorías políticas clásicas (el liberalismo, el comunismo y el nacionalismo) bajo una nueva luz. De lo contrario, solo queda la sumisión ante la única teoría política triunfante: el liberalismo, que en defensa del “individuo” concibe al ser humano como algo liberado de cualquier identidad colectiva, “pues todas son coercitivas y violentas”, explicó Dugin en una charla en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires en 2017. Para el ruso, “si liberamos al socialismo de sus rasgos materialistas, ateos y modernistas, y si rechazamos los aspectos racistas y xenófobos de las doctrinas nacionalistas, llegamos a un nuevo tipo de ideología política”. El objetivo, por supuesto, es imaginar una manera nueva de enfrentar al viejo enemigo triunfante.
¿Pero esta no es acaso la famosa Tercera Posición del peronismo, que se negaba en plena Guerra Fría a las etiquetas de capitalistas o marxistas? “Lejos de verlo como algo ajeno o que meramente repite ideas ya conocidas, nosotros consideramos que nos ayuda a sacar del olvido cosas que permanecen ocultas en nuestras mejores tradiciones”, escribe Montenegro en Pampa y Estepa. Peronismo y Cuarta Teoría Política. ¿Y si fuera posible entonces actualizar la doctrina peronista a la luz de una nueva época? ¿Es factible una Cuarta Teoría Política Iberoamericana que combine las miradas putinistas y peronistas en el siglo XXI? En este punto, el debate peronista aún parece obligado a resolver varias discusiones internas respecto al viejo modelo de “unidad nacional”, que con la pretensión de conciliar capital y trabajo, gira hasta hoy sobre posiciones tan antagónicas como la “derecha peronista” y el “progresismo”, con sus respectivas acusaciones cruzadas de “fascismo” y “comunismo”.
La hipótesis de Dugin es que los países con una política exterior firme son aquellos que reafirman el hecho de que sus verdaderas fronteras políticas, en realidad, llegan tan lejos como la unidad del pueblo en torno a su tradición y la conciencia estratégica de sus dirigentes. Eso es lo que Putin intenta probar al intervenir a través de Siria en Oriente Medio y rediseñar la relaciones con países como Turquía e Irán y al avanzar sobre Ucrania para asegurar sus fronteras frente a la OTAN y los Estados Unidos. Y esta es también la base para la Teoría del Mundo Multipolar, dispuesta a enfrentar el mundo unipolar del liberalismo encabezado por los Estados Unidos. Toda la obra de Dugin confluye en este objetivo, con la salvedad de que, en el proceso, admite el espacio para que surjan distintas identidades locales con mayor autonomía que la que, en su época, permitió la Unión Soviética. Pero detrás de esta discusión hay, además, un proyecto existencial arraigado en las maneras en que cada país es capaz de entenderse a sí mismo y al mundo del que forma parte. En el caso de Argentina, donde la mayoría de los textos y los manuales que conforman la tradición geopolítica son anglosajones, señala Dugin, la posibilidad de pensar una política exterior firme implica otros desafíos.
Durante una de sus visitas a la provincia de Córdoba hace unos años, el asesor de Putin dio más detalles de esta cuestión: “Quienes se presentan como los verdaderos amos del mundo intentan imponer su agenda a todos los pueblos. Lo hacen reduciendo su soberanía a cero, a través de la economía y de la técnica, y a través de instituciones supranacionales internacionales que limitan abiertamente el margen de decisión de las civilizaciones”. Por lo tanto, de la misma manera que la Unión Europea funciona como una confederación dotada de sus órganos de gobierno y una visión geopolítica, “la Unión Euroasiática de Putin puede considerarse como la reintegración del espacio postsoviético para crear otro polo”. En el caso argentino, sin embargo, el recorrido por este tipo de experiencias es tan diverso como caótico: del proyecto de integrarse al BRICS (la alianza de las economías emergentes de Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) al endeudamiento récord con el Fondo Monetario Internacional, es claro que la posición geopolítica está lejos de consolidar un eje coherente a lo largo del tiempo.