Jad el Khannoussi
El 7 de octubre, o el terremoto, como muchos analistas israelíes acuñaron para referirse a los sucesos de aquel día es una fecha que, posiblemente, será siempre recordada como una de las más cruciales de nuestra historia reciente, a semejanza de otros grandes momentos que marcaron el devenir de la humanidad: el fin del califato, la caída del muro de Berlín o la actual pandemia. Lo cierto es que dicho suceso, no sólo supuso el retorno de la causa palestina a las agendas regionales e internacionales, sino que lo hizo de un modo sin precedentes, cuya mejor prueba es la oleada de manifestaciones a nivel global. Además, puso fin al estancamiento geoestratégico e incluso diríamos intelectual y ético, por el que atravesaba el mundo desde la desmembración de la Unión Soviética. Si bien es cierto que los americanos trataron de llenar ese gran vacío generado por aquel acontecimiento, sus dos intervenciones militares en Afganistán e Irak revelaron el límite de su fuerzas económicas y militares. El gobierno estadounidense no disponía de una hoja de ruta para la época posterior a la Guerra Fría; si exceptuamos las expresiones de júbilo mostradas en aquel momento y las proclamas del fin de la historia, los acontecimientos posteriores se encargaron rápidamente de desmentirlas. De este modo, y a medida que avanzaba el tiempo, en muchos países e incluso pueblos se alzaron voces que exigían con fuerza creciente poner fin al sistema de dominio anglosajón. Un statu quo vigente que no sólo da la espalda a los derechos humanos más básicos y fomenta las enormes diferencias entre países, sino que, además, resulta ineficaz a la hora de solucionar los innumerables conflictos y problemas que amenazan la estabilidad global.
En efecto, si examinamos el mapa a nivel mundial, visualizamos las tres grandes crisis que debe afrontar la sociedad actual. La crisis global que ahora vivimos se manifiesta en tres dimensiones. La primera, y más peligrosa, se refiere a la lucha emprendida entre Estados Unidos, Rusia y China, que busca sentar las bases de un nuevo orden global o bien mantener la actual situación vigente. La segunda dimensión sería la guerra en Ucrania, un conflicto cuyo final no se vislumbra hasta que se tracen los parámetros del nuevo sistema multipolar. Y la tercera, la cuestión palestina, marcada por graves acontecimientos que están derivando en una situación muy peligrosa. Cuando abordamos este dilema, el palestino, no nos estamos refiriendo a una cuestión fijada en un espacio y tiempo determinados; analizamos un conflicto cuyas raíces se remontan décadas atrás, abarcando vínculos religiosos, políticos, geoestratégicos, culturales y nacionalistas.
Hablamos de un solo pueblo, el palestino, en cuanto a la geografía, pero que está vinculado con más de dos mil millones de musulmanes (además de a otros tantos seres humanos que aspiran a un mundo mejor), presentes en muchos lugares del planeta, que siguen, reaccionan y se emocionan con cada acontecimiento que depara este sangriento conflicto y que participan, al menos por ahora, en las medidas que les permiten sus regímenes. No sabremos lo que pasará mañana, es decir, en el futuro, cuando ya participen directamente en la defensa de Palestina. No puedo imaginar la escena, pero estoy seguro de que esto llegará tarde o temprano. Por tanto, o los conflictos más urgentes se solucionan de un modo pacífico, siguiendo los códigos de las leyes internacionales (lo cual generaría una estabilidad global y el retorno de la paz, aunque fuera de manera momentánea) o la actual situación caótica que padece el planeta pasará a ser crónica. El mundo ha vivido dos grandes guerras además de centenares de conflictos que causaron miles de millones de muertos, desaparecidos, enfermos y discapacitados. Y hoy, así como en el mañana más inmediato, ese mundo parece destinado a repetir de nuevo esas terribles escenas que, esta vez, pueden provocar no solo la eliminación de infinidad de países, sino también la del ser humano tal como hasta ahora lo conocemos.
Ahora entro de lleno en el tema para destacar los posibles cambios y transformaciones globales y regionales a raíz de los sucesos del pasado 7 de octubre, cuando los palestinos sorprendieron a Israel (ataque preventivo) cuyo anuncio dio paso no sólo al estado de emergencia, sino a la declaración de un genocidio total, en un estado de ceguera y debilidad sin precedentes a todos los niveles. La mejor prueba de todo ello es que los portaviones norteamericanos han llegado por primera vez a Palestina desde 1948 e incluso se ha creado una coalición en 12 horas, algo insólito en la historia humana. Si echamos una ojeada atrás, vemos que esto nunca ocurrió en las anteriores guerras. Por supuesto, sin olvidar la oleada de visitas de dirigentes europeos a Tel Aviv. Pero antes de involucrarnos de lleno, resulta conveniente resaltar una serie de preguntas. ¿Cuáles son los cambios que se están produciendo a nivel regional y global? ¿Cuál es el rol que desempeñó a lo largo de la historia la tierra santa en los procesos de transformaciones globales?
Antes de hablar sobre lo que vendrá después de Gaza y determinar el tamaño de los cambios que se producirán tanto en la región árabe como en el sistema global, nos gustaría destacar cuatro puntos:
En primer lugar, a lo largo de décadas de nuestra historia contemporánea, el mundo se ha acostumbrado al hecho de que los grandes puntos de inflexión históricos no ocurren sin que haya acontecimientos importantes, mientras que los sucesos menores se quedan siempre marginados. Sin embargo, los sucesos del 7 de octubre cambiaron esta ecuación, ya que, a pesar de ser un pequeño evento en términos de tiempo y de espacio, sus dimensiones afectarán al poder global. En segundo lugar, a pesar del gran número de institutos de estudios estratégicos, espionaje y centros de vigilancia existentes a nivel mundial, ninguno ha sabido anticipar los acontecimientos de Gaza. En tercer lugar, todas las miradas estaban centradas en Ucrania, pensando que sería el único espacio geográfico donde se iban a trazar las relaciones entre las grandes potencias y el destino de Europa; sin embargo, Ucrania ha quedado ya en un segundo plano. Por último, y, en cuarto lugar, la cuestión palestina, a nivel regional, parecía destinada a su desaparición (el acuerdo del siglo, el NATO árabe-israelí, etc.) con la aparición de un nuevo oriente medio, bajo liderazgo y dominio exclusivo israelí, especialmente ante la avalancha de la normalización de las relaciones con los países árabes; pero todos aquellos planes económicos y estrategias nuevas, incluidas las de deportar a los palestinos al Sinaí, se desmoronaron el pasado 7 de octubre.
Hemos superado los cien días de guerra y la resistencia palestina sigue cosechando tanto victorias estratégicas sobre el terreno como a nivel ético, con su trato a los presos israelíes, y a nivel mediático, logrando poner fin a la narración histórica del sionismo, hecho que probablemente sea el mayor éxito de esta operación (también se apoderaron de la base 8200 cibernética, que es el centro de espionaje de alta eficacia sobre África, Europa, Asia y el mundo árabe). En otras palabras, se ha descubierto la falsedad que intentaron ocultar durante mucho tiempo a través de los medios de comunicación, cuyo control ejercen casi en su totalidad y a nivel planetario. El pueblo de Gaza está sometido a una barbarie sin precedentes en la historia de la región; en efecto, esta es la estrategia de cualquier movimiento de resistencia, golpear aquí y allá en todos los niveles posibles, hasta que llega un momento en el que el enemigo se siente incapaz de seguir, tal como lo hemos comprobado en Vietnam, Irak, etc. La mejor prueba de lo que estamos diciendo es que, durante todo este tiempo que llevamos de guerra, hemos pasado por dos etapas. Una primera etapa que puede calificarse de guerra sicológica, en la que el intento de satanizar a los palestinos en los primeros días se desmoronó rápidamente ante los bombardeos israelíes y la falsedad de la narración y en la que no debemos extrañarnos como algunos medios reconocieron su error, al menos para mantener una credibilidad, que, al parecer, está prácticamente sentenciada. En la segunda etapa y, ante los golpes recibidos en las arenas de Gaza, pasaron a otra más estratégica o táctica, es decir, a la del falseamiento de la realidad del terreno o a la creación de una imagen ficticia, a través de los medios de comunicación, en la que se habla de la era post Hamas, a fin de generar cierta inestabilidad entre los palestinos o, hasta cierto punto, elevar la moral a los israelíes que saben ya que la única victoria que van a cosechar es la marcha de Netanyahu. Y por supuesto, tanto Israel como Estados unidos están negociando un alto el fuego. Dentro de esa misma línea, podemos mencionar también la cuestión de los dos estados y el proceso de paz que, realmente, no son más que mensajes para el consumo diario, especialmente para Washington, donde Biden ha perdido toda su credibilidad en vísperas de las elecciones decisivas del próximo mes de noviembre. Si se impondrá algo en el futuro, será un estado multifuncional, donde todos puedan vivir en paz y armonía, por supuesto, será el país más desarrollado de la región.
Ahora hablaremos de los posibles cambios, empezando por el lugar en donde se producen los hechos, Palestina. En este sentido hay tres componentes. Israel, la Autoridad Palestina (OLP), que gobierna Cisjordania, y los movimientos de resistencia palestinos liderados por Hamas y la Yihad, entre otros. Comenzando con Israel, hay que señalar que el gobierno y el pueblo israelí recibieron un golpe similar a un terremoto que trastornó todas las escalas y provocó conmociones violentas a diferentes niveles, de los que destacamos los más importantes.
En primer lugar, a nivel de seguridad e inteligencia, pues sufrieron un revés del que nunca van a recuperar, ya que la infiltración se preparó hace años. Por primera vez, aparecen graves lagunas en el ejército israelí, a pesar del enorme equipamiento, la alta tecnología, los medios y el enorme potencial, mientras la realidad demostró que el soldado israelí parecía más débil, incompetente y carente de moral: saqueos, violaciones a ciudadanos indefensos, etc. El mito del ejército invisible se desmoronó en cuestión de horas, ya que todos sabemos cómo el ejército israelí logró derrotar a los ejércitos árabes en aquellos días de guerra.
A nivel moral, ha cosechado una grave derrota, peor que la militar, ya que su imagen a nivel global es la de un estado genocida que masacra niños, mujeres, etc.
A nivel político, la democracia israelí de la que tanto presumían se derrumbó en segundos y se transformó en una dictadura semejante a la de sus colegas árabes. Ya antes de la guerra, Israel atravesaba una grave crisis política interna y los ciudadanos israelíes cada vez son más conscientes de que su destino político, incluso las cuestiones de paz y guerra, están en manos de unos fanáticos que no hacen más que conducir al país al caos.
A nivel doctrinal, gran parte de los ciudadanos del mundo no sabían mucho sobre el sionismo, pero después de los sucesos del 7 de octubre se ha mostrado otra cara de los políticos israelíes, la cual ha conmocionado al planeta entero, por su racismo, fealdad y violencia, así como por el hecho de que creen que son el pueblo elegido y, por lo tanto, tienen el derecho exclusivo de apropiarse de todo. El sionismo ha llegado a derivar su legitimidad, la de una doctrina cuyas enseñanzas amenazan la paz global.
A nivel popular, se ha abierto una gran grieta en el tejido social israelí que ha aumentado las diferencias internas de una manera sin precedentes, de modo que, por primera vez, se carece de una visión unida, salvo la de marcha de Netanyahu, lo que empieza a presagiar la desintegración general y un colapso inminente.
Y, por último, políticamente, el político israelí ha perdido completamente su credibilidad, al ser acusado de todo tipo de crueldades. No cabe duda de que el gobierno está enfrentado a dos cuestiones: el colapso voluntario desde dentro o una revolución social para imponer otras alternativas políticas, sin olvidar, por supuesto, la sangrante cuestión económica a pesar de la ayuda norteamericana u occidental (incluso países árabes): el elevado gasto militar, la indemnización de los muertos y heridos, la huida de grandes empresas, la agricultura, el tejido industrial, el turismo, etc. Todo esto implica que la pregunta que más terreno gana en el país sea, ¿sobrevivirá Israel a la octava década? Lo que fue en su día un tema literario (“la generación del fin”), parece ser ahora un debate nacional, a sabiendas de que ni la historia (los cinco estados anteriores no duraron más de 80 años) ni la geografía juegan a su favor. De momento, los tres componentes en que se basó Israel desde su creación, prácticamente se están desmoronando. La primera es la emigración, pues desde 2007 hay un saldo migratorio negativo, es decir, los que salen del país son más de los que entran; antes del 7 de octubre salían cada año unas veinte mil personas para no volver y desde el 7 de octubre se han marchado del país alrededor del medio millón de personas. Y es de todos conocida la sangría demográfica que vive el país. La segunda, el fin del mito de la expansión o el eslogan que levantaban siempre del Nilo al Éufrates, y la tercera y última, la normalización de las relaciones con los países árabes que va a ser muy difícil que se produzca, puesto que, cualquier régimen, al menos en el medio plazo, será incapaz de intentar un proceso de dicha magnitud, a sabiendas de la marea de revueltas que sacudirá la región.
La Autoridad Palestina es también otro de los grandes perdedores de esta batalla ardiente de Gaza. Todos los estudios y encuestas de campo lo confirman. Si no fuera por las armas de que dispone, estaríamos hablando probablemente de una revuelta en la Diffa. Y lo más grave es que hay muchas expectativas de que gran parte de sus miembros abandonen la Autoridad, porque según ellos, la única manera de acabar con el egoísmo israelí es la lucha por conseguir los derechos. Hay que recordar que la OLP se ha convertido en el brazo armado de Israel y un medio de opresión y espionaje en manos de Tel Aviv, a cambio de recibir una serie de ventajas y unas cantidades de dinero. La mayoría de los resistentes palestinos están secuestrados en las cárceles israelíes gracias a éstos.
Hamas y los grupos resistentes palestinos son, realmente, los grandes vencedores de esta batalla. A día de hoy, cualquier palestino o incluso la mayoría de los ciudadanos árabes los ven como sus representantes y defensores. Si la guerra terminara mañana, miles de personas se afiliarían a ellos y, por ende, su fuerza se duplicaría, especialmente, después de demostrar su independencia de cualquier otro país exterior, a pesar de las ayudas que recibe de algunos (ni Irán, ni Qatar, etc. tienen peso en sus decisiones).De hecho, y por más que intenten satanizar a Hamas, como una creación del estado de Israel tal como hemos escuchado en palabras de Borrell, dichas palabras ya no tienen eco alguno, al menos en el mundo árabe.
Ahora referiremos las variables profundas a las que muchos no prestan atención, porque la mayoría de los análisis se centran en los aspectos económicos y políticos, considerándolos como los pilares del estado contemporáneo. La primera variable es el nuevo discurso lingüístico que se ha extendido por el mundo; la gente hoy habla de la justicia como una importante virtud educativa y habla de la moralidad que si bien no era un tema excesivamente importante hasta este momento, ha sido precisamente la guerra en Gaza la que la avivado, encendiendo emociones, despertando corazones y creando una simpatía sin precedentes; hemos visto escenas en países de todo el mundo de mujeres y niñas llorando por los niños que fueron asesinados. Las críticas más importantes dirigidas a la civilización occidental se centran en las cuestiones de la doble moralidad, la justicia y el espíritu humano hacia otros pueblos. Y eso, ha devuelto a la escena las masacres del colonialismo y sus guerras y sus genocidios brutales; sin ir muy lejos, citaremos el caso de Namibia contra Alemania. La guerra de Gaza ha cambiado la situación por completo y ha despertado a la humanidad. Por primera vez en dos siglos, el sur plantea un dogma moral y ético nuevo para el mundo; como ejemplo sirva el caso de la demanda de Sudáfrica a Israel ante el tribunal de justicia internacional que es, en realidad, un juicio al poderío anglosajón y no a Tel Aviv que, en realidad, no es más que una base militar adelantada en la región árabe para mantener a ésta dividida.
Por eso, gran parte de la sociedad civil y los intelectuales de muchos países occidentales que, cada vez, son más numerosos se preguntan hacia dónde vamos, ante el temor de que su democracia esté cada vez más encarcelada; la realidad es que Gaza ha tocado las raíces de sus valores, bajo los cuales el mundo ha sido gobernado en los dos últimos dos siglos. Antes, mientras sus ejércitos arrasaban en otras partes del mundo, sus políticos y un puñado de intelectuales hablaban de la iluminación occidental y de transportar la modernidad a estos pueblos, si bien es cierto que entonces, no existían medios de comunicación alternativos como hoy en día. Por tanto, ese doble lenguaje a partir de ahora nadie lo va a creer, ya que se ha desmoronado en pocas horas en Gaza. Quién sabe si estamos incluso ya ante el derrumbe definitivo del neoliberalismo o si detrás de esas manifestaciones a favor de Gaza se esconden otros que están en contra de este sistema. El derrumbe de un imperio o una civilización anticipa siempre una decadencia de valores y una desestabilidad interna, aunque existiera un enorme desarrollo científico, militar, etc.; el mejor ejemplo de ello es la URSS, que parecía destinada a poblar el mapa de la Tierra para siglos.
A nivel global, es más que probable que asistamos a una nueva escena internacional (multipolar), intensificándose la lucha entre las grandes potencias y con cada vez mayor presencia de nuevos actores como Turquía, India, etc. Además, será difícil que EE. UU., que ha perdido prácticamente todo tipo de credibilidad a nivel internacional, vuelva a intermediar en asuntos internacionales. Lo peor es que todos esos proyectos que se estaban trazando en el oriente medio (ruta de incienso, canal de Ben Gurrión, la cuestión del gas del mediterráneo oriental, Gaza y sus aguas que se asientan sobre cinco pozos de gas de trillones de pies cúbicos) parecen retirarse a sus cuarteles de invierno. Lo cierto, es que Washington volverá a posicionarse en la región, buscando otros actores alternativos en ella, y quien sabe si ese país será Irán, sacándose a la luz lo que antes se escondía detrás de falsos mítines, ya que, aunque existieran muchas diferencias entre ambos, los intereses de unos y otros hacían que se aplazara cualquier contienda bélica. Gaza descubrió esa interacción iraní-norteamericana que destruyó a más de un país árabe: Irak, Siria, Yemen, etc.; de hecho, el país persa –el país clave en la región- jamás hubiera asentado su control sobre estos países. Tampoco hay que olvidar que Teherán es utilizada como un instrumento para asustar a los países del golfo, a fin de que permanezcan en constante dependencia norteamericana (venta millonaria de armas anuales, supervivencia del petrodólar). Más de uno pensaría que ayuda a los palestinos, pero bajo esa mínima ayuda se esconde su proyecto hegemónico sobre la región, proyecto que gestiona con altas dosis de pragmatismo y eficacia política, para intentar ganar legitimidad entre los pueblos musulmanes, ya que la tiene prácticamente perdida desde su intervención en Siria. Por eso, es más que probable que la lucha se intensifique en Siria, en especial, en el norte del país, donde chocan casi todos los proyectos enfrentados en la región árabe. Todo esto sucede, mientras el gran ausente es el sistema árabe, muerto hace ya siglos. Una vez terminada la guerra, es más que probable que vivamos cambios drásticos en una región que está a punto de erupcionar como un volcán.
Todo esto de momento beneficia a Rusia y China, probablemente, los dos grandes vencedores de esa debacle norteamericana en Gaza. No olvidemos que la mayor victoria estratégica cosechada por estos dos países fue cuando los norteamericanos se estancaron en Irak y Afganistán. Por un lado, esto supuso que Washington se alejase de sus fronteras y, por otro, les permitió reconstruirse de nuevo y ganar tiempo, sobre todo, a Moscú que parecía en un tiempo destinada a la balcanización. Sin embargo, si tal como sostienen muchos analistas y estudiosos del tema, ambos países son capaces -ahora más que nunca- de consagrar la legitimidad alternativa o, mejor dicho, un polo nuevo, lograrán afianzar un rol importante y alternativo a escala global, especialmente, después de la más que cantada victoria en Ucrania.
En fin, Podríamos decir que estamos en un punto de inflexión y cambios muy profundos que marcarán nuestro devenir. Lo que vendrá después nunca será lo mismo ni en la región árabe ni en el resto del mundo tras los acontecimientos vividos después del 7 de octubre. Y la pregunta es ¿Qué es lo que ha hecho que Gaza adquiera el privilegio de ser el artífice de todos esos cambios? La respuesta es la legitimidad de su lucha, la de un pueblo despojado de todo, los ríos de sangre de sus niños, sus mujeres y sus ancianos que, por supuesto, no es un honor que se otorga a cualquiera, tampoco es extraño a la nominada tierra santa, siempre ha sido y será el punto de las grandes transformaciones globales. La mejor prueba de aquello son los millones de personas que salen a la calle para manifestarse en apoyo a una causa con la que todos se sienten identificados. Si nos fijamos en el panorama internacional, vemos como en las últimas semanas hay una alta expresión de júbilo hacia el cambio, pues los africanos –como destacan muchos- ven en ella el espejo donde pueden lograr el sueño de cambiar su drástica realidad algún día y acabar con el clasismo global, con una minoría rica frente a una mayoría pobre y, por supuesto, con otros movimientos e ideologías que puedan ser una moneda alternativa al capitalismo.
En el dilema palestino confluyen factores múltiples: la discriminación (se les considera como animales), el racismo, el desprecio, etc.; incluso diríamos, que en él se refleja claramente ese choque entre las dos miradas que aspiran a reinar en este mundo, la visión darwinista, que aspira a mantener su control sobre el mundo a través de fuerza y medios violentos, y la otra, la más humana, que representa a la mayoría de los pueblos que aspiran a un mundo mejor. Por tanto, no estamos ante una causa de un pueblo o de una región, sino más bien frente una cuestión a la que podríamos llamar moral, filosófica o metafísica que plantea preguntas en torno a la humanidad del ser humano y a los valores del mundo moderno. En definitiva, esperemos que detrás de estos ríos de sangre que vemos a diario en Gaza (sin olvidar otras partes del mundo) se alimenten las semillas de una nueva civilización humana o, mejor dicho, de un nuevo ser humano, comprometido consigo mismo y por encima de todo comprometido con el medio ambiente, la igualdad, la diversidad, a fin de asentar la paz que, tanto cantaron los antiguos como loe nuevos, pero al parecer sigue resultando extraña a nuestro diccionario.