Marcelo Gullo
El concepto de umbral de poder
Para entender con la mayor precisión los factores y elementos que marcan, componen y cambian la situación de los estados en el ámbito internacional, haciendo algunos estados subordinadores y a otros subordinados –una situación que es relativa y, por naturaleza, cambiante- es necesario crear una nueva categoría de análisis interpretativo. Esta categoría, que denominaremos “el umbral de poder”, no consiste en una mera “invención” –arbitraria o caprichosa- sino más bien un concepto operativo que nos permite exponer, de un modo sintético, una serie de parámetros que existen y son realizados en el curso de la realidad histórica de las naciones y que determina su situación antes de otras naciones.
Así, por el “umbral de poder”, entenderemos de ahora en adelante una cantidad de poder necesario mínimo bajo el que cesa la capacidad autonómica de una unidad política. “Umbral de poder” es, por tanto, el mínimo poder que un estado necesita para crear el estado de subordinación, en un determinado momento de la historia. La naturaleza “variable” de este umbral de poder se deriva en su momento de su naturaleza histórica y relativa. En la interpretación del mundo hecha desde esta postura del derecho internacional, todos los estados formalmente independientes son sujetos de ley. En la asamblea general de las Naciones Unidas, tanto la República Dominicana, Jamaica, Madagascar como Estados Unidos o China tienen un voto, son merecedores de un voto. No obstante, dentro de la misma institución que consagra la igualdad jurídica de los estados, emerge el Consejo de Seguridad para recordarnos que todos los estados son iguales pero los hay más iguales que otros. Diferentes del “mundo imaginado” por algunos profesores de derecho internacional, en el área de la realidad internacional –donde el poder es la medida de todas las cosas- solo aquellos estados que alcanzan el umbral de poder que es utilizable en este momento de la historia son verdaderos “sujetos” de la política internacional. Los estados que no alcanzan el umbral de poder, aunque puedan lograr gran prosperidad económica, tienden a convertirse, inevitablemente, en “objetos” de la política internacional, significando que son estados subordinados.
El umbral de poder necesario para que un estado no caiga en el estadio de la subordinación siempre está relacionado con el poder generado por otros estados que comprenden el sistema internacional. Cuando una o varias unidades políticas incrementan considerablemente su poder, provocan cambios sustanciales en el umbral de poder que otras unidades necesitan para no caer en el estadio de la subordinación. En este sentido, cuando la formación de los grandes estados nacional se produjo, España en 1492, Francia en 1453 e Inglaterra en 1558, estos aumentaron el umbral de poder, y las unidades políticas que no fueron capaces de convertirse en estados nacionales, como las ciudades estado de la península italiana, progresivamente se convirtieron en estados subordinados. Al mismo tiempo, cuando Gran Bretaña se convirtió en el estado-nación que produjo plenamente la revolución industrial –inaugurando la categoría de estado-nación industrial- se incrementó el umbral de poder que otros estados necesitaban para mantener su capacidad autónoma, esto es, para no caer bajo la subordinación británica. Las caídas de España y Portugal tenían su origen fundamentalmente en la incapacidad de estas dos unidades primero, para convertirse en productores de manufacturas, y después, para completar sus propias revoluciones industriales [1].
El deterioro progresivo en términos de poder provocó que Portugal se convirtiera en un estado subordinado al poder inglés y España se convirtiera en un estado subordinado, primero al poder francés y más tarde al británico. Portugal y España lentamente dejaron de ser estados centrales -“miembros de pleno derecho” de la estructura hegemónica de poder- para ser simples estados periféricos, excluidos de la estructura hegemónica de poder. Dejaron de ser estados subordinadores para ser estados subordinados. La exclusión se volvió gráficamente obvia incluso en la expresión popular usada en Francia e Inglaterra, que “Europa termina en los pirineos”. Así, el resto de Europa, españoles y portugueses, eran “africanos”.
Los estados alemanes –Prusia, Baviera, Wurttemberg, Baden, Sajonia y Hannover, por mencionar algunos- sólo fueron capaces de superar su estado de subordinación cuando Otto von Bismark culminó la unidad de Alemania que había estado siendo preparada por el Zollverein, la unión comercial entre los micro-estados alemanes. Esto viene a decir que Alemania sólo fue capaz de superar su estado de subordinación cuando, gracias a la unidad política y la industrialización, fue capaz de alcanzar el “nuevo” umbral de poder, este umbral que Gran Bretaña había establecido con la industrialización. La península itálica solo fue capaz de superar su estado de subordinación cuando el reino de Piamonte y sus industriales generaron unidad y profundizaron el proceso de industrialización para ampliar sus mercados, un hecho que permite al nuevo estado alcanzar umbral de poder que Gran Bretaña había asentado. En Asia, sólo Japón con la revolución Meiji, es capaz de alcanzar el umbral de poder y convertirse en la única nación asiática no sujeta a la subordinación europea.
En el continente americano, empezando con la “insubordinación fundante” de 1775, aparte de la estructura hegemónica de poder, un estado de inusuales dimensiones empezó a ser construido. Cuando el 2 de febrero de 1848, por el tratado de Guadalupe-Hidalgo, Méjico se vio forzado a abandonar la amplia extensión de territorio entre Texas y California, los Estados Unidos se convirtieron en un estado continental. Los territorios tomados de Méjico junto con los territorios que Estados Unidos había ganado en Oregón y en el suroeste, tomó una superficie de unos siete millones y medio de km2, lo que significaba, un territorio aproximadamente igual a la extensión de toda Europa. Más tarde, con la victoria del norte industrial sobre el esclavista y agrario sur, un nuevo y gigante estado-nación industrial se adelantó –lo que generó una nueva categoría de Estado: El estado nación industrial continental- que progresivamente eleva el umbral de poder una vez más. Por tanto, desde la finalización plenamente industrial de los Estados Unidos en adelante, se vuelve claro para otras unidades políticas del sistema internacional que solo sería posible mantener su capacidad autónoma plena si fueran capaces de pasar a ser un estado industrial nacional similar en superficie y población a los Estados Unidos, es decir, en superficie continental. En Europa esto fue percibido prontamente por Alexis de Tocqueville, Bruno Bauer y Friedrich Ratzel. En américa latina también lo sintieron José Enrique Rodo, Manuel Ugarte, Rufino Blanco Fombona, Francisco García Calderón y José Vasconcelos.
La construcción del poder nacional y del impulso estatal
Para los estados periféricos, sujetos en el sistema internacional a una doble subordinación, el objetivo estratégico fundamental no puede ser cualquier cosa más que alcanzar el umbral de poder. En aquellos estados, la construcción del poder nacional requiere un gran impulso del estado para poner en acción lo que la fuerza es. El impulso conducido por el estado permite la movilización de recursos potenciales que cambia la fuerza en poder, la fuerza en acción. [2] En realidad, a través del estudio profundo de la historia de la política internacional se ve derivado que en origen del poder nacional de los principales estados que conforman el sistema internacional siempre está presente un impulso conducido por el estado. Esto es así porque el poder nacional no emerge espontáneamente del simple desarrollo de los recursos nacionales. Es más, en los estados periféricos, la necesidad del impulso estatal es visto para que sea incrementado porque los estados que tienen más poder tienden a inhibir la explotación de los potenciales subordinadores para que la relación de fuerzas no sea alterada en su detrimento. Recordemos con Pinheiro Guimarães que “las estructuras hegemónicas de poder tienden, por naturaleza, a alimentar su propia perpetuación” (Pinheiro Guimarães, 2005: 25).
Denominamos “impulso estatal” a todas las políticas hechas por un estado para crear o incrementar los elementos que componen el poder del estado. En una forma general podemos afirmar que dentro del concepto del impulso estatal caen todas las acciones llevadas a cabo por una unidad política tendiente a fortalecer, incitar, inducir, o estimular el desarrollo o el fortalecimiento de cualquiera de los elementos que componen el poder nacional. De un modo restrictivo también podemos usar el concepto para referirnos a todas las acciones llevadas a cabo por un estado periférico tendiente a mover el inicio de fuerzas necesarias para superar el estado de subordinación. El ejemplo paradigmático de lo que denominamos “impulso estatal” fue la ordenanza de navegación inglesa de 1651 y sus reformas sucesivas [3].
Los conceptos de umbral de poder e impulso estatal necesario encabezan el análisis de los elementos que componen el poder estatal. El poder del Estado está compuesto por un grupo de elementos, tangibles e intangibles, que están interrelacionados. Este grupo de elementos está permanentemente afectado por cambios tecnológicos y culturales. Para construir el poder es necesario preguntarse constantemente cuáles son los factores que dan al estado el mínimo poder necesario para mantener la autonomía, con la condición de que estos factores sean, como ya hemos afirmado, permanentemente transformados por la evolución de la tecnología. Uno de los aspectos que preserva la mayor validez del pensamiento de la escuela realista puede ser el reflejo de Hans Morgenthau en los elementos que componen el poder nacional. Para Morgenthau, existen factores “relativamente estables” que componen el poder estatal, tales como el elemento geográfico y los recursos naturales, y otros que pueden estimarse como “dinámicos”, tales como población, fuerzas armadas o capacidad tecnológica.
Podemos decir que Morgenthau concive el poder de una nación como una pirámide egipcia compuesta de 10 plantas o niveles en que el factor geográfico puede encontrarse en la base. En la segunda planta la posibilidad de proporcionarse su propia comida. En el tercero, los materiales raros que se poseen. En el cuarto, la producción industrial. En el quinto, la infraestructura militar. En el sexto, el tamaño y calidad de la población estatal. Las plantas séptima y octava están compuestas del carácter nacional y moral respectivamente. La novena, de la diplomacia estatal –que Morgenthau entiende en un sentido amplio- y, cuando la pirámide no está truncada, la cúspide está habitada por la personalidad de un gran hombre, un hombre de estado, como el Cardenal Richelieu, George Washington o Charles de Gaulle. [4]
Visto en perspectiva y desde la distancia, la pirámide de Morgenthau parece toda ella la más sólida, fuerte e impenetrable cuanto más importantes son los factores materiales, los elementos tangibles constan de cosas tales como el tamaño de la población. Sin embargo, una vez que el viajero se acerca a la fortaleza y penetra en la estructura de la pirámide, es apreciable que su consistencia depende menos de los factores tangibles que de los intangibles, tales como la moral y carácter nacional. Reflejándose en los factores tangibles e intangibles que comprenden el poder nacional, Friedrich List afirmó que: “Es difícil decir si las fuerzas materiales influyen en las espirituales más que al revés, y de modo análogo con respecto a los individuos y fuerzas sociales. Pero lo que es cierto es que algunos tanto como otros están influenciados recíproca y poderosamente, en tal modo que el crecimiento de uno provoca el crecimiento de los otros y la decadencia de uno está siempre seguida por la de los otros” (List, 1955: 59). El mismo List, cuando analiza el poder nacional de Gran Bretaña, se pregunta a sí mismo:
¿Quién puede decir que parte de estos resultados favorables corresponde a la constitución y al espíritu nacional inglés, que otros a su situación geográfica y circunstancias previas, y cuales quizá a la oportunidad, a la suerte o a la fortuna? (List, 1955: 60).
Las corrientes del poder
Los elementos del poder no son factores estáticos, emplazados en un tipo de mundo de ideas platónicas, sino que son más bien elementos dinámicos; la lluvia de la historia puede, como el caso del agua aplicada al cemento, disolverlo y solidificarlo, pero sobre todo, transformarlo. Así Morgenthau advierte cuando afirma:
Los cambios diarios, tan pequeños como inapreciables como pueden verse en el principio, influyen a los factores que afectan la formación del poder nacional, añadiendo una pizca de fuerza de un lado y erosionando un poco de poder por el otro… Todos los factores que hemos mencionado, con la excepción de los geográficos, se encuentran en constante movimiento, influenciando unos a otros y recibiendo al mismo tiempo la influencia impredecible de la naturaleza y las personas. Juntos entonces componen el actual poder nacional, fluyendo lentamente y puede que alcanzando un gran caudal por siglos, como en el caso de Inglaterra, o empeorando de repente y cayendo abruptamente desde su cresta, como el caso de Alemania, o moviéndose lentamente y enfrentándose a las incertidumbres del futuro, como en el caso de los Estados Unidos.
Para dibujar el curso de esta corriente y de los diferentes afluentes que lo componen y para prever los cambios de dirección y velocidad, es la tarea ideal del observador de política internacional (Morgenthau, 198: 193).
Ahora entonces, ¿Cómo dibujar el curso del poder mundial actual? ¿Cómo uno puede prever los cambios en la dirección y velocidad? ¿Hay un método que exista y que nos permitiría conocer donde se encabeza el actual poder? ¿Cómo puede uno detectar, bajo la superficie de las actuales relaciones de poder, los desarrollos germinales del futuro? Es peculiar que, para responder a estas cuestiones, un pensador tal como Morgenthau confió más en la “intuición” y la “imaginación creativa” que en la pura razón. Para Morgenthau, la evaluación de factores de poder en el presente y en el futuro es siempre, una tarea ideal que cuando es completada exitosamente, construye “el logro intelectual supremo” del analista político internacional. Como una tarea ideal, Morgenthau advierte que nunca será perfecto, precisamente porque la naturaleza y el hombre son imperfectos, elementos impredecibles, factores que no pueden ser conocidos con exactitud y que hacen los cálculos de evaluación siempre inexactos. [5] No obstante, aunque esta tarea ideal sea un “imposible” factual, al mismo tiempo es posible aproximarse a esta. Morgenthau encuentra el inicio de la solución para resolver el problema de la evaluación relativa del poder de las naciones en el presente y en futuro mediante la utilización de la “imaginación creativa”, consistente en la combinación de conocimiento de lo que está con los “buenos instintos”, con intuiciones como esta que “podría” ser. La imaginación creativa puede proporcionarnos un “mapa” que contiene “tendencias probables” futuras. A través de esta imaginación podemos “detectar, bajo las actuales relaciones de poder, los gérmenes del desarrollo hacia el futuro” (Morgenthau, 1986: 199). Sin embargo, esta imaginación creativa, el advierte que debe ser inmune a la “fascinación que los factores preponderantes de poder imparten tan fácilmente” [6]. Un error en que las élites políticas e intelectuales de sur américa caen constantemente [7].
Desarrollo económico, riqueza nacional y poder nacional
Normalmente, las expresiones “desarrollo económico” o incluso “riqueza nacional” tienden a confundirse con “poder nacional”. La segunda requiere desarrollo económico, pero el desarrollo económico no garantiza, en o de sí mismo, el poder nacional. Para mantener a los estados periféricos en una situación de subordinación permanente en que están –y la élite subordinada ideológicamente repite sin críticas en los estados periféricos- que el desarrollo de la riqueza nacional es más importante que la construcción del poder nacional. Esto es, de hecho, una discusión de largo. Con respecto a esto, List afirmó incluso en 1838, reflexionando sobre el destino de Alemania que era en este tiempo una región periférica, subordinada y subdesarrollada:
El poder es más importante que la riqueza; sin embargo, ¿por qué es más importante? Porque el poder de una nación es una fuerza capaz de iluminar nuevos recursos productivos, porque las fuerzas productivas son similares a un árbol cuyas ramas eran como riqueza y porque el árbol que produce fruta siempre tiene más valor que la fruta misma. El poder es más importante que la riqueza, porque una nación a través del poder no solamente adquiere nuevos recursos productivos sino también reafirma su posesión de riqueza tradicional lograda de antiguo, y porque la oposición del poder, que significa indefensión, nos hace ponernos en manos de aquellos que son más poderosos que nosotros, no solamente la riqueza, sino también nuestra fuerza productiva, nuestra cultura, nuestra libertad e incluso nuestra independencia como nación, como se nos enseña claramente por la historia de las repúblicas italianas, de la liga hanseática, de Bélgica, Holanda, Portugal y España (List, 1955: 56).
Notas:
Mientras Inglaterra jugó el principal papel en el proceso de industrialización desde los tiempos de Isabel (1558-1603) –que deliberaron en una superioridad económica y tecnológica que puso las piezas del “ajedrez político” en sus manos a escala planetaria-, España fue incapaz de industrializarse. El espejismo del oro americano insensibilizó a la economía española. Se volvió más fácil comprar bienes en el extranjero que manufacturarlos dentro del país. España desatendió, desde el imperio inca en adelante, la producción de manufacturas, la verdadera fuente de riquezas y poder. Esta es la situación que explica que el oro americano hubiera ido a través de España solamente porque, en realidad, era dirigido a los países de los que este país compraba sus bienes manufacturados. Para desgracia de España, la afluencia del preciado metal empezó una verdadera espiral inflacionaria que, una vez que fue incapaz de contener, causó una seria crisis que golpeó a toda la población, lo que en su momento supuso la reacción de la huida en masa al nuevo mundo, un éxodo que empobreció el reino ibérico incluso más. Así se debilitó en España uno de los factores que dan poder a cualquier estado: La población. La emigración en masa despobló España que, entre 1600 y 1750 perdió aproximadamente 4 millones de habitantes. En un lapso de un siglo y medio, su población descendió de 12 a 8 millones de habitantes. Paradójicamente, las riquezas de América arruinaron España, que construyó su propia vulnerabilidad estratégica. La despoblación y la falta de una política económica adecuada, no fue capaz de subir al tren de la revolución industrial, y se quedó atrasada económica y tecnológicamente, un retraso que apenas empezó a avanzar tímidamente durante siglos hasta después de la segunda guerra mundial. Para más información, vean Barbara Stein y Stanley Stein (1970, 2002).
En un sentido físico, Raymond Aron (1984) sostiene que un hombre fuerte es quien, gracias a su peso y constitución física, posee los medios para resistir una prueba de fuerza, una agresión o superación de otras. No obstante, sagazmente advierte que la fuerza física no es nada sin el ingenio, sin la voluntad, sin la inteligencia. En el área de las relaciones internacionales, continúa, es necesario distinguir entre la fuerza en el poder y la fuerza a través del poder en la acción; la movilización se determina por la capacidad y la voluntad, lo que significa que por la capacidad y voluntad de la población (especialmente en la élite dirigente) para pasar a la acción de lo que aún es fuerza.
En agosto de 1651, el parlamento inglés aprobó la ordenanza de navegación bajo la que las mercancías sólo se permitían importarse a Inglaterra en barcos ingleses que estuvieran bajo el mando de ingleses y en que tres cuartos de la tripulación fueran marineros ingleses. La ordenanza de navegación también estableció que en Inglaterra sólo se permitía importar directamente desde su lugar de origen. A través de esta ley, la industria naval inglesa recibió un enorme impulso estatal. Los mercantes ingleses, obligados a tomar provisiones para sí mismos, dieron un impulso a la construcción naval tan importante que la marina británica pronto se convirtió en el puerto principal del mundo.
“¿Qué poder ha venido del poder de Francia”, pregunta Morgenthau (1986: 179), “sin la habilidad de Richelieu, Mazarino, y Talleyrand? ¿Qué habría sido del poder alemán sin Bismarck? ¿Del poder italiano sin Cayour? ¿Cuánto debe el poder de la joven república de los Estados Unidos a Franklin, a Jefferson, Madison, Jay, Adams, a sus embajadores y Secretarios de Estado?”.
Afirma Morgenthau (1986: 194), “Como toda tarea ideal, es algo imposible de hacer. Incluso si los líderes de la política exterior de una nación fueran poseedores de sabiduría superior y juicio infalible y fueran capaces de llegar a la más completa y fiable fuente de información, habrá siempre algún factor desconocido que prestará cálculos inexactos. Nunca estarían en condiciones para prevenir desastres naturales […] catástrofes producidas por personas […] ni invenciones y descubrimientos, el surgimiento y desaparición de líderes intelectuales, militares y políticos, los pensamientos y actos de tales líderes, sin mencionar los imponderables de la moral nacional. Para resumir, incluso la más sabia y más informada de las personas debe enfrentarse a las contingencias de la historia y la naturaleza”.
“Lo que el observador de la política internacional necesita para reducir al mínimo los errores inevitables en uno de los cálculos de poder es la mente creativa inmune a la fascinación que está tan impartida por los factores preponderantes del momento, capaces de poner a un lado las supersticiones, una imaginación abierta a las posibilidades de cambio que ofrecen las dinámicas de la historia. Una imaginación creativa de este tipo sería capaz de este logro supremo que consisten en detectar el germen de los desarrollos del futuro por debajo de la superficie de las actuales relaciones de poder, combinando el conocimiento de lo que es con el sentimiento interno de lo que puede ser posible y condensando todos estos hechos, síntomas y cuestiones en un mapa de las tendencias futuras probables que no tenga demasiada variación de lo que realmente ocurrirá” (Morgenthau 1986:199).
De forma disculpada de las clases intelectuales y políticas de sur américa, es necesario reconocer que a pesar de todas las especulaciones teóricas que podemos hacer sobre el poder, numerosos ejemplos históricos nos permiten afirmar que, cuando vamos de la teoría a la realidad siempre es difícil dar cuenta del poder pero, incluso más, cuando se atraviesa una etapa de transición, como la que atravesó el sistema internacional tras la caída del muro de Berlín y la “evaporación” de la vieja Unión Soviética, o cuando pasamos por una revolución tecnológica-científica de dimensiones históricas. En aquellos momentos de tales pérdidas que cayeron como modernizadores o revolucionarios no son capaces de comprender la verdadera revolución que está siendo producida y cómo ésta influye y modifica todos los factores del poder. Entre aquellos revolucionarios no podemos mirar a Nikita Jrushchev y los marxistas soviéticos –cuando ellos propusieron vencer a los Estados Unidos por la mayor producción de acero, sembrando de más y más chimeneas por toda la Unión Soviética cuando la carrera de la industrialización ya ha terminado porque el mundo ya ha pasado al post-industrialismo- sino en el ejemplo paradigmático de los revolucionarios franceses que creían que el poder nacional de Inglaterra no estaba construido sobre fundamentos sólidos, como el de Francia, porque no estaba basado en la agricultura, una actividad que los franceses creían que contribuía no sólo a la auto-provisión de alimento, sino también a conformar un carácter nacional superior. Según la curiosa interpretación de los revolucionarios franceses, la actividad industrial dio nacimiento a todo tipo de corrupciones imaginables y debilidades, pulverizando el carácter nacional del pueblo que la adoptó: “Entre los muchos conceptos erróneos de los revolucionarios franceses, ninguno fue más insidioso que la idea d que las riquezas y poder ingleses estaban apoyadas en una base artificial. Esta creencia errónea en la debilidad de Inglaterra, llegó de la doctrina que los economistas y fisiócratas enseñaron hacia fines del siglo 18, señalando que el comercio no era productor de riqueza en o de sí mismo, ya que la única cosa que hizo fue promover la distribución de los productos de la tierra, sino más bien que la agricultura era la única fuente de riquezas y prosperidad. A partir de aquí, intensificaron la agricultura al coste del comercio y bienes manufacturados, y el curso de la revolución, que supervisó más asuntos agrarios, tendientes hacia la misma dirección. Robespierre y San Just nunca se cansaron de contrastar las virtudes de una simple vida pastoral con las corrupciones y debilidades que causaba el comercio internacional; y cuando, a principios de 1793, el jacobinismo celoso envolvió a la joven república contra Inglaterra, los portavoces en la convención profetizaron con confianza la ruina de la moderna Cartago” (McLuhan, 1985:67).
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