Rachel Marsden
El pequeño experimento del politólogo loco Emmanuel Macron le estalló en la cara. Y su compañero de laboratorio ya ha pedido su dimisión si el presidente francés no cumple las exigencias del líder izquierdista. Ahora se encuentra en una situación de rehenes que él mismo ha creado.
En mi ciudad natal, Vancouver, Canadá, hay una estatua que me ha
marcado desde que era un niño. Se llama “Miracle Mile” y conmemora una carrera legendaria que se celebró en 1954 en el Empire Stadium de Vancouver entre los dos hombres de la época que rompieron la barrera de los cuatro minutos: el inglés Roger Bannister y el australiano John Landy. Al final de la carrera, Landy, que iba en cabeza, miró por encima del hombro a su oponente, que lo adelantó por el otro y ganó. “Siempre corre tu propia carrera, hasta el final”, me dijo mi difunto padre, especialista en deportes, mientras mirábamos el monumento. “Porque eso es lo único que realmente puedes controlar”. Lástima que Macron no aprendiera la misma lección.
En cambio, después de no haber logrado seducir a los votantes franceses en la primera ronda de votación solo con su plataforma y sus resultados, con un tercer puesto para el partido del establishment “Juntos” del equipo de Macron, dejó de correr su propia carrera y comenzó a mirar a su alrededor.
Macron y su primer ministro Gabriel Attal decidieron que había que negarle a toda costa la mayoría en la segunda vuelta al partido antisistema Agrupación Nacional (que dominó el voto popular en las dos vueltas). Por eso pensaron que, al elegir candidatos en distritos donde una ruptura con la izquierda antisistema llevaría a un escaño a Agrupación Nacional, podrían bloquear a su líder parlamentaria, Marine Le Pen. Y la coalición antisistema de izquierdas Nuevo Frente Popular y su líder de facto, Jean-Luc Melenchon, acordaron hacer lo mismo.
Se unirían en una coalición de perdedores para derrotar a la favorita. París será la sede de los Juegos Olímpicos a finales de este mes. Sería como si a todos los perdedores de la prueba de gimnasia femenina se les permitiera decidir que elegirían a una sola perdedora entre ellos para que se enfrentara a Simone Biles y luego le darían todos sus puntos de perdedores a esa persona para que la derrotara.
Pero lo que en realidad ocurrió fue que, como resultado de esta estrategia, quedaron más distritos con solo una opción entre los dos candidatos anti-establishment –de izquierda y de derecha– que distritos que dejaron a los votantes con una opción entre el equipo Macron y el equipo Le Pen.
¿El resultado? Un parlamento sin mayoría absoluta en el que ningún partido tiene ni de lejos una mayoría de 289 escaños. Los izquierdistas del Nuevo Frente Popular
tienen 182, el “Juntos” de Macron tiene 168 y Agrupación Nacional tiene 143. Si se hacen los cálculos, para que cualquiera de estos partidos obtenga suficientes votos en cualquier tema determinado para alcanzar una mayoría parlamentaria va a ser una batalla cuesta arriba. Y para que se hagan una idea de lo empinada que puede llegar a ser la escalada, los miembros del Equipo Macron ya estaban hablando mal de sus hermanos izquierdistas del oportunismo de la izquierda y se negaban a trabajar con ellos, antes incluso de que empezaran a conocerse los resultados.
Como dictan las costumbres, el primer ministro de Macron, Gabriel Attal, ya ha presentado su dimisión, pero podría quedarse en el cargo hasta que surja un nuevo gobierno. La naturaleza y el liderazgo de esta decisión no son una certeza, porque las relaciones nacidas de la desesperación que conducen a matrimonios concertados (o incluso a aventuras de una noche concertadas con el fin de votar sobre un tema determinado) no son precisamente un éxito rotundo.
Jean-Luc Mélenchon, el líder del bloque del Nuevo Frente Popular con más escaños,
ya ha pedido a Macron que ofrezca a su equipo el puesto de primer ministro o que, de lo contrario, se resigne. Impulsado por la estrategia de Macron, Mélenchon ya habla como si quisiera ver los muebles de Attal cargados en el camión y su ropa tirada en el césped.
Todo esto sólo para derrotar a la derecha antisistema, que aún así logró ganar el voto popular. Los franceses votaron por una cosa y obtuvieron exactamente lo contrario. Sí, leyeron bien. Basta con pensar en eso y en lo que significa para la democracia y la afirmación de que el gobierno es representativo de la voluntad del pueblo. Cuando se observa el voto popular en la segunda vuelta (la suma total de los votos emitidos por cada francés individual), en realidad fue una victoria aplastante de Agrupación Nacional con más de 10 millones de votos. El Nuevo Frente Popular y los partidos Juntos de Macron obtuvieron cada uno 6 millones y algo más.
Hay muchas cosas que todavía están en el aire en este momento, pero una cosa que los franceses lograron es revocar el cheque en blanco de Macron y el establishment, de modo que ya no pueden simplemente imponer las cosas a la fuerza en el parlamento a voluntad con una mayoría. Los franceses han estado emitiendo una sensación que sugiere que están hartos del establishment. Y eso ahora se ha confirmado claramente, como se mire. Por lo tanto, es una gran pérdida para Macron, que miraba tan obsesivamente por encima de su hombro derecho que terminó siendo superado por la izquierda antiestablishment.
Análisis: Elecciones en Francia
Augusto Zamora
¿Ha habido en Francia una nueva revolución? ¿Los herederos de Robespierre han tomado el poder y van a establecer un nuevo orden social y económico, que despoje a los bancos, derribe a la obscena clase dominante y pugne por establecer un sistema menos explotador, desigual y corrupto? No, nada de eso, ni cosa alguna que se le parezca. Ha ocurrido que una alianza contra natura de comunistas, socialdemócratas, liberales, verdes, ultracapitalistas y jugadores de fútbol archimillonarios pidieron votar contra el partido de extrema derecha de Le Pen y, como no podía ser de otra manera, lo lograron, de forma que los lepenistas no alcanzaron la mayoría absoluta necesaria para poder acceder al gobierno (que, no olvidemos, no es lo mismo que acceder al poder, que esos son otros misterios, los verdaderos, que nunca van a elecciones).
Por ese hecho, previsible, han lanzado en Francia y otros países atlantistas las campanas al vuelo, como si se tratara de la segunda derrota de Hitler. Tan babosas, simples y desideologizadas están hoy las sociedades europeas que una pendejada como estas elecciones legislativas son celebradas como si se hubiera dado una nueva revolución en Francia, pero ocurre que es todo lo contrario.
Empecemos aclarando una cuestión, que mi alter ego y yo creemos principal. No estamos en el siglo XX, ni vivimos en un mundo bipolar. Estamos en el siglo XXI, más exactamente, en casi la mitad de la segunda década del siglo XXI, de forma que las categorías políticas, económicas e ideológicas -válidas hace medio siglo-, hoy carecen de validez, contenido y sustancia. Intentar explicar los fenómenos del siglo XXI con las caducas categorías del siglo XX lleva a estas confusiones y a aplaudir como victoria izquierdosa el resultado de las elecciones legislativas francesas, en las que no estaba en juego el modelo neoliberal, sino otra cosa, que no se dice, pero que era núcleo de ese átomo: el partido de Le Pen era el único -repetimos, el único-, que se oponía a la política de la OTAN en Ucrania. Todos los demás -todos, desde la derruida izquierda a la derecha neoliberal-, eran y son atlantistas convencidos y fervorosos creyentes de ir a la guerra con Rusia.
Explicándolo de otra manera, el terror del establishment francés y atlantista a los lepenistas no era por su ideología derechista, sino porque habían prometido que, si llegaban al gobierno, prohibirían el envío de soldados franceses a Ucrania, impedirían el uso de armas francesas contra territorio ruso y reducirían la asistencia al régimen de Kiev. En resumen, que se iban a alinear con otros gobiernos opuestos a la guerra, como los derechistas gobiernos de Hungría y Eslovaquia. Ese era el nudo gordiano y lo que se jugaba.
El llamado Nuevo Frente Popular (remembranza del formado en los años 30 del pasado siglo), incluía en su programa lo siguiente:
"Hacer fracasar la guerra de agresión de Vladimir Putin y velar por que rinda cuentas de sus crímenes ante la justicia internacional: defender sin fisuras la soberanía y la libertad del pueblo ucraniano y la integridad de sus fronteras, entregando las armas necesarias, anulando su deuda externa, embargando los bienes de los oligarcas que contribuyen al esfuerzo bélico ruso en el marco permitido por el derecho internacional, enviando fuerzas de mantenimiento de la paz para asegurar las centrales nucleares, en un contexto internacional de tensión y guerra en el continente europeo, y trabajar por el retorno de la paz."
Es decir, la guerra total contra Rusia, en términos que ni siquiera el Departamento de Defensa de EUU ha empleado (Biden sí, pero el señor presidente de EEUU ya no sabe dónde está parado, literalmente, y encajaría mejor de líder de la Liga Mundial de Zombis, de la que forman parte ya Macron y Scholtz).
¿Ganó la izquierda? No. Ganó por aplastamiento el establishment atlantista, que, por el momento, ha logrado alejar la amenaza de un gobierno francés a lo húngaro, lo que habría sido un descalabro para su política antirrusa.
Porque no es lo mismo una Hungría díscola, con Viktor Orbán de presidente, reuniéndose con Putin en Moscú ¡¡horror de horrores! -, que una Francia cuyo primer ministro podía hacer lo de Orbán y volar a Rusia para parlotear con Vladimiro. Que Hungría es un Estado pequeño y Francia la segunda economía europea.
Importa poco a los atlantistas quién gobierne qué país en Europa, siempre que no se salga del carril guerrerista. Ahí tiene a la Meloni, en Italia, que es de la liga de Le Pen, gobernando feliz, porque sigue fielmente las directrices de la OTAN. Grecia está gobernada por caníbales derechistas y ¿quién oye nada de Grecia? Ni van a oír. EEUU la tiene como puerto principal de descarga de armamento y municiones para Ucrania, que siguen luego ruta por Bulgaria y Rumania, hasta llegar a manos de los carniceros de Kiev.
Así que no, mis atlántidas y palinuros. No había en Francia una lucha entre partisanos comunistas y legiones de Goebbels. Para nada. Esas categorías se fueron con el siglo XX y con el asesinato de la Unión Soviética. Ahora la izquierda es -sin olvidar nuestras señas identitarias de todo el poder a los soviets-, la lucha contra la OTAN y todo lo que representa; el combate contra la acumulación obscena e inmoral del capital nacional y mundial en cada vez menos manos; la multipolaridad y la descolonización de la ONU. Esas cosas, ninguna de las cuales estaba en lid en Francia.
Toca actualizar categorías para distinguir entre lo que hoy es la izquierda y lo que sigue siendo la derecha, desde Asurbanipal. Que la derecha cambia poco en lo sustantivo, aunque no tiene problema alguno en cambiar en lo adjetivo. No lo olviden, que, si lo hacen, pueden acabar aplaudiendo a la Alianza Atlántica y pareciéndose a Biden, que no está el señor para merecer...
Esto está escrito a vuelapluma. Así que nada de rigorismos gramaticales.