Aleksandr Dugin
El desarrollo de la tecnología – principalmente por parte de un Occidente enloquecido – es ya una forma de escalar la guerra, pues la mentalidad agresiva de Occidente quiere utilizar todos sus desarrollos tecnológicos en este conflicto. Debemos recordar que toda tecnología es ante todo tecnología militar y que su aplicación en esferas civiles es solo una consecuencia secundaria. Antes que nada, el desarrollo tecnológico es impulsado debido a la necesidad de crear armas más eficaces, precisas y destructivas. La guerra crea un espacio de muerte y la tecnología también: su propósito principal es matar y garantizar el aumento del poder, la fuerza y la hegemonía de quien la controla.
La misma naturaleza de la tecnología es siniestra e incluso fatal hasta cierto grado, especialmente porque va dirigida en contra del ser humano. Uno de los efectos de la tecnología es la deshumanización de la guerra, debido a que la priva de su dimensión humana: tal antihumanismo de la técnica conduce directamente a la abolición de la humanidad por medio del posthumanismo, la Singularidad y la IA. Cada nuevo descubrimiento tecnológico es un nuevo paso hacia la deshumanización y no añade nada nuevo, sino que elimina otro elemento importante de nuestro ser. El aumento de la tecnología es una destrucción de nuestro ser.
La relación que existe entre la tecnología y la muerte conduce lógicamente a una guerra entre las maquinas y el ser humano. Las distopias de la ciencia ficción no son más que una exacerbación de las tendencias mismas que existen en nuestra civilización técnica. No resulta difícil extender esta visión del futuro desde el pasado pasando por el presente. El futuro se encuentra predeterminado por una serie de estructuras semánticas que dan forma a la historia. Y la tecnología es una maldición que pesa sobre la humanidad. Es por eso que la ciencia ficción actual únicamente nos describe un futuro negro donde el triunfo de la tecnología será el triunfo del mal.
Los amos de la tecnología son los perfectos exponentes morales y espirituales de lo peor de nuestra cultura, por lo que han perdido su alma. Pero para contrarrestar este problema debemos estar a la altura de estos tecno-dementes: para vencer al demonio es necesario convertirse en un demonio. Tal idea es cuestionable y problemática, ya que si la tecnología es mala intrínsecamente no dejará de ser mala incluso si se encuentra en buenas manos, porque tales manos, que sostienen la maldad de la máquina, pronto dejarán de serlo. Se trata de un problema metafísico complejo que no podemos ignorar. No existe una solución fácil, aunque es absolutamente necesario el plantearlo.
Sobre el neopaganismo y el satanismo de las ciencias modernas
El concepto de «pagano» (язычник) tiene su origen en el Antiguo Testamento. En ruso «gentiles» (язычник) hace referencia a los pueblos (народы). Los judíos antiguos utilizaban el término «am» (עם) para describirse a sí mismos y «goy» (גוי) para describir a otras naciones. Judíos = el único pueblo (elegido), mientras que las «lenguas» (языков) de las naciones son muchas. Los judíos adoraban a un solo Dios y estaban seguros de que todas las demás naciones (народы) (языки, lenguas) adoraban a muchos dioses. De ahí la identificación del término «lengua» (goy) con los politeístas idólatras (los griegos utilizaban la palabra ειδολολάτρης). En latín el término correspondiente a este seria gentilis de gēns, «pueblo», «clanes», «naciones».
Tal sentido fue retomado por los cristianos, pero la oposición ya no sería entre judíos y todos los demás, sino entre las naciones cristianas – que representan a la Iglesia de Cristo como la única «nación santa» (ὁ ἱερὸς λαὸς) – contra los pueblos y culturas que adoraban a muchos dioses. Estos serían los llamados «paganos» (язычниками). Aunque los «paganos» originales eran las naciones cristianas antes de que aceptaran a Cristo. Sin embargo, existen naciones que no aceptaron a Cristo y siguieron adorando a muchos dioses (ειδολολάτρης).
El mundo antiguo apenas conocía ateos en el sentido moderno y era incapaz de imaginar que existiera alguien que no adorara a ningún dios. Sólo ciertos filósofos extravagantes como Demócrito y Epicuro en Grecia o los charvaka-lokaicos en la India (así como otros movimientos násticos como el budismo hinayana primitivo) plantearon la extraña y anormal hipótesis de que «Dios no existe». Pero esta era una idea muy marginal. Curiosamente, el Talmud utiliza el término «epicúreos» para referirse a los «ateos» y «paganos».
Pero debemos tener en cuenta un matiz. Sin duda, las culturas no judías y no cristianas (así como no islámicas) tenían su propia comprensión e interpretación de sus tradiciones. Muchas de ellas estaban convencidas de que también adoraban al Dios Único y que otros seres sagrados eran en realidad uno u otro de sus atributos. Así, por ejemplo, Platón y, sobre todo, los neoplatónicos situaban al Uno por encima de todo, precediendo a lo demás. Los Padres Capadocios dieron testimonio de los «hipsistas» (de θεὸς ὕψιστος, el Dios Supremo) no judío y hacían hincapié en el culto al Dios Único. A veces, los historiadores de la religión introducen un modelo intermedio, el «enoteísmo» (literalmente «Dios único») entre el monoteísmo (Dios único) y el politeísmo (Dios múltiple). El advaita-vedanta indio hace hincapié en este enfoque de lo divino en todas sus manifestaciones. Incluso el dualismo aparente del zoroastrismo termina con el triunfo de un único Dios: la Luz, aunque se trata de un «monoteísmo» dinámico y escatológico. Para el zoroastrismo existen dos principios que actúan en la historia y la oscuridad triunfa en las últimas épocas, aunque solo temporalmente, hasta que llegue el triunfo absoluto de la Luz.
Las tradiciones precristianas y no cristianas, salvo las abrahámicas consideradas como monoteístas (islam y judaísmo), suelen denominarse «paganas» y «politeístas». Lo cual no deja de ser una aproximación ajena a las mismas. Aceptémoslas o no, siguen siendo tradiciones sagradas y se basan en creencias «espirituales» que trasciende claramente el reino de la materia. A través de sus figuras («ídolos») apelan a principios, poderes, espíritus incorpóreos e inmateriales. El hecho de que se considere que veneran «objetos sin alma» es una idea polémica e ingenua. Otra cosa es que el cristianismo describa estricta y claramente las estructuras del mundo espiritual y afirme la distinción entre los espíritus angelicales y demoníacos. Las fuerzas angelicales son fieles a Cristo y, por lo tanto, guardianes de los cristianos y de la Iglesia. Como las huestes de los santos, cuyas imágenes son veneradas con reverencia por los verdaderos cristianos.
Ahora bien, resulta ridículo que los cristianos denuncien el «paganismo» basándose en la ciencia materialista, la cual no reconoce sino la existencia de la materia. El materialismo de nuestra sociedad actual, que es inculcado a los niños desde pequeños, es mucho más primitivo y vulgar que el paganismo, pues no reconoce ningún aspecto espiritual del mundo y se burla de lo sagrado como algo inverosímil. El materialismo es cinismo burdo, ateísmo militante e ignorancia. Y este es el punto más interesante: los cristianos modernos, a pesar de que tienen razón al criticar el paganismo, son sorprendentemente tolerantes frente al materialismo, el atomismo y la imagen científica del mundo construida por el ateísmo militante o sus diversas herejías (como el unitarismo de Newton). El Kápishe (2) nos asusta (y con razón), pero nos deja indiferentes el hecho de que se enseñe física o la teoría de Darwin sobre el origen de las especies a los niños de quinto grado.
Es algo muy extraño: si supuestamente defendemos la cosmovisión cristiana, entonces debemos defenderla por completo. La actual guerra que libramos contra Occidente (justamente una entidad anticristiana, atea, materialista y satánica) es mucho más fácil de explicar a los cristianos que a los «paganos». Es la guerra del fin de los tiempos, en la que Katechon lucha contra el Antikaimenos, el «hijo de la perdición», por lo que estamos intentando aplazar la llegada del Anticristo.
Por otro lado, los «neopaganos» de hoy no son representantes de una tradición precristiana ni tampoco de las culturas sagradas no cristianas. Son un débil simulacro mental fundado en siglos de malentendidos y representan una fea caricatura del paganismo. Es como intentar convertirse en «fascista» viendo 17 Momentos de Primavera, algo que han hecho los ucranianos. La verdad es que el «neopaganismo», que nació en una época donde domina el materialismo y especialmente ahora que la humanidad ha entrado en una época post-materialista, en la cual los ejércitos de los espíritus oscuros, llamados en la Biblia las «hordas de Gogs y Magogs», invaden el mundo para habitar en medio de una humanidad mentalmente debilitada que se ha desprendido de los valores cristianos, no son más que parte de este proceso. Esta invasión puede tener lugar a través de cultos inventados y rituales delirantes, perversiones institucionalizadas por la cultura y el arte posmodernos. No obstante, viene precedida por la gigantesca obra de la civilización moderna que buscó desarraigar la cosmovisión cristiana de las sociedades y sustituirla por el materialismo ateo. El «neopaganismo» es una obsesión, aunque podemos decir que la cosmovisión científica del mundo es mucho más peligrosa. Además, las distintas formas de satanismo contemporáneo, la cual incluye al «neopaganismo» (aunque no únicamente a esta corriente), fue posible precisamente gracias al tremendo trabajo realizado por el materialismo filosófico, científico y cotidiano. Es algo que debemos tener muy en cuenta
Notas del Traductor:
La palabra rusa язычник también puede ser traducido como lenguas.
Kápishche (Ка́пище) es, en un sentido amplio, un término obsoleto que se usaba para referirse al templo pagano; en sentido estricto, era el santuario pagano de los eslavos y el lugar de culto donde se reverenciaban las imágenes de los dioses.