José Julio Cuevas Muela*
España, desde hace ya lustros, carece de gobierno político en el más puro y estricto sentido conceptual y efectivo. A muchos les sorprenderá que nuestra nación política —a diferencia de otras que están emergiendo— precisa de un liderazgo político que sirva de espejo ejemplar a nuestro pueblo para cumplir las necesidades y posesión de una soberanía plena. Muchos, a lo largo de este tiempo, pudieron ver que España no tiene presidente del Gobierno ni Jefe de Estado, sino, por un lado, administradores de la deuda de Bruselas que responden a intereses alógenos sin atender a las necesidades conspicuas de nuestra nación, y por otro, facciones sediciosas internas que poseen un poder político coercitivo capaz de condicionar los vericuetos gubernamentales españoles.
El libro de Pedro Baños está coronado con su mismo título, que reza una palabra prohibida en las salas de la política profesional de las democracias liberales hegemónicas en Europa: el Poder. Este concepto, aunque existente, es poco más que maldito en los renglones discursivos de nuestra clase política al ser demasiado explícito, ya que denota una realidad que no suele encajar con las soflamas parlamentarias y es rompedor con la ficción que han construido en torno a lo que es la política. El poder es, pese al horror de muchos socialdemócratas aterciopelados, el eje de la política y el punto neurálgico del funcionamiento del Estado nación, ya sea interior o exterior.
Y no hay mejor forma para acabar con la mitología o la cancelación de la realidad que a través de la voz de Maquiavelo —un clásico en la politología—, la figura insigne de la separación de la moral, la ética, el bien o la conciencia de algo tan darwinista como son los asuntos de Estado. A este autor, generalmente, se le ha atribuido la frase de “el fin justifica los medios”, cuando en realidad nunca la dejó escrita, sino que es la síntesis de la conclusión final del capítulo XVIII de su obra “El Príncipe” de 1532:
“Cuando de lo que se trata es de juzgar el interior de los hombres, y en especial de los príncipes, puesto que no se puede recurrir a un tribunal, es preciso atenerse a los resultados, y si lo que importa es superar todas las dificultades para mantener su autoridad, los medios, sean los que sean, parecerán siempre honrosos y no faltará quien los elogie”[1].
Asimismo, el coronel Pedro Baños, desde su habitual óptica de hombre de Estado Mayor y geoestratega, nos presenta un libro sobre la obra de Maquiavelo que está compuesto de 16 extensas anotaciones que hizo con respecto a las lecciones que expuso el político florentino. Las anotaciones, realmente, son una actualización y contextualización de las lecciones dadas por Maquiavelo en su clásico. Un libro que podríamos denominarlo como una obra bicéfala o dual, al ser en realidad una fusión entre El Príncipe de Pedro Baños —es decir, El Poder— y El Príncipe de Nicolás de Maquiavelo.
Como bien nos dice el coronel —y también la realidad política— las formas de alcanzar y mantener el poder siguen siendo las mismas, más allá de los cambios producidos por los avances tecnológicos, como la aparición del ciberespacio como nuevo dominio geopolítico. Al fin y al cabo, se trata del poder en su máxima expresión, ahora proyectado a través de otros medios —acordes a los avances tecno-científicos. La obra de Maquiavelo, como decimos, no ha perdido vigencia como manual para líderes y estadistas; las lecciones siguen permaneciendo válidas para la conquista y la preservación de los resortes direccionales del Estado.
El poder como forma de funcionamiento y relación de los Estados.
Ya lo decía el realista Hans Morgenthau (1904 – 1980) sobre qué eran las relaciones internacionales o interestatales; relaciones entre Estados efectuadas en términos de poder. Es decir, no son relaciones establecidas mediante la confluencia de dos éticas diferentes que se amoldan o yuxtaponen en un punto de equilibrio común. Son relaciones chocantes que se ejecutan con diferentes poderes y medios estatales, desde el poder diplomático al económico, militar o mediático. Simplemente porque las relaciones entre Estados son contrapuestas a nivel de interés nacional y los intereses entran en relación contradictoria, de ahí su naturaleza conflictiva. Esto convierte el tablero mundial en una plataforma asimétrica —pues el poder de un Estado no es siempre homologable al de otro en términos de igualdad material, aunque sí esté presente una igualdad formal— en constante enfrentamiento, más allá de las negociaciones pacíficas, que intentan dar una imagen aparente y no real de las relaciones estatales[2].
Por este motivo las naciones políticas necesitan un hombre de Estado o Estadista que contemple su realidad nacional e internacional desde una óptica sumamente realista y con capacidad de análisis continuo que le permita adelantarse a los acontecimientos y transformarlos en realidades que le beneficien o le afecten lo menos posible. En este mundo globalizado y en constante cambio, cualquier movimiento a escala política que acontezca a miles de kilómetros, puede afectar a tu sociedad política en cuestión de horas, y se debe obrar en instancias estatales para acometer las técnicas políticas necesarias. Es una cuestión de Estado; de poder; de estrategia; de habilidad; de servicio a la comunidad nacional; de obrar vislumbrando el futuro. Y estas cuestiones son tan antiguas como el propio nacimiento de los Estados y la organización de las sociedades políticas.
Sobre esto, Pedro Baños nos remite al tratado político más conocido del florentino Nicolás Maquiavelo (1469 – 1527) —padrino del realismo político o realpolitik que separó la moral o la ética de la buena gobernanza estatal, rompiendo con sus antecesores— “El Príncipe” publicado en 1532, y muy conectado con su otro tratado “Discursos sobre la primera década de Tito Livio”, publicado un año antes, en 1531. Este libro es prácticamente una lectura básica en los aularios de Ciencias Políticas y, al igual que “El arte de la guerra” de Sun Tzu (544 a. C – 496 a. C), sus lecciones son aplicadas en campos conectados con la política, como la economía, la guerra, el liderazgo o la biocenosis de los bajos fondos del mundo de los tiburones financieros y empresariales. Sus párrafos muestran la crudeza de la vida política en el foro interno del Estado, pues como institución nuclear de la sociedad política, es tan fría como conflictiva, ¿por qué? Por el Poder, en este caso, el poder político; que es el núcleo de la sociedad política y la capacidad de ejercer un dominio sobre la propia sociedad o sobre otros Estados; una fuerza coercitiva de autoridad capaz de hacer prevalecer los propios planes políticos sobre los del resto, por lo que va unido a otro concepto como es el de soberanía.
Atendiendo a la concepción de «poder» del geopolítico Joseph Nye (1937) —seguidor del Neoidealismo institucional o Neoliberalismo de las Relaciones Internacionales y asesor del expresidente Barack Obama para la confección de su doctrina estratégica en política exterior— “es hacer que los demás hagan lo que tú quieras que hagan. Eso puede hacerse por medio de coerción o de convicción”[3]. Esta explicación, aunque simple, suscita dos dimensiones del poder que, si se fusionan, dan una tercera, según las líneas de Nye. Teorizó que el poder del S. XXI está transicionando de los Estados occidentales a los orientales y que la difusión del poder ha pasado de los Estados a los actores no-estatales. Según su esbozo, la distribución tridimensional del poder se encuentra en tres tableros: el superior (poder militar), el medio (poder económico) y el inferior (poder transnacional). Resalta el tablero inferior porque al tener una composición de totalidad distributiva[4], el poder blando (softpower) que ejerce en el intestino de cada Estado se intensifica a medida que conforma redes de cooperación en la sociedad —al margen de la autoridad política del territorio donde actúa o bien recíprocamente, pues en este punto cuentan tanto las relaciones entre Estados como las relaciones de Estados con una ONG en un país objetivo en perjuicio de su Estado. Además, en el mismo marco estratégico también está la guerra —como expresión primaria de defensa de todo Estado— que es el poder duro (hardpower) por excelencia, cumpliendo su papel protector y coercitivo. La estrategia está en la combinación del poder blando y el poder duro, que resultará en poder inteligente (smartpower), dando lugar a una nueva narrativa que hará ganar también en la historia[5].
Como dijimos antes, el poder político es lo que determina las relaciones internacionales, pero también las relaciones dentro de una sociedad política en sí, ya que estas relaciones implican un nivel de subordinación que quedan reflejados en dos aspectos, en el formal y en el material. En un aspecto formal, nosotros estamos regidos por una serie de códigos o marco jurídico que es el que regula el funcionamiento de una sociedad política concreta, cuyos artículos son de obligado cumplimiento. Pero tal cumplimiento sería imposible dentro de una sociedad con millones de personas sin una fuerza coercitiva que asegurara su fundamentación real, es decir, material. Así lo señala Baños remitiéndose al capítulo XII de la obra de Maquiavelo, ya que “de nada sirven las leyes sin las buenas tropas” pues “(…) un buen ejército (…) permite que las leyes que promulgue [el Estado] sean «buenas»”[6].
El Príncipe como líder político nace, se hace y se mantiene.
El Príncipe o líder político debe ser consciente que no es el timón del Estado lo que lo hace líder, sino sus capacidades para llegar ahí y sus habilidades para mantenerlo frente a las adversidades —que se darán tanto a nivel interno como externo— con la unidad popular. El líder debe tener la prudencia como materia básica en la implementación de sus movimientos estratégicos y políticos, dado que esta le evitará incurrir en errores políticos y le permitirá esbozar las tácticas necesarias tanto para la construcción del buen orden como para el mantenimiento de este. Debe mantener un equilibrio entre las fuerzas militares, las clases poderosas y el pueblo, para asegurarse la pervivencia o la recurrencia del Estado. Sin embargo, esto no será suficiente como dique de contención para los conspiradores, que siempre estarán bajo el acecho, aunque ante ti se presenten como consejeros o fieles servidores. Las caretas son recurrentes en los juegos estratégicos de las salas políticas, de ahí que el líder o príncipe sea lo suficientemente prudente como para saber dejarse aconsejar por las personas correctas y, a la vez, mantener una firmeza en sus convicciones políticas con su debido plan de gobierno.
El coronel Baños señala tres elementos clave que debe tener un estadista para ser un verdadero líder político, estos son: Ética (honradez), Épica (vocación) y Estética (transparencia). Actualmente en la Europa realmente existente, es decir, en la Unión Europea, no hay prácticamente líderes, ya que en su mayoría son gobiernos títere de un gran hegemón —aunque en decadencia— como es Estados Unidos. Esto les convierte en países subordinados a una serie de planes y programas que le imponen desde fuera para su debido y riguroso cumplimiento, por lo que lo que se ha tendido a llamar como democracias occidentales, son en realidad países satélite que carecen de estadistas con proyección nacional. Incumpliendo de esta manera en la mayoría de presidencias los tres elementos clave necesarios para ser un líder político, a excepción de algún que otro gobierno incómodo como el de Hungría con Viktor Orbán a la cabeza. En este aspecto, podríamos hacer una pregunta nominal como, ¿quién lidera la Unión Europea? Si hay algún problema en esta unidad política formal, ¿a quién se tiene que llamar como representante de Europa? Un indicio de que ni existe unidad en Europa, y mucho menos liderazgo. Siempre se ha optado por ser un aglomerado de Estados caniche y bóxer —con impulso suicida— del amigo norteamericano, es decir, el brazo político-militar de Washington en el viejo continente a través de la OTAN para cumplimentar su ortograma geoestratégico.
Sobre este punto es interesante lo que nos comenta Maquiavelo, acompañado de Baños, cuando señala la importancia de un ejército nacional. El florentino distingue entre tres tipos de ejércitos o tropas: las nacionales o propias, los extranjeras o auxiliares (que pueden ser tropas tanto de aliados como de mercenarios) y las mixtas. El político florentino señala a las auxiliares como las más peligrosas debido a que “este tipo de milicia puede ser útil a quien la envía, pero siempre es funesta para el príncipe que la solicita” por el simple hecho de que “si es vencida, será él quien sufra la pérdida, y si es vencedora, quedará a su merced”[7]. Forma parte del juego estratégico de la política, y es evidente que tales tropas solo obedecerán al príncipe aliado que las envía, cuya amistad formal puede tornarse hacia el lado contrario si ve que con ello sale beneficiado. Como forma de prevención, Maquiavelo y Baños recomiendan la formación de un ejército nacional compuesto por personas afines que estén unidas bajo una misma serie de premisas e intereses, cohesionados en base a la defensa nacional de su Estado. Contemplan como error la propia delegación de la defensa fronteriza a fuerzas o Estados alógenos que, como es de esperar, no comparten intereses.
Nuestro autor leonés, en este libro, nos deja clara una premisa que, a posteriori, desarrollará en el libro que publicó a continuación de este “La encrucijada mundial” (2022): Nos sobran políticos y faltan estadistas. Una idea que muchos venimos defendiendo desde hace años, recordando aquella frase del excanciller y unificador alemán Otto von Bismark (1815 – 1898) cuando dijo que “El político piensa en la próxima elección; el estadista, en la próxima generación”. Frase que recogerá el exprimer ministro de Reino Unido, el Sr. Winston Churchill (1874 – 1965) cincuenta años después para transformarla en “El político se convierte en estadista cuando comienza a pensar en las próximas generaciones y no en las próximas elecciones”. Salta a la vista que nos faltan Príncipes (híbridos entre zorro y león, por astutos y fuertes) y nos sobran bufones (servidores de reyes ajenos que les pagan por hacer el ridículo y visten de diferentes colores). Los primeros, como apuntaría Maquiavelo en el capítulo XIV, leen historia y analizan las hazañas bélicas de los grandes capitanes de su patria, para examinar las causas tanto de sus victorias como de sus derrotas y así recoger alguna figura nacional como ejemplo referencial a seguir. En cambio los segundos, representados por nuestros administradores de la deuda de Bruselas y del poder otánico, son una suerte de aglomerado humano lleno de tautología vacua sin sentido de Estado que solo valen para reírle la gracia a las élites de Washington y la Unión Europea, sus verdaderos amos.
Pedro Baños como geopolítico del pueblo español.
El coronel Baños vuelve a dar un puñetazo realista sobre la mesa, trayendo de nuevo al conocimiento popular los entresijos de la política real. Una práctica divulgativa gracias a la cual el 14 de noviembre de 2017, con su primer libro “Así se domina el mundo”, popularizó el término geopolítica y, lo que es más importante, hizo que miles de españoles se interesaran por este vasto subcampo politológico multidisciplinar que encierra historia, estrategia, filosofía y política —entre otras tantas materias— tal y como lo demuestran sus cinco libros de ensayo, con miles de copias vendidas en un país que, como mucho, la lectura preferencial es la novela de masas. Él hizo que todo el mundo tuviera acceso a este conocimiento y mostrase interés en el mismo, sin necesidad de tener que ahogar al público en ciertos tecnicismos que el mundo académico nos tiene acostumbrados.
Gracias a su labor divulgativa, los ensayos de historia y política como los suyos fueron habituales en las estanterías de los españoles, tal y como lo demuestran sus libros, que han sido todos un récord en ventas en cualquier plataforma comercial. Desde hace tiempo le vengo catalogando como el geopolítico del pueblo español, debido a su vocación de servicio popular en todo sentido, incluido el cultural. Como nos dijo Maquiavelo en su libro, “(…) el arte de la guerra es el único estudio al que deben dedicarse los príncipes, pues es la ciencia de los que gobiernan. De sus progresos en ella depende la conservación de sus Estados y su acrecentamiento (…)”[8] y de eso sabe mucho nuestro coronel.
Pero bueno, no os entretengo más con párrafos de un mero lector soporífero e indocto, y lanzaos de lleno al descubrimiento de la crudeza de los entresijos de la política con el binomio de colosos Baños-Maquiavelo, porque como observó Lenin, “salvo el poder, todo es ilusión”.
*Miembro del Instituto Español de Geopolítica (IEG) y codirector del canal de divulgación política e histórica “Discrepantes” (@discrepantes_) en Instagram.
NOTAS
[1] BAÑOS, Pedro. “
El poder. Un estratega lee a Maquiavelo”, Rosamerón, España, 2022, pp. 319-320.
[2] VVAA. “
Teorías de las Relaciones Internacionales”, Tecnos, Madrid, 2015, pp. 137-144.
[4] Concepto perteneciente a la metodología del Materialismo Filosófico (filomat) de Gustavo Bueno. Bueno hace una distinción entre
totalidad atributiva (aquella en la cual las «partes» mantienen su relación con el «todo» de forma mediata) y
totalidad distributiva (cuando las «partes» se encuentran independientes entre sí en su participación en el «todo»).
[5] REFOYO, Enrique J. “
Esbozos de la historia política rusa y otros temas geopolíticos”, Fides, Tarragona, 2016, pp. 156-157.
[6] BAÑOS, Pedro. “
El poder. Un estratega lee a Maquiavelo”, Rosamerón, España, 2022, pág. 139.
[7] BAÑOS, Pedro. “
El poder. Un estratega lee a Maquiavelo”, Rosamerón, España, 2022, pág. 298.
[8] BAÑOS, Pedro. “
El poder. Un estratega lee a Maquiavelo”, Rosamerón, España, 2022, pág. 303.