Claudio Mutti
György Lukács, alias Georg Löwinger (1885-1971), desempeño funciones gubernamentales en dos breves y distintos momentos de su existencia: en 1919, en la época de la llamada «República de los Consejos» presidida por Béla Kun, cuando fue Comisario del Pueblo para la Educación, además de comisario político de la Quinta División Roja; después, en 1956, cuando, como miembro del Círculo Petöfi y del Comité Central del Partido Comunista, fue Ministro de Educación en el primer gobierno de Nagy.
Sin embargo, su intervención más incisiva, más violenta y más devastadora en la vida cultural húngara tuvo lugar en el bienio democrático 1945-1946, cuando regresó a Hungría y fue diputado y miembro de la dirección de la Academia de Ciencias, así como profesor de estética y filosofía de la cultura en la Universidad de Budapest. El vástago del banquero József Löwinger se convirtió entonces en «un verdadero director de conciencias, un dictador espiritual, un dictador relativamente liberal cuya palabra era ley. (…) Era la prueba viviente de la tolerancia del régimen hacia las mentes más sutiles» (1). Otro famoso «judío errante» (2) nacido en Hungría (primero marxista, luego católico y finalmente, por supuesto, liberal) lo describe en estos términos casi idílicos: Ferenc Fischel, alias François Fejtö, fundador con Raymond Aron del Comité de Intelectuales por una Europa de las Libertades. El concepto de libertad de Fischel-Fejtö puede deducirse de lo que escribe sobre la acción político-cultural de György Löwinger-Lukács; según él, «quería hacer del Partido Comunista el mecenas y protector de todas las actividades culturales, un centro de acopio para llevar a cabo las grandes reformas: democratización y modernización de la enseñanza, ampliación de las bases de la cultura, emancipación del espíritu. Era la época del pluralismo y del “diálogo”» (3).
Ante una apología tan sentida, uno se queda sencillamente estupefacto, si se piensa que el «pluralista» Lukács fue el consejero más autorizado de la comisión encargada de compilar el Catálogo de la prensa fascista y antidemocrática, un auténtico Index librorum prohibitorum que se dividió en tres partes publicados entre 1945 y 1946 en varias ediciones por el Departamento de Prensa de la Oficina del Primer Ministro. En aquella época gobernaba una coalición de mayoría centrista, presidida por un clérigo que pertenecía al Partido de los Pequeños Propietarios.
El Catálogo nació del mismo espíritu inquisitorial que unos años más tarde produciría el infame libro de Lukács Die Zerstörung der Vernunft (El asalto a la razón), pero tenía una función eminentemente práctica: señalaba a las autoridades policiales los textos que debían ser requisados en librerías y bibliotecas privadas para ser enviados a la industria de la pasta y el papel, en aplicación del Decreto 530 emitido el 28 de abril de 1945 por el gobierno del General Béla Miklós (el Sumo Sacerdote húngaro), un decreto relativo a la «prensa fascista y antidemocrática». En las bibliotecas públicas, los libros indexados debían trasladarse a departamentos especiales, no accesibles a los lectores ordinarios.
El Catálogo (más de 160 páginas en total) enumera por orden alfabético libros y revistas, folletos y partituras, incluso carteles de propaganda y octavillas impresos en las dos últimas décadas. No se trata sólo de textos húngaros, sino también de ediciones alemanas, italianas, francesas, inglesas y españolas, que tuvieron cierta difusión en Hungría en el periodo de entreguerras.
Entre las obras del índice, además por supuesto de los Protocolos de los sabios de Sión y toda la literatura sobre la cuestión judía, figuran los escritos de Hitler y Mussolini, Joseph Goebbels y Alfred Rosenberg, Pavolini y Farinacci, así como del líder crucificado Ferenc Szálasi. Pero también hay libros de célebres figuras literarias húngaras como József Erdélyi (el poeta nacional-popular ya condenado en la época horthista) o Cecil Tormay (el cuentista que tradujo del italiano a Gabriele d'Annunzio). Entre los autores no húngaros figuran Berdjaev, Céline, Chesterton, Gide, Panait Istrati, Keyserling, Malynski, Maurras, Moeller van den Bruck, Ossendowski, Carl Schmitt, Werner Sombart y Othmar Spann. Entre los italianos, en particular, podemos mencionar a Giuseppe Bottai, Armando Carlini, Ernesto Codignola, Enrico Corradini, Carlo Costamagna, Julius Evola, Arnaldo Fraccaroli, Giovanni Gentile, Balbino Giuliano, Salvator Gotta, Guido Manacorda, Mario Missiroli, Romolo Murri, Alfredo Oriani, Sergio Panunzio, Giovanni Papini, Concetto Pettinato, Giorgio Pini, Giovanni Preziosi, Carlo Scarfoglio, Nino Tripodi y Gioacchino Volpe.
El «plan para ampliar las bases de la cultura» de Lukács incluía también la compilación de la tristemente célebre Lista B, una lista de intelectuales que no eran «políticamente correctos», condenados al silencio y a la muerte civil.
Entre las víctimas más ilustres de la lista de proscritos ideada por Lukács nos gustaría recordar a Béla Hamvas (1897-1968). Sándor Weöres, el Rimbaud magiar, le llamaba «mi maestro»; el filósofo Botond Szathmári le calificaba de «continuador de la tradición platónica». Béla Hamvas, que fue el primero en dar a conocer en Hungría las obras de Guénon y Evola, ha sido señalado en repetidas ocasiones por su parentesco espiritual con los maestros del «tradicionalismo integral»; su obra maestra Scientia Sacra, una gran obra de síntesis que bien podría compararse con libros como La crisis del mundo moderno o Revuelta contra el mundo moderno, merece una mención. Autor prolífico y polifacético, Béla Hamvas reanudó su actividad cultural tras la guerra publicando una antología de la literatura universal, Anthologia Humana, que alcanzó su tercera edición. A continuación, supervisó la publicación de una serie de libros de bolsillo (los «Pequeños Cuadernos de la Tipografía Universitaria») que dieron a conocer al público húngaro no sólo a los presocráticos y neoplatónicos, sino también a autores como Heidegger y Heisenberg, hasta entonces prácticamente desconocidos en el país del Danubio. Pero la serie editada por Hamvas fue prohibida por Lukács, que mandó enviar a al horno los volúmenes ya impresos y ordenó la destrucción de las impresiones. Con diligente escrupulosidad, Lukács también hizo destruir los tomos de un volumen sobre Heidegger que aún no había entrado en imprenta, tras haber tachado ex cathedra al autor de Sein und Zeit de «líder del sombrío existencialismo fascista». Calificado sumariamente (y falsamente) por Lukács como «el más turbio devoto del neomisticismo húngaro», Béla Hamvas fue despedido de la Biblioteca de la Capital, de la que era funcionario, y se vio obligado a ganarse la vida como jornalero agrícola y luego como mozo de un almacén en una empresa de construcción de centrales eléctricas. Pero esto no tenía por qué significar mucho para un hombre que solía decir: «En todas partes hay un Eje».
Volviendo a Lukács, nos parece interesante una sugerencia de Róbert Horváth, que sitúa el origen de la pronunciada vocación de Lukács por el sadismo persecutorio en una especie de devoción religiosa («subreligiosa») invertida e impregnada de un «espíritu» parroquial. Por nuestra parte, hemos encontrado una expresión en uno de los escritos juveniles de Lukács que casi parece anticipar, como una lúcida declaración programática, el ascetismo criminal del futuro inquisidor: «Para salvar el alma», escribe Lukács, «hay que sacrificar el alma misma: hay que convertirse, partiendo de una ética mística, en un feroz Realpolitiker y violar no una restricción artificial, sino el mandamiento absoluto: “No matarás”» (4). Sic.
De hecho, en la obra de Lukács no faltan elementos que confirmen la indicación de Róbert Horváth. Al contrario, en ella es posible percibir ese contenido «negativamente espiritualista y (…) maléficamente religioso» (5) que según Emmanuel Malynski caracteriza «el llamado materialismo histórico» (6); o más bien, esa marca que Guénon consideraba típica de la «contrainiciación»: una marca claramente visible allí donde se desfigura la imagen de lo sagrado y donde se distorsiona o falsifica el sentido de las doctrinas espirituales. Róbert Horváth se detiene en el caso concreto de la lectura que Lukács hace de Meister Eckhart, pero la investigación podría desarrollarse también en relación con otros maestros espirituales, como Plotino y Proclo, a los que Lukács trató de instrumentalizar junto con Eckhart: y no sólo a lo largo de la fase «juvenil» de su actividad (7), hasta Geschichte und Klassenbewusstsein (8), sino también en los años de la llamada «ortodoxia» (9).
Por otra parte, es más que explícita en Lukács una concepción del marxismo que Guénon habría definido como «contrainiciatica»: «Parece esencial al socialismo – escribe Lukács – esa fuerza religiosa capaz de llenar el alma que distinguía al cristianismo de los orígenes» (10). Tampoco faltan en esta caricatura del cristianismo los aspectos escatológicos y mesiánicos, hasta el punto de que si Marianne Weber ya reconocía en el joven Lukács al «mensajero escatológico» de una nueva era (11), Paolo Manganaro ha podido detenerse más ampliamente en estos rasgos del marxismo de Lukács: «Lukács se adhiere a un modelo de socialismo quiliastico, mítico y religioso (…) Para Lukács es decisivo que la clase mesiánica (la Messiasklasse) haya hecho su entrada en la historia: el presente es así el comienzo, la puerta de la utopía. (…) en Lukács la Kultur está cargada de un elemento místico fácilmente discernible. (…) El primer borrador de ¿Qué es el marxismo ortodoxo? desarrolla una dialéctica mesiánica del “cumplimiento esperado” de la revolución» (12).
Desde que Paul Vulliaud, estudioso de la Cábala hebrea, publicara en 1938 su estudio sobre la «propaganda mística de los comunistas», poco se ha hecho por explorar este tema. Aparte de los trabajos de Richard Wurmbrand, Jacques Bergier, Jean Robin y algunos otros, así como algunos artículos de divulgación propios, las investigaciones más serias y orgánicas sobre la subreligión comunista accesibles al lector italiano son sin duda las de Aleksandr Dughin (13) y Nicola Fumagalli (14). El primero ha puesto de relieve la influencia ejercida por aquella doctrina neoespiritualista que en Rusia recibió el nombre de «cosmismo», mientras que el segundo, basándose en la obra de Giorgio Galli, ha intentado rastrear elementos de origen esotérico en el pensamiento político de la izquierda rusa anterior a 1917. Una exploración del pensamiento de Georg Löwinger-Lukács a la luz de los datos e indicios mencionados podría completar válidamente las escasas nociones que hasta ahora se han recogido sobre las «raíces ocultas» del marxismo y las implicaciones pseudorreligiosas del bolchevismo.
Notas:
F. Fejtö, Ungheria 1945-1957, Torino 1957, pp. 122-123.
Fejtö Judío errante es el título con el que «Il Giornale» (Milán) del 26 de junio de 1997 publicó una larga entrevista con François Fejtö, también colaborador del mismo periódico.
F. Fejtö, op. cit., pp. 30-31.
Gy. Lukács, Lettera a Paul Ernst, 4 maggio 1915, rip. en: Gy. Lukács, Schriften zur Ideologie und Politik, Neuwied und Berlin 1967, pp. 10-11 nota. La carta traducida se puede encontrar en: Gy. Lukács, Epistolario 1902-1917, Roma 1983, pp. 359-363.
E. Malynski, La guerra occulta, Padova 1989, p. 153.
Ibidem.
Cfr., ejemplo: Gy. Lukács, Epistolario 1902-1917, cit., pp. 159, 188, 202, 204, 230, 247.
Gy. Lukács, Storia e coscienza di classe, Milano 1967, p. 272.
Cfr., por ejemplo: Gy. Lukács, Megjegyzések egy irodalmi vitához. Az Uj Magyar kultúráért, Budapest 1948; rist. en: Gy. Lukács, Magyar irodalom – Magyar kultúra, Budapest 1970, p. 453.
Gy. Lukács, Esztétikai kultúra, cit. en: István Mészáros, Philosophie des Tertium datur und Coexistenzdialogs, en Festschrift zum 80. Geburstag von Georg Lukács, Neuwied und Berlin 1965.
M. Weber, Max Weber. Ein Lebensbild, Tübingen 1925, p. 509.
P. Manganaro, Introduzione a: Gy. Lukács, Scritti politici giovanili 1919-1928, Bari 1972, pp. XI-XIX.
A. Dughin, Continente Russia, Parma 1991.
N. Fumagalli, Cultura politica e cultura esoterica nella sinistra russa (1880-1917), Milano 1996.