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El mundo islámico ha comenzado a unificarse

Administrator | Lunes 18 de noviembre de 2024
Aleksandr Dugin
El 11 de noviembre se celebró en Riad una cumbre árabe-islámica de emergencia sobre la cuestión palestina. Fue un acontecimiento extremadamente importante. Merece la pena prestar atención al hecho de que en ella participaron en ella acérrimos enemigos como Bashar al-Assad y Recep Tayyip Erdogan. Hasta hace poco tales encuentros eran prácticamente imposibles. Además, el jefe de Arabia Saudí, Mohammed bin Salman, habló no sólo de Palestina, sino también de la necesidad de apoyar a Irán y a Hezbolá, lo que causó bastante revuelo, porque Arabia Saudí e Irán se consideraron enemigos mortales. Lo mismo puede decirse con respecto a Hezbolá.
Por último, en su discurso Mohammed bin Salman dijo explícitamente que ahora no sólo la existencia de Palestina se encuentra en juego, sino también el destino de la mezquita de Al-Aqsa, el segundo santuario más sagrado del islam después de La Meca. Debemos recordar que la operación de Hamás del 7 de octubre de 2023 se denominó «inundación de Al-Aqsa» y fue justificada por la amenaza que pesaba sobre el santuario. Está claro que los dirigentes de Hamás esperaban que esa cumbre árabe-islámica de emergencia se convocara mucho antes, por ejemplo, justo después del inicio de la operación terrestre de Israel sobre Gaza. No queda casi nada de Gaza a estas alturas y los dirigentes de Hamás (y Hezbolá) ya no están vivos, pero la cumbre se ha celebrado ahora.
Todo lo anterior despierta la siguiente pregunta: ¿por qué ahora? Obviamente debido a Trump. Trump es partidario del sionismo de derecha liderado por Netanyahu y, durante su primer mandato presidencial, reconoció tajantemente a Jerusalén (considerada por la mayoría de los Estados miembros de la ONU como territorio ocupado) como capital del Estado de Israel. A esto hay que sumar el apoyo que recibe de radicales como Smotrich, Ben Gvir y su líder espiritual el rabino Dov Lior los cuales proclaman abiertamente la destrucción de la mezquita de al-Aqsa lo antes posible. Tras la elección de Trump el radical Smotrich declaró abiertamente que ahora ha llegado el momento de destruir a los palestinos de Cisjordania, hacer añicos al-Aqsa e incluso apoderarse de Siria junto con Damasco para construir un Gran Israel de mar a mar. Por mucho que Mahmud Abbas intente mantener una posición moderada, viendo el genocidio de su pueblo en Gaza, no se podrá quedar quieto al ver la voluntad inquebrantable de los sionistas de ponerle fin al problema palestino.
Trump ha acelerado este proceso. Ahora los partidarios de una posición moderada en las relaciones con Occidente no tienen ningún argumento: Israel está decidido a destruir o deportar a la población palestina de Israel, demoler la mezquita de al-Aqsa y empezar a construir el Tercer Templo. Según los sionistas todo esto allanará el camino para la llegada del Moshiaj judío.
Todos estos factores obligaron a los líderes del mundo islámico a superar sus contradicciones internas y reunirse en Riad. Erdogan pidió el boicot a Israel. Bin Salman exigió el reconocimiento de Palestina y la consolidación de todos los países islámicos para repeler la agresión sionista contra los palestinos, Líbano e Irán. Mientras tanto, Israel también está atacando Siria, por lo que la presencia de Assad en la cumbre era altamente simbólica.
El polo islámico del mundo multipolar empieza por fin – con enorme retraso – a adquirir una forma visible. Tal vez los propios dirigentes de los países del Medio Oriente prefieran seguir rehuyendo a este proyecto y deseen negociar con Occidente, pero tal camino se está volviendo peligroso para ellos: la población musulmana de sus propios países, viendo su pasividad, observando el exterminio masivo de palestinos a cada minuto y esperando la destrucción de su santuario religioso, no lo tolerará por mucho tiempo. Sólo una guerra común contra un enemigo común puede unir a los musulmanes y todo parece llevar hacia allí.
Quizás, desde una perspectiva histórica, esta cumbre árabe-islámica de emergencia se convierta en el hito más importante de la futura integración islámica. El hecho es que la construcción de un mundo multipolar no será un proceso rápido, aunque cada vez más se convierte en una tendencia importante de la política mundial. Es evidente que el Occidente colectivo y EEUU han fracasado en su papel de líder. Aunque un conservador como Trump, opositor del globalismo, haya llegado al poder en Washington, es difícil que Estados Unidos mantenga su hegemonía no solo a largo plazo, sino incluso a corto plazo. Trump puede fortalecer a Estados Unidos desde dentro, resolver muchos problemas pendientes, cumplir con sus promesas de volver a hacer grande a Estados Unidos, pero ello únicamente se aplicará a Estados Unidos. El resto de la humanidad seguirá su propio camino, fortaleciendo sus propias civilizaciones de todas las formas posibles y restaurando su soberanía plena en todos los niveles.
En caso de que Occidente acepte no ser nada más que una provincia de toda la humanidad, entonces igualmente podrá ser parte de la multipolaridad y habrá renunciado con ello a ser la única autoridad suprema en la toma de decisiones mundiales y en ser quien determina las reglas y normas universales. Por lo tanto, la multipolaridad es insustituible y no puede aplazarse.
¿Qué significa esto para el mundo islámico? Significa que deben asumir como imperativo el integrarse, establecer alguna nueva estructura supranacional que pueda consolidar el enorme potencial de toda la Ummah musulmana y crear así un polo autónomo. En la actualidad, ningún Estado islámico, por separado, es capaz de desempeñar por sí solo el papel de polo de esta civilización ni de ser considerado el núcleo de su integración. Arabia Saudí, Turquía, Irán, Indonesia, Pakistán, Egipto, etc., son completamente independientes. Pero ninguno de ellos puede asumir la misión de unir a todos los demás. Por lo tanto, se necesita un proyecto completamente nuevo para consolidar el mundo islámico.
La cuestión de qué ideología o qué modelo puede usarse como base para la integración islámica viene planteándose desde hace mucho tiempo. Incluso en la primera etapa de la lucha anticolonial contra Occidente, los intelectuales islámicos empezaron a proponer diversas versiones de dicha integración. Ahora no consideramos las versiones occidentales de tal política como lo fueron el liberalismo, el socialismo y el nacionalismo, que por razones obvias no pueden ser la base doctrinal de la integración islámica.
Versiones mucho más importantes fueron los proyectos basados en el islam puro. En ellos, los teóricos islámicos pedían a los pueblos de la Ummah que abandonaran las costumbres nacionales y se unieran únicamente sobre la base de la sharia. La mayoría de las veces se tomaban como base e ideal los dos primeros califatos: el califato árabe, establecido por Mahoma dentro de las fronteras de la península arábiga y el califato omeya con centro en Damasco, establecido en 661, bajo el gobierno de Mauvia, que fue el sexto califa del califato árabe y el primero del califato omeya.
El modelo del Primer Califato es proclamado por el wahabismo, que es la religión oficial de Arabia Saudí. Aquí se niegan todas las escuelas jurídicas del islam, que se formaron mucho más tarde, también las costumbres locales y se rechaza todas las tradiciones interpretativas del Corán y la Sunnah. El resultado es una versión completamente simplificada de la religión, reducida a prácticas rituales y a la comprensión literal de los textos. Ya no se trata de una religión, sino de una especie de ideología. Al mismo tiempo, debido a su simplicidad, es fácilmente accesible a cualquiera. El proyecto wahabí fue apoyado activamente en su momento por la CIA y Estados Unidos en general para contrarrestar las tendencias prosoviéticas en el mundo islámico promoviendo un Islam fundamentalista. Al-Qaeda* y otras estructuras terroristas pertenecen a esta tendencia. La unidad basada en el wahabismo ofrece a todas las sociedades islámicas el ponerse en pie de guerra contra los infieles. El papel de «infieles» lo desempeñaban principalmente los adversarios geopolíticos de Estados Unidos. En la década de 1990 la necesidad de wahabismo por parte de Occidente disminuyó y las estructuras religioso-políticas terroristas que permanecieron activas comenzaron a atacar también a sus amos. Como resultado, Occidente tuvo que luchar contra Al-Qaeda* y sus afiliados. En general, el atractivo del wahabismo entre los musulmanes disminuyó drásticamente y el proyecto de volver al Primer Califato se tambaleó.
Otra corriente del Islam, el salafismo, es bastante parecida al wahabismo. No toma como modelo el Primer Califato, sino el Segundo, que era un Estado de pleno derecho, mientras que el Primer Califato se basaba en un líder religioso carismático y la comunidad armada de los creyentes. Los partidarios de la lucha anticolonial en el mundo islámico se volcaron hacia el salafismo incluso antes que al wahabismo, poniendo en primer plano la idea de un Estado islámico mundial unificado. También aquí se rechazaron tajantemente las tradiciones locales, pero la actitud hacia las escuelas jurídicas e incluso hacia algunas versiones del Islam, como el sufismo (que los wahabíes niegan categóricamente), era más tolerante. Por ejemplo, el movimiento salafí de los Hermanos Musulmanes* nació de la tariqat sufí egipcia y de las ideas del famoso sufí al-Ghazali. Más tarde, sin embargo, esta corriente se hizo cada vez más simplista y menos sufí. Por cierto, Hamás nació como una rama de los Hermanos Musulmanes*. El salafismo, al igual que el wahabismo, insistía en una interpretación simplificada y literal del Corán, además de un rechazo de las tradiciones locales. Pero el énfasis principal se ponía en la creación de un Estado islámico unificado sin distinciones basadas en la etnia, el clan, el origen, etc. Tanto Erdogan como Qatar gravitaron hacia el salafismo en ciertos momentos y los talibanes afganos son representantes de esta tendencia en su versión centroasiática. Tal corriente se encuentra bastante extendida en Pakistán, así como en Indonesia y Malasia. La mayoría de los grupos terroristas fundamentalistas islámicos proceden precisamente del salafismo. Sin embargo, incluso en el caso de los salafíes, con su modelo del Califato Omeya, la causa de la integración islámica no progresó, ya que su radicalismo, su rígido rechazo de las especificidades regionales y sus métodos terroristas fueron rechazados por la mayoría de la Ummah. Los salafíes intentaron desempeñar un papel importante durante la Primavera Árabe, pero sólo contribuyeron a las guerras civiles y los disturbios en Túnez, Libia, Egipto, Irak y Siria. Como resultado, no sólo se han peleado entre ellos, sino que también se han desacreditado a los ojos de la mayoría de los musulmanes.
Erdogan también ha propuesto el Cuarto (último) Califato como el modelo de su política. Este proyecto combinaba el islamismo (de tendencia salafí) y el nacionalismo turco, aunque el laicismo kemalista no encaja en absoluto en este sistema. No obstante, Erdogan asumió seriamente el modelo del califato otomano únicamente antes del golpe de Estado del 2016. La idea de restaurar el califato otomano respondía a los intereses estratégicos de Turquía en el Mediterráneo oriental, con lo que podría justificar sus pretensiones de controlar los territorios septentrionales de Irak y Siria, al igual que atraer a otros Estados árabes, especialmente los relacionados de un modo u otro con el salafismo y los Hermanos Musulmanes*. Pero esta estrategia también fracasó, principalmente debido al rechazo de la dominación turca por parte de los Estados árabes, que no estaban deseosos de que los turcos volvieran a desempeñar este papel en la región.
Es justo que citemos aquí también el proyecto chiíta. Tras la revolución islámica de Irán en 1979, su líder, el ayatolá Jomeini, proclamó una nueva época: la lucha de los pueblos (principalmente islámicos) contra la hegemonía del Occidente materialista y ateo. Jomeini era un chiíta fervoroso y fundó en Irán un sistema especial de gobierno (wilayati faqih) que contó con el apoyo de los chiíes de otros países, especialmente del Líbano. Pero creía que su llamamiento se dirigía a todos los musulmanes, a quienes el ayatolá Jomeini había instado a levantarse contra el poder secular poscolonial ateo y a establecer un sistema de gobierno islámico. Además, también hizo un llamamiento a los no musulmanes, invitándoles a rebelarse contra el «gran satán», la civilización occidental. Aunque las ideas de Jomeini triunfaron en Irán y recibieron un amplio apoyo en el mundo chií, fueron vistas con desconfianza por los suníes. A ojos de los árabes, se trataba de un proyecto persa análogo al proyecto turco-otomano. Así pues, esta versión de la unificación musulmana tampoco fue aceptada.
Incluso un análisis tan breve de todas estas ideas sobre la unificación panislámica nos hace darnos cuenta del proyecto que ha sido dejado de lado: el Tercer Califato, el Abbasí, el cual no ha sido asumido por ningún movimiento islámico. Y esta omisión es tanto más extraña cuando nos damos cuenta que el Califato Abbasí fue la época más brillante y armoniosa del florecimiento islámico. Los abbasíes, que gobernaron en Bagdad (de ahí su otro nombre: Califato de Bagdad), reconcilió a los persas y los árabes, dominando sobre el Asia Central y el norte de África, Mesopotamia y Anatolia, sobre los suníes y chiíes. Durante este periodo se desarrollaron todas las escuelas jurídicas de interpretación del Islam. Florecieron las artes, las ciencias, la filosofía y la tecnología. En él se crearon las doctrinas místicas del sufismo y el chiismo. Los filósofos abbasíes al-Kindi, al-Farabi, Ibn Sina, Jabir ibn Hayyan eran conocidos en todo el mundo y fueron estudiados con diligencia por la Europa medieval, sometiendo cada una de sus palabras a una cuidadosa interpretación.
El Califato de Bagdad fue la cúspide absoluta de la historia islámica, el punto álgido de su ascenso, asegurando la unidad de todos los musulmanes, no mediante la simplificación de la religión, sino mediante su ritualización, su interpretación filosófica y refinamiento. La religión, abierta a todos, atrajo a las mentes más elevadas, que se sumergieron en los infinitos significados del Corán, la Sunnah y las obras originales de los filósofos, místicos y maestros islámicos. El principio árabe se superpuso armoniosamente al persa y al de otros pueblos – los turcos, los kurdos, los bereberes, etc. – que aportaron su granito de arena. Y he aquí lo más importante: al contemplar la cumbre árabe-islámica de emergencia en Riad, es el califato abasí el que viene a la mente. Aquí se reunieron todos los grandes países y corrientes del Islam.
La civilización islámica sólo podrá ser un polo de pleno derecho del mundo multipolar si consigue unirse. Y es muy importante saber cuál será la ideología sobre la que se unificará. El modelo del Califato de Bagdad es el más indicado. Recurrir al Califato de Bagdad podría ser también una solución para Irak. Se trata, por supuesto, de un detalle importante dentro de un proyecto general de unificación islámica. En su estado actual, Irak está condenado a la desintegración. No existe actualmente ninguna idea ni ideología capaz de mantener unidos los tres polos del Irak moderno – árabes chiíes (la mayoría), árabes suníes y kurdos –. Sadam Husein mantuvo unido a Iraq gracias al baasismo y al predominio de los árabes suníes seculares. Eso ha desaparecido. Ni los proyectos chiíes ni los salafíes (puestos en práctica por el Estado Islámico en territorio iraquí) tendrán éxito. Estos problemas tampoco surgieron debido a la ocupación estadounidense. Si los estadounidenses se van, la guerra civil es inevitable de todos modos.
Ahora imaginemos que el mundo islámico empieza a considerar seriamente el proyecto «Califato Abasí 2.0». Lo lógico sería volver a su capital, es decir, a Irak. Y esto significa que automáticamente Irak se convertiría en un centro sagrado, que equilibraría Arabia, Irán, Turquía, el Magreb, Oriente Próximo y el sur de Asia. La cuestión de «suníes o chiíes» desaparecerá. El salafismo y el wahabismo como ideas serán rechazados, pero pueden seguir existiendo como corrientes no predominantes. El sueño de los chiíes de estar en un campo unificado con el resto del mundo islámico se hará realidad, al igual que el sueño de los kurdos, que ya no estarán separados por fronteras poscoloniales. Los turcos también harán realidad sus propios planes de integración para extender su influencia más allá del Estado-nación. El equilibrio entre iraníes y árabes volverá a restablecerse. Será el momento del verdadero renacimiento del Islam como polo soberano del mundo multipolar. E Irak pasará de ser un país fragmentado a un territorio nuevamente prospero.
Lo ocurrido en Riad el 11 de noviembre de 2024 podría ser un punto de inflexión en la historia. Si las cosas siguen desarrollándose así, los historiadores lo llamarán a posteriori «el comienzo de la formación de un polo islámico en el contexto de un mundo multipolar». Sí, esta unificación se está produciendo en el contexto demoledor del desafío lanzado por el sionismo israelí y el Occidente colectivo, pero así sucede a menudo: cuando hay un terrible enemigo común que amenaza con destruir un lugar sagrado, es entonces cuando se reúnen todas las fuerzas, se recuerdan todos los precedentes históricos y las leyendas antiguas, las profecías y leyendas cobran nueva vida, revelando su significado secreto. No queremos forzar los acontecimientos. El significado simbólico de lo que ocurre es evidente. Pero no podemos saber cómo se desarrollará esta vez la relación entre la lógica espiritual de la historia y los acontecimientos. Sin embargo, esto no nos libra de intentar descifrar los signos de los tiempos de la mejor forma posible.
* Organización terrorista prohibida en Rusia.

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