Carlo Formenti
A medida que las guerras provocadas por el bloque occidental para apuntalar su creciente incapacidad hegemónica demuestran ser un remedio peor que la enfermedad, aumenta el número de intelectuales democráticos liberales que critican "desde dentro" las elecciones de las elites euroamericanas (más estadounidenses que euro), dada la total sumisión de Europa a los Estados Unidos, incluso a costa de ser la primera víctima del dominus extranjero). En general, son herederos del enfoque "realista" de los conflictos geopolíticos que tiene un ilustre precursor en el autor de la teoría de la "contención": George Kennan, quien invitó a Estados Unidos y a sus aliados a enfrentar la amenaza soviética mediante la confrontación diplomática, evitando conflicto militar abierto. Esta estrategia implicaba, en primer lugar, un análisis cuidadoso y profundo del adversario (intereses económicos y geopolíticos, cultura y valores ideales, potencial industrial, científico y tecnológico, poder militar, etc.) para predecir sus movimientos e intenciones. Se suma a esta tradición el historiador, sociólogo y antropólogo francés Emmanuel Todd, autor de un libro, La derrota de Occidente, un texto que está suscitando una atención sorprendente por parte de los medios de comunicación italianos, normalmente cuidadosos de silenciar. cualquier crítica, incluso moderada, a la política imperial con las barras y las estrellas.
Es probable que lo que permitió al libro de Todd romper la “espiral del silencio” (1) sea, además del avance de la guerra, lo que haga que el tsunami de mentiras propagandísticas que ha invadido periódicos, televisiones y redes sociales en los dos últimos años, el impecable currículo occidentalista del autor, libre de sospechas de inclinaciones "putinianas" o, Dios no lo quiera, socialcomunistas, así como de simpatías "tercermundistas" hacia las naciones y pueblos que demuestran la voluntad de romper con un área imperial ahora reducido a Estados Unidos, la UE, Japón y la "anglosfera" (Inglaterra, Canadá, Australia y Nueva Zelanda).
Las críticas de Todd -muy duras, por no decir feroces, como veremos- no son, por tanto, las de una serpiente sospechosa de desempeñar el papel de quinta columna enemiga, sino las de un amigo que intenta advertir a Occidente, aunque admite que tiene poca confianza en la eficacia de sus propias advertencias, desde continuar por un camino que lo lleva al suicidio, casi una reedición de la locura que llevó a Hitler a invadir la Unión Soviética (la comparación no es de Todd, pero supongo que la libertad de traducir sus repetidas citas del dicho "Dios ciega a quien quiere perder"). Pero veamos por qué el nuestro considera suicida la decisión de provocar una guerra contra Rusia, enviando al pueblo ucraniano a la masacre.
Los argumentos del libro están muy articulados y no exentos de repeticiones por lo que evitaré seguir el orden expositivo, agrupándolos en dos áreas temáticas: por un lado, lo que Todd señala como las causas materiales que a su juicio contribuyen a que la derrota de Occidente, por el otro, las causas ideales. Si queremos utilizar una distinción muy apreciada por los marxistas ortodoxos, podríamos definirlos, respectivamente, como factores estructurales y superestructurales y, como veremos, Todd tiende a favorecer estos últimos.
Parto de la lista de síntomas que el autor considera indicadores de la profunda crisis socioeconómica que atraviesa Estados Unidos: menor esperanza de vida y mayor tasa de mortalidad infantil que las de otros países avanzados; un alto porcentaje de suicidios y asesinatos en masa, así como de ciudadanos que padecen obesidad y patologías relacionadas; descenso del nivel educativo; infraestructura obsoleta; una población carcelaria superior a la de países "totalitarios" como China y Rusia; caída de la producción industrial enmascarada por un PIB "inflado" por partidas relacionadas con los servicios personales, lo que confirma que el país produce menos de lo que consume y vive de flujos de importaciones financiados por la emisión de dólares, posible gracias al "señoreaje" del dólar como moneda que actúa como reserva mundial.
En pocas palabras (muy duras), Todd describe a Estados Unidos como un país de “parásitos” a quienes les resulta más fácil producir moneda que bienes materiales y pueden hacerlo a expensas del resto del mundo. Por último, señala el vertiginoso aumento de las desigualdades que ha creado un abismo de odio mutuo y desprecio entre una élite compuesta por entre el 30 y el 40% de personas ricas y supereducadas (incluida una pequeña minoría de personas superricas) y la masa del pueblo. Este último fenómeno ha transformado efectivamente el sistema democrático en una oligarquía de la riqueza, barriendo los mitos de la meritocracia, la movilidad social y el "derecho a la felicidad". Todd también asocia estos fracasos con los procesos de globalización y financiarización de la economía desencadenados por la revolución neoliberal, pero cree que son sobre todo efectos de causas más profundas, de carácter cultural y antropológico. Sin embargo, antes de entrar en los méritos de esto último, menciono lo que Todd considera una de las mayores sorpresas, si no la mayor, que surgieron de los acontecimientos de la guerra, a saber, la increíble resistencia demostrada por una Rusia que debería haber puesta de rodillas por las sanciones económicas y la ayuda militar occidental a Ucrania.
Después de dos años de esta doble "cura", Rusia se ha mostrado capaz de llevar a cabo una serie de reconversiones económicas (para las cuales, según Todd, evidentemente llevaba tiempo preparándose) que le están permitiendo volverse autónoma del mercado occidental hasta el punto de que hoy puede presumir de un aumento del nivel de vida, de bajas tasas de desempleo y de la consecución de la autosuficiencia alimentaria (hasta el punto de poder permitirse el lujo de exportar productos agrícolas). Pero, sobre todo, desafiando las profecías de los medios de comunicación occidentales sobre el atraso de sus tecnologías militares y la incapacidad de su aparato industrial para hacer frente al esfuerzo bélico, logra afrontar con relativa facilidad el enorme flujo de recursos que EE.UU., la OTAN y la UE se ponen a disposición de Kiev, a pesar de comprometer sólo una fracción de su potencial en términos de hombres y equipos. Por último, pero no menos importante: el apoyo popular al régimen de Putin parece inquebrantable (también porque, sugiere Todd, el líder ruso ha sido hábil para aprovechar el poder de los oligarcas y prestar atención a los intereses de los trabajadores).
Nace así una paradoja: un país que tiene 140 millones de habitantes frente a los 800 millones de países occidentales, comparados con los cuales fue descrito como mucho más atrasado en términos de capacidad tecnológica y de poder industrial, corre grave riesgo de ganar la guerra. En particular, Todd insiste en la dificultad del aparato estadounidense para impulsar una reactivación militar-industrial que esté a la altura del desafío, relacionándola con la desmaterialización de una economía que durante décadas ha producido más dinero que maquinaria y de un sistema educativo que, en consecuencia, premia los currículos de ciencias económicas sobre los de ciencias científicas y tecnológicas (el 23% de los jóvenes rusos estudian ingeniería frente al 7,2% de los estadounidenses, por no hablar de la abismal brecha con China, que va camino de adelantarse en tecnologías avanzadas) .
¿Es posible que Estados Unidos haya cometido un error tan sensacional al subestimar el potencial del enemigo y sus propias dificultades internas? ¿Es posible que Europa se haya dejado involucrar en un conflicto que no sólo le está costando un precio muy alto, sino que es claramente contrario a sus intereses geopolíticos? ¿Tiene razón Mearsheimer (2) al describir un Occidente enloquecido, incapaz de comprender al otro mismo -si ni siquiera admitir su existencia- y empañado por la ilusión de representar la totalidad del mundo? Todd no es de esta opinión y, para explicar el misterio, traslada la discusión, como se anticipó anteriormente, al campo del análisis antropológico.
Según Todd, la debacle occidental se explica esencialmente por el declive de la fe religiosa (y de sus versiones secularizadas que son las ideologías políticas). Siguiendo la lección clásica de Max Weber (3), sostiene que la primacía industrial, tecnológica y comercial de Occidente se fundó en la ética protestante y sus versiones secularizadas. El protestantismo, junto con el judaísmo, no sólo promovió las empresas industriales y comerciales, sino que también estimuló el estudio y favoreció un alto nivel intelectual de las elites gobernantes. El inconveniente era (y sigue siendo) la incapacidad de comprender y apreciar las culturas de otras naciones del mundo: el protestantismo ha generado pueblos, escribe Todd, que a fuerza de leer demasiado la Biblia han acabado creyéndose elegidos por Dios. Debilitada la fe, pasando de su vitalidad original al conformismo hacia valores secularizados, para finalmente implosionar en el actual "grado cero" de religión, este proceso generó cinismo, amoralidad y reducción del nivel intelectual de la élite, al punto que las estrellas y el imperio neoconservador de Rayas aparece "sin centro y proyecto, un organismo esencialmente militar liderado por un grupo inculto cuyos únicos valores son el poder y la violencia".
Es natural objetar que el proceso en cuestión debe a su vez rastrearse hasta las causas que lo provocaron, y en este sentido la evolución del capitalismo tardío (neoliberalismo, globalización y financiarización) y su impacto en las relaciones sociales son los primeros sospechosos. Pero Todd considera los dos procesos -económico-social y cultural- como mutuamente autónomos y paralelos y, en ocasiones, anula el vínculo causal concediendo primacía al segundo. Por ejemplo, sostiene que la desaparición de la moral social y del sentimiento colectivo, asociada a la extinción de la fe religiosa, son los factores que más que ningún otro han favorecido el debilitamiento de los Estados nacionales, hasta el punto de transformar a los países occidentales en desprovisto de connotaciones reconocibles, ya que está unificado por los principios y valores del neoliberalismo (aunque no subraya suficientemente que esto se aplica a las élites cosmopolitas occidentales, más que a sus respectivas poblaciones).
Incluso al investigar el alineamiento europeo, lo que resulta tanto más paradójico cuanto que la guerra ha intensificado la explotación sistémica de la periferia europea por parte del centro americano (véanse los efectos devastadores -especialmente para Alemania- del ataque al gasoducto del Mar Báltico y el bloqueo del comercio con Rusia), Todd mezcla temas materiales y culturales, favoreciendo este último. Por un lado, dice que Europa, una vez colonizada por el mecanismo de la globalización financiera, ya no puede liberarse de las directivas de Washington; por otro lado, sostiene que el proyecto europeo, en la medida en que parece vaciado de significado social e histórico (y aquí también la causa principal sería la pérdida de creencias e ideales religiosos), necesitaba un enemigo externo para reagruparse. Luego habla de la sustitución del eje Londres-Varsovia-Kiev por el eje Berlín-París al frente de una Europa militarizada, y aquí también su atención se centra en la "rusofobia" que une a Inglaterra y los países de Europa del Este. En el caso de Inglaterra, sería una recreación imaginaria del viejo conflicto imperial con Rusia, asociado con la eliminación de su propia insignificancia económica y militar, resultado de décadas de desindustrialización, déficit comercial y privatización. En el caso de los países de Europa del Este, Todd pone en duda la "deuda inconsciente y reprimida" que alimenta el resentimiento de las clases medias que se desarrolló gracias a la ocupación soviética y la consiguiente formación de élites educadas.
Por razones de espacio, omito tanto el análisis que Todd dedica a la conversión belicista de los países escandinavos como su intento de explicar por qué Ucrania, en la fase inicial del conflicto, demostró ser más capaz de lo esperado para oponerse a Rusia, induciendo Estados Unidos y Europa se engañen sobre la posibilidad de lograr una victoria militar. En lugar de ello, me refiero a su evaluación de las razones que llevan al resto del mundo a ponerse del lado de Rusia, permitiéndole absorber el impacto de las sanciones. Los argumentos de Todd no siempre son coherentes y lineales, sin embargo, me parece que se puede extraer un núcleo esencial dividido en tres puntos.
Rusia, China y el grupo Brics están comprometidos a construir una alternativa productiva, financiera, comercial y monetaria a la zona del dólar. Varios factores contribuyen a que esta alternativa sea atractiva para muchas otras naciones del Este y del Sur del mundo, pero Todd insiste en particular en el hecho de que todos los países en cuestión son, a diferencia de los del bloque occidental, Estados-nación, lo que hace que piensan en términos de realismo estratégico y no comparten la mentalidad "postimperial" euroamericana. En consecuencia, al haber tomado nota del claro debilitamiento de la hegemonía estadounidense, tienden a reposicionarse en el nuevo contexto multipolar para explotar sus oportunidades económicas y políticas.
B. Rusia (y en perspectiva China) comparten con el mundo poscolonial una serie de elementos culturales que los occidentales consideran “atrasados”, ni pueden tolerar que Occidente pretenda exportar sus principios supuestamente “universales”, como el de “políticamente correcto” en cuestiones de homosexualidad, feminismo, estado laico, etc. En particular, dado que sus creencias religiosas no han sufrido procesos de reducción total a cero similares a los que han ocurrido en Occidente, reivindican estos espacios de diversidad cultural (Todd cita el ejemplo del Islam, que no sólo opone Occidente a los países musulmanes sino también al resto del mundo, donde la islamofobia está menos extendida o ausente).
El tercer tema es, en mi opinión, el más interesante (volveré sobre él en breve). Todos nos hemos preguntado por las razones de las analogías entre el anticomunismo de la Segunda Guerra Mundial y la rusofobia actual, ahora desprovista de justificaciones ideológicas (la de la defensa de la democracia, escribe Todd, aunque explotada propagandísticamente, aparece vacía de significado), ya que Occidente es más oligárquico que la “democracia autoritaria” de Rusia). Pues bien, Todd sostiene que la continuidad del antagonismo entre Oriente y Occidente (pero también entre el Sur y el Norte del mundo) consiste en que sólo en nuestro país los vínculos comunitarios han sido completamente disueltos por los procesos de atomización individualista desencadenados por el desarrollo capitalista. Por el contrario, el comunitarismo de origen campesino que había favorecido el ascenso del comunismo en Rusia (4) (sin mencionar China) de alguna manera sobrevivió al colapso del sistema soviético gracias a la diversidad de estructuras familiares en comparación con las occidentales. Esta oposición es aún más válida para la gran mayoría de los países del sur del mundo, como lo es la observación de Todd según la cual los intereses populares occidentales divergen de los de sus respectivas elites y convergen objetivamente con los intereses estratégicos de Rusia (de manera similar a lo que ocurrió cuando Rusia era socialista).
Todos estos factores se combinan para debilitar el dominio imperial de Occidente, pero nuestras élites parecen ignorarlos (en el sentido de ignorar literalmente su existencia). Hasta el punto de que parecen convencidos de que, incluso sólo para defender lo que queda del imperio, la guerra contra Rusia debe prolongarse hasta lograr una victoria imposible. Para los líderes occidentales, escribe Todd, la posibilidad de paz parece una amenaza mayor que la guerra atómica. Así terminan proporcionando a Ucrania medios de ataque de largo alcance sin comprender que de esta manera empujan a Rusia a extender sus conquistas territoriales para mantener a distancia la amenaza, pero sobre todo sin comprender -o ignorar irresponsablemente- la posibilidad de que Rusia, si percibe una amenaza directa a su seguridad, recurrirá, como ya ha advertido varias veces, al uso de armas nucleares tácticas. Detrás de esta aparente locura, Todd identifica una motivación "racional" que no tiene nada que ver con la geopolítica sino con la psicología: para Estados Unidos, escribe, la derrota significaría caer en el ridículo, por lo que se percibe como una amenaza mortal. Sin embargo, sólo con una buena dosis de realismo la derrota podría adquirir proporciones trágicas o, peor aún, el conflicto podría degenerar en una guerra nuclear.
Estoy a punto de concluir. Creo que la importancia del libro de Todd consiste sobre todo en demostrar cómo la actual política euroamericana no sólo es arriesgada para la supervivencia de la especie, sino que también carece de sentido desde el punto de vista de los intereses a largo plazo de Occidente (desde el punto de vista de vista, es decir, la preservación de lo que queda de su hegemonía). Luego reitero que la atención que recibe de un sistema mediático, aunque blindado en posiciones belicistas y rusófobas, se explica por el hecho de que su enfoque, aunque crítico, pertenece, como la línea editorial de la revista "Limes" (5), a la tradición de un cierto realismo geopolítico (de Kennan a Kissinger), y también al hecho de que sus argumentos están en línea con los cánones de la razón liberal, como estoy a punto de demostrar.
En primer lugar, incluso sin abrazar la rígida distinción entre factores estructurales (económicos) y factores superestructurales (culturales) tan cara al marxismo ortodoxo, y reconociendo también, con Gramsci y Lukács (6), el peso "material" de las ideologías en la determinación de los acontecimientos históricos, su punto de vista parece radicalmente idealista: basta citar las absurdas afirmaciones "psicológicas" antes citadas, desde aquella según la cual la rusofobia de los países de Europa del Este es el resultado de la "deuda inconsciente y reprimida" de sus clases sociales hacia la Unión Soviética, a aquel según el cual el irreal belicismo inglés nacía de sentimientos de nostalgia imperial. El vínculo causal entre todos los fenómenos analizados por Todd -desde la degradación sociocultural estadounidense hasta el vaciamiento del significado del proyecto europeo- y los cambios económicos del último medio siglo queda demostrado, como él mismo admite, por el hecho de que Estos fenómenos se produjeron en un lapso de tiempo –desde la crisis de los años setenta hasta la de principios de los años 2000– que coincide con los procesos de globalización, terciarización y financiarización asociados con el giro neoliberal. Esto no significa que las causas culturales fueran marginales, sino que deben analizarse como contribuciones sinérgicas a los cambios socioeconómicos.
Me parece que debería hacerse un debate aparte sobre la cuestión del declive de las creencias religiosas que Todd señala como la primera razón del declive occidental. El proceso de secularización obviamente comienza mucho antes de los fenómenos que estamos discutiendo aquí, pero esto no significa que se le deba dar una prioridad lógica sobre otros vínculos causales. Todd es un weberiano "ortodoxo", en el sentido de que acepta sin reservas -es decir, sin tener en cuenta las críticas que se le han dirigido- la tesis de Weber que asocia la ética protestante al espíritu del capitalismo. ¿Cómo puede afirmar que, una vez alcanzado lo que él define como "el grado cero" de la religión, las élites capitalistas posmodernas se han vuelto incapaces de desarrollar una estrategia coherente? Este punto de vista, sin embargo, refleja una visión unidireccional de la historia, que avanzaría irreversiblemente hacia una secularización autodestructiva, en el sentido de que primero reduciría los valores y principios religiosos a meros residuos para luego eliminarlos por completo.
Esta mitología "progresista" propia de la Ilustración burguesa (compartida tanto por quienes consideran el progreso, desde la derecha, como una catástrofe, como por quienes, desde la izquierda, quisieran acelerar su curso, y por quienes, como Todd, quienes lo ven como un fenómeno “objetivo”) nos impide captar no sólo las contratendencias que operan en el proceso histórico, sino también y sobre todo el hecho de que la secularización es un agente transformador: no aniquila los valores religiosos sino que los preserva, superándolos (ver el concepto hegeliano de aufhebung). La ideología neoconservadora es un ejemplo muy claro de esto: hemos visto arriba cómo Todd habla de "personas que, a fuerza de leer la Biblia, han acabado creyéndose elegidas por Dios"; bueno, este es exactamente el caso de esa mezcla de mitología protestante y judía en la que se basa la narrativa del excepcionalismo estadounidense y su misión de "convertir" al resto del mundo. Las creencias religiosas que alimentan este delirio no están muertas, eliminadas, sino que se han convertido en el dispositivo ideológico que alimenta el sueño imperial más allá del agotamiento de su capacidad hegemónica. Después de todo, todo esto por sí solo no explica el deseo estadounidense de continuar la guerra contra cualquier esperanza razonable de victoria: la cuestión no es tanto, como escribe Todd, el miedo al ridículo que implicaría la derrota (un ridículo que Estados Unidos ya ha experimentado en Vietnam, en Irak y Afganistán), es el hecho de que Occidente se ve obligado a defender desesperadamente la hegemonía que le permite seguir viviendo a expensas de las naciones que le han quitado el monopolio de la producción de riqueza material.
Finalmente: anteriormente prometí que volvería a la cuestión de la relación que Todd establece entre el comunismo y las tradiciones comunitarias, tradiciones que implican una copresencia del igualitarismo y la aceptación de una autoridad central que encarna simbólicamente a la comunidad, y que en su opinión sería el rasgo de unión entre Rusia, China y el resto de países del frente global que se está gestando contra la dominación occidental. También aquí el riesgo consiste en considerar estas realidades antropológicas (es decir, culturales en sentido fuerte, en el sentido de que determinan significativamente las relaciones socioeconómicas y las ideologías políticas, y no sólo los valores colectivos e individuales) como "residuales". Un error que incluso el marxismo dogmático ha cometido al no explicar el hecho de que la revolución socialista sólo triunfó en los países "atrasados" (ver lo que escribí en otra parte sobre el tema (7)). Por eso creo que ésta es la idea más importante contenida en el libro de Todd. Y por lo mismo creo que la formación de una gran área global de pueblos y naciones unidos por una serie de tradiciones que escapan a la homologación por la cultura occidental representa, independientemente de las diferencias ideológicas que la caracterizan, una formidable oportunidad para el nacimiento. de un frente antiimperialista que potencialmente podría asumir valores anticapitalistas (es decir, la apuesta del congreso de Bakú de 1920 y la conferencia de Bandung de 1955 regresa en condiciones históricamente más favorables).
Notas
(1) La socióloga alemana Elisabeth Noelle-Neumann define así la situación que se produce cuando la abrumadora mayoría de la opinión pública comparte una determinada idea, de modo que quienes no la comparten tienden a no expresarla públicamente para evitar la condena moral. Véase E. Noelle-Neumann, La espiral del silencio, Meltemi.
(2) Véase G. Mearsheimer, La gran ilusión, Luiss University Press, Roma 2019.
(3) Véase M. Weber, Sociología de la religión, volumen uno, primera parte, Edizioni di Comunità, Milán 1982.
(4) Véase PP Poggio, L'obscina. Comuna campesina y revolución en Rusia, Jaka Book, Milán 1976.
(5) Véase en particular "Limes" 2024, n° 4, "El fin de la guerra".
(6) Véase en particular G. Lukács, Ontologia dell'essere sociale, 4 vols., Meltemi, Milán 2023. Discutí el concepto de ideología como poder material que Lukács expone en esta obra, y su relación con el concepto Gramsciano análogo, tanto en el Prefacio de la edición de Meltemi recién citado, como en el ensayo Ombre Rosse, Meltemi, Milán 2022.
(7) Véase C. Formenti, Guerra y revolución, Vol I, Capítulo I, La caja de herramientas, Meltemi, Milán 2023.