Eduardo Vasco
Rebelarse contra el imperialismo es un derecho natural de todos los pueblos colonizados. (Gamal Abdel Nasser)
El imperialismo no es sólo un saqueo de la riqueza de los pueblos, sino un ataque a su dignidad y orgullo. Rebelarse contra el imperialismo es un derecho natural de todos los pueblos colonizados. (Gamal Abdel Nasser)
Una de las primeras y más importantes civilizaciones de la historia de la humanidad, Egipto, desde la época de los faraones, ha sufrido siempre la dominación de potencias extranjeras que pretendían dominar sus recursos, su posición estratégica y la fuerza de trabajo de su pueblo.
Primero vino la influencia de los griegos y luego la invasión del Imperio Romano. Luego vino la conquista musulmana y, en el siglo VII, el Islam llegó a Oriente Medio. La rápida expansión del Islam hizo que el imperio árabe se extendiera desde Asia Menor hasta el norte de África y Egipto se convirtiera en un califato islámico.
En el siglo XVI, Egipto fue conquistado por el Imperio Otomano. Poco más de 300 años después, fue escenario de una serie de guerras que comenzaron con la breve invasión francesa a finales del siglo XVIII y principios del XIX. Con la creciente influencia francesa e inglesa, se inició una época de relativa modernización del país, aunque con una fuerte tutela europea.
Aunque formalmente se encontraba bajo el dominio otomano, Egipto se vio cada vez más subyugado por el Imperio británico a partir de 1810. Durante el gobierno del virrey Mohamed Ali, considerado el padre del Egipto moderno, comenzaron a florecer los ideales de la Ilustración y un incipiente movimiento de intelectuales inspirados en Europa.
El año 1848 representó el auge de los movimientos nacionalistas en las metrópolis del mundo, con la llamada Primavera de los Pueblos en el Viejo Mundo. Fue la consolidación del movimiento democrático burgués. Fue a partir de ahí que surgieron movimientos nacionalistas en los países atrasados de todo el mundo.
Ya a mediados del siglo XIX, Egipto sufría las contradicciones de un desarrollo desigual y combinado, con una cierta modernización e industrialización en un momento en el que la mayoría de su población vivía bajo un régimen feudal y el imperialismo se hacía con el control de sus riquezas. Francia e Inglaterra ya oprimían económicamente al país, hasta el punto de obligar a Egipto a cederles el control del Canal de Suez, construido como tal en 1869. Las extensas franjas de tierra para el cultivo del algodón también estaban controladas por el imperialismo inglés.
Un intento de esbozar una mayor autonomía respecto del colonialismo británico y del Imperio Otomano, con Egipto ya bajo la influencia de un nacionalismo incipiente y modernizador, condujo a su ocupación militar por Inglaterra en 1882, con el fin de asegurar el control político de un régimen sometido y el control económico por parte de los monopolios imperialistas.
A partir de entonces, comenzó un período de colonización de facto de Egipto por parte del Imperio Británico, que se prolongó durante los siguientes 70 años, así como una acumulación de sentimiento nacionalista cada vez más radical entre una porción creciente de la población.
La Primera Guerra Mundial, en tanto guerra interimperialista para que los monopolios conquistaran mayores cuotas del mercado mundial, desembocó en el enfrentamiento entre las dos principales fuerzas imperialistas que dominaban Egipto: Inglaterra y el Imperio Otomano. Entre sus objetivos en Oriente Próximo, si derrotaba a los turcos, Londres pretendía asignar parte de la tierra palestina a la comunidad judía diseminada por el globo, respondiendo a las presiones de los capitalistas sionistas. Así, en noviembre de 1917 se emitió la Declaración Balfour, que oficializaba esta posición.
Al año siguiente, la Gran Guerra finalizaría, con la victoria de los Aliados sobre los Imperios Centrales, con la que británicos y franceses se repartieron entre ellos las antiguas posesiones del extinto Imperio Otomano, como Egipto, Siria, Irak y Palestina, en forma de “mandatos” coloniales.
Nasser y las aspiraciones independentistas
El 15 de enero de 1918 nació Gamal Abdel Nasser, uno de los más grandes estadistas de los países atrasados del siglo XX, cuyo pensamiento y acción estuvieron sumamente influenciados por los acontecimientos antes mencionados, así como influyeron en una amplia gama de movimientos nacionalistas de la segunda mitad del siglo.
Nasser nació en Alejandría, fundada por Alejandro Magno y una de las ciudades más importantes de la Antigüedad, que fue brutalmente devastada por la invasión de la flota británica en 1882. En su juventud se convirtió en miembro de los Hermanos Musulmanes y también comenzó su activismo dentro del movimiento estudiantil, habiendo protestado varias veces contra la presencia británica y la Declaración Balfour.
El futuro líder egipcio nació junto a la segunda gran fase revolucionaria de su país, desencadenada por la crisis del dominio imperialista con la Guerra de Secesión. En 1919, se produjo un intento de revolución liderado por Saad Zaghlul, que fracasó con la capitulación y conciliación de los líderes revolucionarios con el régimen y el imperialismo, ya que sus dirigentes, en el análisis posterior de Nasser, fueron incapaces de llevar a la práctica las aspiraciones económicas y sociales del pueblo egipcio ni de entender la revolución como algo integrado con la lucha de los demás pueblos árabes. Egipto, en lugar de independizarse, como exigía la población, fue reconocido únicamente como un protectorado británico. En palabras de Nasser, “la revolución terminó declarando una independencia sin contenido y una libertad efímera bajo las armas de la ocupación”.
En 1922, tras la falsa independencia, el rey Fuad I juró su cargo. Al año siguiente, todavía en el período posterior a la revolución de 1919, Fuad autorizó la creación de una constitución de fachada, que establecía un parlamento (controlado por fuerzas antipopulares). Se obtuvo el derecho a voto, pero las elecciones fueron una farsa. En la práctica, tampoco hubo libertad de organización. Sin embargo, la explotación intensiva de las riquezas de Egipto por parte del imperialismo inglés continuó a toda máquina.
La constitución de 1923, con todos sus límites, era una forma institucional de participación popular y, temeroso de ver su poder disminuido, el rey Fuad (apoyado por los ocupantes británicos), creó una nueva constitución en 1930, que centralizaba los poderes en la monarquía.
A lo largo de la década de 1930, con el creciente descontento popular, el partido comunista ganó cierta influencia, aunque bajo el control político del estalinismo. Pero la aparición, aunque limitada, de una clase obrera urbana, con el relativo desarrollo industrial del país, propició el surgimiento de un movimiento popular que aumentó la presión sobre el régimen. Siendo aún estudiante, Nasser participó en las protestas que exigían el retorno a la constitución de 1923. Los esfuerzos de unidad nacional entre los sectores opositores dieron origen al Frente Nacional en 1936.
Ese mismo año, la oleada de manifestaciones consiguió una nueva constitución, aceptada en un acuerdo entre la ocupación británica y el monarca. Además, con la muerte de Fuad I, ascendió al trono su hijo, Faruk I. El tratado de independencia entre Egipto e Inglaterra había sido finalmente concluido, en plena crisis del régimen. Sin embargo, Nasser no se hacía ilusiones respecto al documento, que preveía la continuidad de las bases militares británicas y entregaba el canal de Suez a los ocupantes: “el preámbulo del tratado estipulaba que Egipto era independiente, mientras que sus artículos en cada cláusula privaban a esta independencia de todo valor y significado”.
Las concesiones parciales del régimen a la población y las conciliaciones de los dirigentes políticos con el régimen, el imperialismo y entre ellos mismos, fueron un obstáculo para el avance de un verdadero movimiento de emancipación nacional y de organización de las clases populares.
Tras finalizar la educación secundaria, y siendo ya un activo activista nacionalista a pesar del declive del movimiento popular, Nasser ingresó en la Real Academia Militar, donde se graduó como coronel en 1938, a la edad de 20 años. Fue allí donde tuvo sus primeros contactos con otros militares que sostenían opiniones similares sobre el futuro de Egipto, y que más tarde formarían el Movimiento de Oficiales Libres, que tomó el poder en la Revolución de 1952.
Gamal Abdel Nasser y la revolución egipcia y árabe
“Vi claramente que toda la zona árabe constituía, de hecho, una sola unidad y que no debíamos mantenerla separada y dividida en diferentes secciones” (Gamal Abdel Nasser)
Imbuido de un sentimiento revolucionario aún muy confuso, con la crisis desencadenada por el inicio de la Segunda Guerra Mundial, Gamal Abdel Nasser se vio tentado de utilizar “el asesinato político como la única acción concreta capaz de salvar al país”, como él mismo admitió. Él y sus partidarios pretendían asesinar al rey Faruk y a su familia. Para algunos de los crímenes, hubo planificación de acciones y preparación de armas, con reuniones secretas. Después de un atentado fallido, se dio cuenta de que esa vía no conduciría al derrocamiento del régimen y a la transformación social.
El fin de la guerra sin el reconocimiento de la independencia fue una lección para Nasser y sus compañeros del movimiento clandestino. Pero quizá el factor principal que cambió de una vez por todas su visión de la revolución fue la guerra árabe-israelí de 1948. En cuanto el imperialismo decidió repartirse Palestina, en septiembre de 1947, se unieron y decidieron ayudar militarmente al pueblo palestino.
Nasser luchó en la guerra y de la derrota de los países árabes aprendió una lección decisiva, que guió su pensamiento y su política hasta su muerte:
“Después del asedio y de los combates, al regresar a su patria, vi claramente que toda la zona árabe constituía, de hecho, una sola unidad y que no debíamos mantenerla separada y dividida en diferentes secciones. La evolución de los acontecimientos reforzó mi convicción de que El Cairo, Ammán, Beirut y Damasco constituían una única zona, que sufría los mismos acontecimientos, y que tenía los mismos obstáculos que superar: el imperialismo.
Israel no es más que una creación del imperialismo. Si Gran Bretaña no hubiera tenido un mandato sobre Palestina, los sionistas nunca habrían encontrado el apoyo necesario para hacer realidad la idea de un hogar nacional. Ese ideal habría seguido siendo una visión ridícula e irrealizable”.
Esta idea se apoderó de gran parte del ejército egipcio y se expresó en la elección del Club Militar en 1951. El Movimiento de Oficiales Libres, que comenzó como un pequeño grupo, se convirtió en una fuerza real, integrada por oficiales de los niveles superior y medio. El sentimiento antiimperialista contra la ocupación británica también se extendió de manera devastadora entre amplios sectores de la población del país.
La revolución de 1952
El pueblo egipcio estaba exhausto por la explotación imperialista que causaba miseria y sufrimiento, mientras Faruk prodigaba lujo y los monopolios extraían toda la riqueza del país. La indignación estalló por el asesinato de 50 soldados por las fuerzas británicas en la ciudad de Ismailia, que el pueblo veía como un símbolo de la opresión imperialista sobre Egipto. El 26 y 27 de enero de 1952, las calles de El Cairo y otras ciudades fueron tomadas por la ira popular, que destruyó 750 establecimientos, con énfasis en propiedades británicas o lugares frecuentados por británicos.
La situación se fue haciendo cada vez más crítica para el régimen. Sin embargo, a pesar de la relativa modernización de Egipto, el país seguía siendo básicamente feudal, en el que la gran masa de trabajadores vivía en el campo y, por tanto, estaba políticamente atrasado (aunque, por cierto, los conflictos en el campo se intensificaron). Los trabajadores estaban desorganizados y no había dirección política. La insurrección quedó en manos de los Oficiales Libres, muchos de los cuales tenían conexiones con la realidad social del pueblo.
En la madrugada del 23 de julio, tanques comandados por el Consejo Ejecutivo de la Revolución, integrado por nueve miembros (incluido Nasser), organizados por los Oficiales Libres, rodearon el palacio real de Abdin y depusieron a Faruk, expulsando rápidamente a los ocupantes británicos. Fue el fin de 30 años de monarquía títere y 70 años de gobierno militar por parte de Inglaterra.
“Lo más impresionante de la Revolución del 23 de julio de 1952 es que las Fuerzas Armadas, que se levantaron para llevarla a cabo, no fueron sus creadores, sino meros instrumentos de la voluntad popular”, dijo Nasser. “[…] No fue el ejército el que determinó su papel en los acontecimientos. Lo contrario sería más cercano a la verdad. Los acontecimientos y su evolución, eso es lo que decidió el papel del ejército en la formidable lucha por la liberación del país”.
Frente a la desorganización política de la revolución, sus principios rectores fueron extraídos de las aspiraciones y necesidades de la lucha popular: 1) destrucción del colonialismo y de los traidores egipcios y sus agentes; 2) liquidación del feudalismo; 3) fin del monopolio y dominio del capital sobre el gobierno; 4) establecimiento de la justicia social; 5) formación del poderoso ejército nacional; 6) establecimiento de un sólido sistema democrático.
Aunque desorganizado por no contar con una dirección obrera revolucionaria, el movimiento popular estuvo activo y jugó un papel clave en la revolución. Con el derrocamiento del antiguo régimen se fortalecieron los sindicatos (pese a estar controlados por el movimiento nacionalista), se crearon cooperativas agrícolas en el campo y se dividió la tierra en innumerables pequeñas propiedades individuales. Los trabajadores impusieron un régimen de mayor democracia en la administración del trabajo, logrando aumentos salariales y la reducción de la jornada laboral a 7 horas diarias.
Gamal Abdel Nasser nacionalizó los monopolios extranjeros, nacionalizó el capital británico y francés, así como los medios de producción que puso bajo el dominio público (ferrocarriles, puertos, aeropuertos, autopistas, presas, electricidad, bancos, etc.). El sector público también comenzó a hegemonizar la industria y a controlar la mayor parte del comercio.
En comparación con la mayoría de las revoluciones sociales de la historia, la egipcia casi no conoció violencia, guerra civil ni intervención imperialista. El imperialismo intentó iniciar una contrarrevolución en 1954, instigando una revuelta de oficiales de caballería, que fue rápidamente controlada por el gobierno.
El mayor desafío para Nasser, sin embargo, llegó en 1956. Al verse boicoteado por las potencias imperialistas para financiar la construcción de la presa de Asuán (que haría cultivable ⅓ de las tierras del país), el gobierno egipcio decidió nacionalizar el Canal de Suez, administrado por una empresa franco-británica. En una maniobra combinada, Israel invadió Egipto, lo que frenó el avance sionista. Francia e Inglaterra se ofrecieron a intervenir, pero Nasser se negó, lo que llevó a las potencias a bombardear puntos estratégicos del país. Finalmente, la ONU intervino diplomáticamente, con el apoyo soviético a El Cairo, retirando las tropas extranjeras de Egipto.
El comienzo y el fin de la nación árabe bajo el nasserismo
Aunque se declaraba socialista (como muchos movimientos nacionalistas en todo el mundo), Nasser creía que el socialismo era suficiencia, justicia y libertad social y que la propiedad privada debía ser protegida. Como nacionalismo pequeñoburgués radical, la economía del país, a fines de la década de 1960, pasó a estar controlada en un 90% por la burocracia estatal.
El pensamiento y las acciones del gobierno de Nasser inspiraron una ola de movimientos nacionalistas en Oriente Medio y el norte de África en los años 1950 y 1960, la mayoría de ellos apoyados directamente por el líder egipcio. Como forma de iniciar la implementación del proyecto de la Nación Árabe, Egipto y el gobierno del Partido Baaz en Siria firmaron un compromiso que condujo a la unión de los dos países en un solo estado: la República Árabe Unida, en 1958. La formación de la RAU alentó a sectores nacionalistas en varios países árabes, lo que llevó al imperialismo angloamericano a intervenir militarmente en Líbano, Irak y Jordania para impedir que los nacionalistas tomaran el poder.
Oriente Medio siempre ha sido un punto de suma importancia para el dominio imperialista, debido a su posición geoestratégica y a su petróleo. En aquella época, cerca de la mitad de las reservas mundiales de petróleo se encontraban en esa región, donde ya operaban grandes compañías petroleras como Shell, Standard Oil y Rockefeller.
El nacionalismo árabe promovido por Nasser, aunque intentó conciliarse con el imperialismo (siendo neutral en la “guerra fría” y coqueteando en varias ocasiones con EEUU), representó un obstáculo para la dominación en Oriente Medio. Los gobiernos de Irak, Irán y Yemen del Norte también se vieron influidos por la Revolución egipcia de los años 50 y la RAU amenazó con expandirse. Fue entonces cuando, en 1961, un golpe de Estado apoyado por el imperialismo derrocó al gobierno sirio y sacó al país de la Unión, que estuvo integrada únicamente por Egipto, hasta 1971.
Uno de los últimos intentos de Nasser de combatir militarmente al imperialismo y unir a los pueblos árabes fue la Guerra de los Seis Días de 1967, cuando Egipto, Jordania y Siria bloquearon comercial y militarmente a Israel. Israel inició entonces la guerra y se anexionó parte del desierto del Sinaí y destruyó gran parte del poder militar de Egipto. La derrota de los países árabes socavó gravemente el prestigio de Nasser y del nacionalismo árabe y condujo al surgimiento, instigado por los Estados Unidos, del Islam político como contrapunto al nacionalismo y al comunismo.
Nasser murió en septiembre de 1970, víctima de un ataque cardíaco, a la edad de 52 años. El vicepresidente desde 1969 y antiguo miembro de los Oficiales Libres, Anwar el-Sadat, asumió su puesto e inició discretamente un acercamiento a Israel y a los Estados Unidos. En 1971, Sadat aprobó una nueva constitución de derechas e inició un proceso de privatizaciones para el capital nacional y extranjero.
Sadat reprimió, en 1974, el movimiento más radical de estudiantes y obreros y, en 1977, estuvo a punto de ser derrocado por un levantamiento popular contra el aumento del precio del pan. Al año siguiente, la capitulación alcanzó su punto álgido cuando Egipto se convirtió en el primer país árabe en reconocer al Estado de Israel. En 1981, Sadat fue asesinado, siendo sucedido por Osni Mubarak, que gobernó Egipto hasta 2011, siendo uno de los principales aliados del imperialismo en el Mundo Árabe.