Christian Cirilli
Finalizando el artículo anterior [denominado «
El que a hierro mata, a hierro muere»], destaqué que solamente la paciencia y la altura de estadista del petersburgués Vladimir Putin podría brindar “un tiempo prudencial adicional” de paz antes de decidir utilizar algunos de sus variados artefactos apocalípticos que tiene en el menú.
No exageré. Como un padre que advierte dos veces antes de la reprimenda, cada vez con tono y mirada más afilada, Putin vuelve a elevar el nivel discursivo, con una muestra más acabada de la represalia que se yergue para quienes osan provocar a Rusia.
Creyéndose impunes, la caterva neoconservadora straussiana que lleva adelante esta guerra en pos de su objetivo hegemónico y que no solamente ha sido revelada por Putin en múltiples oportunidades, sino por el mismísimo
Donald Trump (en una inusual y arriesgada declaración pública grabada en vídeo), ha creído que enviando misiles balísticos
ATACMS de fabricación estadounidense o misiles de crucero francobritánicos
Storm Shadow/SCALP —aun de mayor alcance, y con capacidad de ser lanzados desde aeronaves, lo cual incrementa el radio de combate —, intimidarían a Rusia, la replegarían o incluso, la forzarían a negociaciones inconvenientes.
Muy por el contrario, a sabiendas de que esa actitud es un “manotazo de ahogado” y un evidente “tiro por elevación” al venidero gobierno de Trump (para predeterminarlo en su ejercicio de gobierno) —que ha prometido finalizar esta guerra de la única manera que puede, esto es, desfinanciando al ariete ucraniano y la OTAN—, Putin redobla la apuesta con un as definitivo y extremo: la aplicación plena de su doctrina nuclear.
Sin embargo, es menester separar la paja del trigo: Putin no es un dirigente que se regodee en la violencia, aun cuando, llegado el caso, no pone frenos a su utilización. Trata razonablemente y persiste en llegar a “soluciones civilizadas”. Y eso es porque conoce perfectamente las infaustas derivadas de la guerra, como en general todo el pueblo ruso. A diferencia de los sátrapas de Washington, o de las inadvertidas sociedades occidentales, no existe ninguna familia en Rusia sin un antecedente directo relacionado con los efectos de la guerra. No hay nadie que no haya sido atravesado por el horror y las miserias que ella produce, de manera cercana o lejana. Pero esa hiperconsciencia no priva a Putin, ni a ningún ciudadano ruso, de rebelarse ante el intento de sometimiento, de despabilarse ante el sojuzgamiento y de reaccionar ante las amenazas. Que una cosa es ser pacífico y otra, pacifista.
Además, quizás imbuido por su filosofía judoca, Putin tiene la afición de devolver el ataque, no exactamente con la misma moneda, sino desestabilizando al rival, para hacerlo trastabillar y sacarlo de combate.
Quizás por eso eligió esta vez un elemento sorpresivo para hacer entender mejor con actos aquello que no logran las meras palabras —aun cuando el que avisa no traiciona—, para que los psicópatas del Estado Profundo y aquellos aliados afincados en la descascarada visión imperialista europea sepan a qué se enfrentan.
Este jueves 21 de noviembre, las fuerzas coheteriles rusas lanzaron un misil balístico de alcance intermedio, armado con ojivas múltiples, contra el complejo armamentístico ucraniano Yuzhmash sito en Dniepropetrovsk, logrando un impacto devastador. Lo importante de este suceso es que se trata de un misil completamente nuevo (aunque todo indica que es un RS-26 Rubezh refinado, como el de la foto que ilustra el artículo) cuyo conocimiento estaba vedado para el común de los mortales y que tiene la particularidad de alcanzar velocidades hipersónicas superiores a Mach 10. ¿Su nombre? ¡Oréshnik! (Avellano).
No solamente se trató de un suceso la utilización de este nuevo artefacto de gran velocidad y letalidad. Su lanzamiento fue sorpresivo y nadie lo vio venir. No se esperaba su existencia, no se esperaba su eficacia… y peor aún, no se esperaba su aplicación.
Es importante señalar que el dato no es menor: Los misiles balísticos pesados, con múltiples ojivas, son extremadamente aterradores, y se los asocian evidentemente con la guerra nuclear, nunca con un bombardeo convencional.
El costo de estos misiles suele ser exorbitante, por lo que su uso es, únicamente, con fines estratégicos. Pero los rusos se ven que, al menos, crearon uno con ojivas convencionales, solo para “muestreo”, para que sepan aquéllos que no toman plena consciencia del poder de Moscú lo que les esperaría de tirar demasiado de la cuerda.
Sobrecogedora información sobre el tiempo de vuelo de los misiles Oreshnik sobre las principales capitales europeas que desafían el poder ruso: Varsovia sería batida en 12 minutos, Berlín, en 15, París y Londres, en 20. Este dato, más la imposibilidad de frenar un proyectil que alcanza velocidades superiores a Mach 10 quizás sea la mejor forma de hacer entender a dirigentes como el británico Keir Starmer que ahora exclama convencido que “Reino Unido no está en guerra contra Rusia, sino Ucrania”.
Compréndase, asimismo, que ese objetivo en Dniepropetrovsk no era en absoluto inalcanzable para los habituales misiles de crucero utilizados por Rusia en este conflicto, como la “familia naval” del modelo Kalibr o los de lanzamiento aéreo Kh-101, e incluso, los balísticos Iskander o Kinzhal. En una muestra de “terror psicológico”, Rusia decidió adrede dar una ínfima muestra de su increíble poder atómico, aunque, esta vez, sin los elementos fisionables
El efecto sorpresa tiene muy preocupada a toda la dirigencia del establishment occidental. El misil es técnicamente un MRBM y no un ICBM. Un MRBN es un Medium-Range Ballistic Missile, esto es, un tipo de misil balístico diseñado para alcanzar objetivos situados a una distancia de entre 1.000 y 3.500 kilómetros aproximadamente. Esto lo diferencia de un ICBM, técnicamente un Intercontinental Ballistic Missile, que es como lo dice su definición un misil balístico preparado para surcar prolongadas distancias, superior a los 5.500 kilómetros
El problema que ocurre con ello es que el lanzamiento del primero no necesita ser obligatoriamente notificado. Aún así, por un principio de seguridad, el Kremlin avisó 30 minutos antes del lanzamiento al Centro Nacional Ruso para la Reducción del Peligro Nuclear, que mantiene comunicación constante con su similar de Estados Unidos. Por supuesto, esto es para evitar una escalada nuclear en automático y para evacuar a la población civil. Pero el tiempo es lo suficientemente corto —considerando además la velocidad del proyectil—, que impide medidas de protección en el blanco (además serían vanas porque es ininterceptable).
Existen algunas bellas paradojas que tienen que ver con cómo a la arrogancia puede salirle el tiro por la culata:
En primer lugar, la salida unilateral en 2002, durante el gobierno de George W. Bush, del Tratado sobre Misiles Antibalísticos (ABM, Anti-Ballistic Missile Teatry); un acuerdo que fuera firmado en 1972 entre Estados Unidos y la URSS como parte de los esfuerzos para limitar el desarrollo de sistemas de defensa de misiles estratégicos que podrían socavar la doctrina de la destrucción mutua asegurada (MAD, mutually assured destruction). Básicamente, Nixon y Brezhnev, al abatir los medios que impidan destruirse mutuamente, reforzaban la seguridad. Al salirse de allí, Estados Unidos se aseguraba la construcción de un sistema de defensa balístico contra la frontera rusa en previsión de sus constantes expansiones de la OTAN sobre el este europeo (al 2002, solo se había expandido a Hungría, Polonia y Chequia, pero auguraba más).
Tras los atentados del 11 de septiembre de 2001, y bajo la hoja de ruta del Project for the New American Century, el gobierno estadounidense presidido por George W. Bush (hijo del ex presidente y director de la CIA, George W. H. Bush) se lanzó a una serie de guerras regionales en Medio Oriente, a una repotenciación del terrorismo en el Cáucaso y a una reconfiguración del ámbito de seguridad en Europa, demoliendo viejos acuerdos de seguridad estratégica como el ABM e incentivando la expansión de la OTAN contra Rusia.
Con esta jugada, los neocons que se floreaban en el gobierno de Bush Jr. se aseguraban la impunidad de su superioridad militar. El nuevo «escudo» ABM era atractivo, no solo desde la multimillonaria masa contractual sino tecnológicamente hablando, instalando una camisa de fuerza a los veteranos misiles sobrevivientes de la era soviética.
En segundo lugar, ocurrió otra acción unilateral estadounidense, en 2019, bajo el primer gobierno de Donald Trump.
Buscando ventajas definitivas para poner de rodillas a Rusia, el Estado Profundo superviviente bajo el gobierno de Donald Trump anunció en 2018 —por favor administren este singular dato del año—, la intención de retirar a su país del Tratado de Fuerzas Nucleares de Rango Intermedio (INF, o Intermediate-Range Nuclear Forces Teatry), una decisión que se hizo luego efectiva el 2 de agosto de 2019.
El tratado INF había sido oportunamente firmado en 1987 por los presidentes Ronald Reagan (Estados Unidos) y Mijaíl Gorbachov (Unión Soviética). Se trataba de un acuerdo de mutuo beneficio, por cuánto prohibía el desarrollo, producción y despliegue de misiles balísticos y de crucero con un rango de entre 500 y 5.500 kilómetros, que pudieran portar armas nucleares o convencionales.
El Tratado INF (por sus siglas en inglés) permitía la retirada de los misiles de alcance corto e intermedio tanto soviéticos como estadounidenses del teatro central europeo. Ese acuerdo le convenía a ambos contendientes en 1987. Pero Occidente Colectivo, tras las avanzadas de la OTAN hacia el este, ya no obtenía ninguna ventaja de él en 2002, por el contrario, era un escollo hacia su objetivo de eliminar la «estabilidad de primer golpe» nuclear.
Es importante decir que, en aquel entonces, aún existía la OTAN y el Pacto de Varsovia confrontando en Europa Central. Los estadounidenses tenían terror al poder destructor del misil RSD-10 (conocido por su nombre ficticio o código OTAN «SS-20 Saber»), que era muy móvil y relativamente pequeño, ergo, extremadamente camuflable, y que había sido desplegado en Polonia, Alemania Oriental y Checoslovaquia. Pero Gorbachov bregaba por una distensión que implicara una estabilización de su economía. Entonces ambos estaban a salvo con este «sano entendimiento».
Pero para 2018 la realidad era otra: había colapsado el Pacto de Varsovia, y la OTAN, por el contrario, no solo no se había disuelto, sino que además se había extendido hacia la frontera rusa, atragantándose con aquellos países de Europa Oriental que había fagocitado por diversos medios políticos. ¿Necesitaba entonces ahora Estados Unidos ese acuerdo? ¡Por supuesto que no! Más bien necesitaba, y mucho, de esos misiles de corto y mediano alcance para dar un golpe nuclear devastador desde el mismísimo territorio europeo.
Así fue que Rusia, que sabía de estos progresivos y cada vez más impúdicos movimientos de cerco estadounidense, que se daban en un marco de continuas oleadas expansivas de la OTAN, conjuntamente con la decisión, desde 2002 bajo el gobierno de George W. Bush, de imponer un
Escudo Antimisiles 1 en un arco frontal frente a sus propias fronteras, decidió tomar “el toro por las astas”.
Desde 2002, Estados Unidos vino montando un fabuloso escudo anti-misiles balísticos para dejar en la obsolescencia a todo los proyectiles rusos entonces vigentes. Lo que no contaba Bush ni sus continuadores es que Putin iba a reconstruir lenta pero inexorablemente su sistema de retaliación nuclear para burlar todo ese dispositivo.
A ver… repasemos hasta aquí: Estados Unidos vino dando desde 1999 —oportunidad de la primera expansión atlantista y momento en que desató su furia belicista contra Yugoslavia para comprobar su poder de fuego—, una serie de pasos decididos para dar el primer y definitivo golpe contra Rusia, cuya espina dorsal de defensa es su aparato nuclear. Para ello empleó diversos caminos y métodos, que sintéticamente persiguieron lo siguiente:
Horadar el nivel de organización política (liderazgo), la capacidad formativa de los científicos (nivel educativo), la conceptualización de etnia-nación (soberanía, civilización) y la generación de fondos (economía) del Estado Ruso para llevarlo a un nivel de avanzado deterioro.
Construir alrededor de las fronteras rusas un avanzado escudo anti-balístico (y sostener burlonamenteque se construía contra los supuestos misiles iraníes).
Realizar ensayos de militarización del espacio exterior.
Derogar el compromiso sobre armamento de corto e intermedio alcance, saliéndose del Tratado INF de 1987.
Implementar un plan de oleadas expansivas de la OTAN hacia el este, fagocitando países vecinos a la frontera occidental rusa.
Mejorar sensiblemente la miniaturización de los artefactos nucleares de lanzamiento aéreo —como las poderosas bombas atómicas B61-12—, aprovechando asimismo el poder de inserción de los vectores stealth(furtivos) propios, como los bombarderos B-2 Spirit, y ahora, los B-21 Raider.
Someter a Rusia a sanciones continuas —bajo cualquier excusa propiciatoria—, para impedir la importación de piezas tecnológicas esenciales (como los microchips) que permitan montar un aparato disuasivo creíble. Este objetivo fue medianamente cumplido luego de lograrse la “deserción” del aparato industrial del “hermano” ucraniano, con el cual Rusia tenía un grado avanzado de complementación científico-militar.
Toda esta situación peligrosa in extremis fue “adivinada” por Putin, sus colaboradores y el Estado Mayor Conjunto ruso. Pero a diferencia de otros tiempos, no solamente montaron quejas y advertencias en los estrados diplomáticos o las cumbres internacionales, sino que tomaron nota sobre las posibles respuestas, concretas, y se pusieron manos a la obra.
El anuncio llegó el 1 de marzo de 2018, cuando el presidente Putin se dirigió ante la Asamblea Federal de la Federación Rusa —y por extensión, al mundo entero—, blandiendo un
discurso desafiante, con gran ánimo de
verdadera advertencia, de esas que defienden
con el lomo lo que dicen
con la boca.
El discurso era complementario —y a la vez incremental —, de aquel pronunciado en la Conferencia de Múnich el 10 de febrero de 2007, cuando solicitó a Occidente que replanteara su “orden basado en reglas” y su política de hegemonismo supremacista.
Ese 1 de marzo de 2018, Putin dijo que la única forma que tenía Rusia de contestar la amenaza que significa la retirada por parte de Estados Unidos del Tratado ABM y del Tratado INF, desplegando asimismo un sistema mundial de «defensa antimisiles» para neutralizar la capacidad rusa de respuesta a un primer ataque nuclear, era crear nuevo armamento que sorteara el desafío. Vale decir, una tecnología novedosa que deje obsoleta a la pantalla protectora estadounidense.
Hasta ese momento, la llamada red de contención estadounidense se había convertido en camisa de fuerza para Rusia, que impedía todo tipo de defensa, por consiguiente, la invitaba a la subyugación. La instalación de emplazamientos de misiles en Rumania y Polonia, más la adecuación de los sistemas AEGIS en la flota occidental que navega el Báltico, el Mediterráneo y el Mar del Norte, impedirían la llamada «estabilidad de primer golpe». Este concepto es muy básico: si mi sistema de contraataque nuclear es (por decir) 10 veces más efectivo sobre la capacidad de «overkill» (o sea, tengo misiles de sobra, como para destruir muchas veces lo ya destruido) y si mi oponente de alguna manera me ataca sorpresivamente y destruye el 90% de mis fuerzas… entonces todavía tendré la suficiente potencia como para infligirle represalias inaceptables a mi enemigo y, por poco que me quede, no se animará a atacarme. Ese es el sentido de la redundancia de misiles nucleares (tener demasiados). Pero si no tengo capacidad de overkill (no tengo misiles por demás) y un primer ataque borra la «estabilidad de primer golpe» dejándome sin ninguna posibilidad de respuesta residual, entonces, el acierto del enemigo será total. ¿Se entiende?
Rusia advirtió varias veces a Estados Unidos y a los miembros de la OTAN que, en respuesta a todo ese despliegue, tendría que adoptar contramedidas. «Pero nadie nos escuchaba. Así que óigannos ahora», dijo Putin con un gesto de satisfacción vengativa poco digno de él. Putin ponía en práctica el famoso lema romano: Si vis pacem, para bellum (Si quieres la paz, prepárate para la guerra).
¿En qué consistió esa respuesta? En la creación de nuevas «armas maravillosas», que a diferencia de las Wunderwaffen nazis de fines de guerra —como el misil balístico V-2 o el caza a reacción Me-262—, sí tienen la capacidad de cambiar la situación.
Después del derrumbe de la URSS, Rusia había perdido un 44,6% de su potencial militar. Estados Unidos y sus aliados pensaban que no podría reconstruirlo. Pero Vladimir Putin lo logró gracias a su perspicacia geopolítica y su capacidad organizativa. Las nuevas armas (entonces) proyectadas eran:
- Un nuevo misil balístico intercontinental de 200 toneladas, de 18.000 kilómetros de alcance y con una capacidad de portación de hasta 16 ojivas termonucleares MIRV o 3 deslizadores hipersónicos. Avangard;
- Un drone submarino más rápido que un torpedo, movido por un motor nuclear, capaz de recorrer distancias intercontinentales a gran profundidad para alcanzar puertos y fortificaciones costeras con una carga nuclear de gran potencia. Se le conocería en adelante como “El creador de tsunamis”.
- Un misil hipersónico de lanzamiento aéreo y otro de lanzamiento naval, ambos con ojiva convencional o nuclear.
Todas estas armas estaban en ese entonces en periodo de pruebas pero ya están plenamente operativas, aunque todavía en números bajos: se trata del misil balístico intercontinental RS-28 Sarmat, de los deslizadores hipersónicos Avangard, del drone submarino Poseidon y de los misiles hipersónicos de lanzamiento aéreo Kinzhal y de lanzamiento naval Zirkón. También existen láseres de combate, fundamentalmente, para interceptar (cegar) satélites en órbitas bajas (se supone que el sistema se llama Peresvet)
El misil Oréshnik que dejó pasmados a los occidentales, girando en falso y no sabiendo ahora cómo proceder es una consecuencia directa de todos los pasos dados por Estados Unidos desde 1999 y parte de la respuesta prometida por Putin en 2018. Nadie puede sorprenderse tanto.
Rusia viene avisando de sus desarrollos y capacidades, poniendo en servicio sistemas tan complejos, como letales e ininterceptables. Pero sus rivales insisten en creer que una combinación de presiones guerreristas y sanciones económicas pueden derribarla o subyugarla.
La típica soberbia y vanagloria occidental llevó al (Premio Nobel de la Paz) Barack Obama, tras el Golpe del Euromaidán de 2014, a decir que “Rusia era apenas una potencia regional, que amenaza a sus vecinos no por fortaleza sino por debilidad” o que “Rusia está aislada y su economía está en ruinas”, subrayando el impacto de las sanciones tras la crisis de Ucrania. También dijo que “Rusia no produce nada que otros quieran comprar” y que “no fabrica productos innovadores ni competitivos a nivel global”. Pero esa “potencia menor” se ha levantado, ha resistido un cóctel de sanciones infernales nunca antes vistas, viene imponiéndose en una guerra contra toda la parafernalia occidental unida y su “poca innovadora” industria crea productos como el Oréshnik, sin ninguna pieza extranjera.
A propósito… ¿se acuerdan de ésto?
La presidente de la Comisión Eupea, Ursula von der Leyen, asegurando a poco de iniciarse la guerra en Ucrania, a mediados de 2022, que la industria rusa estaba liquidada y que en su desesperación por obtener materiales electrónicos canibalizaban refrigeradores y lavavajillas para aplicarlas a la industria militar.
¡Qué tremenda falta de respeto! ¡Qué subestimación infantil del enemigo! Me recuerda a Adolf Hitler diciendo que solamente bastaba pegarle una patada al podrido edificio soviético para que se derrumbe por sí solo…. y cuatro años después tuvo que refugiarse en un búnker en Berlín, rodeado de tropas soviéticas.
Así las cosas, Putin hizo una declaración (¡una más!) para intentar hacer entender a los neoconservadores occidentales empecinados en montar este «juego de la gallina» que tendrán que ser ellos los que se desvíen del asfalto hacia la banquina. Esta vez no fueron palabras, sino un misil balístico hipersónico con ojivas múltiples. Y por ahora, solamente sobre la Ucrania del vergonzoso mandadero Zelenski. Si persisten en su testarudez podrían caer sobre Berlín o Londres.
Putin expresó: “Quiero informar al personal de las Fuerzas Armadas de la Federación Rusa, a nuestros ciudadanos, a nuestros amigos en todo el mundo, así como a aquellos que siguen manteniendo ilusiones sobre la posibilidad de infligir una derrota estratégica a Rusia, sobre los acontecimientos que están ocurriendo actualmente en la zona de la operación militar especial, en concreto, después del uso de armas de largo alcance de fabricación occidental sobre nuestro territorio.
Continuando con la escalada del conflicto provocado por Occidente en Ucrania, Estados Unidos y sus aliados de la OTAN anunciaron que daban permiso para el uso de sus sistemas de armas de precisión de largo alcance en el territorio de la Federación Rusa. Los expertos saben bien, y la parte rusa lo ha subrayado en numerosas ocasiones, que es imposible utilizar este tipo de armas sin la participación directa de especialistas militares de los países productores de dichas armas. El 19 de noviembre, seis misiles táctico-operativos ATACMS de fabricación estadounidense fueron utilizados, y el 21 de noviembre, en un ataque combinado de misiles con sistemas Storm Shadow, de fabricación británica, e HIMARS, de fabricación estadounidense, se ejecutaron ataques contra instalaciones militares en territorio de la Federación Rusa, en las regiones de Briansk y Kursk. Desde este momento, como hemos subrayado en numerosas ocasiones anteriormente, el conflicto regional en territorio ucraniano ha adquirido elementos de carácter global. Nuestros sistemas de defensa antiaérea repelieron estos ataques, los objetivos que el enemigo se había propuesto no fueron alcanzados…. Quiero destacar que el uso de este tipo de armas por parte del enemigo no tiene la capacidad de influir en el curso de las operaciones en la zona de la operación militar especial. Nuestras tropas están avanzando con éxito a lo largo de toda la línea de contacto. Todas las tareas que nos hemos propuesto serán cumplidas… En respuesta al uso de armas de largo alcance estadounidenses y británicas, las Fuerzas Armadas rusas respondieron el 21 de noviembre con un ataque combinado contra una instalación del complejo de defensa industrial ucraniano. En condiciones de combate, también se ha probado uno de los más recientes sistemas de misiles rusos de alcance medio, en este caso con un misil balístico equipado con tecnología hipersónica no nuclear. Nuestros artilleros le han dado el nombre de Oreshnik. Las pruebas fueron exitosas y el objetivo del lanzamiento se alcanzó. En territorio ucraniano, en la ciudad de Dnipropetrovsk, se impactó uno de los mayores y más conocidos complejos industriales, que desde la época de la Unión Soviética hasta la actualidad produce tecnología de misiles y otro tipo de armamento… El desarrollo de misiles de corto y mediano alcance se realiza como una medida de respuesta a los planes de Estados Unidos para la producción y despliegue de misiles de corto y mediano alcance en Europa y en la región Asia-Pacífico. Creemos que Estados Unidos cometió un error al destruir unilateralmente en 2019, bajo un pretexto inventado, el Tratado de Eliminación de Misiles de Corto y Mediano Alcance. Hoy, Estados Unidos no solamente produce esta tecnología, sino que, como podemos ver, en el marco de la preparación de sus tropas, ha trabajado en el traslado de sus sistemas de misiles avanzados a diferentes regiones del mundo, incluida Europa. Además, en el transcurso de sus ejercicios, están entrenando su uso. Permítanme recordar que Rusia, de manera voluntaria y unilateral, asumió el compromiso de no desplegar misiles de corto y mediano alcance hasta que el armamento estadounidense de este tipo aparezca en alguna región del mundo. Las pruebas en condiciones de combate del sistema de misiles Oreshnik las realizamos en respuesta a las acciones agresivas de los países de la OTAN contra Rusia. La cuestión del futuro despliegue de misiles de corto y mediano alcance será decidida por nosotros en función de las acciones de Estados Unidos y sus aliados.
Los objetivos a ser atacados durante futuras pruebas de nuestros más recientes complejos de misiles serán determinados por nosotros en función de las amenazas a la seguridad de la Federación Rusa. Nos consideramos con el derecho de usar nuestras armas contra objetivos militares en aquellos países que permiten el uso de su armamento contra nuestro territorio, y en caso de una escalada de acciones agresivas, responderemos de manera igualmente decidida y proporcional. Recomiendo que las élites gobernantes de aquellos países que planean usar sus contingentes militares contra Rusia consideren seriamente esta advertencia.
Por supuesto, al seleccionar, si es necesario, y como medida de respuesta, los objetivos a atacar con sistemas como el Oreshnik en territorio ucraniano, ofreceremos de antemano a los residentes civiles, así como a los ciudadanos de estados amigos que se encuentren allí, la oportunidad de abandonar las zonas de peligro. Haremos esto por razones humanitarias: de manera abierta, pública, sin temor a la interferencia del enemigo, que también recibirá esta información. ¿Por qué sin temor? Porque actualmente no existen medios para contrarrestar este tipo de armamento. Los misiles atacan sus objetivos a una velocidad de 2,5 a 3 kilómetros por segundo. Los sistemas modernos de defensa aérea en el mundo y los sistemas de defensa antimisiles en Europa que están desarrollando los estadounidenses no pueden interceptar este tipo de misiles.
Quiero subrayar una vez más que no es Rusia, sino Estados Unidos quien destruyó el sistema de seguridad internacional y, al seguir luchando y aferrándose a su hegemonía, está empujando al mundo entero hacia un conflicto global. Siempre hemos preferido, y seguimos estando dispuestos, a resolver todas las cuestiones disputadas por medios pacíficos. Pero también estamos preparados para cualquier desarrollo de los acontecimientos. Si alguien aún tiene dudas sobre esto, es en vano porque siempre habrá una respuesta.”
No está de más recordar nuevamente las circunstancias de una respuesta nuclear por parte de Rusia:
- Una amenaza crítica a la soberaníade la Federación Rusa, incluso con armas no nucleares, será la base para una respuesta nuclear
- Rusia se reserva el derecho de utilizar armas nucleares en caso de agresión contra Bielorrusia.
- Rusia podría considerar la posibilidad de utilizar armas nucleares después de disponer de datos fiables sobre el lanzamiento masivo de misiles y/o drones.
- Rusia ha ampliado la categoría de estados y alianzas militares contra los que se lleva a cabo la disuasión nuclear.
- En la versión actualizada del documento se propone que la agresión contra Rusia por parte de cualquier estado no poseedor de armas nucleares, pero con la participación o el apoyo de un estado nuclear, se considere un ataque conjunto contra la Federación Rusa.
- Rusia está obligada a tener en cuenta la aparición de nuevas fuentes de amenazas y riesgos militares para ella y sus aliados.
Las cosas están más que claras: pero el temor es que no prive en absoluto el raciocinio ni la desescalada.
La derrota total en Ucrania es como una Crónica de una Muerte Anunciada. Eso se acelerará con la llegada de Trump, que no quiere saber nada con este agujero negro de fondos y de ineficacias políticas. Tampoco quiere quedar pegado a esta humillación. De hecho, podríamos decir que por eso ganó. Para dar una nueva fachada a la farsa del pasado. Pero todavía queda tiempo de descuento a los neoconservadores straussianos que manejan el «concepto» Biden. Y aquí estamos, en ese punto crítico, de hervor: enfrentados a la retirada denigrante, el Estado Profundo podría convertirse definitivamente en Dr. Strangelove y saltar al vacío.
El
Escudo Antimisileso
ABM (del inglés
Anti-Ballistic Missiles), también llamado
Defensa Nacional de Misiles, es un programa militar que la administración de George W. Bush implementó desde su llegada al despacho oval en 2000. Uno de las medidas tomadas fue la instalación en Polonia y Rumania del sistema
AEGIS Ashore.