Hassan Jouni
Los próximos dos meses determinarán si el frágil alto el fuego entre Israel y Hezbolá puede mantenerse mientras Tel Aviv recalibra su estrategia militar en medio de la derrota política, el escepticismo interno y la presión internacional, al tiempo que se enfrenta a la firme resolución de la resistencia libanesa.
En las primeras horas del 27 de noviembre, entró en vigor el inestable acuerdo de alto el fuego entre Israel y Hezbolá, mediado por Estados Unidos y Francia, con un amplio apoyo internacional y regional.
La frágil tregua fue recibida inmediatamente con escepticismo por muchos israelíes -funcionarios y civiles- que dudaban de la capacidad de su país para cumplirla.
Algunos funcionarios
calificaron abiertamente el acuerdo de derrota contra Hezbolá y culparon directamente al primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, por
no haber logrado los objetivos declarados y ocultos de su guerra contra Líbano, en particular los de eliminar el movimiento de resistencia y devolver al norte a cientos de miles de colonos desplazados.
Una
encuesta realizada por el Canal 12 de Israel reveló que más del 80% de la base de apoyo de Netanyahu se oponía al alto el fuego. Los residentes en el norte de Israel, muchos de los cuales fueron evacuados debido a los ataques de Hezbolá, también expresaron su indignación. A nivel nacional, Israel estaba profundamente dividido sobre el acuerdo, con encuestas que mostraban un 37% de apoyo al alto el fuego y un 32% de oposición.
Falsa sensación de victoria
La conmoción entre las élites israelíes tras el respaldo del primer ministro al acuerdo de tregua se debió a una falsa sensación de victoria. Netanyahu, junto con el ex ministro de Defensa Yoav Gallant, les había hecho creer erróneamente que el ejército israelí había destruido
el 80% de las capacidades de misiles de Hezbolá, dando la impresión de que el movimiento de resistencia libanés estaba al borde del colapso.
Los israelíes vieron con humillación cómo Hezbolá impedía que cinco divisiones enemigas avanzaran más de tres a cinco kilómetros en territorio libanés, un avance que, de todos modos, era tácticamente insignificante, ya que las divisiones deberían haber penetrado 20 kilómetros de profundidad.
Estratégicamente, Hezbolá siguió atacando activos militares israelíes mucho más allá de la frontera, llegando hasta la
base naval de Ashdod, 150 kilómetros dentro de Israel, y manteniendo ataques fulminantes contra ciudades clave como Haifa y Tel Aviv.
Estos ataques perturbaron gravemente la vida cotidiana dentro de los centros más poblados del Estado de ocupación, paralizando las operaciones militares y demostrando a Israel que eliminar a Hezbolá no era un objetivo de guerra factible. Los misiles de Hezbolá llegaron incluso a Tel Aviv, reforzando la ecuación disuasoria «Beirut-Tel Aviv». Netanyahu acabó por admitir que la diplomacia era su única solución viable, sobre todo teniendo en cuenta los crecientes problemas del propio ejército de ocupación: agotamiento, heridos, escasez de municiones y avances limitados.
La estrategia de 60 días de Israel
El malestar dentro de Israel por este acuerdo ha llevado a Netanyahu y al nuevo ministro de Defensa, Israel Katz, a ordenar al ejército que desarrolle una nueva estrategia en los próximos 60 días, plazo estipulado en el acuerdo para la retirada total de Israel del territorio libanés.
Esta estrategia implica dos acciones principales: en primer lugar, realizar ataques aéreos selectivos contra posiciones de Hezbolá tanto dentro como fuera de la zona situada al sur del río Litani, y en segundo lugar, impedir que los residentes libaneses regresen a pueblos y ciudades situados en un radio de 10 kilómetros de la frontera.
La directiva sobre ataques aéreos pretende reafirmar la
libertad de acción militar de Israel, en parte para asegurar a la opinión pública israelí que las fuerzas de ocupación conservan su capacidad de golpear a Hezbolá cuando sea necesario. Esta controvertida cláusula, que Líbano rechazó por completo, formaba parte de unas garantías privadas e invisibles de Estados Unidos a Tel Aviv, otorgadas sin el consentimiento de Beirut.
Netanyahu pretende dar la imagen de que Israel ha aceptado el acuerdo desde una posición de fuerza, al tiempo que gana tiempo hasta que el Comité de Supervisión, compuesto por cinco miembros, comience su trabajo para abordar las violaciones del alto el fuego. Durante los próximos 60 días, la presencia de fuerzas de ocupación en Líbano mantendrá las tensiones elevadas, lo que exigirá una estrecha vigilancia de Hezbolá para garantizar la seguridad de estas tropas hasta su retirada total.
La decisión de impedir que los residentes libaneses de las zonas fronterizas regresen a sus hogares pretende evitar un incómodo contraste entre el reasentamiento de los residentes del sur del Líbano mientras continúa el desplazamiento de los israelíes del norte. Esta óptica sería políticamente perjudicial para el gobierno israelí.
Gestionar la retirada y mantener la fuerza
En esencia, la estrategia del ejército israelí durante los próximos 60 días gira en torno a mantener una apariencia de fuerza y gestionar el delicado proceso de retirada, que concluirá cuando el ejército libanés, en coordinación con la FPNUL [Fuerza Provisional de las Naciones Unidas para el Líbano], asuma el control total de la seguridad de la región.
Después, el Comité de Vigilancia velará por el cumplimiento de la Resolución 1701 de la ONU, que prohíbe las acciones militares israelíes dentro de Líbano. Así lo confirmó el secretario general de Hezbolá, jeque Naim Qassem, en su último discurso, cuando anunció su compromiso con el acuerdo y que la coordinación con el ejército libanés sería al más alto nivel.
Si Israel insiste en seguir violando el acuerdo -basado en garantías estadounidenses que Líbano no ha visto ni aceptado- y continúa lanzando ataques bajo la supervisión del Comité de Seguimiento y su presidente estadounidense, podría provocar una respuesta recíproca por parte de Líbano y, posiblemente, la reanudación de las hostilidades. Hezbolá ya lanzó un disparo de advertencia el 2 de diciembre, dirigido contra territorio libanés ocupado por Israel. Israel ha violado el alto el fuego decenas de veces desde que entró en vigor hace siete días. Tel Aviv respondió de forma desproporcionada a la única represalia de Hezbolá, atacando varios emplazamientos en todo Líbano. La propia CNN admite, citando una fuente de mantenimiento de la paz de la ONU, más de
100 violaciones hasta el 3 de diciembre.
Pero tanto Israel como Líbano necesitan este acuerdo: su enfrentamiento militar de dos meses puso de manifiesto que una guerra continuada sólo conduciría a un mayor agotamiento y a pérdidas insostenibles en ambos bandos. El alto el fuego también se produjo debido a la presión internacional, en particular de Estados Unidos -principal mediador-, que pretendía poner fin a un conflicto que se había convertido en una vergüenza debido al desprecio de Israel por el derecho internacional y la vida de los civiles. A pesar de las continuas violaciones, como bombardeos de artillería, incursiones aéreas y actividad de aviones no tripulados, el acuerdo parece dispuesto a estabilizar la situación debido a la necesidad mutua. Para Israel, la continuación del conflicto sólo conduciría a un mayor desgaste, mientras que Líbano se beneficia del cese de las agresiones y de la estabilidad en la frontera.
Dadas estas circunstancias, parece probable que el acuerdo se mantenga, beneficiando a todas las partes. Cualquier violación deberá ser abordada por el Comité de Seguimiento, cuyo objetivo será restablecer la estabilidad a lo largo de la frontera, especialmente tras el periodo de 60 días y el despliegue completo del ejército libanés.