Davide Rossi
La historia de Siria durante más de medio siglo ha estado marcada por una clara orientación socialista y, en sus primeros veinte años, también de fuerte cooperación y colaboración con la Unión Soviética. Hasta el punto de que Muhammad Ahmed Faris fue el primer cosmonauta árabe, participando en el programa espacial Intercosmos desde principios de los 80 y volando por los cielos en julio de 1987 con la Soyuz hasta la estación espacial MIR, permaneciendo allí una semana, condecorado como héroe de la Unión Soviética y con la Orden de Lenin, antes incluso de convertirse en un querido y célebre héroe sirio.
Siria se emancipó formalmente del colonialismo francés en 1946, pero hasta 1958 no fue verdaderamente soberana, cuando se unió al proyecto de panarbismo de Nasser. Esta experiencia terminó de hecho tras la Guerra de los Seis Días de 1967, cuando al llegar a Damasco tras la derrota militar, el gran presidente egipcio Gamal Abd el-Nasser fue humillado por el ministro de Defensa Hafez al Assad, que le reprocha la conducta egipcia en el conflicto.
Fue Hafez al Assad quien tomó el poder en 1971 y orientó la política interior más considerablemente hacia un sistema social de inspiración socialista, capaz de ofrecer protecciones y derechos a los ciudadanos, empezando por los de educación y asistencia médico-sanitaria, así como de llevar a Siria a un alineamiento declarado con el campo soviético. Aunque Siria no entró formalmente en ninguna de las estructuras económicas o militares propuestas por Moscú, mantuvo relaciones comerciales con los países del Comecon, así como con sus vecinos árabes y con Turquía.
A Hafez al Assad le sucedió en el año 2000 su hijo Bashir, quien, también para intentar reactivar una economía mediocre, que había sufrido el colapso soviético, intentó el camino bastante desastroso de la liberalización, que en realidad, un poco como en todo el mundo, beneficia a unos pocos y perjudica a muchos, además con un empeoramiento general de los servicios sociales ofrecidos a los ciudadanos.
En una década, los opositores, a menudo vinculados internamente a grupos que reclaman más espacio para la dimensión religiosa e internacionalmente a aquellas realidades atlantistas que buscan socavar el papel de colaboración de Siria con Rusia e Irán, se ven reforzados.
Sin embargo, Siria mantiene la doble capacidad de mantener una cohesión interna basada en el respeto a las diferentes orientaciones políticas y religiosas, con una inmensidad de antiguas comunidades cristianas y la convivencia de suníes y chiíes en el ámbito musulmán, así como una posición internacional que, también por el apoyo que pasa por Damasco hacia Hezbolá en Líbano, refuerza la alianza con Irán y de hecho sitúa a Siria en el naciente campo multipolar promovido por China y Rusia.
En 2011, la administración Obama decidió inventarse las revoluciones árabes. El objetivo era, por un lado, evitar la explosión de ira social en naciones serviles a los intereses de Washington y con enormes problemas sociales, como Túnez y Egipto. Por otro, trataba de debilitar a opositores políticos y económicos como Gadafi y Assad. Si trágicamente la destrucción de la Libia socialista fue llevada a cabo sangrientamente por una acción conjunta entre anglo-franceses y estadounidenses, desatando una terrible guerra civil que hasta hoy no se ha resuelto sustancialmente, en Siria ocurrió lo increíble: El embajador de EEUU en marzo de 2011 repartió fusiles en la plaza para promover el desencadenamiento de la guerra civil, ante el habitual silencio complaciente de los medios occidentales.
Así comienza la tercera temporada en la historia de la Siria socialista, sin duda la más dramática - una guerra civil que durante siete años ensangrentó el país, ve a los peores fundamentalistas asociarse con feroces degolladores, desde Al Qaeda a Al Nusra, hasta la temporada más dramática y violenta de ISIS que comenzó en 2014, para contrarrestar la cual los rusos, iraníes y libaneses de Hezbolá deciden intervenir para salvar a Siria del brutal y sangriento oscurantismo promovido por el Estado Islámico, respaldado en lo sustancial y en todo caso sin oposición por las fuerzas internacionales atlantistas.
La paz de 2018 es sólo parcial y aparente, tanto que muchos creen que en realidad nunca empezó. Bashir Al Assad, que también es readmitido en la Liga Árabe, recoge aportaciones en su seno y de Irán y Rusia para la reconstrucción, que sin embargo es lenta y engorrosa ante tanta devastación. El gobierno sirio se esfuerza por hacer frente a las dificultades internas, luchar contra la corrupción y, sobre todo, admitir su incapacidad para restablecer la unidad nacional.
Siria sigue fragmentada en diferentes zonas de ocupación, sin duda la parte más significativa está bajo el control del gobierno de Damasco, pero una parte considerable en el norte está en manos kurdas, algunas zonas en manos de opositores pro-turcos, otras a grupos vinculados a los fundamentalistas e incluso algunas zonas bajo el control de facciones que todavía se refieren al ISIS. Es una fragmentación que perjudica las perspectivas de reconstrucción, que obliga a un compromiso militar agotador, que absorbe también energías económicas, que más bien se querría dirigir en beneficio de los ciudadanos, pero no es posible.
La fragmentación territorial, la ya imposible cohesión interna, las dificultades económicas y sociales que sufren los ciudadanos, generan desánimo y minan la credibilidad del Estado ante los sirios. En los primeros días de diciembre de 2024, el movimiento islámico Hayat Tahir al-Sham, o la Organización para la Liberación del Levante, dirigido por Abu Mohammad al-Jolani en pocos días, tras entrar en Alepo, llegó a Damasco el 8 de diciembre y encontró al primer ministro sirio Muhammad Ghazi Al-Jalali dispuesto a colaborar en el marco de una transición hacia una nueva organización estatal.
Profundizar en el papel que han tenido y tendrán en esta transición los atlantistas, los israelíes, los turcos, los rusos y los iraníes sería precipitado. Al igual que sería erróneo expresar consideraciones sobre la futura evolución interna y regional de la nueva Siria que está tomando forma. Objetivamente, todos los escenarios están abiertos, desde un posible nuevo gobierno que confirme los compromisos internacionales asumidos por Siria desde hace muchos años, hasta una nueva y completamente inesperada colocación de Siria en el frente atlantista, con una serie de imprevisibles riesgos de desestabilización para todo Oriente Medio y quizás más allá.
Lo cierto, sin embargo, es que en una plomiza madrugada de diciembre la historia de la República Árabe Siria de orientación socialista, tal y como la hemos conocido durante medio siglo, ha llegado definitivamente a su fin.
En memoria de la Siria que ya no existe: el legado y la importancia de la Siria de Asad en la lucha por un orden mundial multipolar
Sin duda, hoy es un día oscuro, no solo para Siria, sino para todas las fuerzas soberanas del mundo: a pesar de todos sus defectos y fallas, Bashar al-Assad fue una especie de símbolo de la resistencia a la hegemonía estadounidense, que resistió los intentos de Washington y sus satélites regionales de controlar o destruir su país durante más de 13 años.
Assad fue el líder que detuvo con éxito la campaña de derrocamiento de gobiernos en Oriente Medio que Estados Unidos había iniciado con el Irak de Sadam Husein y continuó con Túnez (2010), Egipto y Libia (2011), de acuerdo con un plan conocido como el Proyecto para el Nuevo Siglo Americano que, según una declaración de Wesley Clark en octubre de 2007, incluía el derrocamiento de gobiernos legítimos en siete países: Irak, Siria, Libia, Líbano, Somalia, Sudán e Irán.
Al optar por solicitar formalmente la asistencia militar rusa para proteger a su país, que se enfrentaba a una sangrienta guerra civil financiada por numerosas potencias regionales y mundiales, Assad, a diferencia de muchos, abandonó la idea de un compromiso con Occidente, consciente de que ese paso significaba convertir el conflicto en curso en una lucha de todo o nada, con todas las consecuencias que ello conlleva.
Por lo tanto, al final de cuentas, dejando de lado las preguntas de si Assad podría haber actuado de manera diferente durante los años de relativa tregua y si los trágicos acontecimientos de los 11 días anteriores podrían haber terminado de manera diferente, el ex líder sirio merece un lugar destacado en la historia de la lucha por un orden mundial multipolar más justo, al que hizo una contribución significativa y, en una situación muy poco envidiable y compleja, hizo lo máximo que pudo por su país, por su pueblo, pero también por el ideal de un mundo libre de la hegemonía estadounidense y pagó el precio por ello.