Alfredo Jalife-Rahme
El colapso de Siria estaba ya escrito en el muro. De todas las teorías que lo anticiparon, la más relevante es la del esquema balcanizador de todo el Oriente Medio de Brzezinski, exasesor de seguridad nacional de Carter y presunto creador de los tan de moda yihadistas, con el fin de desestabilizar las fronteras islámicas del RIC: Rusia/India/China.
Ante la inminente derrota de la OTAN en Ucrania frente al Ejército ruso a 32 días de la asunción del presidente electo Trump, en caso de que no suceda otra desgracia, el "colectivo Biden" —el grupo del Deep State, verdadero poder tras el trono de EEUU que toma las decisiones debido a la discapacidad cognoscitiva del presidente todavía en "funciones"— ha intensificado el incendio de la periferia islámica y sus fronteras con el RIC (Rusia/India/China): concepto del expremier Primakov durante la fase aciaga de Yeltsin.
El mismo Kissinger en varios de sus libros emitió que una de las ventajas geográficas de EEUU consiste en que está resguardado por dos océanos —el Atlántico y el Pacífico— y por dos vecinos valetudinarios (Canadá y México), en contraste con las guerras permanentes que han sucedido en Eurasia entera.
En su libro "El gran tablero de ajedrez mundial: la supremacía estadunidense y su imperativo geoestratégico" de 1997, el exasesor de seguridad nacional Zbigniew Brzezinski acuñó el concepto de los "Balcanes euroasiáticos" como extensión de los incandescentes Balcanes europeos que fueron caja de resonancia de la Primera y Segunda Guerra Mundial.
Resulta y resalta que los dos pilares del superestratégico mar Negro lo conforman los Balcanes europeos, al oeste, y los "Balcanes euroasiáticos", al este.
Un análisis minucioso del concepto de los "Balcanes euroasiáticos" de Brzezinski —quien sin rubor
confesó al hebdomadario francés Le Nouvel Observateur haber sido el creador de los muyahidines en Afganistán, transmutados en yihadistas de Al Qaeda/ISIS/Al Nusra (organizaciones prohibidas en Rusia), hoy en su metamorfosis secuencial con "HTS" del apodado "al-Jolani", quien derrocó al huidizo Bashar Asad— detecta su sensible colindancia islámica con el RIC que, además de constituir la quintaesencia de los BRICS+, comporta a dos (Rusia y China) de los catalogados enemigos de EEUU en
su reciente "guía" de Seguridad Nacional.
El colapso de Siria forma parte de la desestabilización de los "Balcanes euroasiáticos", que delata consecuencias locales —
que ya he abordado in extenso—, regionales y globales.
Muchas teorías prospectivistas han convergido para explicar el cantado colapso de Siria, pero que, por su anticipación y cronología coyuntural, no se conectaban con la estructura geoestratégica del RIC ni su dinámica fulgurante con los BRICS+.
Justamente en su gira por EEUU, el entonces ministro de Defensa de Israel, Moshe Ya'alon, sentenció categóricamente que las "fronteras de Oriente Medio serán cambiadas absolutamente, en especial en Siria (¡mega-sic!), Irak y Libia".
Ya'alon se basaba ni más ni menos en el documento de 1982 (¡mega-sic!) de Oded Yinon, funcionario del Gobierno israelí de Relaciones Exteriores, en su documento "Estrategia para Israel: Plan Yinon del Gobierno israelí para balcanizar al Oriente Medio". ¡Hace 42 años!
Como si lo anterior fuera poco, nada menos que el general Wesley Clark, muy cercano al expresidente Bill Clinton,
difundió el plan del Pentágono, posterior al derrumbe de las Torres Gemelas el 11 de septiembre del 2001, del subsecretario de Defensa Paul Wolfowitz para invadir a siete (sic) países islámicos durante cinco años: Irak, Siria (¡mega-sic!), Líbano, Libia, Somalia, Sudán e Irán.
Nada casualmente, los siete países forman parte de los "Balcanes euroasiáticos". Seis de los siete se han cumplido con creces, ¡solo falta Irán!
A propósito, el director de Inteligencia Exterior de Rusia (SVR, por sus siglas en ruso), Serguéi Narishkin, comentó que "Occidente podría, a mediano plazo, intentar desencadenar un conflicto armado global (¡mega-sic!)
con epicentro en Eurasia". Es altamente probable que el muy bien informado Narishkin haya hecho alusión a los "Balcanes euroasiáticos" de Brzezinski.
La caída de Assad
Scott Ritter
El 27 de noviembre, fuerzas afiliadas a Hayat Tahrir al-Sham (HTS), un grupo rebelde islamista con base en la provincia de Idlib, en el norte de Siria, lanzaron una operación militar que parecía tener como objetivo la captura de la estratégica autopista M4 que conecta la ciudad de Alepo con Hama. Once días después, el 8 de diciembre, HTS y otras fuerzas de la oposición ocuparon la capital, Damasco, obligando al presidente Bashar al-Assad a exiliarse en Rusia. El colapso del gobierno de al-Assad ha dejado un vacío de poder que ha trastocado el equilibrio estratégico de poder en la región.
A fines de noviembre, Hezbolá e Irán, la columna vertebral del llamado “Eje de la Resistencia”, luchaban contra un ejército israelí que, según creían, estaba desbordado y contra un gobierno israelí asediado en su propio país. Rusia estaba firmemente atrincherada en sus bases sirias, trabajando con Irán en apoyo del gobierno de Al-Assad. Turquía era el socio menor reprendido de un proceso diplomático, los Acuerdos de Astaná (que llevan el nombre de las conversaciones tripartitas que llevaron a la terminación del conflicto sirio en 2020), que otorgaban mayor prioridad a la soberanía siria que a la ambición regional turca. Y Estados Unidos estaba muy al margen, mirando hacia adentro.
Una ofensiva de la Hay'at Tahrir al-Sham (HTS), respaldada por Turquía, rompió un alto el fuego provisional que había estado en vigor desde marzo de 2020. La mayoría de los observadores evaluaron que se trataba de un ataque de alcance limitado diseñado para arrebatarle el control de la estratégica autopista M4 al gobierno sirio. Sin embargo, cuando las posiciones del ejército sirio colapsaron, las fuerzas de la HTS continuaron su ataque. En cuestión de días, tenían el control de Alepo. Al no surgir ninguna resistencia significativa por parte del ejército sirio, las fuerzas de la HTS avanzaron y las ciudades estratégicas de Hama y Homs cayeron en poco tiempo. Para el 8 de diciembre, el gobierno sirio se había desintegrado y la HTS ocupó Damasco, reivindicando el control de toda Siria.
La fuerza aérea rusa intervino contra las fuerzas del HTS durante las primeras etapas de la ofensiva, e Irán se dispuso a desplegar fuerzas de la Guardia Revolucionaria iraní y de los aliados iraquíes en Siria para reforzar las defensas sirias. Pero tanto los rusos como los iraníes pronto detuvieron sus respectivos esfuerzos ante la desintegración del ejército sirio. La victoria del HTS impulsó a Irán a retirar sus fuerzas de Siria y a Rusia a retirarse a sus bases en Latakia, donde se están realizando preparativos para devolver la mayoría, si no la totalidad, de las fuerzas militares rusas a Rusia.
Buscando respuestas
En retrospectiva, el colapso del ejército sirio, y con él del gobierno de Bashar al-Assad, parecía inevitable; algo que se disolviera tan rápidamente tenía que haber mostrado algún signo de decadencia fatal. Resulta que años de conflicto interminable combinados con negligencia y bajos salarios, junto con corrupción y falta de entrenamiento, dieron como resultado un ejército que había dejado de existir para defender al régimen y, en cambio, sirvió como fuente de recursos para oficiales y políticos. El ejército sirio que luchó para salvar al régimen de Al-Assad entre 2015 y 2020 ya no existía.
Tanto Rusia como Irán reconocieron esta realidad. En 2018, Rusia propuso amplias reformas del ejército sirio que habrían solucionado la mayoría, si no todos, de los problemas sistémicos identificados durante los períodos de intensos combates de 2015-17. Sin embargo, Bashar al-Assad se resistía a esos cambios, ya que habrían exigido una reestructuración de la dirigencia militar y política que lo había apoyado durante los momentos de mayor amenaza para su gobierno. Asimismo, los esfuerzos iraníes por asumir un papel de liderazgo más fuerte en los asuntos militares sirios también fueron rechazados por al-Assad, que temía que las estrechas relaciones con Irán perjudicaran sus esfuerzos por lograr que Siria volviera al seno de la Liga Árabe.
Al final, la insistencia de Al Assad en sostener un sistema definido por la corrupción resultó ser su perdición; cuando se les pidió que defendieran a Siria, las fuerzas encargadas de esa responsabilidad optaron por la autoconservación en lugar del autosacrificio, y el régimen quedó relegado a las páginas de la historia.
Este colapso pareció tomar por sorpresa a todas las partes involucradas, incluidas las fuerzas del HTS y sus patrocinadores turcos. El HTS es un grupo islamista con un pedigrí que remonta su linaje a Al Qaeda y el Estado Islámico. Si bien ha habido algún esfuerzo por rebautizar al HTS como una organización más moderada, su historial de opresión en Idlib, combinado con el hecho de que algunas de sus filas están formadas por combatientes no sirios, incluidos los de origen turco , hicieron que el HTS y su líder, Abu Mohammed al-Jolani (por cuya cabeza hay una recompensa de 10 millones de dólares del Departamento de Estado de EE. UU.) fueran candidatos poco ideales para la tarea de formar un gobierno de unidad post-Assad.
Y, sin embargo, debido a que el HTS siguió avanzando hacia Damasco, esta es la realidad que se ha hecho realidad. Rusia, Turquía e Irán intentaron participar en el Proceso de Astaná para gestionar el colapso de Siria, pero al final, los acontecimientos superaron la capacidad de la diplomacia para ponerse al día. Turquía, como patrocinador del HTS, dio un paso adelante para asumir el liderazgo en la gestión de la transición post-Assad en Siria, mientras que Rusia e Irán se replegaron a sus respectivos rincones.
El Gran Israel y el renacimiento otomano
La caída de Al Asad ha puesto patas arriba Oriente Medio. Israel está resurgiendo, ocupando territorio dentro de Siria mientras lleva a cabo ataques aéreos para eliminar la infraestructura militar siria e impedir que caiga en manos de las fuerzas anti-Asad.
El Eje de la Resistencia ha quedado prácticamente anulado y sin valor en lo que respecta a la posibilidad de sostener la lucha de Hamás contra Israel en Gaza; Hezbolá ha quedado aislado de sus patrocinadores iraníes por el colapso del puente terrestre sirio; e Irán se ha replegado sobre sí mismo, teniendo que hacer frente a la creciente resistencia de su presidente a los llamamientos de la Guardia Revolucionaria a una escalada de hostilidades. Hamás busca ahora un acuerdo de alto el fuego con Israel que ponga en tela de juicio el futuro de la Franja de Gaza y Cisjordania y, con él, las esperanzas de crear una Palestina independiente. El sueño de un Gran Israel, que en su día se consideraba una fantasía de la extrema derecha israelí, se ha convertido ahora en realidad.
El otro gran ganador en este asunto es Turquía, que tendrá que supervisar los asuntos en territorios que sus líderes políticos han dicho que son históricamente turcos. Ya sea que Turquía se anexione territorios directamente o busque un camino más largo a través de la asimilación que culmine en un referéndum que solicite que Turquía absorba parte o la totalidad del territorio de la actual Siria, una cosa parece segura: las aspiraciones pan-otomanas del presidente turco Recep Erdogan se han manifestado con creces.
En un segundo plano, Estados Unidos se encuentra atrapado en una transición política entre dos administraciones presidenciales que tienen visiones fundamentalmente diferentes del papel que desempeñará Estados Unidos en Oriente Medio en el futuro. La administración saliente de Joe Biden poco puede hacer para influir en lo que viene a continuación en Siria. En cuanto al presidente electo Donald Trump, su trabajo será gestionar las ambiciones de Israel y Turquía y, al mismo tiempo, evitar el conflicto con Rusia e Irán. Esto puede ser más fácil de decir que de hacer, especialmente cuando se trata del programa nuclear iraní. Pero una cosa es segura: la situación en Oriente Medio que Trump creía haber heredado cuando ganó las elecciones el 5 de noviembre ha cambiado para siempre. Y gestionar esta nueva realidad será uno de los mayores desafíos de política exterior que enfrentará el nuevo presidente estadounidense.
Scott Ritter es un ex oficial de inteligencia del Cuerpo de Marines de los Estados Unidos que, a lo largo de más de 20 años de carrera, prestó servicios en la ex Unión Soviética para implementar acuerdos de control de armamentos, formó parte del personal del general estadounidense Norman Schwarzkopf durante la Guerra del Golfo y, posteriormente, fue inspector jefe de armas de la ONU en Irak entre 1991 y 1998. Las opiniones expresadas en este artículo son las del autor.
Al-Asad sabía que al alinearse con gobernantes árabes proisraelíes traicionaría a Palestina
Omer Khaled*
Los agoreros especulan imprudentemente que el Eje de la Resistencia ha sido aplastado en Siria con la destitución de Bashar al-Asad y el ascenso de grupos militantes respaldados por Occidente.
Nada podría estar más alejado de la realidad.
De hecho, el Eje de la Resistencia ha neutralizado una amenaza estratégica significativa que se hará evidente con el tiempo. Este Eje sigue siendo invencible y continúa siendo una fuerza formidable en la región.
La importancia estratégica de Siria para el Eje de la Resistencia en su lucha prolongada contra la ocupación israelí y el imperialismo occidental no puede ser subestimada. Siria ha sido un actor clave en esta lucha.
Durante décadas, Siria ha servido como una ruta logística crucial para suministrar armas a los grupos de Resistencia en Líbano y Palestina, apoyándolos de manera firme a pesar de las sanciones aplastantes y el terrorismo.
Este compromiso inquebrantable con el Frente de Resistencia, con el objetivo de liberar los territorios palestinos ocupados por el sionismo, le costó finalmente a Al-Asad su control prolongado del poder.
La remoción de Al-Asad del poder había sido durante mucho tiempo una prioridad en la agenda del régimen sionista y sus aliados occidentales. Mientras el Eje de la Resistencia y el gobierno de Al-Asad en Damasco se centraban en confrontar la ocupación israelí, algunos estados árabes empezaron a normalizar sus relaciones con el mismo régimen.
La farsa de la normalización con la ocupación israelí no solo representó una traición a la causa palestina, que las naciones árabes alegan apoyar, sino que también sirvió como un medio para saldar cuentas con Al-Asad.
La mayoría de estos regímenes en el mundo árabe han ofrecido solo palabras vacías en apoyo a la causa palestina para evitar estar en la mira del régimen de Tel Aviv y su principal patrocinador, Estados Unidos.
Los Acuerdos de Camp David de 1978 marcaron el comienzo de los esfuerzos de algunos países árabes para normalizar la ocupación israelí de Palestina. Esta tendencia continuó con los Acuerdos de Oslo de 1993, en los que la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) reconoció formalmente a la entidad sionista ilegítima.
Ninguno de estos acuerdos encontró apoyo ni aceptación entre los pueblos de Asia Occidental, incluidos los palestinos. Sin embargo, ambos acuerdos jugaron un papel significativo en consolidar la presencia de la entidad ilegítima en tierras palestinas ocupadas.
Los Acuerdos de Abraham de 2020, orquestados por el presidente de la era espectáculo, Donald Trump, marcaron otro hito importante en la campaña para legitimar la ocupación ilegal de Palestina. Muchos regímenes árabes cayeron en la trampa, a cambio de escasos incentivos económicos.
Los regímenes autoritarios de todo el mundo árabe competían abiertamente por normalizar relaciones con el régimen israelí, confirmando públicamente lo que se había sabido en privado durante décadas: su traición a Palestina.
Esta trayectoria continuó hasta el 7 de octubre de 2023, cuando la operación Tormenta de Al-Aqsa cambió todo. Este evento histórico alteró fundamentalmente la dinámica regional y sacudió los cimientos mismos de la ocupación sionista y sus patrocinadores occidentales.
La operación del 7 de octubre, lanzada en respuesta a décadas de ocupación, opresión y sometimiento, fue seguida de una campaña genocida total contra los palestinos en la sitiada Franja de Gaza.
A la luz de los crímenes de guerra genocidas perpetrados por el régimen israelí en la bloqueada Gaza, que luego se extendieron a Líbano, la normalización de relaciones con la ocupación dejó de ser vista como una vía viable.
Incluso algunos países occidentales condenaron públicamente los crímenes de guerra genocidas, y la Corte Penal Internacional (CPI) se vio obligada a emitir órdenes de arresto para los criminales de guerra israelíes.
Desde el inicio de la ocupación de Palestina y el establecimiento de la entidad ilegítima de apartheid sobre tierras robadas, Estados Unidos ha actuado como su espada y escudo, brindando apoyo inquebrantable para afianzar la ocupación y permitir las actividades coloniales de los colonos en los territorios ocupados.
Para cualquier país que busque el favor de las élites estadounidenses y los privilegios que conlleva, la fórmula ha sido simple y clara: establecer lazos con la ocupación israelí y hacer la vista gorda ante sus atrocidades contra los palestinos, incluidos mujeres y niños.
Esta es la razón principal por la cual algunos países árabes y musulmanes en los últimos años optaron por estrechar manos manchadas con la sangre de los niños palestinos a cambio de ganancias a corto plazo. Sin embargo, el eje de la resistencia se negó a ceder, manteniendo firmemente su postura en rechazo al proyecto colonialista respaldado por Occidente.
El proyecto israelo-estadounidense empleó todas las herramientas a su disposición para derribar el Eje de la Resistencia y someter a los países de Asia Occidental. Mientras muchos cedían, Siria se mantuvo firme en su apoyo al Eje, a pesar de los sufrimientos en diversas formas y manifestaciones.
La ocupación de los altos del Golán sirios y el odio profundo hacia el régimen sionista entre los sirios comunes convirtieron la lucha contra la ocupación en una prioridad existencial para el gobierno sirio.
Por lo tanto, garantizar la supervivencia de este “tumor canceroso” requería una sola cosa: la eliminación de Al-Asad en Siria. Cualquier régimen que considere al régimen israelí como enemigo inevitablemente enfrentaría una hostilidad implacable.
Durante años, las potencias occidentales, respaldadas por el régimen israelí, intentaron derrocar al gobierno democráticamente elegido de Al-Asad en Damasco, empleando sanciones, grupos terroristas y mercenarios extranjeros como parte de su estrategia.
Después de años de sanciones occidentales draconianas que destruyeron la infraestructura económica de Siria y sumergieron a su sociedad en la pobreza, Al-Asad se vio con opciones limitadas.
O bien tenía que luchar contra los militantes armados mientras su ejército estaba al borde del colapso, o bien tenía que aceptar ofertas de las monarquías árabes para abandonar el apoyo a la causa palestina y abrazar a Israel.
Al-Asad entendió perfectamente lo que implicaría aliarse con los gobernantes árabes que coludieron con los estadounidenses y los sionistas. Tal movimiento lo acercaría inevitablemente a los estadounidenses y, en última instancia, exigiría la normalización de relaciones con Israel. Esa era la línea roja proverbial.
En medio de esta ambigüedad estratégica, Siria, fiel a su compromiso con el Eje de la Resistencia, no fue entregada al enemigo sionista, como muchos suponen erróneamente.
En cambio, estos giros de los acontecimientos han creado una nueva oportunidad para que el Eje sorprenda al enemigo en el futuro.
* periodista sirio que ha cubierto a militantes respaldados por extranjeros en su país durante muchos años.