Aleksandr Dugin
«Así que no es normal que el mundo tenga simplemente una potencia unipolar. Eso no fue… sino una anomalía. Fue producto del final de la Guerra Fría, pero con el tiempo se volvería a un mundo multipolar, con varias grandes potencias en distintas partes del planeta».
Secretario de Estado estadounidense Marco Rubio. 30 de enero de 2025.
La ideología de Trump
Lo que está haciendo Trump desde que llegó al poder en EEUU es impresionante. Está cambiando rápida e irreversiblemente la estructura del orden mundial. Si en su primer mandato como presidente Trump insinuó la necesidad de varias reformas, cuatro años en el poder y otros cuatro en la oposición le han convertido en el representante de una cierta ideología y esta ideología, como se desprende de sus dos primeras semanas en la Casa Blanca, pretende ser puesta en práctica recurriendo a los medios necesarios. Pero, ¿cuál es esta ideología?
En primer lugar, su rasgo más importante es que Trump se opone total y consecuentemente al globalismo y el liberalismo en todas sus formas, en todos sus ámbitos y en todos sus sentidos. Trump es un opositor al globalismo porque rechaza cualquier institución supranacional (ONU, OMS, UE, etcétera) y cree, como los realistas clásicos, que la máxima autoridad es el Estado-nación soberano, por encima del cual no hay nada ni nadie. Este es el sentido de su slogan Make America Great Again (o MAGA). Según él, EEUU es ante todo una gran potencia, que debe comportarse en la política mundial como un sujeto de pleno derecho, interesado única y exclusivamente en alcanzar sus propios objetivos, en defender sus propios valores e intereses. Trump y su ideología rechazan cualquier atisbo de internacionalismo, cualquier retórica sobre «valores universales», «democracia mundial», «derechos humanos», etcétera. El imperativo absoluto es solo Estados Unidos y su prosperidad. Los que están de acuerdo con este proyecto son amigos o aliados; los que se oponen son sus enemigos. Estados Unidos no tiene más objetivos que su prosperidad y ninguna autoridad tiene derecho a dictar a los estadounidenses qué hacer, cómo y cuándo hacerlo, cómo comportarse, en qué creer y a qué rendir culto.
El globalismo se construye sobre una lógica totalmente opuesta: para los globalistas el papel de EEUU es ser el puesto de avanzada, el protector y patrocinador de la democracia liberal, servir a los intereses supranacionales y a la ideología ultraliberal, yendo más allá de sus propios intereses e incluso renunciado a ellos. Los globalistas piensan en términos de humanidad; Trump piensa en términos de Estados Unidos. Aquí vemos la disputa de dos teorías de las relaciones internacionales: los realistas (Trump) y los liberales (Biden, Obama, Clinton e incluso el republicano Bush hijo).
Más aún, Trump rechaza radicalmente ideas liberales como la ideología de género, el progresismo, el hiperindividualismo y el posmodernismo. En este sentido, es un conservador clásico, un feroz defensor de los valores tradicionales: la existencia de dos géneros naturales dados por Dios (masculino y femenino), la familia, la religión, la disciplina, la fe en uno mismo, el optimismo y el rechazo del relativismo, la legalización de las perversiones y los ataques contra el hombre, blanco, cristiano, patriota, etcétera. Trump se opone rotundamente a la cultura de la cancelación, a la censura liberal y a la abolición de toda forma de identidad colectiva.
El liberalismo, por su parte, ha convertido todo esto en una especie de culto, un credo sectario según el cual cualquier atisbo de crítica a las personas LGBT* o transexuales se considera inmediatamente fascismo y debe ser reprimido por el liberalismo.
Es por eso que la ideología de Trump está en total y fundamental contradicción con la geopolítica y las prácticas que han dominado los EE.UU. desde la década de 1980.
Estas prácticas se basaban en el progresismo liberal, que insistía en que el individuo se liberara cada vez más de todos los lazos y obligaciones sociales, incluida una ruptura total no solo con el género, sino con la propia naturaleza humana (de ahí el ciborg y el posthumanismo). En la política mundial esto significaba una transición gradual de los Estados-nación a un mundo unificado bajo un gobierno mundial seguido de la abolición de la soberanía (según el modelo de la actual Unión Europea).
Trump rechazó firmemente ambas cosas: la ideología liberal y la geopolítica del globalismo. No sólo las rechazó, sino que empezó a remodelar la realidad global de forma frenética y en dos semanas de estancia en la Casa Blanca ha cambiado drásticamente casi todo.
El tipo de mundo que Trump rechaza y que ahora está desmantelando rápidamente está más o menos claro. Es el mundo que los globalistas han concebido y empezado a construir. Sus parámetros eran claros, sus métodos también, y no es difícil imaginar a qué podrían conducir. Pero tal construcción fue interrumpida por Trump. Y aquí podemos decir que sus actos son irreversibles.
Los contornos del mundo según Trump
Ahora tratemos de entender qué tipo de mundo ha empezado a construir Trump para sustituir al que está destruyendo.
Sería tentador describirlo como multipolar, una humanidad compuesta de diferentes civilizaciones en la que ya no existe un único dominio ideológico o geopolítico, la unipolaridad ha sido desmantelada y todos los pueblos y culturas, habiéndose liberado del yugo del globalismo, pueden por fin recuperar el aliento y comenzar la construcción de sus propias civilizaciones soberanas. Nosotros los rusos junto a otras grandes civilizaciones (China, India, el mundo islámico, África y América Latina) deseamos claramente construir ese orden mundial. De hecho, esta es la razón por la que muchos se han unido a los BRICS. Tal vez, objetivamente, las reformas de Trump conduzcan a la multipolaridad, pero Trump tiene ideas muy diferentes al respecto. Difícilmente se puede decir que está dispuesto a aceptar directa y conscientemente la multipolaridad, aunque algunos de sus partidarios, en particular Marco Rubio, ya reconocen abiertamente la existencia de la multipolaridad como una realidad. Tal aceptación sería un gran paso, pero no es algo para lo que Trump esté preparado. Más bien, él mismo ve el actual nuevo orden mundial como la destrucción tanto del sistema de Yalta como de la unipolaridad. Por eso ha empezado a desmantelar todas las instituciones internacionales que fueron importantes desde hace 80 años: la ONU, estructuras globalistas como la OMS, USAID e incluso la OTAN. Trump ve a EE.UU. como un nuevo imperio y se ve claramente a sí mismo como Augusto, quien abolió la decadente república. De ahí sus pretensiones sobre Groenlandia, Canadá, el Canal de Panamá e incluso México. Estados Unidos es a sus ojos una gran potencia, la encarnación del sueño de toda la humanidad, una existencia excepcional que brilla sobre una colina cuya luz atrae a todos los demás. Todas las naciones la admiran y la temen. Nadie se atreve a desafiarla y, sin embargo, no le debe nada a nadie. No es un objeto universal, sino un actor global. Estados Unidos no es un sustituto de la humanidad, sino que simplemente representa su mejor parte: la sociedad más eficiente, exitosa, rica, libre y próspera del planeta. Y para ser parte de ella hay que esforzarse. De ahí el odio de Trump a los inmigrantes ilegales. Estados Unidos no es un parque lleno de negros perezosos, sin cualificación y subvencionados que desprecian los valores tradicionales. Ser estadounidense es un privilegio y un signo de elección. Todos los demás pueden admirar o maldecir a Estados Unidos desde una distancia considerable. Da lo mismo. Pero si desafían a este coloso, entonces todo el poderío de la maquinaria bélica estadounidense caerá sobre sus cabezas.
Lo que tiene sentido para Trump no es la hegemonía occidental, sino la hegemonía nacional directa de Estados Unidos. Tales ideas no son una aceptación de la multipolaridad, sino un mundo unipolar basado en premisas radicalmente diferentes a las de los liberales y globalistas. Es así como Trump ve el futuro y es sobre este paradigma que basa sus políticas actuales.
EEUU y el resto del mundo
Lo anterior significa que EE.UU. debe desmantelar a las élites liberales globalistas mediante una purga. El mismo Trump ha sido objeto de acoso, intimidación e incluso intentos de asesinato. Es muy consciente de que la envergadura de sus reformas encontrará gran resistencia en caso de que flaquee y ceda la iniciativa a sus enemigos. Por eso ataca primero y, si es necesario, destruirá sistemáticamente a sus enemigos dentro del país. Ya ha empezado a hacerlo y no se detendrá.
Además, Trump tiene una perspectiva muy negativa de Europa. Elon Musk, el más estrecho colaborador de Trump, proclamó recientemente la tesis «Make Europe Great Again», que implica el derrocamiento de las élites euroglobalistas y el ascenso al poder de populistas de derechas, como en Estados Unidos, es decir, los euro-trumpistas. Pero Trump apenas cree realmente en una gran Europa, pues sería un rival de Estados Unidos. Y, además, los que están en el poder actualmente en la UE son los que forman parte integrante de la red liberal globalista que Trump ha empezado a perseguir en su país. La UE es un enemigo ideológico y un competidor geopolítico de EEUU. Puede intentar convertirse en una gran potencia, pero eso es asunto suyo. A Trump le interesa EEUU, no el bienestar de sus competidores. Prefiere romper Europa con tal de que vuelva al viejo sistema de Estados nacionales, lo cual es un dilema para los eurotrumpistas. Por un lado, estos últimos se oponen a las élites euroglobalistas, pero por otro son patriotas europeos y les gustaría ver a Europa soberana y grande. Ser como los Estados Unidos de Trump no significa ser una herramienta obediente a los Estados Unidos. El problema sería deshacerse de los liberales euroglobalistas en nombre de la plena soberanía ideológica y geopolítica europea. Si este es el caso, entonces una Europa fuerte seria un nuevo contrapeso a la hegemonía estadounidense. En eso consiste la promesa de Trump: ¡ser soberanos! Esta es una ley para Estados Unidos, pero puede ser una ley también para Europa: los europeos no tienen que seguir ciegamente a Estados Unidos, sino confiar en su propia fuerza. O en otras alianzas y coaliciones complejas. Es decir, el eurotrumpismo llegará naturalmente a la multipolaridad: existe el hegemón estadounidense, pero pueden existir otros actores soberanos. Trump quiere soberanía para sí mismo. Pero está dando ejemplo a los demás: rechazad el yugo de los liberales globalistas y sed como nosotros. De ahí el paso de MAGA a MEGA.
¿Cómo reaccionará Rusia ante Trump? Reconociendo la rectitud y justicia del trumpismo en su oposición al globalismo – el principal enemigo de Rusia –, aunque no debemos ceder ni un ápice de nuestra soberanía. Nuestro país defendió su soberanía frente a la presión de todo el Occidente colectivo (cuando aún estaba unido y completamente controlado por los globalistas), ahora que se ha producido una escisión en Occidente debemos aferrarnos aún más a este principio. Y eso es lo que está haciendo Trump.
El quiere crear su imperio y nosotros el nuestro. Puede que choquen, pero en un contexto completamente nuevo, es decir, en la lucha de grandes espacios. Pero nada de esto tiene que ver con el globalismo.
Quien sufrirá más con Trump será China. China ha sabido equilibrar la globalización y la soberanía, tratando de beneficiarse simultáneamente de dos estrategias: maximizar su participación en la economía mundial y reforzar su autonomía e independencia como gran potencia. Es difícil decir hasta qué punto la grandeza de China ha dependido de la globalización, pero pronto nos daremos cuenta de esto porque Trump pretende cortar todas las posibilidades de que China continúe con tales ideas.
Trump ve a China como el principal rival de la hegemonía estadounidense y ya se ha embarcado en una nueva guerra económica y comercial que, sin embargo, fue continuada por la administración Biden, pero no con tanta intensidad. Trump intentará reducir a cero los beneficios que China obtenía de EE.UU. y a costa de EE.UU. en otras regiones del mundo. Sin duda, China seguirá siendo soberana y, por lo tanto, seguirá siendo una gran potencia, pero en condiciones mucho más difíciles y en oposición directa con los Estados Unidos. Está claro que Rusia no es una gran amenaza para Trump, pero China sí lo es. Por lo tanto, es probable que el centro de gravedad de la política exterior estadounidense se desplace de Rusia a China.
El segundo gran problema geopolítico de Trump después de China es el Oriente Medio. Aquí, contrariamente a la mayoría de los realistas estadounidenses (J. Mearsheimer, J. Sachs), se adhiere a una orientación estrictamente proisraelí. En su opinión, Israel es un Estados Unidos en miniatura y la extrema derecha controlada por Netanyahu es un alter ego del mismísimo emperador Trump. Sus enemigos son Irán, el mundo chií y la Resistencia, es decir, la coalición antiisraelí de naciones islámicas y los palestinos. Hasta dónde llegará Trump en su política hacia Oriente Próximo es difícil de decir, pero para él, como nuevo Augusto, Israel es una colonia privilegiada habitada por elegidos sagrados. Los enemigos de Israel son sus enemigos. Por lo tanto, la idea de que Irán se convierta en una gran potencia o de que la Umma islámica se una en una única entidad político-religiosa no le agrada. Durante su primer mandato Trump expresó en general duros sentimientos antiislámicos, pero luego suavizó su retórica. En cualquier caso, la idea misma de un polo islámico y de un renacimiento islámico le resulta definitivamente repugnantes. «Hacer grande de nuevo al Islam» no está en sus planes, aunque es algo que sí buscan activamente los musulmanes. Si todo el mundo a su alrededor va a hacerse grande, ¿por qué no pueden los musulmanes hacer lo mismo?
Mientras que Rusia es una preocupación secundaria para Trump, y China, por el contrario, es su adversario y competidor más importante, entonces la India, que se está convirtiendo en una gran potencia, es un aliado y un amigo. La rivalidad regional que la India tiene con China y sus tensiones con el Islam resultan atractivas. Trump ve a Modi como alguien parecido: un defensor de las políticas de derechas, la soberanía y los valores tradicionales. Así que el Make India Great Again (MIGA) es perfectamente aceptable para Trump.
América Latina despierta, por su mera existencia, un fuerte rechazo de Trump: los migrantes inundan la frontera sur, los cárteles de la droga y las bandas criminales se infiltran desde allí y las oleadas de población latina erosionan la identidad WASP de los estadounidenses. Por eso Trump está construyendo su muro. Más allá del muro lo único que existe es el caos, el crimen, la promiscuidad y el atraso. No existe nada de «grandeza» en eso.
Pero América Latina y sus pueblos pueden tener sus propias ideas sobre la grandeza. El derrocamiento de los globalistas en Estados Unidos abre nuevas oportunidades para América Latina. Si todo el mundo se está haciendo grande, ¿por qué no habríamos de seguir el mismo camino los pueblos y países latinos? Aunque Trump no quiera, es una cuestión de principios. Y por supuesto hoy o mañana habrá fuerzas que proclamen: «¡Hagamos a América Latina grande de nuevo!».
Y, por último, África, con quien Estados Unidos tiene un grado de integración mucho más débil. Trump ya ha dejado claras sus prioridades. Condenó duramente la práctica de arrebatar tierras a los terratenientes blancos por parte de las poblaciones indígenas africanas en Sudáfrica, amenazando con tomar duras medidas. Es poco probable que Trump simpatice con la idea panafricana de hacer grande a África y acabar de una vez por todas con el vergonzoso pasado colonial, pero eso no significa que los africanos piensen lo mismo
Resulta que el nuevo orden mundial posliberal que Trump ha empezado a construir coincide objetivamente con la multipolaridad.
Al proclamar el deseo de crear una gran potencia, Trump ha abierto involuntariamente el camino a otras grandes potencias, tanto a las que ya lo son (Rusia, China, India) como a las que apenas están iniciando su camino. Europa puede aspirar a convertirse en una gran potencia, así como el mundo islámico, América Latina e incluso África. Puede que tengan mucho camino por delante, pero las condiciones de la geopolítica posglobal actual empujan a todos a seguir este trayecto. Lo quiera o no, Trump está inaugurando la era de las grandes potencias y contribuye así objetivamente a la pronta instauración de un mundo multipolar, aunque él mismo no vea más allá de la renovación de la hegemonía estadounidense, puramente imperial y unipolar.
Sí, los BRICS le irrita e incluso amenaza con castigarles por abandonar el dólar en el comercio mundial, advirtiéndole de represalias por sus intentos de introducir alguna otra moneda de reserva mundial. Pero al mismo tiempo Trump está introduciendo activamente las criptodivisas en la economía, lo cual, de hecho, es el desprendimiento de las finanzas mundiales del monopolio de la emisión. Por lo tanto, no hay que prestar atención a las declaraciones individuales de Trump, a sus gestos e incluso a sus políticas concretas, sino al modelo ideológico y geopolítico que sigue. Y especialmente merece la pena considerar su antagonismo y oposición directa al globalismo liberal que dominaba EEUU y el mundo hasta hace muy poco.
Trump inaugura simbólicamente la época de las grandes potencias. Tras la era de los globalistas y el fin de su omnipotencia en la política mundial, se abre todo un nuevo horizonte.
* El movimiento está reconocido como extremista y prohibido en Rusia.