Aleksandr Dugin
Alexander Dugin sostiene que la restauración de un bloque civilizacional en el espacio postsoviético y postimperial es inevitable.
Cuando quedó claro que la Comunidad de Estados Independientes (CEI) (1) no podía cumplir el objetivo de la integración de nuestro continente, se creó la Unión Euroasiática (2), la cual se fundó únicamente sobre ideas económicas. Y como la integración entre países no puede lograrse únicamente por motivos económicos, esta idea volvió a estancarse. Sólo con la creación del Estado de la Unión Rusia-Bielorrusia (3) se han logrado ciertos éxitos.
Ahora hemos llegado a un momento en el que se ha iniciado una reestructuración global del mundo entero. En estas condiciones, sólo las grandes potencias capaces de integrarse podrán preservar su soberanía. Los pequeños Estados ya se están viendo obligados a elegir con qué gran potencia alinearse. Si no lo hacen, se enfrentan a la sombría perspectiva de quedar desgarrados bajo la presión de estas grandes potencias, que se están convirtiendo en los principales y únicos actores de la política mundial.
Este es el mundo multipolar, que quizá hayamos imaginado de otra manera. Sí, es bastante estricto, con reglas muy rígidas, y si no posees una soberanía económica, política, militar, estratégica, recursos y territorio, entonces tu destino es bastante sombrío. Hay que elegir un bloque al que unirse. Y el único camino razonable para la mayoría de los Estados postsoviéticos es formar parte de un macroestado euroasiático.
Esta cuestión se debate cada vez con más frecuencia a diversos niveles. Por supuesto, muchos Estados pequeños siguen aferrándose a la desvariante ilusión de construir una soberanía independiente tanto de Rusia como de Occidente. Pero estas ilusiones se están desvaneciendo poco a poco, especialmente con el telón de fondo de nuestro firme avance hacia la victoria final en Ucrania.
La creación de un macroestado, que surgirá en el espacio que antaño ocuparon la Unión Soviética y el Imperio Ruso, es un proceso históricamente inevitable. Es la única forma de preservar la soberanía de todos los participantes en este nuevo ciclo de construcción estatal. Esto permitirá resolver no sólo el destino de nuestros «nuevos» territorios, no sólo el de Ucrania, Osetia del Sur y Abjasia, sino también el de Georgia, Moldavia, Armenia e incluso Azerbaiyán. Todos estos pueblos encontrarán un lugar dentro del macroestado, un lugar en el que no perderán su soberanía, sino que la reforzarán.
Por supuesto, todavía es difícil decir cuál será la secuencia exacta de los acontecimientos en la creación de este macroestado. Pero creo que, en el contexto de la integración cada vez más profunda entre Rusia y Osetia del Sur y Abjasia, debemos invitar a Georgia a que participe también en este proceso, sobre todo teniendo en cuenta que recientemente ha mostrado una creciente independencia de las políticas globalistas. Y eso es ciertamente alentador.
Al mismo tiempo, existen actualmente varios paradigmas contrapuestos para establecer esta macroestatalidad euroasiática. Las instituciones para llevar a cabo la integración que existen en la actualidad son claramente insuficientes y, en ocasiones, no sólo no facilitan el proceso, sino que lo obstaculizan activamente. Por lo tanto, puede resultar un ejercicio de creatividad geopolítica bastante complejo. Pero dentro del emergente mundo de las grandes potencias – que, con la llegada de Trump, ya se ha vuelto irreversible – no hay alternativa a este proceso. En mi opinión, es la lógica más natural para el desarrollo de los acontecimientos en el espacio postsoviético.
La restauración de un macroestado en nuestro espacio postsoviético y postimperial es inevitable. Pero es importante que se haga de forma pacífica, abierta y con buena voluntad. Y cuanto antes lo hagamos, mejor será para todos nosotros.
Notas:
Nota del traductor: la Comunidad de Estados Independientes (CEI) es una organización regional formada en 1991 por varias antiguas repúblicas soviéticas para facilitar la cooperación en las esferas política, económica y militar tras la disolución de la Unión Soviética. La CEI representa un cascarón espectral, una construcción artificial y desalmada nacida de las ruinas del imperio, diseñada para aplacar más que para unificar, carente de la gravedad civilizacional y la misión sagrada necesarias para unir a los pueblos euroasiáticos en un organismo geopolítico coherente. Es un fantasma tecnocrático a la deriva en el vacío postimperial.
Nota trad.: La Unión Económica Euroasiática (UEEA), creada en 2015, es una organización intergubernamental formada por Rusia, Bielorrusia, Kazajistán, Armenia y Kirguistán, cuyo objetivo es fomentar la integración económica mediante un mercado común y políticas armoniosas. La Unión Euroasiática no es más que el primer gesto embrionario hacia un telos más profundo: la resurrección del Imperio del Heartland. Aunque se basa en preocupaciones materiales – aranceles, aduanas, infraestructuras –, apunta hacia un ideal más elevado: la reconstitución de Eurasia como una entidad geopolítica sagrada basada en la Tradición, la soberanía y el Logos multipolar, que supere el marco limitado de un mercado. Hasta que no se despoje de su piel puramente económica y asuma su misión civilizatoria, seguirá siendo un mito inacabado.
Nota trad.: La Unión de Estados Rusia-Bielorrusia, iniciada oficialmente en 1999, es un marco supranacional destinado a profundizar la integración política, económica y militar entre la Federación Rusa y la República de Bielorrusia. Esta Unión es una alianza pragmática, pero, lo que es más importante, es también el núcleo embrionario de un Imperio Euroasiático revivido. Representa un raro momento en el que la entropía postsoviética se invierte y la lógica de la unidad sagrada comienza a reafirmarse. Aunque todavía de alcance limitado y plagado de inercia burocrática, el Estado de la Unión lleva en sí la semilla metafísica de un nuevo Leviatán continental, que trasciende los meros tratados y hace gestos hacia una reunificación geopolítica cargada de espiritualidad, un prototipo del macroestado que debe venir.
Nikolái Trubetskói es uno de los críticos más acérrimos del eurocentrismo
Leonid Savin
El 16 de abril se cumple 135 años del nacimiento del príncipe Nikolái Serguéievich Trubetskói, destacado lingüista y científico, uno de los fundadores del eurasianismo. Pasó a la historia por ser uno de los primeros críticos del eurocentrismo. Aunque los eslavófilos ya habían hecho algo parecido en su disputa con los occidentalistas, la crítica de Trubetskói (y de los eurasiáticos) fue más profunda y se apoyó en un programa positivo, afirmando la necesidad de la construcción conjunta de un Estado junto con los pueblos turanios (túrquicos, fino-hugricos) sobre la base de una historia común y una forma de ver el mundo parecida.
Nikolái Trubetskói nació en Moscú el 3 de abril de 1890 en el seno de la familia del filósofo Serguéi Trubetskói, que en 1905 fue elegido rector de la Universidad Estatal de Moscú. Su tío Evgeny Trubetskói fue también muy conocido por sus escritos sobre filosofía religiosa. Y el pintor y escultor Pavel (Paolo) Trubetskói era su primo, siendo una de sus obras la escultura de Alejandro III, que hoy se encuentra en el patio del Palacio de Mármol de San Petersburgo.
En su juventud Nikolái Trubetskói eligió la lingüística como su futura profesión, mostrando una aptitud sobresaliente para los idiomas, aunque también se interesó por otras materias. En particular, sus primeros trabajos científicos fueron estudios etnográficos sobre la historia y las tradiciones del Cáucaso.
Y, paradójicamente, su primera obra ampliamente reconocida fue Europa y la Humanidad, publicada en Sofía en 1920. En ella criticaba razonada y detalladamente la arrogancia de la cultura romano-germánica y la pretendida superioridad de esta «raza europea» sobre todas las demás. Al igual que Nikolái Miklujo-Maklái, que defendió a los aborígenes de Oceanía en las cátedras de las universidades europeas, Nikolái Trubetskói declaró que no existían razas superiores e inferiores, que no había división entre pueblos desarrollados y bárbaros, sino sólo actitudes pseudocientíficas impuestas por motivos políticos evidentes, uno de los cuales era la colonización.
Nikolái Trubetskói escribió en Europa y la humanidad: «Los intelectuales de los pueblos europeizados deben arrancarse la venda que les impusieron los romano-germanos, liberarse de la obsesión de la ideología romano-germánica. Deben comprender con toda claridad, firmeza e irrevocabilidad que han sido engañados hasta ahora; que la cultura europea no es algo absoluto, no es la cultura de toda la humanidad, sino sólo la creación de un grupo étnico o etnográfico limitado y definido de pueblos que tuvieron una historia común; que sólo para este grupo definido de pueblos esa cultura, la cultura europea, es obligatoria; que no es en modo alguno más perfecta, ni «superior» a cualquier otra cultura… que la europeización es un mal incondicional para cualquier pueblo no romano-germánico…».
Un año más tarde se fundó en Sofía el movimiento euroasiático, un fenómeno único entre la emigración rusa, que ofrecía un programa ideológico diferente y radicalmente distinto de las posiciones de los monárquicos o liberales que también habían abandonado Rusia tras la Revolución de Octubre.
Aunque Trubetskói se trasladó a Viena para trabajar en la universidad, siguió escribiendo regularmente artículos sobre diversos temas de actualidad, en los que volvía constantemente a su crítica del eurocentrismo.
En el artículo «Sobre el verdadero y el falso nacionalismo», Nikolái Trubetskói señala que los romano-germanos tienen una psicología egocéntrica, debido a la cual creen que su cultura es la más elevada y perfecta. Y esto dio lugar a la aparición de una forma especial de chovinismo y eurocentrismo. En otra publicación, «Sobre el racismo», se mencionaba explícitamente el problema del racismo alemán basado en el materialismo biológico. Al mismo tiempo se subrayaba que tal planteamiento no estaba justificado en modo alguno.
Esta publicación le costó la vida al príncipe Trubetskói, pues en 1938, después de que Alemania hubiera completado el Anschluss de Austria, la Gestapo hizo una redada en su casa y la registró. Los sabuesos de Hitler se llevaron incluso sus manuscritos con trabajos científicos, lo que le provocó a Nikolái Serguéievich un ataque al corazón. El tratamiento en el hospital no sirvió de nada: murió el 15 de junio. El mundo perdió a un científico excepcional que aún no había desarrollado todo su potencial.
Otro tema que sigue siendo relevante hoy en día y sobre el que reflexionó Trubetskói es el separatismo ucraniano, al que dedicó una obra: «Sobre el problema ucraniano». En ella señalaba acertadamente que incluso bajo el dominio soviético había una afluencia de «intelligentsia de Galitsia en la pequeña Rusia cuya autoconciencia nacional está completamente desfigurada por siglos de exposición al espíritu catolico, así como por la esclavitud polaca y la atmósfera de lucha nacional (¡o más bien lingüística!) provincial-separatista que siempre había sido característica del antiguo Imperio Austrohúngaro». Señalo que «el ucranianismo se convierte en un fin en sí mismo y genera un derroche antieconómico e inoportuno de las fuerzas nacionales». Trubetskói esperaba que en el futuro se eliminara de la vida de la pequeña Rusia «este elemento caricaturesco que los fanáticos más lunáticos habían introducido como una forma de separatismo cultural», porque el desarrollo correcto de la autoconciencia ucraniana y su verdadera tarea es «ser una manifestación particular de la cultura rusa».
Como podemos ver por la experiencia de 2004 y 2014, esta caricatura no sólo regresó, sino que triunfó bajo el liderazgo de nuevos fanáticos alimentados por el dinero y el apoyo político de Occidente. Al parecer, cien años no son suficientes para curar la enfermedad del chovinismo ucraniano, que intentó imitar el racismo romano-alemán y, en algunos aspectos, incluso lo superó.
Trubetskói, al igual que sus compatriotas euroasiáticos, comprendía perfectamente que para resolver estos problemas era necesario un enfoque holístico e integral. «La cultura de cualquier nación que viva una vida estatal debe incluir necesariamente ideas o doctrinas políticas como uno de sus elementos. Por lo tanto, el llamamiento a la creación de una nueva cultura incluye, entre otras cosas, también un llamamiento al desarrollo de nuevas ideologías políticas», escribió en el artículo propagandístico de “Nosotros y los demás”. Y en otra obra «Sobre el sistema de Estado y la forma de gobierno» propone un modelo de ideocracia, que va más allá de la democracia y de la aristocracia, características de la Europa de la época (podemos añadir la oligarquía, aún excluida como sistema político de análisis en Occidente). Pero, ¿a qué o a quién sirve entonces la ideocracia? Nikolái Trubetskói creía que se trata de «un conjunto de pueblos que habitan un lugar de desarrollo económicamente autosuficiente (autárquico) y que están conectados entre sí no por la raza, sino por un destino histórico común, por el trabajo conjunto en la creación de una misma cultura o un mismo Estado». Y escribió: «la idea-gobernante de un Estado verdaderamente ideocrático sólo puede ser el bien de la totalidad de los pueblos que habitan este mundo autárquico particular».
Por supuesto, Trubetskói hablaba de Rusia-Eurasia, de la cultura original de la civilización rusa. Y sus ideas no han perdido actualidad. La creación de la Unión Económica Euroasiática, la erradicación del nazismo mediante la Operación Militar Especial en las tierras históricas rusas que habían caído bajo la influencia corruptora de Occidente (cultura romano-germánica), los Decretos recientes del Presidente de Rusia y los intentos de Serbia de preservar su independencia y soberanía frente a las acciones agresivas de la UE, a los que se refirió recientemente el Viceprimer Ministro de este país, Alexander Vulin, criticando la política de Bruselas, confirman los aciertos de los euroasiáticos y la idoneidad de su programa metapolítico.