Alfredo Jalife-Rahme
Una endeble cobertura conceptual de EU frente al ascenso irresistible de China se tejió en la hoy atribulada Universidad Harvard, feudo del Partido Demócrata, mediante el esquema muy banal de la sinófoba "trampa de Tucídides", del geopolítico Graham Allison (GA), de 85 años, quien fue decano de Harvard Kennedy School.
GA es consultor del Pentágono desde la década de los 60 y fue consejero "especial" del secretario de la Defensa Caspar Weinberger; dirigió también el militarista think tank Belfer Center. Por su ADN académico, su famoso libro
La trampa de Tucídides [
1] es un instrumento de propaganda militarista geopolítica, más que una investigación rigurosa, que subsume la inevitabilidad de una guerra entre EU y China.
Se evidencia la cobertura militarista con disfraz académico de GA, quien desde un ar tículo en 2012 para el
Financial Times, que luego elaboró en su célebre libro Destinados para la guerra, comentó una frase más vigente que nunca 13 años después: "la cuestión definitoria sobre el orden mundial en las próximas décadas será: ¿pueden China y EU escapar de la trampa de Tucídides?", citado por el jázaro Khazar megabélico Gideon Rachman [
2]
La tesis de GA comporta muchos agujeros negros, desde los cronológicos hasta la realidad presente del nuevo liderazgo en las tecnologías críticas, cuando extrapoló alegremente, basado en el célebre libro de La guerra del Peloponeso, de Tucídides (siglo V aC), la colisión bélica entre una potencia marítima "emergente (Atenas)" y una potencia terrestre “dominante Esparta.
Atenas tomó el control de la Liga Delos (Delian Leage): amplia alianza naval que dominó el mar Mediterráneo y cercó a Esparta. Un dato boicoteado por la propaganda jázara que domina Occidente es que en el 405 aC la armada ateniense fue destruida por la flota espartana de Lisandro, quien había recibido ayuda de los persas (¡mega-sic!). Por ello, Hollywood nunca exhibirá la derrota de Atenas frente a la dupla Esparta/Persia.
GA extrapola la batalla entre Atenas y Esparta para demostrar fragilidad y llevar agua a su molino, cuando en 12 de 16 casos "similares" la rivalidad acabó en una guerra, por lo que "China y EU se encuentran actualmente en una colisión hacia la guerra".
El ejemplo matricial de GA es pésimo, ya que Esparta venció a Atenas y hoy, en prácticamente todos los rubros, menos el militar –lo cual sería muy discutible debido al G-2 entre Rusia y China–, Pekín es la potencia "emergente" frente a la potencia "dominante" EU, hoy en franca decadencia. ¡Es lo contrario de la teoría de GA! A menos que subliminalmente implique que la potencia "emergente" que es hoy China, como lo fue Atenas, sucumbirá a la potencia que sigue siendo "dominante", que es EU, como lo fue Esparta.
El ideologizado reduccionismo militarista de GA le obnubiló la realidad circundante al no tomar en cuenta el auge inexorable de la inteligencia artificial (IA) y basarse en una endeble extrapolación del siglo V aC hasta el siglo XXI dC que inicia el reinado de la IA.
Esta banalización de la dicotomía de las potencias emergente/dominante es refutable ya que, en muchos rubros y dependiendo de cómo se factoricen, pareciera que China es ya la potencia "dominante", con excepción del ámbito militar, donde predomina EU, cuando Pekín lleva ya una ventaja en IA –boicoteada por los rankings de EU, en particular, por el falaz índice comercial de Stanford– y hasta un ex director en ciberseguridad del Pentágono renunció debido a su atraso militar de 20 años en un rubro que transforma(rá) el rostro humano del planeta [
3].
Lo peor: el libro de GA, muy en boga en Occidente, es una invitación a la inevitabilidad de la guerra cuando hoy los libros de las universidades y think tanks deben formular teorías innovadoras para preservar la vida de todos los seres vivientes de la creación en la biosfera y en la noosfera.
NOTAS
[
1]
Destined For War: Can America and China Escape Thucydides’s Trap?, Graham Allison, Mariner Books (2017).
Geoeconomía y Estado
Álvaro García Linera
Geoeconomía es el nuevo concepto que algunos de los productores de narrativas políticas buscan instalar como alternativa al declive del ideologema neoliberal
Primero fue el FMI que usó la categoría para alertar de la fragmentación regional del globalismo. Luego el Financial Times lo menciona para nombrar el inicio de una nueva era de relaciones internaciones. Geoeconomía es el nuevo concepto que algunos de los productores de narrativas políticas buscan instalar como alternativa al declive del ideologema neoliberal.
Ciertamente hay autores que intentan proporcionar una estructura argumental más seria como Babic (Geoökonomie. Anatomie der neuenWeltordnung, 2025); e, incluso, otros ensayan fórmulas matemáticas básicas con el objeto de parametrizar el concepto y prever comportamientos gubernamentales venideros (Clayton, The political economy of geoeconomic power, 2025). Lo cierto es que estamos ante una categoría que será invocada con más frecuencia por economistas y políticos.
La mayoría de los autores que nombran a la geoeconomía lo hacen para resaltar el uso estatal de coacciones comerciales y financieras para inducir a otros estados a realizar acciones que beneficien económica y geopolíticamente al primer Estado, dando lugar a espacios regionales de influencia y vasallaje.
Las herramientas que se utilizan para tal propósito van desde las sanciones económicas (por ejemplo, excluir a un país del sistema Swift); control de exportaciones (por ejemplo, prohibir la venta de biotecnología a China); reestructurar las cadenas de suministros (por ejemplo, relocalizar los lugares donde se fabrican automóviles); manipular la ayuda exterior para asegurar alineamiento político (por ejemplo, que el FMI otorgue préstamos a un determinado país); presionar a empresas nacionales o extranjeras para que modifiquen sus inversiones (por ejemplo, que Apple fabrique el IPhone en EEUU); subir los aranceles para limitar importaciones (por ejemplo, el 30% a las industrias más eficientes de China o Alemania); subvencionar con fondos públicos emprendimientos privados en el país (por ejemplo la ley CHIPS en EEUU), etcétera.
Es decir, el uso del poder del Estado por parte del neoliberalismo para lograr objetivos económicos y políticos estratégicos frente a otros estados.
Para cualquier persona medianamente informada se trata de acciones que no tienen nada de extraordinario. Son actividades que muchos gobiernos, con una mirada de mediano plazo del bienestar de su población, han implementado para apuntalar el crecimiento económico de su nación. El industrialismo asiático de los últimos 30 años ha crecido bajo la atenta protección de un Estado intervencionista que regulaba a su beneficio el libre comercio occidental.
Igualmente, las invasiones norteamericanas a Irak, Libia o Afganistán nos recuerdan que las grandes potencias imperiales finalmente lo son porque someten a su interés estatal a naciones más débiles. Incluso el modelo híbrido que propugnan las nuevas derechas norteamericanas y europeas, proteccionismo hacia afuera y neoliberalismo redoblado hacia adentro, requiere de un Estado fuerte que lo implemente.
Lo novedoso no son pues las acciones “geoeconómicas”, sino el momento en que estas se intensifican para ser reivindicadas y, con ello, a la vez, se abdica de un orden mundializado para dar paso a zonas de influencia regionalizadas.
Claro, en tiempos en que las grandes potencias mundiales hacían pasar sus coacciones y directrices estatales como “leyes naturales de la economía”, el intervencionismo estatal no desapareció, solo que quedó almibarado por la gran narrativa del “libre comercio” y achicamiento del Estado. Las políticas de privatización (implementadas por los estados), de desregulación laboral (implementadas por los estados), de apertura de fronteras y protección de la inversión extranjera (implementadas por los estados), desde los años 80s del siglo XX, estabilizaron algo la economía, apuntalaron tasas moderadas de crecimiento, en todo caso, mejores que las de los últimos años del ciclo del capitalismo de Estado (1940-1970).
Como lo muestran las estadísticas del gasto público mundial (Our world data), en todos los años de victoria del “libre mercado”, el poder económico del Estado en las economías más poderosas nunca disminuyó. Pero no se lo usó para universalizar la riqueza estatalmente monopolizada, sino se la transfirió privilegiadamente a un segmento reducido de la sociedad (los exportadores, la inversión extranjera, el mundo de las finanzas). Y todo ello bajo la apariencia del despliegue de “leyes” económicas “naturales”.
La trama del comercio global fue un tejido mundial en el que los estados eran los nodos que garantizaban los flujos transfronterizos de capital, mercancías y personas. Lo que se presentaba como la “mano invisible del mercado” era en realidad la sumisa mano colaborativa de los estados, especialmente los más pequeños, en los que se hacia reposar los cursos de desposesión de los salarios, los recursos comunes y el consumo. En ese sentido el neoliberalismo fue la narrativa cultural que encubrió esta reorganización de la economía mundial alrededor de los estados financieramente mas fuertes.
Pero ahora todo este edificio se viene abajo. El globalismo engendró descontentos por el incremento de la desigualdad. Desindustrializó a las potencias financieras y reindustrializó a quienes pudieron ofrecer mercancías más baratas a los consumidores globales, acelerando la transición de los hegemones mundiales. Y, con ello, la narrativa dominante del globalismo perdió credibilidad para explicar el nuevo contexto de un “occidente” en declive, unas clases medias enfadadas y unos mercados cada vez más violentados por decisiones políticas proteccionistas.
Ante el actual desvanecimiento de las narrativas legitimadoras y el extravío del curso histórico del capitalismo, la ideología de la geoeconomía es uno, de los varios intentos que aun llegarán, para llenar ese vacío existencial de creencias cohesionadoras. Su aporte radica en sacar a luz la sistemática e ininterrumpida presencia del Estado en la organización de la economía de los países.
Los Estados monopolizan recursos económicos, bajo la forma de impuestos, derechos, bienes públicos y de deuda. Los estados centralizan la emisión del dinero, las tasas de interés, el valor del salario, el valor de las propiedades, incluidas las educativas. Cierran mercados, abren fronteras, crean mercados, direccionan flujos financieros, regalan dinero, expropian dinero, castigan a ciertas clases sociales, ayudan a formarse a otras y, por sobre todo, concentran el sentido de pertenencia de las sociedades a una única entidad territorial.
Al ser, temporalmente, la exclusiva forma de unificación material y espiritual de la sociedad, los Estados son las privilegiadas fuentes de coacción económica y producción de legitimidad de los gobiernos. Y hoy, los debates sobre geoeconomía lo que hacen es desnudar brutalmente esa su función real.
Si bien aun hay feligreses del libre mercado que señalan al Estado como un “crimen”, los verdaderos señores de la economía global saben que esas frases están hechas para fósiles tontos que añoran el liberalismo decimonónico. El Estado es la mayor fuente de poder concentrado que poseen las sociedades y ningún interesado en el curso acrecentado de sus negocios puede dejar de lado el cálculo de iniciativas que debe obtener para usufructuar una parte de ese poder y riqueza monopolizadas. Igualmente, la sociedad laboriosa sabe que los esfuerzos por ampliar derechos y socializar riqueza pasan por una democratización ascendente (o directamente la toma) de ese poder estatal.
Pero lo que ahora está en juego ante este regreso crudo de la temática estatal es saber cuáles serán las maneras adecuadas de su intervención, las formas eficaces del uso de su poder y recursos para apuntalar un nuevo ciclo expansivo de crecimiento económico y reorganizar el comercio mundial.
En todo caso, sea lo que sea que emerja en la siguiente década como nuevo ciclo de acumulación económica y legitimación política mundial, tendrá al Estado como un elemento central de su composición histórica.