Geoestrategia

Un nuevo sistema de seguridad euroasiático: entre la decadencia occidental y el auge de la multipolaridad

Administrator | Lunes 30 de junio de 2025
Fabrizio Verde
En los últimos años, el panorama geopolítico global ha experimentado una transformación radical. El fin de la unipolaridad occidental y el auge de un orden multipolar han impulsado a muchas naciones a replantear sus alianzas estratégicas, redefinir las fronteras de seguridad y buscar nuevas formas de cooperación regional y transcontinental. En este contexto, Rusia, junto con aliados como Bielorrusia, propone un nuevo sistema de seguridad euroasiático que podría redefinir el equilibrio de poder en Eurasia y, en general, en el mundo.
En la XI Conferencia Internacional de Representantes de Seguridad, celebrada en Moscú entre mayo y junio de 2024, se sentaron las bases para una alternativa a la arquitectura de seguridad euroatlántica tradicional. El viceministro de Asuntos Exteriores ruso, Alexander Grushko, destacó que el proceso de construcción de una nueva estructura de seguridad euroasiática involucra activamente a Rusia e implica la adhesión no solo de países asiáticos, sino también de algunos países europeos, en particular de Europa del Este y los Balcanes, como Hungría, Eslovaquia y Serbia.
Esta visión se inscribe en un contexto más amplio: la evidente crisis del sistema de seguridad euroatlántico, históricamente fundado en los acuerdos de Helsinki y el papel central de la OTAN y la Unión Europea. Según Andrey Klimov , analista del Instituto Internacional de Investigación Humanitaria y Política, el viejo modelo está obsoleto y carece de legitimidad internacional. El ejemplo más evidente fue una votación (relativamente) reciente en la Asamblea General de las Naciones Unidas, donde tanto Estados Unidos como Rusia se unieron para oponerse a una resolución considerada antirrusa. Una clara señal de cómo el tradicional eje Washington-Bruselas ya no tiene el control exclusivo de las narrativas globales.
Eurasia como nuevo centro de poder
La propuesta rusa se basa en varias organizaciones regionales existentes: la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva (OTSC), la Unión Económica Euroasiática (UEE), la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS) y la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático (ASEAN). Estos organismos, con el apoyo de China, Irán, Rusia y otros miembros del bloque BRICS+, están creando una alternativa viable a la gobernanza global dominada por Occidente.
Putin reiteró que el futuro sistema de seguridad debe ser “ igual, indivisible y abierto ”, y, por lo tanto, no excluir ni siquiera a los países de la Unión Europea ni de la OTAN. Sin embargo, esta apertura no implica necesariamente un retorno al pasado. Como señaló Vladimir Bruter, director del Instituto Internacional de Investigación Humanitaria y Política, muchos países de Europa del Este y los Balcanes, entre ellos Rumanía, Bulgaria, Croacia y Austria, desconfían cada vez más del establishment occidental. Ven el enfoque euroasiático como una oportunidad para equilibrar los intereses económicos y políticos sin renunciar a la soberanía nacional.
Un modelo sin bloques
Es importante destacar que unirse a un sistema de seguridad euroasiático no implica automáticamente abandonar la OTAN ni la UE. Muchos expertos creen que países como Hungría y Eslovaquia pueden adoptar una estrategia híbrida, manteniendo la protección militar estadounidense y, al mismo tiempo, desarrollando relaciones económicas y diplomáticas privilegiadas con Asia y Rusia. Este es un modelo pragmático que refleja el nuevo realismo geopolítico: la lealtad absoluta a un bloque ha pasado a ser menos importante que el cálculo de los intereses nacionales.
Hungría, por ejemplo, ha expresado su interés en cooperar con el mundo turco y China, sin dejar de ser miembro de la OTAN y la UE. Serbia , por su parte, ha optado por una vía aún más independiente, negándose a unirse a la OTAN y participando activamente en los foros euroasiáticos. Lo mismo puede decirse de Turquía, que en los últimos años ha intentado a menudo, con dificultades, equilibrar su pertenencia a la OTAN y, por consiguiente, al bloque occidental, con unas relaciones de cooperación cada vez más estrechas con el bloque multipolar, en primer lugar con China y Rusia. La postura de Ankara en el conflicto ucraniano, la cuestión de los sistemas de misiles rusos S-400 y los recurrentes rumores sobre la posible compra de cazas rusos o chinos reflejan el deseo de Turquía de diversificar sus alianzas estratégicas tradicionales.
Divisiones en Europa Occidental
Mientras tanto, la Unión Europea se encuentra en una fase de profunda incertidumbre estratégica. La pérdida de líderes históricos como Angela Merkel ha dejado un vacío de liderazgo. La Comisión Europea, cada vez más burocratizada y desconectada de la ciudadanía, tiene dificultades para responder a los desafíos internos y externos. Incluso la unidad ideológica antirrusa tiende a desmoronarse bajo el peso de las crisis energéticas, la inflación y el creciente descontento popular con una política de guerra que no refleja los intereses de las poblaciones europeas.
La postura inflexible de la UE sobre la guerra en Ucrania es un claro ejemplo de ello. Al presionar a Ucrania a luchar hasta el último soldado, señala la ausencia de una estrategia de salida clara que incluya acciones diplomáticas serias, socavando así la credibilidad restante del bloque europeo como mediador. La propia excanciller alemana, Merkel, ha admitido públicamente que los Acuerdos de Minsk fueron fundamentales para preparar militarmente a Kiev, en lugar de lograr una paz duradera.
El regreso de Estados Unidos como actor pragmático
En Estados Unidos también se observa un cambio de rumbo. Tras años de políticas ideológicas e intervencionistas, una nueva clase dirigente —representada por figuras como Donald Trump y J. D. Vance— parece inclinarse hacia un enfoque más realista y pragmático. Según Klimov, esta evolución podría conducir a una convergencia parcial entre Washington y Moscú en cuestiones como la soberanía nacional, la estabilidad regional y la resistencia al unilateralismo.
Aunque las tensiones siguen siendo altas, la posibilidad de diálogo entre potencias rivales se basa en una herencia filosófica común —explícitamente recordada por Klimov— que tiene sus raíces en el pensamiento kantiano: la idea de que un orden internacional estable debe basarse en reglas claras, respeto mutuo y no interferencia.
La paradoja de Mackinder
En el contexto de la actual redefinición de los equilibrios globales, asistimos al regreso a la prominencia de la « Teoría del Corazón » de Halford John Mackinder, un verdadero pilar de la geopolítica moderna. Según esta teoría, formulada en 1904, quien controla el «corazón del mundo» —el corazón euroasiático entre el Volga y el Yangtsé— domina la Isla Mundial (Afro-Eurasia), y quien domina la Isla Mundial domina el mundo. Este paradigma, concebido originalmente como una herramienta estratégica para preservar la primacía británica y contener el ascenso de las potencias continentales, parece hoy, paradójicamente, materializarse a través de las mismas entidades que pretendía contener: las potencias euroasiáticas, lideradas por Rusia, China e Irán , que están reemplazando progresivamente la arquitectura de seguridad euroatlántica por un modelo alternativo basado en la soberanía nacional, la cooperación regional y la diversidad cultural.
Mackinder veía la unión entre Alemania y Rusia como una pesadilla para el Imperio Británico; sin embargo, hoy en día es la colaboración chino-rusa la que representa un desafío trascendental para la hegemonía atlantista. China, en particular, no solo consolida su control sobre el Corazón del Continente mediante la expansión económica e infraestructural de la Nueva Ruta de la Seda , sino que también se proyecta hacia los mares con una estrategia naval inspirada en las teorías marítimas de Mahan, reinterpretadas, sin embargo, con características chinas . Como se destaca en este análisis de l'AntiDiplomatico , Pekín está transformando el concepto de poder oceánico en un instrumento de integración regional y protección de sus propios corredores comerciales, sin caer en el colonialismo típico de las antiguas armadas occidentales. El resultado es una combinación de control terrestre y proyección marítima que marca un punto de no retorno: las potencias euroasiáticas multipolares no solo ya no se someten pasivamente al orden global dominado por Occidente, sino que lo reemplazan por un modelo alternativo, basado en la soberanía nacional, la cooperación no ideológica y el desarrollo conjunto.
Este proceso viene acompañado del marcado declive de las llamadas talasocracias anglosajonas: Estados Unidos, Reino Unido y, en consecuencia, los satélites Australia y Canadá, que han cimentado su poder histórico sobre la supremacía marítima, el control de las rutas comerciales globales y el aislamiento de las potencias continentales. Sin embargo, la excesiva expansión global, el aumento de la deuda interna, las divisiones sociales internas y la pérdida de legitimidad internacional están debilitando irremediablemente su papel hegemónico. Otro claro ejemplo es el fin, desconcertante para las élites continentales, del antiguo eurocentrismo que prevalecía en el sistema atlántico. Europa probablemente tenga la única oportunidad de volver a ser central si declina sus políticas desde una perspectiva euroasiática.
La paradoja histórica es evidente: la teoría que supuestamente garantizaría la primacía occidental ahora se utiliza, aunque indirectamente, como guía estratégica por las potencias que están escribiendo su fin. El nuevo sistema de seguridad euroasiático, promovido por Rusia y Bielorrusia y apoyado por organizaciones como la OCS, la OTSC y la UEEA, no es simplemente una respuesta a la OTAN ni a la expansión occidental. Es una propuesta alternativa basada en la cooperación regional, la diversidad cultural y la multipolaridad.
Hacia un orden mundial multipolar
Lo que emerge del complejo escenario geopolítico es una tendencia irreversible: el fin de la unipolaridad y el nacimiento de un orden multipolar. En este nuevo contexto, Rusia se presenta como uno de los pilares principales de una estructura de seguridad euroasiática que incluye a China, India, Irán, los países del Golfo, el norte de África y parte de América Latina.
Europa, lejos de ser una entidad única y autónoma, está dividida entre una élite atlantista aún leal a Estados Unidos y un grupo de países que buscan nuevas alianzas para garantizar la prosperidad y la seguridad en un contexto posimperial. Esta fragmentación no es necesariamente negativa: puede favorecer una diplomacia más flexible, menos influenciada por dogmas ideológicos y más orientada al bien común.
El nuevo sistema de seguridad euroasiático no es simplemente una respuesta a la OTAN ni a la expansión occidental. Es una propuesta alternativa basada en la cooperación regional, la diversidad cultural y la multipolaridad. Refleja un mundo donde ninguna potencia domina sin oposición, y donde la diplomacia, en lugar de la coerción, vuelve a ser la herramienta principal para la gestión de conflictos.
A medida que se acerca la Tercera Conferencia Internacional sobre Seguridad Euroasiática en Minsk, donde se presentará el borrador de la Carta Euroasiática de Diversidad y Multipolaridad, se hará más evidente hasta qué punto esta visión puede hacerse realidad. Una cosa, sin temor a equivocarnos, podemos afirmar con certeza: el siglo XXI será multipolar, y Eurasia será su corazón palpitante.

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