Si nos atenemos a lo establecido por la RAE, en su acepción más próxima a la politología una ‘convención’ es una “reunión general de un partido político o de una agrupación de otro carácter, para fijar programas, elegir candidatos o resolver otros asuntos”. Dentro del mismo ámbito pero en un sentido más amplio, el vocablo también puede entenderse como “asamblea de los representantes de un país, que asume todos los poderes”.
Y claro está que, coloquialmente, una convención significa un “ajuste y concierto entre dos o más personas o entidades”, una “conveniencia”, “conformidad”… Frente a lo que tendríamos antónimos como “desacuerdo”, “inconveniencia”, “disconformidad” y, por extensión, “perjuicio”, “rebeldía”, “daño”…
Ello sin olvidar que en todo encuentro democrático participativo, y desde luego en los debates y discusiones de naturaleza política -sean asambleas, conferencias o convenciones- lo normal y bien comprensible es que surjan contrapuntos, algunas “concordancias armoniosas de voces contrapuestas” o, como dirían los observadores más sagaces, la “combinación plausible de dos o más melodías diferentes”, aunque sólo fuera a efectos de credibilidad pública, en oposición a los deplorables congresos ‘a la búlgara’ donde todo se aprueba por aclamación. Porque, en definitiva, en política siempre se actúa para los electores -incluso intramuros del partido-, que deben ser los destinatarios del discurso, salvo cuando sus autores lo dirigen a su propio ombligo y a los palmeros de turno, ‘la clac’ del entorno o los grupos de personas -seleccionados- que asisten con el compromiso de rellenar el aforo y aplaudir en momentos señalados.
UNA CONVENCIÓN SIN NADA QUE CONVENIR
Pues bien, todas esas variables son las que han enmarcado la ‘Convención Nacional 2014’ del PP, hasta el punto de que bien podría redefinirse como una auténtica ‘inconvención’, si cabe la palabra, o como una mera kermés, una especie de picnic político de fin de semana en el que el pleno popular se dedicó a inhalar vapores campestres de ‘Enderezol Forte’ para, entre risitas y nervios a flor de piel, superar la frustrante marcha de su legislatura de mayoría absoluta a punto de despilfarro. Dicho de otra forma, una gira muy medida por el incontaminado Valladolid, ‘zona nacional’ de toda la vida y fortaleza-baluarte del PP, para chutarse en vena dosis de ‘automotivación’ ante el desastre electoral que se está avecinando.
Porque lo que realmente se esperaba de la reunión del PP -sobre todo por parte de su electorado- no era otra cosa que el resultado de plantear y discutir reformas políticas, nuevos enfoques económicos y tributarios, cambios en el Gobierno, la candidatura para las elecciones al Parlamento Europeo, respuestas al independentismo y la corrupción, la rectificación de errores como el de la ley del aborto… Cuestiones y propuestas lógicas para afinar la acción política y electoral y reconectar al partido con las demandas y sentimientos ciudadanos.
Pero, en síntesis, la mal llamada ‘Convención del PP’, montada sobre todo como un instrumento propagandista en un momento crucial de la legislatura -para muchos populares ciertamente deprimente-, se zanjó con las ya consabidas referencias a la “herencia recibida” para justificar la brutalidad de los recortes sociales y la ineficacia de la política económica del Gobierno y poco más: alardear del “auto-rescate”, de que “España ha vuelto”, de que “hemos pasado de la resignación a la esperanza”, de que el PP “es un partido, fuerte, sólido y unido” y de otras mentiras y vacuidades políticas.
Un auténtico ‘balance de la nada’ y punto. Por tanto, nada serio ni verdaderamente fundamentado para espantar el terrible drama del paro, desviar el curso del empobrecimiento nacional, ahuyentar los fantasmas del independentismo o concitar a la unión interna del partido, por ejemplo. Adornado, además, con más promesas de menos impuestos de nuevo puestas en boca de un perfecto incumplidor de la palabra dada como el presidente Rajoy, al corte burlesco del “¡Cuán largo me lo fiais!”.
Rajoy fue quien, en la clausura de la fiesta campestre del PP, sostuvo con su habitual ironía y falta de sonrojo que “hoy” España ha pasado “de la resignación a la esperanza”, aludiendo una vez más, como concertadamente hicieron otros dirigentes del partido en cuanto tuvieron un micrófono en la mano, a la herencia recibida y a que cuando llegó a La Moncloa encontró “un país al borde de la quiebra” por la “ineptitud de un mal Gobierno” (ocultando su propia ineptitud cuando fue jefe de la oposición durante dos legislaturas y la de los gobiernos del PP que también dirigieron de forma desastrosa multitud de corporaciones locales y comunidades autónomas).
Escudado como siempre en culpas ajenas y volviendo a hacer ‘oposición a la oposición’ de forma tan patética como incansable, el presidente Rajoy no tuvo el menor empacho para reconocer los sacrificios de los españoles y la dureza de las medidas y recortes llevados a cabo, afirmando que “2012 fue extraordinariamente penoso para todos” y añadiendo en referencia a los sacrificios realizados: “Los españoles nos hemos rescatado nosotros solos”. Pero claro está que en la categoría de “todos” incluyó sin discriminación alguna a los empresarios enriquecidos con la burbuja inmobiliaria, a los políticos corruptos que también desde el PP asaltaron las cajas de ahorro (con Blesa a la cabeza), a los accionistas de la banca ciertamente rescatada por el erario público y no a cuenta de su capital, a los ladrones del ‘caso Gürtel-Bárcenas’, a los amigos del poder ansiosos por gestionar la sanidad pública en su propio provecho…
Eso sí, prometiendo -porque la promesa es lo que mejor se le da- sucesivas bajadas de impuestos a partir de 2015. Pero ocultando a sangre y fuego su trasfondo capital: qué impuestos bajará (y por tanto a quiénes se bajarán), exactamente cuando los bajará (¿en enero, en diciembre o quizás después de perder las próximas elecciones?) y hasta dónde los bajará.
Y sin dejar de referirse también a la unidad de España, pero con frases tan manidas e inoperantes ante el problema del independentismo como “No somos un invento de anteayer” y “Combatiré todo lo que siembre discordia o divida a los españoles” (cosa que no ha hecho, no hace, ni parece que vaya a hacer). Además de apelar al terrorismo con la misma artificiosidad (“La victoria de la democracia, la disolución de ETA y derrota del terrorismo es el único fin aceptable”), o de arremeter contra el jefe de la oposición con un particular y desabrido ‘cállate’, fuera de lugar, autoritario y hasta perdiendo los modos políticos y personales (“Tú, o te callas o reconoces el mérito de la gente. No ocultes a los españoles la verdad de la recuperación como antes ocultaste la del hundimiento…”).
Todo ello, precedido poco antes de una intervención de la secretaria general del PP, María Dolores de Cospedal, en la que presentó el Manifiesto Electoral del partido para las próximas elecciones al Parlamento Europeo -bastante inconsistente-, pidiendo de nuevo a los cabreados españoles “su confianza” y “la mayor participación en unos comicios que van a marcar el ritmo de la recuperación”). Y afirmando, ahí es nada, que España tiene ante sí al PP “o la nada” y que durante la Convención “todo el mundo ha podido ver” que el PP “es un partido sólido, fuerte y unido”.
Algo verdaderamente grotesco considerando la facilidad con la que Rajoy está malversando los votos del 20-N y la estruendosa salida del PP del sector agrupado en torno a José Antonio Ortega Lara y a las víctimas del terrorismo, acompañada por la de Alejo Vidal-Quadras, la auto exclusión de Jaime Mayor Oreja y las grandes reticencias internas sobre la dirección política del partido (incluidas las de José María Aznar y Esperanza Aguirre sin ir más lejos). Todo ello flanqueado por la presentación de un nuevo partido conservador (Vox) con ánimo de arrebatar votos directamente al PP ya en las elecciones europeas previstas a poco más de tres meses vista (el 25 de mayo).
Con todo, Rajoy tuvo el detalle de salir de Valladolid con el diario Marca en la mano (según se aprecia en una fotografía de Claudio Álvarez publicada en El País), dispuesto al parecer a que los graves problemas de España y de su partido no le aguasen la jornada deportiva del domingo. Todo un carácter irrenunciable, de los de ‘genio y figura hasta la sepultura’…
ENTRE LA CONVULSIÓN Y LA AUTOMOTIVACIÓN
Una visión resumida de lo que en realidad ha sido la ‘Convención Nacional 2014’ del partido en el Gobierno y el agitado contexto en el que se ha enmarcado, es la reflejado por Enrique Gil Calvo en un artículo de opinión titulado acertadamente ‘Convulsión’ (El País 02/02/2014). En él, y tocando a su fin el primer mandato presidencial ‘útil’ de Rajoy (es decir ya en la cuesta hacia abajo de la legislatura), percibe divisiones internas muy claras, motivadas en su opinión por el temor a perder la mayoría absoluta:
Su secretaria general ha desmentido que el partido en el poder sufra una convulsión interna. De donde se deduce que haberla, hayla, por mucho que se haya montado una Convención a la búlgara para tratar de ocultarla. La explicación oficial atribuye las convulsiones a la manipulación de las víctimas del terrorismo por la fuerza oscura que lidera su propio Darth Vader, el resentido Aznar. Pero no hay que confundir el síntoma con su causa última. Pues si las divisiones internas están aflorando es porque todos presienten la próxima pérdida de la mayoría absoluta, lo que les lleva a buscar con ansiedad un nuevo lugar en el sol. Parece que De Guindos y Arias Cañete ya lo han encontrado en Europa, pero los demás se agitan inquietos en su silla.
Lo cual indica que el mandato útil del primer gobierno Rajoy está tocando a su fin, y llega la hora de evaluar los resultados efectivos de su mayoría absoluta. Respecto a la cuestión territorial, ha demostrado una completa impotencia, sin saber administrar la derrota de ETA mientras reforzaba el secesionismo catalán sin ser capaz de domeñarlo. Y en cuanto a su programa de gobierno, intentó hacer grandes reformas estructurales que se han saldado con un balance falaz.
La reforma sanitaria que pretendía privatizar la salud acaba de hundirse anegada por el ascenso de la marea blanca. La reforma educativa es un bluf pendenciero que solo provocará mucho ruido y pocas nueces. La reforma del aborto parece a punto de abortar por sus propias malformaciones, y muy bien podría decaer. La reforma financiera fracasó y hubo de venir el BCE a rescatarnos sin que hasta ahora el crédito se haya recuperado. La reforma fiscal ha hundido los ingresos tributarios, incumpliendo los objetivos de déficit y duplicando la deuda pública. Y sólo queda la reforma laboral como único éxito aparente, jaleado por las autoridades europeas que ponderan la ganancia en competitividad, animando al Gobierno Rajoy a proceder a una nueva devaluación salarial. Pero aquí queda mucha tela por cortar.
Es verdad que la reforma laboral ha logrado reducir la masa salarial (al caer tanto el número de empleos como el salario unitario), por mucho que lo denieguen entre burlas el ministro Montoro (“los salarios no están bajando, sólo se está moderando su crecimiento”) o el vicesecretario Floriano (“la economía se está recuperando gracias al esfuerzo de los que más tienen”). Pero esa evidente extracción de plusvalía ha favorecido menos las exportaciones que la tasa de beneficios, y de ahí el retorno de la inversión externa. Pero a la vez que hacía subir la Bolsa, la reforma laboral ha hundido el consumo interno, impidiendo la recuperación del crecimiento. Y sobre todo, ha disparado la desigualdad de la renta destruyendo la confianza pública y la cohesión social. Esta es la verdadera causa de convulsión que amenaza con hacer estallar la mayoría absoluta del partido de gobierno.
Y claro está que la Convención popular se desarrolló en un clima de gran convulsión. Y, precisamente por ello, también fue, desde luego, un evento esencialmente ‘auto-motivacional’, porque, en verdad, nadie pudo apreciar otro objetivo más visible que ese.
La pregunta que más se repitió en los pasillos del Auditorio Miguel Delibes entre las más de 2.000 personas asistentes y afines, llegadas desde toda la geografía española con una parafernalia considerable, fue esta: ¿Para qué ha organizado el partido la Convención…? De entrada, quedaba claro que no había sido para lanzar al cabeza de lista de la candidatura popular en las próximas elecciones al Parlamento Europeo (todavía sin decidir), como algunos esperaban. Y tampoco para adoctrinar sobre problemas internos y posiciones políticas o para rectificar errores como el de la reforma de la ley del aborto; y ni siquiera para centrarse como táctica propagandista en la más que discutible recuperación económica, como se había previsto.
Esa, la cuestión económica, era en principio el eje esencial sobre el que tendrían que haber girado las jornadas vallisoletanas. Pero, a la postre, el PP acabó escenificando sobre todo sus diferencias con la base militante de las víctimas del terrorismo y tratando de que la estrategia antiterrorista del Gobierno y la hoja de ruta ante el final de ETA no le apartara más de ese sector de afiliación tradicional del PP, cuestión en la que Esperanza Aguirre capitaneó una vez más las voces discordantes con la dirección del partido.
Primero, la presidenta del PP de Madrid contradijo abiertamente al ministro del Interior, Jorge Fernández Díaz, logrando marcar la agenda del día de un cónclave con un programa muy intenso y variado de presencias personales estelares (toda la élite del PP, al margen de la ausencia significada de José María Aznar), encuentros de comunicación e intervenciones de víctimas del terrorismo, jóvenes empresarios y en general afiliados entusiastas en una intensa actividad de automotivación colectiva.
Después, Esperanza Aguirre afirmó con su habitual desparpajo que “ETA sigue viva”, lamentando ante los micrófonos de la cadena COPE, o sea a bombo y platillo: “ETA no ha sido derrotada, por mucho que haya gentes en mi partido que creen que sí”. Una percepción compartida por miles de correligionarios que enmendaba la plana al titular de Interior tan solo un día después de que proclamara con enfática solemnidad que la banda terrorista “hoy está absolutamente derrotada” (una torpeza táctica insólita que sin duda acreditará los resultados de Bildu en las urnas).
Ese mismo día por la tarde, la ex presidenta de la Comunidad de Madrid detalló en un decálogo su filosofía tributaria durante un debate con el ministro de Economía, Luis de Guindos. Hizo un canto con doble intención a la incumplida bajada de impuestos del Ejecutivo, mientras todos esperaban expectantes que en su intervención de clausura Rajoy concretara un anuncio fiscal que no concretó, y defendió su conocida tesis (otra pedrada más contra el presidente del Gobierno) de una reforma de la Administración más radical que la realizada por Soraya Sáenz de Santamaría, reclamando sin ambages unas “Administraciones pequeñas, rápidas y eficaces y con pocas regulaciones”. Además, tuvo la osadía guerrera de explicitar que para afianzar un modelo económico más liberal es necesario vencer “las fuerzas conservadoras de todos los partidos de la izquierda, de los sindicatos y también de algunos de nuestro partido”.
Este ‘recadito al Gobierno’ fue lanzado poco después de que su presidente sembrara el compromiso de una bajada de impuestos a futuro, o una ‘bajada en diferido’ como se comentó por los pasillos aludiendo a la forma en la que María Dolores de Cospedal explicó el finiquito de Luis Bárcenas. Dada la carencia de ideas y propuestas, uno de los mensajes más repetidos en la convención, como ya había adelantado Cristóbal Montoro (“el ministro más deseado y el más querido por los españoles” según dijo Alicia Sánchez-Camacho y no en tono de broma), es que pronto tendremos una reducción del IRPF, aunque lamentando que sus efectos no se vayan a notar hasta 2015, es decir después de la elecciones europeas y de las municipales y autonómicas…
Así, cierto es que el ministro de Hacienda y Administraciones Públicas volvió a prometer en su línea de émulo del ‘profesor Chiflado’ que “el IVA se va a quedar donde está” (faltaría más), rechazando que planee bajar el IRPF sólo con propósitos electoralistas. Lo más chistoso del caso es que Montoro afirmó en plan de auténtico ‘caradura’ que el Gobierno hará “lo que sabe hacer”, nada menos que “bajar los impuestos a los españoles” (en realidad, más que ‘lo que sabe hacer el Gobierno’ es lo que le reclama la sociedad en su conjunto y destacados dirigentes del partido, como Ignacio González, presidente de la Comunidad de Madrid, que saludó estos anuncios con un “Bienvenido al club”).
Por su parte, en un encuentro con representantes de Nuevas Generaciones, Rajoy pareció ‘quemar sus naves’ fiscales con la ya comentada promesa de que a partir de 2015 “habrá bajadas sucesivas de impuestos”, que según parece se prolongarían a lo largo de varios e indeterminados años: un avance fuera de legislatura y por tanto con poco sentido político y ningún efecto electoral positivo.
Dentro de toda la desesperanza latente en la Convención del PP, también se comentaban otras posibles bajadas de impuestos para las pymes y nuevos mecanismos para que vuelva a fluir el crédito. Pero todo ello de nuevo sin mayor concreción.
En cualquier caso, muchos de los asistentes echaron en falta el contenido político propio de una verdadera Convención, en la que participaba el ‘no va más del partido’. Mientras los más escépticos advertían, mordiéndose la lengua, que se había convocado sólo “porque tocaba, porque se ha ido retrasando durante meses y ya no se podía postergar más [los estatutos obligan]”, con puyas como “la orden es no hacer política y, por tanto, no hay mensaje”. Aunque los más fieles o enchufados a la dirección del partido, matizaban: “La convención se ha torcido por Jaime Mayor y José María Aznar, pero tiene un claro objetivo: una llamada a la unidad, una reivindicación del PP real, el de los concejales, una llamada al orgullo de ser de este partido y sobre todo una respuesta”…
DE ‘EL PP O LA NADA’ AL ‘¿POR QUÉ NO TE CALLAS?’ DE RAJOY
Otro de los resúmenes más afilados de la ‘Convención Nacional 2014’ del PP, es el realizado por Miguel Ángel Aguilar en su columna habitual de El País (04/02/2014). En él destaca el exceso de autoestima de los populares (“El PP o la nada”) puesto en boca de su secretaria general, María Dolores de Cospedal, y la petición extemporánea de su presidente (que también lo es del Gobierno), Mariano Rajoy, exigiendo al jefe de la oposición silencio o panegírico:
La convención del Partido Popular, celebrada en Valladolid el pasado fin de semana, ha tenido la virtud de eludir todos los debates y de aplazar todas las decisiones requeridas en el ecuador de la legislatura, cuando se escucha el sonido de las urnas, a menos de cuatro meses de las elecciones al Parlamento Europeo. Hicieron de teloneros las fierecillas domadas de las distintas baronías territoriales. Se pronunciaron sobre cuestiones ajenas a sus competencias, como por ejemplo el proyecto de ley del aborto. El punto culminante lo alcanzó la secretaria general y presidenta de la Comunidad de Castilla-La Mancha, María Dolores de Cospedal. Fiel a su estilo, basado en reiteraciones e interrogantes retóricos, echó un vistazo sobre la situación de España, para señalar que las opciones son el PP o la nada. Esfuerzo inútil si pretendía ocultar las fracturas abiertas por los disidentes en fuga, o invalidar las nuevas banderas, de convicción o de conveniencia, que acababan de ser izadas en la derecha.
El Partido Popular o la nada, o sea, contarse entre los gozadores del reino de los Cielos o quedar echados fuera a las tinieblas exteriores, donde es el llanto y el crujir de dientes. Es la dialéctica maximalista de los monoteísmos -fuera de la Iglesia no hay salvación- y de los totalitarismos -mejor equivocarse con el Partido que acertar en contra suya-. En todo caso, la cuestión de la nada tiene antecedentes muy remotos. El profesor Tomás Pollán ha vuelto sobre ellos al traducir y prologar con el título La nada y las tinieblas la carta de Fridegiso de Tours (Editorial La uÑa RoTa. Segovia 2012), fechada en marzo del año 800. Allí Fridegiso razonaba que la nada y las tinieblas eran cosas realmente existentes. Una afirmación extravagante que, de otra parte, parecía confirmar la autoridad de la Biblia, donde escrito está que el mundo “fue creado a partir de la nada”, cuando “las tinieblas cubrían la faz de la tierra”. Cuánto mejor hubiera sido extremar el cuidado con este concepto de la nada, cuestión límite que ha marcado el destino de Occidente. También prescindir del cónyuge, Ignacio López del Hierro, en vez de sentarlo en el centro de la primera fila. Porque quien echa por delante a su pareja no puede quejarse si suscita críticas. Qué diferencia frente a Rajoy, tan lejos del Bambi que en vez de caña quería dar ejemplo.
Ahora el presidente del Gobierno exige silencio o panegírico al socialista Alfredo Pérez Rubalcaba, eso sí, con el Marca por bandera. Hubiera podido exhibir El Norte de Castilla, líder en la región; La Vanguardia, por catalán; El Mundo, para saber del relevo de Jota Pedro; The Financial Times, atento a Escocia; o The New York Times, interesado en la tensión árabe-israelí. ¿Pero qué mejor dieta mediática que la de la prensa deportiva en papel?
Estas dos muestras de excesiva prepotencia anotadas a los dos máximos cargos directivos del PP, ciertamente extemporánea y hasta ridícula cuando el partido está electoralmente en caída libre, quizás sinteticen la pobreza de resultados de la convención popular. Ergo, el derroche que comporta como perdida de una oportunidad de oro para haber recuperado al menos parte de la posición perdida ante los mismos votantes que propiciaron la victoria mayoritaria del 20-N.
Una de ellas, la relativa a la exasperada irritación de Rajoy con Rubalcaba, ha sido quizás la que más ha fijado el ‘resultado neto’ de las jornadas vallisoletanas del PP, dada la lógica aplicación con la que ha sido recogida por los columnistas más influyentes. Toda una pataleta política que sólo ha servido para favorecer a quien se intentaba denostar.
Un ejemplo de lo dicho, entre los muchos disponibles, es el artículo de opinión de Lucía Méndez (El Mundo 04/02/2014), en el que se pregunta de forma irónica si, a lo mejor, la orden del presidente Rajoy conminando al silencio universal iba dirigida también a Aznar, Mayor Oreja, Ortega Lara y compañía, no sin dejar de hacer al mismo tiempo una perspicaz observación sobre el concepto popular de “la nada”:
Extraña irritación
Estos dos años en La Moncloa deben de haber sido muy duros porque a Mariano Rajoy se le ha agriado el carácter. Al menos el carácter que muestra a veces en público, ya que en privado es una persona sumamente educada y cordial. Ya se pudo atisbar un punto de rabia en su comparecencia parlamentaria del 1 de agosto en la que pidió perdón por haber confiado en Luis Bárcenas y disparó sin piedad contra sus adversarios, de dentro y de fuera del Hemiciclo. El hombre tranquilo, sosegado, prudente y previsible pareció transformarse en un killer. Ha vuelto a pasar en Valladolid, en el discurso con el que clausuró la Convención Nacional.
Las sesiones habían consistido en una exitosa reconciliación emocional del PP consigo mismo. Un bonito escenario en el que se entronizó al militante de base que trabaja y sufre sobre el terreno mientras los ministros hacen leyes que enfadan a la gente. La Convención estuvo tan bien organizada como una gala de los Oscar o una ceremonia en Westminster. Todos tuvieron su protagonismo para que nadie echara de menos a los que no fueron. Buenos escenarios, excelente iluminación, ropa casual y buen rollo incluso con Esperanza Aguirre.
El abuelo fundador en el recuerdo, el entusiasmo subido y la lágrima en su sitio para recordarle al mundo que el PP sigue con las víctimas. «Ahora viene lo realmente importante», dijo Esteban González Pons, cuando modestamente puso fin a su empático discurso y dio la palabra a Manuel Jiménez, hijo del asesinado Jiménez Abad. Él fue la estrella de la Convención. Todo había sido casi perfecto cuando el domingo a mediodía llegó Rajoy y acabó la terapia con un manotazo.
El presidente del Gobierno ordenó callar a Rubalcaba si el líder socialista insiste en no reconocer los aciertos del Gobierno. La jugada de agitar a las huestes propias para unirlas contra las ajenas está en todos los manuales. Pero eso se puede hacer de muchas formas. Lo sorprendente fue el tono de irritación, casi de rabia, que utilizó el presidente del PP. Y precisamente contra Rubalcaba. Si, como dijo María Dolores de Cospedal, el PSOE es «la nada», no se entiende muy bien que Rajoy mandara callar a «la nada». Claro que a lo mejor la orden del presidente iba dirigida también a José María Aznar, Jaime Mayor Oreja, Santiago Abascal, Ortega Lara, Pedro J. Ramírez, Consuelo Ordóñez y a todos aquéllos que él piensa que son injustos y hasta miserables con su gestión política y económica.
Esta irritación se entiende aún menos si tenemos en cuenta que a Mariano Rajoy las cosas le van bastante bien, de acuerdo con sus hagiógrafos y los arúspices del PP. Nada amenaza su poder internamente, los de Vox son cuatro gatos, Aznar está desactivado, Esperanza Aguirre es incluso simpática con él, la situación económica mejora, Gallardón está bajo mínimos, Bárcenas callado en la cárcel, Rubalcaba no existe, Mayor Oreja no va a romper ningún plato, los medios de comunicación están apaciguados, Bankia luce más sana que una pera y el hijo que le ha salido del Atlético de Madrid debe estar eufórico. ¿A qué viene esa rabia entonces?
EL SILENCIO DE LOS CORDEROS Y LAS VICTIMAS DE ETA
Lo más palpable en la convención popular de Valladolid es que, aunque se celebraron decenas de mini-actos y forillos abiertos a la preguntas de los asistentes, todos estuvieron sujetos a un férreo control para borrar de la agenda los asuntos más polémicos y a una norma no escrita, pero palpable, de que no se hicieran preguntas inconvenientes.
Baste señalar al respecto la dócil actitud de Beatriz Jurado, líder de Nuevas Generaciones, cuando preguntó a Rajoy sobre sus planes para el empleo juvenil. El presidente (del partido y del Gobierno) replanteó la cuestión a su conveniencia (“¿Me preguntas cómo pretendemos aplicar el plan de empleo juvenil o si este plan es suficiente?”), de forma que la interpelante hizo un gesto amable para evitar pronunciarse y no desbaratar el guion establecido, bromeando a continuación el interpelado: “Ah, lo que yo prefiera, es una pregunta muy fácil”. Y eso fue lo más parecido a una pregunta que se dio en tres días convención, sin que, además, se produjera ni una sola rueda de prensa (lo nunca visto, salvo con mariano Rajoy en el poder).
Otra ‘agresiva’ militante de Nuevas Generaciones, al parecer radicada en Eindhoven (en la provincia holandés de Brabante Septentrional), se atrevió a preguntar por las becas Erasmus, aunque con la mayor de las cautelas: “¿Qué opina el presidente de este proyecto Erasmus?”. Admitiendo entonces Rajoy que “ha habido algunas polémicas”.
Pero nadie, ni los jóvenes militantes más osados, se arriesgó a preguntar por la candente ley del aborto, teniendo que ser el propio ministro de Justicia, Alberto Ruiz-Gallardón, quien contestara a las miles de mujeres que en esos momentos se manifestaban en contra de su proyecto de reforma: “No habrá ni un insulto que me haga abdicar de garantizar el derecho del no nacido”. El presidente de Extremadura, José Antonio Monago, que previamente se había mostrado muy crítico con esa concreta intención reformadora del partido, tampoco planteó la cuestión: afirmó que tenía “otro orden del día” y que prefería “hablar de lo que nos une, la fortaleza de la Marca España” (¡le manda huevos!, que diría Federico Trillo-Figueroa)…
De esta forma, la imagen transmitida por la ‘Convención Nacional 2014’ del PP ha sido, efectivamente, la de una vacua y tediosa sesión de terapia colectiva de ‘automotivación’, al estilo de los workshops que organizan las empresas multinacionales para enardecer a sus trabajadores, incentivarles y mejorar su espíritu de equipo. Una necesidad doméstica impuesta por el resquebrajamiento que sufre el partido -a pesar de la triste situación por la que atraviesa la oposición socialista-, meramente paliativa y con respuesta política torpemente aplazada sine die; salvo en lo tocante a los ataques del sector crítico y a la aparición de Vox, partido nacido del desacuerdo de una buena parte de la militancia más tradicional del PP con su directiva.
Una situación constatable con la insistente referencia a los populares vascos (los aplausos a Arantza Quiroga fueron tan excesivos como aclaratorios de la situación) y con el ‘homenaje’ montado para contentar a las víctimas del terrorismo utilizando a las familias de algunos asesinados por ETA y un video que incluía imágenes de Rajoy en varios de sus funerales. Manuel Giménez Larraz, hijo del senador por Aragón Manuel Giménez Abad, que fue tiroteado en presencia de otro hijo menor (Borja), sostuvo que la sentencia de Estrasburgo contra la ‘doctrina Parot’ le había parecido algo “insufrible”, pero que comprendía que el Gobierno de Rajoy la hubiera acatado (Mariano Rajoy subió a la tribuna para abrazarle al amparo de una emotiva ovación).
Un acto de homenaje a las víctimas de ETA que en realidad no dejó de ser una pobre respuesta -y quizás cínica- a los críticos con la política del partido en materia antiterrorista, y en especial a los ausentes como Mayor Oreja, Ortega Lara o Vidal-Quadras… Este último fue ‘pasado por la piedra’ sin la menor contemplación por el presidente de la Junta de Castilla y León, Juan Vicente Herrera, quien le recriminó que, después de haber sido “pastor durante 30 años en el partido”, ahora viniera a tildarlo como organización de ovejas…
Prevenciones evidentes, pues, ante una ruptura del partido que, si bien ha sido iniciada por las víctimas del terrorismo, puede agrandarse por otras grietas y vías de descontento interno (desde la reforma del aborto a la evolución de la política económica, pasando por el indepenndentismo). Y lo más llamativo al respecto es que, según confidencias de algún asistente, ni siquiera se hablara de política en el almuerzo-reunión de Rajoy con los barones del partido, donde según Juan Vicente Herrera se trató “más de lo humano que de lo divino” evitando cualquier planteamiento crítico latente.
Mariano Rajoy clausuró la Convención (o Inconvención) popular afirmando con total gratuidad que “hemos pasado de la resignación a la esperanza” y que “al final los españoles nos hemos rescatado nosotros mismos”. Es decir, que gracias al PP España va sobre ruedas (“España en la buena dirección” como manifestaba el lema del evento de forma insolvente), sin olvidar la salida de pata de banco que supuso el exabrupto presidencial del “¿Por qué no te callas?”. Y al margen, claro está, de que nos tengamos que comer sola o con patatas fritas esa gran boutade de “El PP o la nada”, salida del pico de oro de la ‘número dos’ del partido.