Xavier Villar
La negativa de Arabia Saudí a transferir interceptores de misiles THAAD (Defensa de Área de Gran Altitud Terminal) a Israel durante el reciente conflicto con Irán ha sido presentada por gran parte de los medios occidentales como un hecho inesperado o incluso como una ruptura con una alianza tradicionalmente sólida. Sin embargo, esta decisión revela algo más profundo: el creciente reconocimiento regional de que la protección ofrecida por Estados Unidos ya no es garantía suficiente ni automática. Más que un gesto aislado, se trata de un hito en la evolución geopolítica regional, donde los países del Golfo Pérsico reivindican su soberanía estratégica sobre las políticas de defensa y seguridad.
La crisis de un modelo agotado
Durante décadas, Estados Unidos construyó un sistema de alianzas en Asia Occidental basado en la lógica de tutela: Washington ofrecía cobertura militar e inteligencia a cambio de alineamientos diplomáticos, especialmente en la contención de Irán. Ese esquema funcionó mientras los equilibrios permitieron un reparto relativamente estable de intereses. Pero esa arquitectura ha comenzado a resquebrajarse.
Episodios como el ataque a las instalaciones petroleras de Abqaiq en 2019 —y la tibia respuesta estadounidense— revelaron los límites del llamado “paraguas” de seguridad norteamericano. Hoy, confiar en que Washington contenga agresiones o impida escaladas ya no basta. Conscientes de esta brecha, los países del Golfo Pérsico han comenzado a redefinir sus estrategias en torno a un nuevo principio: la soberanía territorial y estratégica como eje fundamental de sus políticas de defensa.
Soberanía regional y redefinición de la seguridad
La negativa de Riad a transferir parte de su arsenal defensivo a Israel no debe leerse como una señal de alineamiento con Irán ni como un acto de rebeldía frente a su socio histórico. Más bien, refleja una toma de posición madura y estratégica: proteger la autonomía decisional sobre su propia seguridad, especialmente en contextos que no responden a sus intereses directos.
Este gesto se enmarca en un cambio estructural más amplio, donde la presencia política sostenida de Irán ha dejado de ser un elemento externo a gestionar para convertirse en un factor estructurante de la arquitectura regional. Lejos de reducirse a una lógica de contención, los países del Golfo han empezado a incorporar a Irán como un interlocutor inevitable en la configuración de marcos de estabilidad compartida.
La consecuencia de este desplazamiento no es un alineamiento ideológico, sino una reformulación de los mecanismos regionales de seguridad sobre nuevas bases: las decisiones ya no giran únicamente en torno a alianzas verticales con potencias extranjeras, sino que emergen de un reconocimiento mutuo entre actores regionales que, pese a sus divergencias, comparten una misma geografía y desafíos comunes.
Arabia Saudí y otros Estados del Golfo Pérsico están redefiniendo sus políticas exteriores desde esta lógica: ya no se trata de excluir a Irán del equilibrio regional, sino de articular con él fórmulas de coexistencia pragmática que reduzcan tensiones, estabilicen la región y aseguren márgenes de soberanía decisional frente a cualquier presión externa.
Irán, un actor inevitable
La transformación del enfoque saudí es también un reconocimiento tácito de que Irán ya no puede ser tratado exclusivamente como un enemigo. Es un actor con peso geopolítico que resulta indispensable en cualquier arquitectura de seguridad duradera. La mediación china que facilitó la normalización entre Riad y Teherán en 2023 simboliza esta mutación.
Irán ha demostrado ser capaz de proyectar influencia regional sin perder capacidad de cálculo ni contención. Su respuesta medida durante la última confrontación con Israel refuerza esta imagen: se trata de un actor racional, no impulsivo, que maneja con sofisticación sus recursos militares y diplomáticos.
El declive del garante estadounidense
La figura de Estados Unidos como garante único de seguridad se encuentra en entredicho. Washington sigue siendo un actor de peso, pero su capacidad de reacción —y su disposición a asumir costes— ya no responde a las expectativas de sus aliados tradicionales. La relación se ha vuelto funcional y condicionada: los países del Golfo exigen respeto a su soberanía, consulta efectiva y reconocimiento de sus intereses.
En este sentido, la negativa saudí no es un caso aislado sino parte de una tendencia más amplia. La seguridad regional ya no puede mercantilizarse como extensión de estrategias extranjeras: debe construirse desde abajo, con liderazgo local.
Más allá de la retórica: realismo y complejidad
El relato que interpreta esta decisión como un acto “proiraní” o de debilidad pierde de vista la complejidad del escenario regional. Lo que está en juego no es una adhesión ideológica, sino el control soberano sobre decisiones que afectan directamente a la supervivencia y la estabilidad del país. La recalibración saudí —y del Golfo Pérsico en general— no busca la confrontación ni una ruptura total con Occidente, sino un nuevo equilibrio.
El objetivo no es formar bloques ideológicos ni erigir muros de exclusión, sino crear un sistema más pragmático, abierto al diálogo y gestionado por los propios actores regionales. En ese modelo, Irán debe ser incluido no por simpatía, sino por necesidad estratégica.
Hacia un nuevo paradigma regional
Esta reconfiguración de prioridades define un contexto donde la seguridad deja de ser un bien transaccional para convertirse en una responsabilidad soberana. Ya no hay espacio para alianzas rígidas ni para órdenes unilaterales impuestas desde el exterior. La nueva arquitectura se construye desde la negociación constante, el reconocimiento mutuo y la autonomía estratégica.
Estados Unidos, si desea conservar relevancia, deberá repensar su papel: de tutor a socio, de garante exclusivo a interlocutor entre iguales. Solo desde esa transformación podrá abrirse paso un diálogo real y útil.
Conclusión
La negativa de Arabia Saudí a entregar interceptores a Israel durante la reciente crisis con Irán es un síntoma claro de la pérdida de hegemonía estadounidense en Asia Occidental y de la afirmación de una soberanía regional en expansión. Este cambio no solo altera el mapa geopolítico, sino que obliga a repensar las relaciones internacionales desde una lógica de respeto, autonomía y corresponsabilidad.
El tiempo del paraguas automático ha terminado. El futuro regional estará definido por actores que, en su pluralidad y divergencias, se hacen cargo de su propio destino en un mundo más multipolar y menos previsible.
Catar, Arabia Saudita y Egipto firman declaración que llama a Hamás a desarmarse y abandonar Gaza en la conferencia de la ONU sobre la solución de dos estados
Países árabes, incluidos Catar, Arabia Saudita y Egipto, han firmado una declaración que llama a Hamás a desarmarse y poner fin a su gobierno en Gaza, en un intento por terminar la devastadora guerra en el territorio palestino.
Diecisiete países, además de la Unión Europea y la Liga Árabe, respaldan un texto de siete páginas acordado en una conferencia de las Naciones Unidas para reactivar la solución de dos estados para Israel y los palestinos.
“En el contexto de poner fin a la guerra en Gaza, Hamás debe terminar su gobierno en Gaza y entregar sus armas a la Autoridad Palestina, con compromiso y apoyo internacional, en línea con el objetivo de un Estado palestino soberano e independiente,”
dice la declaración.
El texto también condena los mortales ataques de Hamás contra Israel el 7 de octubre de 2023, que desencadenaron la guerra.
Francia, que copreside la conferencia junto con Arabia Saudita, califica la declaración como “histórica e inédita.”
“Por primera vez, países árabes y de Medio Oriente condenan a Hamás, condenan el 7 de octubre, llaman al desarme de Hamás, piden su exclusión del gobierno palestino y expresan claramente su intención de normalizar relaciones con Israel en el futuro,” dice el ministro francés de Asuntos Exteriores Jean-Noel Barrot.
El texto, copatrocinado por Francia, Gran Bretaña y Canadá, entre otras naciones occidentales, también llama al posible despliegue de fuerzas extranjeras para estabilizar Gaza tras el fin de las hostilidades.
¿Está Europa presionando por un Estado palestino o por la rendición palestina?
Malek al-Khoury
El tardío reconocimiento europeo del Estado palestino es una maniobra geopolítica descarada, parte de un impulso más amplio de normalización que margina la liberación palestina, al tiempo que presenta la derrota como un avance diplomático. ¿Estamos presenciando el nacimiento de un Estado? ¿O la declaración de su derrota?
Desde su creación en 1948, Israel nunca ha operado dentro de fronteras fijas. La expansión siempre ha sido su doctrina, no limitada por la ley, sino impulsada por la fuerza y respaldada por el inquebrantable apoyo occidental. Israel se ha negado a definir sus fronteras durante casi ocho décadas porque su propia identidad está arraigada en una ambición colonial que nunca ha cesado del todo.
Desde la Nakba (catástrofe) hasta la Naksa (revés), desde las invasiones territoriales hasta la anexión de Jerusalén, los Altos del Golán y
Cisjordania , el Estado ocupante ha seguido
redefiniendo sus fronteras en función del poder, no de la legitimidad.
Este proyecto expansionista sólo se ha fortalecido con el ascenso de la corriente mesiánico-nacionalista dentro de Israel, que ve el control total sobre el “Gran Israel” como un derecho histórico que no puede ser comprometido.
Hoy, 77 años después de la Nakba, Israel ha avanzado a toda velocidad en su expansión: despojando a los palestinos, destruyendo pueblos y aldeas enteras, consolidando asentamientos judíos ilegales e imponiendo el apartheid. Sin embargo, paradójicamente, estados europeos como Francia y el Reino Unido se preparan para
reconocer un "Estado palestino" precisamente cuando la geografía política palestina está más fragmentada y cuando el proyecto sionista alcanza su máximo auge.
Entonces, ¿qué significa realmente este reconocimiento? ¿Es un logro estratégico para los palestinos o una estratagema diplomática que presenta la rendición como un éxito?
Un Estado sin fronteras, un proyecto sin restricciones
La
Declaración Balfour de 1917 marcó el lanzamiento formal de un proyecto colonial de asentamiento en Palestina. Lo que siguió no fue inmigración, sino una desposesión calculada, desde las confiscaciones de tierras y masacres facilitadas por los británicos hasta las expulsiones masivas de la Nakba de 1948, que
llevó a una limpieza étnica de más de 750.000 palestinos.
Esto no fue mero colonialismo. Fue un reemplazo étnico: se apropiaron tierras bajo protección imperial y luego se conquistaron militarmente. Esta campaña nunca terminó. Continuó con la ocupación de Gaza, Jerusalén y Cisjordania, y se intensificó después de 1967. El objetivo de Israel nunca ha sido la coexistencia. Siempre ha sido
la supremacía judía .
El Plan de Partición de la ONU de 1947 (
Resolución 181 ) otorgó más del 55 % de la Palestina histórica al movimiento sionista, a pesar de que los judíos poseían solo el 6 % del territorio. El movimiento sionista lo aceptó en teoría para obtener legitimidad internacional, pero inmediatamente violó sus términos y ocupó por la fuerza el 78 % del territorio.
Hasta la fecha, el Estado de ocupación no ha adoptado una constitución formal, debido a que basarse en el Plan de Partición habría limitado sus ambiciones expansionistas. La doctrina sionista nunca reconoció fronteras definitivas, sino que estableció un Estado sin fronteras oficiales, ya que sus ambiciones se extienden más allá de la geografía palestina e incluyen partes de Jordania, Siria, Líbano y Egipto.
El debate interno en Israel sobre la declaración de un “Estado judío” no es meramente un argumento legal, sino un intento de solidificar una identidad excluyente y basada en el reemplazo, que consagra legalmente la discriminación racial y niega a los palestinos su condición de pueblo indígena.
El realineamiento de la resistencia: el 7 de octubre y el cambio hacia los dos Estados
El terremoto provocado por
la Operación Inundación de Al-Aqsa sacudió no solo a Israel, sino también el discurso político del movimiento palestino. Sorprendentemente, las facciones palestinas, incluido Hamás, han comenzado a expresar explícitamente su apoyo a la "Solución de Dos Estados" tras años de insistir en la liberación de la Palestina histórica en su totalidad.
En una declaración sin precedentes, el alto funcionario de Hamás, Khalil al-Hayya, dijo en mayo de 2024:
“Estamos dispuestos a participar positivamente en cualquier iniciativa seria para una solución de dos Estados, siempre que implique un verdadero Estado palestino con las fronteras de 1967, con Jerusalén como su capital y sin asentamientos”.
Esta adaptación táctica señala un cambio significativo. Tras décadas de insistir en la liberación total, actores palestinos clave ahora consideran abiertamente un Estado truncado. ¿Refleja esto un cambio en la dinámica de poder? ¿O un realineamiento impuesto bajo presión regional e internacional?
El reconocimiento como palanca: Francia, Arabia Saudita y la normalización
La semana pasada, en una
publicación en X, el presidente francés, Emmanuel Macron, dijo:
En consonancia con su compromiso histórico con una paz justa y duradera en Oriente Medio, he decidido que Francia reconocerá el Estado de Palestina. Haré este anuncio solemne ante la Asamblea General de las Naciones Unidas el próximo septiembre… Necesitamos un alto el fuego inmediato, la liberación de todos los rehenes y una ayuda humanitaria masiva para el pueblo de Gaza. También debemos garantizar la desmilitarización de Hamás, asegurar y reconstruir Gaza. Y, por último, debemos construir el Estado de Palestina, garantizar su viabilidad y asegurar que, al aceptar su desmilitarización y reconocer plenamente a Israel, contribuya a la seguridad de todos en la región. No hay alternativa.
El reconocimiento anticipado por Francia de un Estado palestino en septiembre no responde a principios, sino a una maniobra geopolítica dura y fría. Parecería que París busca estrechar lazos con Riad, que ha condicionado
la normalización con Tel Aviv para avanzar en la cuestión palestina. El reconocimiento francés es, por lo tanto, una señal calculada a Arabia Saudí, no un gesto de solidaridad con los palestinos.
En esta ecuación, Palestina se convierte en moneda de cambio. Su condición de Estado no se afirma como un derecho, sino que se presenta como una condición previa en los acuerdos de normalización entre las monarquías árabes y el Estado de ocupación.
Alineaciones estratégicas: El eje Ankara-Londres
Un tercio de los diputados piden al primer ministro británico, Keir Starmer, que reconozca a Palestina, lo que también aumenta la presión sobre Londres.
En un comunicado, Starmer dijo:
Junto con nuestros aliados más cercanos, trabajo en una vía hacia la paz en la región, centrada en las soluciones prácticas que marcarán una diferencia real en la vida de quienes sufren en esta guerra. Esta vía establecerá los pasos concretos necesarios para convertir el alto el fuego, tan necesario, en una paz duradera. El reconocimiento de un Estado palestino debe ser uno de esos pasos. Soy inequívoco al respecto.
Gran Bretaña tampoco avanza hacia el reconocimiento por lucidez moral, sino para reforzar su eje estratégico posbrexit con Turquía. Ankara,
socio comercial clave de Israel y apoyo político de Hamás, considera el reconocimiento de Palestina una herramienta para elevar su posición regional y su influencia energética. Para Londres, profundizar los lazos con Turquía promete dividendos económicos y geopolíticos. El resultado es una vía de reconocimiento convergente entre París y Riad, y entre Ankara y Londres.
Así, se están formando dos ejes informales: París-Riad y Ankara-Londres, ambos convergentes en el reconocimiento de un Estado palestino. Sin embargo, ninguno de los dos ejes lo aborda desde una convicción de principios en los derechos palestinos, sino desde la perspectiva del poder, la influencia y la realpolitik.
El Estado palestino: reconocimiento sin soberanía
Incluso si todos los países europeos reconocieran a Palestina, sería poco más que un simple simbolismo sin una implementación efectiva. No habría fronteras definidas para el Estado, ni control sobre su propio territorio, ni se frenarían las políticas de expansión de asentamientos ni de anexión del Estado ocupante.
Tel Aviv rechaza por completo esta premisa. El primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, ha
insistido en que cualquier futuro Estado palestino sería una plataforma para destruir a Israel y que el control soberano de la seguridad debe permanecer en manos de Israel. Ha descartado reiteradamente el retorno a las condiciones previas al 7 de octubre.
La realidad es que el 68 % de Cisjordania, clasificada como Área C, permanece bajo pleno control israelí. Más de 750.000 colonos se encuentran incrustados en ese territorio, bajo la plena protección del ejército de ocupación. ¿Cómo puede existir un Estado en un territorio ocupado y fragmentado, bajo asedio constante y sin soberanía?
“Acabo de regresar de una gira de conferencias alrededor del mundo y puedo decir con confianza que la imagen y la posición global de Israel están en su punto más bajo de la historia”, escribe el periodista israelí Ben-Dror Yemini.
Pero a pesar de esto, el gobierno de extrema derecha de Netanyahu está redoblando sus esfuerzos: presiona para lograr la anexión total de Cisjordania ocupada, busca nuevos puntos de apoyo territoriales en el Sinaí, el sur de Siria e incluso
Jordania , mientras mantiene posiciones militares en el sur del Líbano.
La marca global de Israel puede estar erosionándose, pero su proyecto estratégico está avanzando.
Si Israel se está expandiendo y afianzando, mientras el movimiento palestino reduce sus demandas y los estados regionales normalizan sus relaciones, ¿qué se ha logrado exactamente?
Las facciones de la resistencia que antes rechazaban la existencia de Tel Aviv ahora proponen la creación de un Estado en sus propios términos. El reconocimiento europeo no tiene fuerza. Los asentamientos crecen. El desplazamiento continúa. Esto no es liberación. Es el entierro del sueño bajo el disfraz de la diplomacia.
La solución provisional se convertirá en el acuerdo final. El «Estado» palestino se convierte en un eufemismo diplomático: una estructura vacía alabada en los discursos, pero negada en la práctica.