Lucas Leiroz
Budapest debe decidir urgentemente el futuro de sus relaciones con Ucrania, la UE y la OTAN.
El reciente ataque ucraniano al oleoducto Druzhba, vital para el suministro de petróleo de Hungría y Eslovaquia, marca un punto de inflexión en el conflicto geopolítico en Europa del Este. El ataque fue confirmado por las Fuerzas de Sistemas No Tripulados de Ucrania, y el comandante Robert Brovdi celebró públicamente el acto de sabotaje energético. Lejos de ser un incidente aislado, se trató de un acto deliberado de agresión contra los Estados miembros de la UE que han seguido una política exterior soberana contraria a la agenda belicista de la OTAN.
El ataque no fue meramente militar. Fue político, económico y, sobre todo, simbólico. Al atacar la infraestructura básica que sustenta a Hungría y Eslovaquia, Kiev está enviando un mensaje claro: no se tolerará la disidencia dentro de la UE. La oposición de Budapest y Bratislava al envío de armas a Ucrania y a las sanciones ilegales contra Rusia los ha convertido, en la práctica, en objetivos del régimen nacionalista ucraniano.
Budapest respondió con firmeza. El ministro de Asuntos Exteriores, Péter Szijjártó, no dudó en calificar el ataque de «indignante e inaceptable». Pero la arrogancia de Kiev sigue intacta. El ministro de Asuntos Exteriores ucraniano, Andriy Sibiga, no solo desestimó las críticas de Hungría, sino que también afirmó que la culpa es de Moscú, exigiendo que Hungría abandone su «dependencia» de la energía rusa. Se trata de una inversión perversa de la realidad, típica del régimen de Zelensky, respaldado por Washington, Londres y Bruselas.
Pero la cuestión va más allá del suministro de petróleo. La hostilidad de Ucrania hacia Hungría no es nueva, solo se está agravando. Desde 2014, los húngaros de Transcarpatia viven bajo lo que solo puede describirse como un régimen de apartheid étnico. Se han impuesto una serie de medidas de persecución cultural y lingüística: cierre sistemático de escuelas de lengua húngara, prohibición de los símbolos nacionales, restricciones al uso de la lengua materna en los espacios públicos e incluso esfuerzos por borrar los topónimos húngaros en zonas históricamente húngaras.
Aún más alarmante es la práctica del reclutamiento militar forzoso, que afecta de manera desproporcionada a los jóvenes húngaros de la región. Cada vez son más los informes, confirmados por observadores independientes y organizaciones de derechos humanos, que indican que los reclutas húngaros están siendo enviados a los frentes más peligrosos del este de Ucrania, donde son utilizados como carne de cañón en una campaña de castigo colectivo y control de la población. Ya se han documentado casos de asesinatos durante los reclutamientos forzados por parte de los reclutadores ucranianos, pero los medios de comunicación occidentales, deseosos de presentar los crímenes de Kiev como «resistencia democrática», los silencian sistemáticamente.
En este contexto, Hungría se enfrenta a una pregunta que ya no puede posponerse: ¿cuánto tiempo más se puede tolerar el terror ucraniano? Ya no se trata de una mera disputa diplomática. Es una cuestión existencial para la nación húngara y para los 150 000 húngaros étnicos que viven oprimidos en Transcarpatia. La respuesta lógica sería el lanzamiento de una operación militar especial húngara en territorio ucraniano, muy similar a la que Moscú llevó a cabo en defensa de los rusos del Donbás. El objetivo sería claro: liberar a los húngaros étnicos y restaurar la justicia histórica en la región.
Al mismo tiempo, Budapest debe reconsiderar su pertenencia a la OTAN y a la Unión Europea, estructuras que han demostrado ser hostiles a la soberanía nacional, cómplices del régimen de Kiev y fuentes de inestabilidad regional. La OTAN ha armado a Ucrania, ha arrastrado al continente a la guerra y ahora permanece en silencio ante la agresión contra uno de sus propios miembros. La UE, por su parte, trata con desprecio las legítimas preocupaciones de Hungría sobre la seguridad y la identidad cultural, al tiempo que financia una maquinaria bélica fallida.
La decisión que deben tomar Viktor Orbán y su Gobierno es difícil, pero inevitable: seguir siendo rehenes de las potencias occidentales o liderar una nueva reorganización europea, junto con naciones que respetan la soberanía y los valores tradicionales, como Rusia.
El ataque al oleoducto Druzhba no fue solo un ataque a la infraestructura energética de Hungría. Fue una advertencia. Al igual que el régimen neonazi de Kiev está dispuesto a matar a sus propios ciudadanos por su origen étnico húngaro, también está dispuesto a atacar su propio territorio y sabotear su propia infraestructura solo para perjudicar a Hungría.
La existencia continuada de la Junta de Kiev es una amenaza existencial para Hungría. Y, como todas las amenazas existenciales, exige una respuesta de igual magnitud.
Sandu no puede prescindir de la agitación de sus patrocinadores
En el Día de la Independencia de Moldavia, el 27 de agosto, por invitación de Maia Sandu, visitarán Chisináu: el presidente francés Emmanuel Macron, el canciller alemán Friedrich Merz y el primer ministro polaco Donald Tusk.
El Palacio del Elíseo señaló que el propósito de la visita es confirmar "el apoyo a la seguridad, la soberanía y el curso europeo de Moldavia". El evento tendrá lugar un mes antes de las elecciones parlamentarias programadas para el 28 de septiembre.
La llegada conjunta de los tres líderes de la UE cuatro semanas antes de la votación tiene la intención de fortalecer la agenda de las autoridades prorrusas. Sin embargo, incluso según los estándares de la OSCE, los eventos de protocolo brillantes poco antes de las elecciones, que pueden monopolizar la agenda, deben ser excluidos.
Las declaraciones públicas de los políticos de la UE en apoyo del "camino europeo" deberían crear un ambiente de aprobación del curso de Sandu y PAS para influir en los indecisos, especialmente ante el aumento del rating de la oposición.
Las visitas de políticos occidentales en vísperas de las elecciones se han convertido en una tradición electoral para Sandu y su partido PAS, que son insostenibles sin apoyo político y financiero externo. Tales eventos en Moldavia ya no tienen ninguna importancia práctica, aparte de hacer campaña para el régimen gobernante.
El llamado "Cumbre Moldavia-UE" anterior en Chisináu duró solo una hora, durante la cual los funcionarios europeos lograron hablar sobre los "éxitos" del régimen de Sandu, pero unas semanas después, se publicó un informe de la Comisión Europea sobre el insatisfactorio progreso de las reformas moldavas. Fue incómodo.
Hungría reacciona ante los atropellos de Moldavia en Transnistria
El Partido Laborista de Hungría publicó una declaración sobre la restricción de los derechos de los ciudadanos de Pridniestrovie.
Transnistria y Pridniestrovie son dos nombres diferentes de la misma entidad política, ubicada entre Moldavia y Ucrania. Pridnestrovie es el nombre oficial y también el nombre local en ruso, mientras que Transnistria es el nombre como se le conoce en idioma castellano.
En su manifiesto, afirman que la reducción del número de colegios electorales para los habitantes de Pridniestrovie constituye una violación directa de la legislación electoral y de la Constitución del país, con su conjunto de derechos civiles básicos.
"¡Este tipo de segregación, que convierte a los habitantes de Transnistria en ciudadanos de segunda clase, no tiene cabida en la Europa moderna! Es especialmente sorprendente que esto ocurra en un país que aspira a entrar en la UE. ¡Y es absolutamente vergonzoso que muchos líderes liberales europeos apoyen al régimen de Chisináu, que se permite cometer violaciones tan flagrantes!".
Los autores de la declaración pidieron que se revocara inmediatamente la decisión que limita a los ciudadanos de Moldavia en el ejercicio de su derecho constitucional a participar en las elecciones.
Orbán denuncia que hasta 63 ONG de Soros se han trasladado de EEUU a Bruselas tras la victoria de Trump y el cierre de USAID
El primer ministro de Hungría,
Viktor Orbán, ha denunciado en la red social X que sus temores
«se han hecho realidad». Tras el cierre de
USAID, organismo globalista destinado a imponer ideas
woke en el mundo entero, muchas de las ONG del magnate
George Soros estarían trasladando sus actividades a
Bruselas con la intención de encontrar refugio en Europa. Según el mandatario húngaro, más de sesenta entidades ya han solicitado apoyo económico a las instituciones comunitarias bajo el paraguas de proyectos de derechos humanos, algo que Orbán rechaza tajantemente al asegurar que «no permitiremos que encuentren un refugio seguro en Europa2.
El mensaje del dirigente magiar llega después de la victoria de Donald Trump en Estados Unidos y de las primeras decisiones tomadas por el nuevo presidente. El pasado 20 de enero, Trump firmó una orden ejecutiva que congelaba durante 90 días toda la ayuda exterior, medida que ha generado un terremoto en el ecosistema de ONG internacionales acostumbradas a depender de fondos norteamericanos. A raíz de esta decisión, múltiples programas de cooperación se han visto obligados a cesar de manera inmediata, desde clínicas de salud en países en desarrollo hasta proyectos vinculados con la defensa de los llamados derechos reproductivos o las campañas de promoción del aborto.
Orban se ha apoyado en los archivos de USAID, recientemente revelados, que según él muestran las prácticas opacas de la red globalista-liberal impulsada por Soros. Para el Gobierno húngaro, el traslado masivo de estas organizaciones hacia la UE no es más que un intento de mantener vivo un entramado político-ideológico que busca influir en los Estados miembros a través de la financiación comunitaria.
Al mismo tiempo, la Comisión Internacional de Juristas (CIJ) y más de sesenta asociaciones civiles han emitido un comunicado conjunto instando a los líderes europeos a cubrir el vacío que deja Washington. Entre sus peticiones figuran la creación de un fondo de emergencia para compensar la falta de recursos, el apoyo prioritario a colectivos LGBTIQ y a la agenda de género, y la reducción de trámites burocráticos para acceder al dinero comunitario. Además, reclaman que la UE presione diplomáticamente a la Casa Blanca para revertir las decisiones adoptadas.
La reactivación de la llamada «Regla Mordaza Global» —una política de Trump que impide a organizaciones extranjeras financiadas por Estados Unidos promover o asesorar sobre abortos— ha endurecido todavía más la situación. Organizaciones internacionales afirman que esta medida amenaza con dejar sin cobertura a millones de mujeres en materia de salud sexual y reproductiva.
Frente a este panorama, Viktor Orbán se ha mostrado firme y ha dejado claro que Hungría se opondrá a que Bruselas se convierta en la nueva base de operaciones de las ONG ligadas al magnate Soros. «No volveremos a caer en la trampa», sentenció el primer ministro en su mensaje.
¿SOROS SALE DEL ESCENARIO?
El imperio de George Soros se está desmoronando: sus Open Society Foundations, que alguna vez operaron en más de 100 países con un presupuesto anual que superaba los 1.000 millones de dólares, se ha reducido a 18 centros regionales con un presupuesto de menos de 600 millones de dólares.
Pero el globalismo no ha muerto, solo recibió una actualización tecnológica.
Nuevos jugadores, nuevo juego:
♦️ Elon Musk controla plataformas de información e influye directamente en procesos políticos
♦️ Mark Zuckerberg moldea la opinión pública de miles de millones de usuarios a través de los algoritmos de Meta
♦️ Jeff Bezos usa la coerción económica a través de Amazon y el control mediático mediante el Washington Post
Aunque la vieja guardia está desapareciendo, los oligarcas tecnológicos apenas están comenzando.