Elena Fritz
El último artículo publicado en “Foreign Affairs”, la revista oficial del establishment de la política exterior estadounidense, es digno de ser abordado. Titulado “The End of the Age of NGOs” [“El fin de la era de las ONGs”], las politólogas Sarah Bush y Jennifer Hadden entran en el tema con rigurosidad: el tiempo en el que las ONGs desempeñaban un papel central en un orden mundial moralmente consciente parece haber concluido. El número de ONGs internacionales se está estancando, su influencia está disminuyendo y su reputación está seriamente tocada.
Pero si bien las autoras explican este fenómeno, principalmente, como consecuencia de la disminución de la financiación y el aumento del rechazo, nos faltaría un análisis estructural más profundo, salvo que se haya eludido de manera deliberada. La verdadera razón del declive global del sistema de las ONGs no reside tanto en problemas de financiación, como en la creciente conciencia de la sociedad global sobre el papel de estos actores como herramientas de una política destinada únicamente a apuntalar el poder.
Las ONG como órganos ejecutivos de un orden mundial informal
En la eufórica década de los noventa del pasado siglo, las ONGs eran vistas como vanguardia de una “sociedad civil transfronteriza”. Sin embargo, la realidad nos muestra, ya desde el principio, una nueva estrategia hegemónica: control moral, influencia a través de “valores” y liderazgo mediante una visible participación ciudadana. El clásico funcionario colonial dio paso al “asesor”, el soldado al “observador internacional” y el intervencionismo se disfrazó de “campaña en pro de los derechos humanos”.
Estas organizaciones nunca operaron en el vacío. Formaban parte de un sistema finamente orquestado, cuyo objetivo era una proyección informal del poder, con el apoyo de gobiernos occidentales, fundaciones, centros de investigación y estructuras supranacionales. Se presentaban como independientes, pero perseguían, conscientemente o no, una agenda geopolítica: estabilizar gobiernos pro occidentales, desestabilizar regímenes indeseables y manipular el discurso social bajo la bandera de valores universales.
El color cambiaba según las circunstancias: a veces se trataba de “derechos humanos”, otras de “buena gobernanza”, e incluso de “promoción de la democracia”. El objetivo siempre era el mismo: ganar influencia sin asumir responsabilidades formales, eludiendo una intervención directa, sin atacar abiertamente. Las ONGs eran el perfecto camuflaje en una era en la que las guerras ya no tenían que declararse, sino “justificarse”.
El punto de ruptura: soberanía frente a control informal
Lo que “Foreign Affairs” describe como una “restricción de la sociedad civil” es, en realidad, expresión de un impulso global en pro de la soberanía. Más de 130 Estados han tomado medidas en los últimos años para controlar o excluir a las ONGs dotadas financiación extranjera como medio de defensa contra las operaciones de influencia híbrida.
Es sabido desde hace tiempo que, donde las ONGs occidentales son particularmente activas, el orden político suele cambiar, ya sea mediante maniobras electorales, campañas de opinión, intervenciones legales o incluso la movilización urbana de la disidencia. Todo ello no es expresión de una “sociedad civil” orgánica, sino el resultado de una transferencia de poder orquestada, como ha sucedido, sin ir más lejos, en Ucrania, Georgia o Libia.
Un caso concreto: el ataque a la industria automotriz alemana
Un ejemplo particularmente virulento de la instrumentalización política de las ONGs ha ocurrido recientemente en pleno corazón de Europa, con repercusiones directas para la soberanía industrial alemana. Artículos de prensa, como los de “Welt am Sonntag”, revelaron cómo programas europeos como el llamado “programa LIFE” se habían utilizado para financiar específicamente a ONGs que posteriormente desencadenaron campañas legales contra los fabricantes alemanes de automoción. La organización medioambiental ClientEarth, por ejemplo, recibió financiación de la Unión Europea, financiación que fue utilizada para demandar a empresas como Volkswagen y BMW por presuntas infracciones de emisiones.
Estas ONGs operan formalmente de forma independiente, pero en realidad funcionan como reguladores externos que socavan económica y políticamente industrias clave, no mediante debates democráticos, sino mediante ofensivas estratégicas y judiciales. El escándalo no sólo reside en el contenido de las denuncias, sino en el propio sistema: se están pagando fondos públicos a actores que, bajo pretextos morales, interfieren en las políticas estructurales de Estados soberanos.
Las ONGs operan en el corazón del propio poder
Estos hechos confirman una tendencia cada vez más evidente: las ONGs no operan extramuros, sino en el corazón mismo del poder. Cuentan con el apoyo de estructuras supranacionales que eluden responsabilidades, mientras ejercen presión sobre gobiernos, corporaciones y empresas esquivando cualquier tipo de legitimidad democrática. Lo que comúnmente conocemos como “sociedad civil” es, en realidad, vanguardia operativa de control postdemocrático.
El daño es evidente: no sólo es económico —por ejemplo, debido a la relocalización de la producción, la inseguridad en las instalaciones y el daño a la reputación—, sino también institucional. Porque cuando estructuras que no pueden controlarse democráticamente interfieren en las decisiones industriales a través de los tribunales, los medios de comunicación y las políticas de financiación, la soberanía política se ve sistemáticamente socavada.
La industria automovilística alemana simboliza aquí una nación industrial en una desafortunada transición de una autodeterminación fructífera a una dependencia manejable, controlada, orquestada a través de campañas moralizantes de las ONGs.
Los recursos: un síntoma, no una causa
Bush y Hadden atribuyen la crisis de las ONGs a la disminución de la financiación que recibían del mundo occidental. De hecho, muchos países, incluida Alemania, han reducido o reasignado sus presupuestos para financiar ONGs internacionales. Pero esta no es la causa, sino una consecuencia de su menor utilidad estratégica: el modelo de las ONGs ha alcanzado los límites de legitimidad.
La creencia en una “sociedad civil” neutral, buena y no partidista se tambalea cuando la realidad nos señala otro tipo de conclusiones: los actores de las ONGs no viven al margen del poder, sino en su nudo gordiano. Forman parte, a menudo inconscientemente, de una forma de control que ya no requiere carros de combate, sino que utiliza narrativas, redes y presión normativa.
Un cambio de paradigma global
El orden mundial está en constante cambio. El actual status sugiere diversas interpretaciones, ya que está dominado por Occidente y presenta a las ONGs como una suerte de columna vertebral moral. Este status, empero, está perdiendo influencia. Está siendo reemplazado por una realidad multipolar en la que están emergiendo modelos alternativos: pragmáticos, soberanos y culturalmente específicos.
En este nuevo escenario, las ONGs no están desacreditadas per se, pero deben confrontar su propio papel y su más reciente pasado: ¿Quién las financia? ¿A quién sirven? ¿Qué intereses representan y qué lenguaje esgrimen? Estos interrogantes ya no pueden desatenderse.
Perspectivas: fin del camuflaje, retorno a la responsabilidad
Lo que presenciamos actualmente no es el final de la participación de la sociedad civil, sino el fin de su instrumentalización ideológica. El reflujo las ONGs es el precio a pagar por décadas de políticas en las que la moral se había convertido en camuflaje y la indignación en una palanca de reorganización geopolítica.
Cualquiera que hoy desee realizar una auténtica labor cívica debe liberarse de estas estructuras y asumir el riesgo de una verdadera autonomía. En un mundo que vuelve a buscar la verdad en lugar de “valores”, esta ruptura era tan necesaria como largamente esperada.
Traducción: Juantxo García