Editoriales Antiguos

NÚMERO 102. Elecciones europeas: un ‘test de resistencia’ para el actual modelo político

Elespiadigital | Lunes 24 de febrero de 2014

En realidad, los ciudadanos españoles saben muy poco de las instituciones políticas europeas. Con el problema añadido de que, de lo poco que de una u otra forma conocen, tienen una pésima opinión.

Quizás lo más claro a ese respecto es, simplemente, que cada cinco años son llamados a las urnas para elegir a sus representantes en el Parlamento Europeo. Una institución teóricamente similar a las cámaras y asambleas legislativas de España pero, a la postre, con funciones más confusas y supeditadas a los sucesivos Tratados de la UE en continua reforma (Lisboa 2007, Niza 2001, Amsterdam 1997, Maastrich 1992…); de manera que toda su acción política y normativa queda ‘flotante’ y alejada del interés próximo y más concreto de los electores, al menos en nuestro país.

Salvando el tema de la moneda común europea (o casi común) y la libre circulación de personas, bienes y servicios dentro de la UE (suprimidas las fronteras tradicionales con todos sus aspectos positivos y negativos), lo que se percibe a nivel de calle es que esa teórica unidad europea encubre aún más burocracia y más manipulación supranacional por parte de su aparato político y administrativo, y menos control por parte de los representados que en el ámbito nacional. Y ello al margen de las notables lagunas que todavía existen en aspectos sustanciales como la supervisión de la banca, la política monetaria, la política exterior, la defensa… 

Por otra parte, las diferentes características estructurales y las condiciones en las que se mueven los distintos países comunitarios (desde la poblacional y la ‘renta per cápita’ o PIB ‘per cápita’, hasta la fiscalidad o la educación) ya chocan de forma notable con su peso político específico en la UE.

Baste observar al respecto como Luxemburgo, por ejemplo, que es el país con mayor ‘renta per cápita’ (más de 82.000 dólares) sólo cuenta con seis escaños en el Parlamento Europeo, de un total de 751, mientras Alemania, con un mismo tipo de renta que no llega a 36.000 dólares, es el país con mayor número de escaños (96); que los dos países con menor PIB ‘per cápita’, Rumanía (con 12.580 dólares) y Bulgaria (con 12.341 dólares), tengan asignados respectivamente nada menos que 33 y 18 escaños; o que los tres países que reciben más ayudas de los fondos de cohesión europeos (Polonia, España y Hungría), sumen 127 escaños frente a la mucho más exigua representación de países que las prestan.

Punto y aparte merecen otras consideraciones sobre el expansionismo de la UE, que alienta, si no las promueve, rupturas de Estados unitarios aledaños con criterios ‘mercantilistas’ interesados y a costa de sangrientas guerras civiles. Al margen del caso de la antigua Yugoslavia, la actual política, más o menos encubierta, de apoyo a la secesión y europeización de la Ucrania occidental (con 40 millones de posibles nuevos consumidores en un entorno productivo obsoleto y sin capacidad de competir con la gran industria europea), es otro ejemplo de juego sucio bajo inspiración alemana para la captación o colonización de nuevos mercados al precio que sea, en términos políticos poco éticos, y que sin ir más lejos choca con el rechazo a otros movimientos ‘independentistas’ (como el de Cataluña) que ya están en el saco comunitario…

EL DESCRÉDITO DE LA POLÍTICA EUROPEA

Pero, al margen del rompecabezas que supone la representación política de los 500 millones de ciudadanos de la UE, el peso de sus países en la gestión común e incluso hasta la propia convicción y sensibilidad europea de unos y otros (muy distintas en el norte, el sur, en Centroeuropa o en las zonas ultra-periféricas), lo sustancial en estos momentos es la mala percepción que, sobre todo en España, se tiene de la política y de los partidos políticos en general, incluida su proyección europea. Aunque sea ahora, con la entrada en vigor del Tratado de Lisboa, cuando el Parlamento se pueda convertir en un colegislador poderoso con un papel más determinante en el diseño de las políticas europeas.

Gerardo Pisarello, profesor de Derecho Constitucional de la Universidad de Barcelona y vicepresidente del Observatorio DESC (Derechos Económicos, Sociales y Culturales), lamenta la paradoja de que para una buena parte de la población las elecciones al Parlamento Europeo carezcan de importancia justo cuando se ha convertido en un campo de batalla decisivo, en una caja de resonancia política importante y en un espacio de contrapoder esencial para los españoles. Y así lo ha explicado en el siguiente artículo de opinión publicado en ElDiario.Es (24/01/2014):

Disputar Europa

Para un sector importante de la población, las elecciones europeas son una convocatoria inservible. Si la clase política local se encuentra bajo severa sospecha, en el caso europeo el juicio es aún más duro. El Parlamento Europeo es percibido como una institución lejana, con competencias misteriosas pero más bien inútiles y un papel marginal en el entramado institucional de la Unión Europea (UE). En parte del imaginario colectivo, su mayor servicio al bien común consiste en haber acogido a políticos retirados, asegurándoles una jubilación plácida, sin sobresaltos. Son este tipo de imágenes las que alimentan, no sin razón, las previsiones abstencionistas. De ahí la tendencia a minimizar la importancia de estos comicios, a tratarlos si acaso como una oportunidad para medir fuerzas locales y para ganar músculo de cara a pugnas electorales posteriores.

Y sin embargo, todo ello ocurre en un momento en el que Europa se ha convertido en un terreno de batalla decisivo. Más, sin duda, que hace cinco años, cuando la expropiación política y económica de las poblaciones del continente -sobre todo del Sur y del Este-, no era tan drástica. Es en la UE, de hecho, donde se fraguan parte de los rescates a entidades financieras que hincharon las burbujas especulativas y que ahora se benefician impunemente de su estallido. Es en la UE donde los hombres de negro y el club de amigos de Goldman Sachs ultiman los planes de austeridad que condenan a millones a la precariedad y a la exclusión. Es en la UE donde los lobbies de las principales transnacionales presionan para limitar la libertad de expresión en la red y otros medios o para laminar los estándares laborales, sociales y ecológicos.

Combatir esta ofensiva desde la propia UE no es fácil. Antes de 1979, el Parlamento europeo estaba integrado por delegaciones de los parlamentos estatales. Esto permitía un vínculo algo más estrecho entre la política local y la comunitaria. Cuando se introdujeron las elecciones directas al Parlamento, los diputados de uno y otro ámbito dejaron de reunirse. El cambio dio pie a una paradoja. Había cuestiones que se discutían en Estrasburgo, pero cuando llegaba el momento de plantearlas en los parlamentos estatales, nadie sabía lo que su propio partido había propuesto.

Este alejamiento, sumado al creciente protagonismo de instituciones sin legitimidad democrática como la Comisión Europea, el Banco Central o el Tribunal de Luxemburgo, acabó por dinamitar el carisma del Parlamento. Daba igual que cada nuevo Tratado recordara la conquista de unas cuantas competencias. La percepción generalizada era que allí había poco que hacer. Esto se reflejó de manera nítida en la participación electoral. En 1979, fue de un 63%. Desde entonces, no ha dejado de caer. 61% en 1984; 58,5% en 1989; 56,8% en 1994; 49,8% en 1999; 45,5% en 2004; 43% en 2009.

Para algunas posiciones críticas, esta tendencia señalaría una línea de actuación: dejar languidecer el Parlamento y replegarse en el ámbito local. El europapanatismo profesado por las elites que se han rendido a la Troika y que en estos días desfilan en los salones de Davos hace comprensible esta reacción. Pero afirmarse sin más en ella puede resultar peligroso.

De entrada, ninguno de los partidos responsables de la actual deriva antidemocrática y autoritaria de la UE -incluidos el PP y el PSOE- dejarán de ir a Estrasburgo a cumplir su papel. La extrema derecha de Marine Le Pen o de Geert Wilders tampoco resignará este espacio. Aborrecerá en público la pérdida de “soberanía nacional” en beneficio de la “tecnocracia de Bruselas”. Pero hará todo lo posible por conseguir en el Parlamento un altavoz que le permita propagar sus causas: atacar a la “plutocracia” mientras pacta con banqueros y grandes empresas, convertir a la inmigración en chivo expiatorio de la crisis o azuzar el chovinismo y la islamofobia.

Los movimientos sociales y sindicales partidarios de una radicalización democrática y las fuerzas transformadoras de izquierdas y ecologistas no pueden dejar el campo libre a estas iniciativas. Ni aquí, ni en Grecia, ni en Portugal, ni en Alemania. Quizás el Parlamento europeo cuente poco y su presencia mediática sea escasa. Pero también puede ser una caja de resonancia y un espacio de contrapoder y resistencia. La experiencia de los últimos años lo atestigua: mientras más controladas estén las instituciones europeas por fuerzas tecnocráticas o reaccionarias, mayor será el sufrimiento y la impotencia de las poblaciones locales, comenzando por las más vulnerables.

Dar batalla en las instancias supraestatales no está reñido con la defensa de la organización desde abajo y de las iniciativas cooperativas en el territorio, en los lugares de trabajo, o en las pequeñas escalas en general. Por el contrario, el fortalecimiento de la democracia en estos ámbitos depende estrechamente de lo que se consiga en escalas más amplias. Para revertir el fraude y la regresividad fiscal, para poner fin a las deudas ilegítimas e impagables, para combatir la xenofobia y la homofobia o para contrarrestar, sencillamente, la oligarquización de la vida política y económica. Llevar la necesidad de una ruptura democrática más allá de las fronteras, denunciar los cantos de sirena del repliegue estatal y crear las condiciones para un proceso constituyente, también europeo, no es sencillo. Pero o se hace desde premisas solidarias, internacionalistas, o la serpiente incubará su huevo racista y anti-igualitario también en el corazón del continente.

EL EFECTO CASTIGO EN LAS ELECCIONES EUROPEAS

Pero la llamada de Pisarello para que la sociedad lleve la batalla política a las instancias europeas, al menos para compatibilizar la acción ciudadana nacional con el control de lo que se cuece en las instituciones comunitarias, cierto es que ahora con un Parlamento más fuerte, no parece que vaya a poder revertir el desánimo de los españoles ante los comicios del próximo 25 de mayo.

Es más, esa previsible falta de participación electoral, que probablemente pueda no llegar al escaso 46% alcanzado en España en 2009 (desde 1979 cada nueva convocatoria ha ido reduciendo continuamente la participación ciudadana), será en si misma significativa del extremo al que está llegando el descrédito de la política -incluso la europea- ante la sociedad a la que debería servir. Cosa peligrosa, porque más allá de que la participación electoral sea escasa, la actitud de desentendimiento social es cada vez mayor, deslegitimadora del sistema de convivencia y, en definitiva, sólo conducente al crecimiento de los partidos más radicales y a los movimientos revolucionarios.

Una situación en la que el arrastre de votos final de los partidos en concurrencia será acreditador del malestar ciudadano. Centrados en el caso español, si además de que voten pocos electores estos lo hacen castigando con severidad a los dos partidos mayoritarios (PP y PSOE), que son los que han llevado el sistema a la hoguera pública, la lección puede sentar cátedra.

En contra de lo que algunos creen, las elecciones europeas no siempre han marcado con claridad la tendencia para los subsiguientes comicios locales o generales), pero sí que miden el clima de la política nacional mucho mejor que las encuestas ‘estimativas’. Es decir que, de cualquier forma, sirven para comprobar el ‘humor’ real y las señales de aviso que emiten tanto los votantes (los electores más comprometidos) como los desmotivados o no votantes.

Y precisamente en esa función, y ante el extremo descrédito de la vida pública española, es en la que los comicios del próximo mes de mayo se pueden mostrar como un verdadero ‘test de resistencia’ del actual modelo político. Con independencia de que los resultados concretos vayan a señalar o no una tendencia en las sucesivas actitudes electorales.

En realidad, los electores aprovecharán esos ‘difusos’ comicios europeos para poner el dedo en la llaga de lo que han hecho o han dejado de hacer en España sus dirigentes políticos, tanto gobernantes como opositores, abstrayéndose del terreno de juego europeo sobre el que ni unos ni otros tampoco han sabido informarles y menos aún educarles. Un escenario en el que, al margen de los votos que cambien de partido, también los que ‘no se den’ (las abstenciones) pueden responder a una respuesta de ‘castigo’ a las políticas consideradas erróneas.

Sin necesidad de ir más lejos, en los últimos comicios europeos (7 de junio 2009), poco después de haber ganado Rodríguez Zapatero sus segundas elecciones generales (9 de marzo 2008), el PSOE ya recibió el varapalo de  sus mentiras sobre la crisis. Así, el PP, inmerso todavía en la zozobra de la segunda derrota electoral de Rajoy, las ganó con una ventaja sobre el PSOE de dos diputados y 528.448 votos (respecto de la anterior convocatoria el PP ganó un 4,3% de votos y el PSOE perdió un 8,9%), sin que a partir de entonces los socialistas pudieran levantar cabeza…

Paréntesis.- Francisco Rubio Llorente, reconocido catedrático jubilado de la Universidad Complutense y actual director del Departamento de Estudios Europeos del Instituto Universitario Ortega y Gasset, dice en un artículo titulado ‘Voto de obediencia y voto de conciencia’ (El País 28/01/2014), y dice bien, que son muchos los países de la Unión Europea cuyos ciudadanos no se sienten representados en sus órganos y que estiman muy insuficiente la legitimidad democrática de sus decisiones. Un artículo de recomendable lectura en toda su extensión para entender la fatal encrucijada en la que se encuentra la actual ‘democracia de partidos’.

¿ABATIRÁN LAS ELECCIONES EUROPEAS A MARIANO RAJOY…?

Como es lógico, ni el PP ni el PSOE van a abrir al público la puerta de sus temores, que los tienen y bien fundados. Porque, con ser muy importante la victoria o la derrota de cada partido, con las cabezas de Rajoy y Pérez Rubalcaba en la picota de las urnas, no lo serán menos el crecimiento posible de la abstención ni la eventual ruptura de la actual hegemonía bipartidista en la política nacional. Es decir, parece que, de cara a su futuro inmediato, no va ser suficiente la victoria del PP sobre el PSOE o viceversa, sino que también habrá de analizarse el desplazamiento relativo al que pueden verse sometidos básicamente por IU y UPyD.

Y, aunque en esta situación previa las dos formaciones mayoritarias van a tener que tragar lo suyo, parece que la pregunta del millón es esta: ¿Van a marcar las elecciones europeas del próximo mes de mayo el principio del fin de Rajoy, al igual que las anteriores anunciaron el hundimiento del PSOE y la trágica derrota personal de Rodríguez Zapatero…?

Lo cierto es que al PP hace tiempo que le ha abandonado el desodorante electoral, hasta el punto de haber perdido ya -como señala la demoscopia política- el apoyo de un tercio de los votantes que le sirvieron en bandeja de plata la mayoría absoluta del 20-N. Y también que en la antesala de las elecciones europeas Rajoy sigue sin mostrarse capaz de resolver los graves problemas que aquejan al país (ni los políticos ni los económicos), ni, antes que otros, los que en particular generan mayor malestar social y aparejan un castigo electoral mayor (desempleo, presión fiscal, congelación salarial, empobrecimiento general de las familias…).

Ello al tiempo que aflora (o más bien estalla) un desánimo notable entre la militancia popular a causa de problemas netamente políticos o de índole interno, como el malestar de las víctimas del terrorismo con el Gobierno (algo que viene de lejos), la corrupción y las luchas intestinas, la reforma de la ley del aborto…, todos mal gestionados y que han generado un torpe desencuentro con su base electoral y sin que se vislumbre solución alguna a corto ni a medio plazo. Un escollo muy difícil de sortear de cara a las inminentes elecciones europeas y que sin duda tendrá consecuencias poco gratificantes para los actuales dirigentes populares.

Ahí están desde el “tomo nota” de José María Aznar hasta la “sorpresa” de Ana Iribar (la viuda de Gregorio Ordóñez) ante la política antiterrorista de Rajoy, por la que “no piensa votarle más”, pasando por el grito generalizado de buena parte de su electorado “el Gobierno desprecia a las víctimas” y concluyendo con la imagen de Juan Antonio Ortega Lara abandonando el PP para fundar Vox. Un partido nuevo desgajado del PP (cosa siempre mala para Rajoy) que algún voto le quitará por la derecha con Alejo Vidal-Quadras de ‘número uno’ y Jaime Mayor Oreja descolgado ostentosamente del cartel popular, mientras UPyD se los quita por el más apreciado espacio centrista…

Una situación agravada también por otras dejaciones políticas sin sentido, como la de no haber querido o sabido responder puntual y eficazmente a las amenazas independentistas de Artur Mas, y que ya han partido por la mitad al PPC, cediendo la delantera electoral a Ciutadans según las encuestas al uso. Y con el delicado punto y aparte de cuál será el comportamiento final de José María Aznar y sus ‘leales’ (que algunos tendrá) dentro de la bronca y el desbarajuste popular.

Con todo, lo previsible es que la fiel infantería del PP, conservadora y más o menos ‘nacional’, no deje de castigar la indolencia y la falta de compromiso político de Rajoy con gran parte de su electorado, al menos absteniéndose el próximo 25 de mayo o incluso votando opciones afines emergentes; mientras el voto centrista prestado a Rajoy el 20-N también le retira aquel favor temporal.

Las encuestas sobre opiniones y actitudes electorales que ya comienzan a estimar los resultados de los próximos comicios europeos en España, hablan de un empate técnico entre los dos partidos mayoritarios, e incluso de una ligera ventaja a favor del PSOE. Pero al mismo tiempo señalan un fuerte crecimiento de IU y UPyD, a costa, claro está, de socialistas y populares, sin olvidar que alguno de los nuevos partidos en liza, como Ciutadans, Equo y Vox, también podrían obtener escaño europeo con poco más del 2% de los votos.

Por ello, esta primera aproximación estimativa, aderezada con factores de malestar ‘vivos’ y algunas posibles ‘movidas’ de partido todavía inconclusas, significa que, de momento, los resultados y su significación política a nivel nacional están en el alero. Razón por la que tanto a los dirigentes del PP como a los del PSOE no les llega la camisa al cuello.

De hecho, la cúpula del PP es plenamente consciente de que una parte muy considerable de sus votantes se han distanciado del partido. Mientras el PSOE maneja encuestas propias que apuntan a una brutal pérdida del 45% de los votos y de 10 eurodiputados sobre los 23 que tiene en la actualidad, y a verse, nada más y nada menos, que superado por IU (algo que choca de forma llamativa con el sondeo preelectoral de Metroscopia del mes de enero, que apuntaba una ventaja de 1,6 puntos del PSOE sobre el PP en un supuesto de participación del 46% similar al de 2009).

Esa misma encuesta anuncia igualmente, como han hecho otras anteriores de distinto origen, un espectacular crecimiento de IU (que multiplicaría por cuatro sus votos obteniendo nueve escaños frente a los dos de 2009) y de UPyD (que triplicaría su porcentaje de votos pasando de uno a cinco). Grandes progresos que pueden aumentar en la medida que el PSOE y el PP sigan en caída libre.

De esta forma, los comicios europeos convocados a solo tres meses vista y cuyos resultados pueden conllevar en efecto un grave descalabro electoral tanto para el PP como para el PSOE, rompiendo el tradicional bipartidismo político, se muestran sin duda más importantes que nunca en su proyección nacional y con posibles consecuencias trascendentales. Y no sólo en relación con la pugna de los partidos aspirantes a gobernar, hasta ahora reservada al PP y PSOE, sino por lo que puedan suponer también como respaldo a los de ámbito autonómico partidarios del independentismo y que incluso lo esgrimirán como estandarte de sus campañas…

¿Confirmarán los resultados de las elecciones europeas una caída en picado del PP, abriéndose entonces el abatimiento del presidente Rajoy dentro de su propio partido para evitar un desastre similar al cosechado por la UCD en la Transición o por el PSOE con el ‘zapaterismo’…? ¿Se podrá ver el PSOE desbordado por IU y, por tanto, en la senda de convertirse en tercera fuerza política…? ¿Saldrán reforzados los partidos independentistas, catalanes y vascos, logrando, además, tener voz propia en el Parlamento Europeo…?

Las respuestas a estas y otras preguntas en estos trascendentales momentos políticos todavía se cuecen en la olla electoral, abierta a los últimos toques del aliño partidista (completar las candidaturas, coaliciones, slogans e ideas-fuerza programáticas, fijar la ‘utilidad’ del voto…). Pero lo que a estas alturas ya se percibe con bastante claridad, es que, más allá de quiénes puedan ganar o perder las elecciones europeas (con un Parlamento convertido en aparcadero de políticos mediocres y burocratizados), en España serán sobre todo un ‘test de resistencia’ del actual modelo político: ya veremos si aguanta o explota.