Hace exactamente un año, el domingo 24 de febrero de 2013, dedicábamos nuestra Newsletter nº 50 al correspondiente debate sobre el ‘estado de la Nación’. Y lo describíamos como una artificiosa pantomima propia de la degeneración intelectual en la que se ha instalado la política, vacua y superficial, afirmando que, como tal debate, ya no tiene audiencia ni crédito social alguno, de exclusivo interés para los beneficiarios de los pesebres partidistas y para quienes viven de la información parlamentaria, que son los mejores cómplices de esa lamentable situación.
Su última versión (la 24 edición desde su instauración), iniciada el pasado 25 de febrero, ha sido un ‘más de lo mismo’ en toda regla. Porque ¿de qué debate estamos hablando si, para empezar, el presidente del Gobierno no reconoce y valora de forma precisa en su discurso inicial los auténticos problemas del país (que son los problemas ciertos de sus ciudadanos) para poder debatir y afrontar, a partir de ellos, las soluciones que requieren…? ¿De qué sirve un debate sobre la situación imaginada de una España que no existe y por tanto perfectamente invisible para la inmensa mayoría de sus ciudadanos, y claramente contradictoria con la real, la que sí conocen y les ahoga en su vida cotidiana…?
Y sin que deje de asombrarnos que el propio Rajoy reconociera en algún momento de su discurso, y lo espetara a la oposición, que “no se puede corregir lo que no se quiere reconocer”. Una clara proyección de su propio error sobre espaldas ajenas y rayano, más allá del lapsus, en una hipocresía política desvergonzada…
VACUIDAD, PREVISIBILIDAD Y FANFARRIA PARLAMENTARIA
El caso es que, como sucedió hace un año, se ha vuelto a tratar, ni más ni menos, que de un debate sobre la irrealidad (sobre ‘la nada’ o sobre el ‘estado de la Nada’). Y más bien de un concurso de habilidades dialécticas y frases ingeniosas, de búsqueda de titulares de prensa oportunistas, por no decir de chascarrillos diversos, para solaz entretenimiento sobre todo del presidente del Gobierno y del jefe de la oposición, con los portavoces de las minorías parlamentarias prácticamente fuera de juego, que infravaloradas por el ventajismo político de las mayorías siguen pintando menos que un cero a la izquierda.
En definitiva y en general, hemos vuelto a soportar un ejercicio de dialéctica política barata, en el que en apariencia termina ganando el más ocurrente o el más agudo, en opinión exclusiva de los medios informativos (la mayoría pagados como corifeos del sistema) y en la más interesada de los mismos partidos en liza. Aunque, con tal práctica, más que ganar uno u otro, todos -incluida la propia democracia- acaben perdiendo ante la opinión pública.
El debate sobre el ‘estado de la Nación’ no es otra cosa que un gratuito enfrentamiento de pura fanfarria parlamentaria, en el que uno de los contrincantes gana al otro de forma contundente o a los puntos, o en el que ambos quedan en tablas, sin que ese resultado tenga nada que ver con lo que los ciudadanos podrían esperar de él, que sólo es el reconocimiento de sus problemas y los acuerdos para instrumentar las soluciones pertinentes.
Pero lo más estrambótico del caso es que, gane quien gane el debate, esas esperadas soluciones nunca llegan. Entre otras cosas porque la aprobación de las ‘propuestas de resolución’ finales (que los palmeros de la vida parlamentaria no dudan en calificar calificar de ‘importantes’) carece de fuerza legal alguna y jamás han servido para nada (por eso hablamos del estado no de la nación sino de la Nada), siendo a la postre un numerito más del teatro parlamentario.
EL TEDIOSO ELECTORALISMO DE SIEMPRE
Y el hartazgo social del debate de marras es tan grande, y sus contenidos son ya tan previsibles, que, incluso antes de comenzar, los comentaristas políticos más avezados se permitieron el lujo de ‘clavar’ crónicas anticipadas de lo que, de forma inexorable, iba a terminar sucediendo. Sin ir más lejos, aquí tienen el artículo de opinión que el experimentado columnista Raúl del Pozo publicó en El Mundo (25/02/2014), justo antes de que el presidente del Congreso de los Diputados, Jesús Posada, diera por abierto el debate y cediera la palabra al presidente Rajoy para hacer su exposición inicial:
Debate del tedio
Los descreídos ven el Debate sobre el estado de la Nación -que han ocultado hasta las vísperas- como un trote retórico, un coñazo. Aburrido, sin morbo, un tiroteo dialéctico de los dos predicadores del bipartidismo.
Mientras, crece la desconfianza hacia los políticos. Los dos partidos grandes necesitan agarrarse el uno al otro para no caerse sobre el sudario de una lona pútrida. Se enrocan en una Constitución sobre la que lo mejor que se dice es que hay que cambiarla.
«No habrá sangre, se tapará con habilidad retórica la turbiedad de la corrupción. Uno hablará de economía y otro de paro, pero a cada uno de ellos le va bien el otro», reconoce un experto.
Son horas para la prudencia y, como dice el periodista político Manuel Sánchez, «de Alfredo y Mariano nos lo sabemos todo: sus tics, sus coletillas, sus gestos». Pasarse la mitad de la vida con el cuerpo en el escaño agota el talento; en una democracia retenida no se renueva la jerigonza. No hay que esperar de estos debates cortesía, tolerancia o ingenio, sino un escaparate de antigüedades.
«Dejadme solo», ha dicho Mariano Rajoy a sus asistencias, como los matadores que quieren triunfar. Ha escrito el discurso de su puño y letra. Si acaso, ha pedido algunos datos, porque será una intervención muy tecnocrática, por lo menos en la primera parte.
Ante un Congreso constituido en plató, intentará reconquistar a la clase media alejada de su proyecto prometiendo algunas rebajas fiscales.
Como orador es eficaz, prefiere las palabras que ayudan a las que gustan. Dirá que hemos dejado atrás el infierno, que la prima de riesgo mejora. En la M-30 se hablará de las elecciones europeas y del posible retoque en el Gobierno. No se sabe a estas alturas si De Guindos se escapa al FMI o si Arias Cañete va a salir del Gobierno para ser candidato a las europeas, a la Presidencia de Europa o a un puesto en la UE. No habrá mucho revuelo con ETA ni con Cataluña. Alfredo y Mariano están de acuerdo en lo esencial.
La Izquierda Plural -verdosos, rojeras, anticapitalistas contra los chacales neoliberales- va a proponer una resolución para derogar el artículo 135 de la Constitución, el que cambiaron Zapatero y Rajoy en una conversación telefónica, cuando acordaron la primacía de la deuda sobre la soberanía. «Pero -les digo-, para eso no tenéis mayoría». «Sí, pero así veremos cómo se retrata el PSOE en el Debate». Y me citan la famosa teoría de John Adams: «Hay dos formas de conquistar y esclavizar a una nación. Una, a través de la espada. Otra, a través de la deuda».
Pero esta crónica de un debate anticipado como cansino, insulso y desde luego políticamente inservible, no ha sido cosa extraña o excepcional. Otros muchos augures informativos adivinaron cuáles serían los puntos esenciales de la postura gubernamental y también, aunque sean menos trascendentes, las críticas de los distintos grupos parlamentarios.
Por poner un ejemplo, Marisa Cruz anticipaba con acierto en El Mundo que el presidente Rajoy destacaría cómo España habría superado la situación de ‘extrema gravedad' y que dibujaría sin mayor precisión los rasgos de una reforma fiscal beneficiosa para familias y discapacitados. Y que la oposición incidiría en el paro y los recortes sociales, el inmovilismo ante el problema catalán y la corrupción del PP...
Así, escribió que los ejes por los que iba a discurrir la intervención inicial de Rajoy, sin límite de tiempo, estaban claros. La economía sería su principal baza, porque no en vano a ella se había dedicado prácticamente en los más de dos años de legislatura transcurrida (desde luego con un balance muy discutible). Puntualizando que la clave de su discurso giraría efectivamente en torno a la idea de que España ha conseguido superar ya la situación de “extrema gravedad” en que se encontraba cuando llegó a la Presidencia del Gobierno, destacando la gestión reformista por él realizada, reconociendo el esfuerzo de los españoles y admitiendo que los progresos aún no son plenamente satisfactorios.
Además, Rajoy intentaría abrir un hueco a la esperanza garantizando que, en los dos años que restan de legislatura -escasos-, los datos positivos que según él ya se detectan en las cifras macroeconómicas evolucionaran hacía una franca mejoría en 2015. Y también era de esperar, como ocurrió, que tratara de vender un futuro económico optimista, elevando las previsiones de crecimiento, apuntando la perspectiva de creación de empleo neto para la segunda mitad de 2014, exhibiendo el incremento de las exportaciones, hablando de la recuperación de la confianza en España y, por supuesto, haciendo hincapié en que se ha alejado definitivamente el fantasma del rescate y se ha reducido la prima de riesgo en 200 puntos…
Con estas bazas en la mano, acompañadas por el anuncio de la agencia Moody’s revisando ligeramente al alza la calificación de España, Rajoy insistiría -anticipaba Marisa Cruz- en tratar de convencer a los electores (porque ese era el objetivo) de que el camino de la recuperación ya se ha iniciado y que más pronto que tarde lo percibirán en su vida cotidiana. No en vano estamos en la antesala de una sucesión de comicios electorales (europeos, locales, autonómicos y legislativos) realmente decisivos para el futuro del presidente del Gobierno, del PP y del propio sistema político.
CUANDO NADIE GANA Y TODOS PIERDEN
Pero, en coherencia con la previsibilidad del discurso inicial de Rajoy, carece de interés volver a analizar y comentar con detalle sus consabidas y frívolas referencias de política macroeconómica, con avances poco visibles o pírricos (cuando no mentirosos) en materia de crecimiento económico, desempleo, créditos de la banca, exportaciones…, y no pocos olvidos de gran interés social (sanidad, educación, aborto…), sin reconocer siquiera la realidad que debe gobernar. Por tanto, parece imposible que pueda priorizar los graves problemas que soporta, remitirlos a la acción de gobierno (todo son intentos de escaso alcance y tardíos), convertido en un consumado maestro en la ocultación de las cifras y datos que más comprometen su nefasta gestión de la crisis económica y sus tremendos recortes sociales, pero exultante a más no poder ante la inocua palabra del líder socialista, abrumado -por no decir hundido- por el peso de su carcomida historia.
Ya se verá, dentro de muy poco, si las nuevas promesas realizadas por Rajoy en su discurso parlamentario del pasado 25 de febrero, responden o no a su compromiso político con la sociedad española, o sólo a los acuerdos adoptados en el Consejo de Europa, a las directrices de la Comisión Europea y a los intereses del establishment empresarial y financiero; si se llegan a instrumentar las reformas institucionales verdaderamente necesarias al país y en la medida adecuada; si se alcanzan más claridad en la lucha contra la corrupción y más decisión en combatir el paro; si se llega a restaurar una economía productiva… Y, en su caso, y al margen de sus cínicas habilidades discursivas, Rajoy remonta o perjudica más la pésima valoración social de su gestión política.
Y tampoco merece mucho la pena comentar la intervención de Alfredo Pérez Rubalcaba en el mismo marco de debate, porque como perfecto ‘muerto viviente’ de la política nacional no merece más consideración que la de sparring-partner parlamentario; un ‘saco de patatas’, en lenguaje boxístico, con el que hacer guantes para conservar con comodidad el título de la categoría frente a la esperanza irremisiblemente perdida del aspirante. Llevan razón los populares cuando afirman que no les interesa la sustitución de Rubalcaba como líder socialista.
Eso sin considerar los enredos internos del PSOE, su desencuentro con el PSC (ganado a pulso por los torpes consentimientos previos de Rodríguez Zapatero), sus enredadas propuestas federalistas con las que pretende agrandar los problemas de la organización territorial del Estado, en vez de reducirlos, y, en fin, su contumaz negativa a afrontar la necesaria catarsis interna que permita a su partido, entre otras cosas sustanciales, poder desprenderse del letal lastre ‘zapateril’…
Rajoy no brilló políticamente (ganar el debate parlamentario aunque sea a los puntos es otra cosa mucho más fácil), pero firme y autocomplaciente, y a pesar de su falta de sensibilidad social, salió vivo de su enfrentamiento con un Rubalcaba eclipsado y sin ideas con las que acompañar su también duras y manidas críticas electoralistas, muy similar al de Izquierda Plural. Cierto es que quedaron patentes las diferencias ideológicas entre ambos, cosa conveniente, pero el apocalipsis no prevaleció sobre el triunfalismo y quizás tampoco éste sobre aquél, de forma que a la pregunta de si el debate lo ganó Rajoy o lo ganó Rubalcaba quizás se debería responder que lo perdieron ambos.
Y ello a pesar de que Rajoy, más allá de la superficialidad de su discurso, haya defendido una realidad económica (o macroeconómica) que no existe; es decir, haya vendido humo y sólo humo, dejando fuera del debate los problemas ciertamente sustanciales del momento. Y de que, en definitiva, carezca de credibilidad, siga alejado de la realidad más evidente, no exhiba la más mínima sensibilidad social y continúe asomado al borde del abismo…
ROSA DÍEZ LE CANTA A RAJOY LAS VERDADES DEL BARQUERO
Lo más llamativo del debate es que, al igual que sucedió en su anterior edición, ha sido la líder de la todavía minoritaria UPyD, Rosa Díez, quien mejor le ha puesto las peras al cuarto a Rajoy, descosiendo las costuras de su discurso triunfalista y mentiroso con hechos, cifras y datos directamente conectados con los intereses y las demandas sociales. Un acierto bien apreciable desde la modestia de su actual posición política y parlamentaria, que el presidente del Gobierno trata de ningunear de forma sistemática con muy poca visión de futuro y demasiada soberbia, a veces rayana en la mala educación.
Cierto es que en el debate de marras Rajoy pudo ganar retóricamente a Pérez Rubalcaba (otra victoria intrascendente de políticos miopes), pero ¿qué valor tiene tal ejercicio dialéctico? ¿Acaso eso interesa a los españoles en la actual situación de crisis general, en la que PP y PSOE, los partidos mayoritarios, deberían trabajar codo con codo para sacar el país adelante…?
La realidad del último debate sobre el ‘estado de la Nada’, es que Rosa Díez puso mejor que nadie el dedo en la llaga y cantó a Mariano Rajoy, con letra y música muy afinadas y comprensibles en términos de calle, las ‘verdades del barquero’, sentando las bases objetivas de lo que debiera haber sido, y que no fue, un verdadero debate sobre la gravísima deriva social por la que marcha el país, ahondando de paso en el desprestigio del Gobierno. Una realidad esencial despreciada por el presidente Rajoy, pero que le puso muy nervioso, y sólo utilizada por la oposición socialista a golpes perdidos de conveniencia electoral y con la culpa retrospectiva de haber sido parte del problema.
Por esa razón, sin ánimo propagandístico alguno y sólo como resumen de un análisis sobre la situación política que consideramos acertado, dedicamos el resto de esta Newsletter a reproducir íntegramente la versión escrita de la intervención principal de Rosa Díez en el debate sobre el mal llamado ‘estado de la Nación’ iniciado el pasado 25 de febrero, en la convicción de que fue de lo más sensato que se pudo escuchar en el mismo:
Si vamos a debatir sobre el estado de nuestra Nación, conviene que nos atengamos a los hechos. He aquí algunos titulares extraídos directamente de datos oficiales:
Como usted podrá comprobar, frente a las valoraciones -siempre subjetivas- están los hechos. No está bien España, Presidente. A mí no me consuela pensar que las cosas podían haber ido peor, ni me parece positivo que usted lo haga. Alardear, a estas alturas y con lo que está pasando la gente, de que “no hemos sido rescatados” como único logro (falso, por cierto), denota una falta de ambición de país verdaderamente alarmante.
Presidente, ante este panorama no debiera usted permitirse el lujo de presumir. Con este panorama lo que usted debe hacer es asumir su responsabilidad y hacerse algunas preguntas. Por ejemplo:
¿No se pregunta usted cuánto ha contribuido su Gobierno al crecimiento de la pobreza y la desigualdad entre españoles?
¿No se pregunta en qué medida es usted responsable de las insoportables cifras de pobreza, de desigualdad, de falta de igualdad de oportunidades, de falta de esperanza y expectativa en el futuro en la que viven millones de nuestros conciudadanos?
¿Recuerda cuántas veces se han negado ustedes a levantar un cortafuego contra la exclusión, implantando una renta mínima sin límite de edad para los preceptores, homologable en toda España?
¿No se considera usted responsable de que España sea el país de la Unión con mayor tasa de pobreza infantil? ¿No es usted responsable de que la lucha contra la pobreza infantil no haya pasado de ser mera retórica en las declaraciones de su gobierno?
Por otra parte, ¿a qué viene sacar pecho por la bajada de la prima de riesgo o por los “piropos” envenenados que recibe del FMI o de la troika por nuestros avances si para llegar a esta situación su gobierno se ha limitado a obedecer instrucciones y nos siguen poniendo deberes?
¿Acaso ha olvidado que cada vez que le criticábamos la adopción de medidas injustas usted nos decía que estaba haciendo lo contrario de lo que quería hacer, que “no somos libres” (textual)?
Siendo eso así, ¿por qué se atribuye ahora el “mérito” de la bajada de la prima de riesgo o el estancamiento -que no recuperación- de nuestra economía? Eludir -como ha hecho siempre- la responsabilidad de las políticas de ajuste, que han sido nefastas, y luego atribuirse el mérito de haber salido de la recesión (mérito que, en todo caso y según su Ministro de Interior ha de compartir con Santa Teresa) es, francamente, deshonesto.
Luego está la parte de su discurso en la que hace promesas. Entiéndame, Presidente.
¿Por qué vamos a creer ahora su anuncio de bajar los impuestos en el año 2015 si su Gobierno empezó a incumplir su compromiso de no subirlos a la semana siguiente de su investidura?
¿Por qué no empieza por explicarnos los motivos por los que ha preferido subir cuarenta veces los impuestos y crear diez figuras tributarias nuevas en vez de meter mano a ese 24,6% de economía sumergida? ¿Por qué no nos dice, de verdad, los motivos que le llevaron a amnistiar a los defraudadores en vez de perseguirlos?
Presidente, cuando usted llegó al Gobierno tenía la obligación de enfrentarse a dos importantes retos: la crisis económica y social y la baja calidad de nuestra democracia. Demostradas están las consecuencias de su política económica, social y de empleo: más desigualdad, más injusticia, más pobreza, menos empleo, más precariedad.
Hablemos ahora de la calidad de nuestra democracia.
Presidente, ¿Se le ha ocurrido preguntarse cuanto ha contribuido su Gobierno al envilecimiento de la vida política?
Su primera obligación política era contribuir a aumentar la calidad de nuestra democracia, que ciertamente era baja cuando usted llegó al Gobierno, aunque usted me lo negara en el debate de investidura. Pero lejos de hacerlo –lejos siquiera de planteárselo-, la actitud de su Gobierno ha provocado que se incremente el deterioro, que los ciudadanos cada vez confíen menos en la política y que crezca el desapego hacia las propias instituciones democráticas.
No sé si usted lo habrá pensado, pero su renuncia a comparecer y dar explicaciones -recuerde lo que nos costó, por poner sólo un ejemplo, que aceptara siquiera que debía dar explicaciones sobre el llamado caso Bárcenas y su implicación y responsabilidad política y en el mismo-, su retirada frente a todo y frente a todos, su renuncia a tomar la iniciativa, su voluntad deliberada de hurtarnos los debates sobre asuntos clave como la corrupción, la monarquía, la independencia judicial... le convierten a usted en el Presidente más antipolítico que hemos tenido en toda la etapa democrática.
¿Acaso cree usted que es posible superar la crisis económica y social sin enfrentarse a la crisis política y de valores que infectan todas nuestras instituciones?
¿Cuándo va usted a asumir su responsabilidad por haber querido tapar los escándalos de corrupción política?
¿Acaso no formaba parte de esa estrategia de ocultación -compartida con otros, por supuesto- el hecho de pactar que de ese asunto no se hablaba en los debates televisados de la campaña electoral o no abordar el asunto en el debate de investidura hasta que UPyD lo puso sobre la mesa?
¿Recuerda usted cuantas veces nos han negado en esta misma Cámara que la corrupción es un problema institucionalizado en nuestro país, que lastra nuestra recuperación y avergüenza a nuestra democracia
¿Recuerda usted cuántas veces nos han increpado por traer a la Cámara el debate y por plantear propuestas de reforma del Código Penal, de la Ley Electoral, de la Ley de Financiación de los Partidos Políticos o sobre la transparencia de los sueldos públicos...?
¿No es usted consciente de que su elusión de las preguntas de los periodistas, el abuso del Real Decreto, su negativa a contestar a los diputados y a comparecer para rendir cuentas por los escándalos de corrupción que le alcanzan de lleno y en primera persona -penoso el Pleno del 1 de agosto al que llegó arrastrado por la presión y en el que no dijo la verdad e incurrió en la mayor de las irresponsabilidades: culpar a quienes denunciaron los hechos y no contestar a ninguna de nuestras preguntas-, son un freno para la recuperación de nuestra economía y hacen un daño incalculable a nuestra democracia?
Presidente, su renuencia a debatir demuestran que usted confunde, como la mayoría de sus ministros, la democracia con la tecnocracia. Y así no será posible acabar con la corrupción ni salir de la crisis.
Presidente, desde nuestro Grupo Parlamentario no compartimos su diagnóstico sobre la situación de España y, en consecuencia, no compartimos las medidas que hay que poner en marcha para superar esta triple crisis que asola a nuestro país y que acogota a nuestros ciudadanos.
En las propuestas de resolución que se verán al finalizar este debate les plantearemos una serie de medidas que van desde políticas activas contra la pobreza infantil, políticas de empleo, de protección de desempleados, medidas de política energética, de regeneración democrática, de reforma de las administraciones públicas, de refundación del Estado, de separación de poderes, educativas, de impulso de una sanidad pública y de calidad igual para todos los españoles...
Pero quiero ahora detenerme en una cuestión muy importante que venimos planteando en los últimos años. Me refiero a una reforma fiscal integral, que aborde todos los elementos que merecen ser revisados y que, de una vez por todas, defina un modelo fiscal justo y progresivo, homologable con Europa, y que garantice un horizonte de sostenibilidad que no esté sometido a las ocurrencias o necesidades puntuales del Ministro de turno.
Desde Unión Progreso y Democracia proponemos una Reforma Fiscal que dé respuesta a los dos grandes problemas de nuestro sistema tributario: hay muchos ciudadanos que pagan demasiado (rentas trabajo en IRPF, IVA educativo y cultural); hay demasiados ciudadanos que pagan menos de lo que debieran (porque defraudan y eluden).
Comenzaré por esta última cuestión: cómo conseguir más recursos para poder hacer frente a nuestros compromisos y prestar mejores servicios los ciudadanos a la vez que se bajan los impuestos. La primera medida es abordar, de una vez por todas, la disminución del gasto superfluo.
No pueden disociarse los impuestos que se recaudan del gasto público que se pretende financiar con ellos. Los españoles pagan una estructura administrativa insostenible, incrementada en los años de la burbuja y apenas disminuida. Para aliviar la carga fiscal, es requisito previo imprescindible evitar el derroche y el gasto innecesario. Es también una de las formas de legitimar el Sistema Fiscal. Es necesario un recorte estructural del gasto público superfluo equivalente a 3 puntos del PIB, como mínimo. Sin eso, sus promesas de bajar los impuestos no dejan de ser otro intento de engañar a los ciudadanos para ganar las elecciones.
Presidente, usted conoce nuestras propuestas al respecto, aunque no sea más que por las veces que las han rechazado:
Otro requisito previo, sin el que tampoco es posible bajar los impuestos, es la lucha contra el fraude fiscal.
Ustedes no sólo han ignorado este instrumento de eficacia y justicia contributiva, sino que han preferido amnistiar a los defraudadores. Resulta imposible lograr un sistema fiscal equitativo renunciando a ingresar cada año, merced al fraude fiscal que ustedes no persiguen, 8 puntos del PIB, 80.000 millones de euros.
Para perseguir el fraude fiscal se requiere algo más que discursos. Es preciso dotar a la Agencia Tributaria de medios materiales y humanos hasta que alcance ratios similares a los del resto de países de la UE; es preciso que la Agencia se rija por un Estatuto Orgánico que garantice su independencia; y hemos de implementar una mayor coordinación entre Administraciones Tributarias y de estas con la Seguridad Social, reforzando el intercambio de información con la Inspección de Trabajo para lograr un mayor grado de eficacia en la persecución del fraude en aquellos sectores con un gran volumen de economía sumergida.
En este mismo capítulo proponemos el agravamiento del delito fiscal, estableciendo una pena temporal de inhabilitación especial para actuar como administrador, apoderado, directivo o representante de entidades mercantiles a quienes fueren condenados por delitos fiscales.
Sólo si se cumplen estos requisitos previos es posible una bajada significativa de impuestos que pueda tener permanencia e irse ampliando, en el medio y largo plazo en la medida que la lucha contra el fraude y el recorte de gastos superfluos comience a dar sus frutos.
En cualquier caso, a la espera de que con tales bases sea posible profundizar en estas bajadas en el futuro, es preciso iniciar ya una bajada selectiva de impuestos a quienes pagan demasiado, sobre todo a las rentas del trabajo dependiente, que pagan impuestos nórdicos del 52%, sin disfrutar de un Estado del Bienestar nórdico.
He aquí algunas de nuestras propuestas:
Para combatir la elusión fiscal de quienes tienen altas rentas o patrimonio y, por tanto, capacidad de pago, propondremos medidas para aflorar las bases imponibles ahora ocultas, planteando medidas que garanticen la transparencia fiscal en las instituciones de inversión colectiva como en la mayoría de países de la UE, modificando a tal efecto el tratamiento a las SICAVs, revisando los gastos fiscales (deducciones, exenciones, bonificaciones) que hoy ascienden a 4 puntos del PIB, gravando especialmente determinados medios de transporte de lujo, revisando el Impuesto de Patrimonio para que recaiga sobre las grandes fortunas y no sobre las clases medias y limitando el margen de CCAA y Ayuntamientos para alterar o modificar ese impuesto y otros como el de Sucesiones y Donaciones.
En definitiva, Presidente, y de forma previa a que abordemos en detalle la reforma fiscal integral que nuestro Grupo presentará próximamente, nuestra propuesta permitirá incentivar el crecimiento y disminuir el déficit, redistribuyendo de manera más justa la carga y aliviándola de verdad para aquellas personas que pagan ya más de lo que deben.
Frente a este conjunto de propuestas concretas y realizables usted nos viene a contar lo de siempre: palabrería y engaño. Ustedes ya no tienen credibilidad, porque antes de las elecciones prometieron bajar los impuestos y tardaron una semana en subirlos, con esa burda disculpa de que el déficit en vez de 6 era de 9. Si para reducir el déficit de seis puntos su receta consistía en bajar los impuestos, nadie se explica cómo al “descubrir” que era mayor lo que hicieron fue optar por subirlos en vez de reducirlos más de lo anunciado. Vamos, si nos lo explicamos: nunca tuvieron intención de bajarlos, sólo intentaron, y lo consiguieron, engañar a los españoles con falsas promesas. Pues ahora insisten en compromisos simulados y diferidos, a ver si cuela. Una vez más, publicidad engañosa.
Presidente, voy finalizando retomando el hilo de mis primeras palabras. La radiografía del país nos da una imagen sombría, impropia de una de las primeras economías del mundo; y, lo que es peor, nos ofrece unos datos sobre la forma en la que sobreviven nuestros ciudadanos que resulta inaceptable para quienes defendemos la justicia social y el estado del bienestar.
No son palabras huecas, Presidente. No se puede afirmar que España va bien mientras las personas que sobreviven con una renta mínima de inserción soportan además un trato diferente dependiendo de la parte de España en que viven. Quien proclama los derechos ha de garantizar que sean efectivos en condiciones de igualdad. ¿Cómo se explica que en Andalucía cobren la renta mínima 34.000 ciudadanos, frente a los 86.000 que acceden a ella en El País Vasco o los 1.178 que la perciben en Extremadura? ¿Cómo se justifican las diferencias de renta percibida por las personas que más lo necesitan, multiplicadas por cuatro según en la parte de España en que residan? Presidente, el Gobierno no puede desentenderse ante datos oficiales que confirman que las autonomías con más paro y menor renta son las que menos protección ofrecen a los ciudadanos que más lo necesitan. La defensa del interés general es también garantizar la igualdad a todos los españoles; la distribución competencial no puede ser una coartada para que siga creciendo la desigualdad entre nuestros conciudadanos.
Otro dato desolador al que me referí al inicio de esta intervención es el de la pobreza infantil. Según los datos publicados por Save the Children, en España hay 8.300.000 niños, de los cuales 2.500.000, el 30% viven en hogares que sufren pobreza relativa (ingresos por debajo del 60% de la media) y 2.800.000, el 33%, viven en riesgo de pobreza y exclusión. Decenas de niños de nuestros barrios, compañeros de clase de nuestros hijos o nietos, van cada día a la cama con hambre. Decenas de miles de niños españoles sufren malnutrición. Decenas de miles de niños españoles sólo comen una vez al día, en el colegio, allá donde no se han suprimido las becas de comedor. ¿Dónde han quedado los compromisos de un plan integral de lucha contra la pobreza infantil? ¿Acaso no podemos detraer de esas otras grandes cifras injustificables (duplicidades administrativas, diputaciones provinciales, fraude fiscal, rescate injustificado e irrecuperable a un buen número de entidades financieras...) los 8.000.000 de euros necesarios para dar respuesta a este drama que avergüenza nuestro presente e hipoteca nuestro futuro como país?
Presidente, España no está bien. El paciente no ha conseguido superar la crisis y el organismo, la nación, está cada vez más debilitado. No coincidimos en el diagnóstico, bien que lo lamento; porque sin un diagnóstico común es imposible trabajar juntos para resolver los problemas. Una vez más, le tendemos la mano, porque nos importa España, que no es otra cosa que los españoles.
Ha escuchado usted nuestras propuestas y nuestro análisis. Espero su respuesta.
EL DIVORCIO DEL GOBIERNO DE RAJOY CON LOS GOBERNADOS
Lo dicho. Reconocemos que, de forma excepcional, esta Newsletter se dedica a la mejor gloria de Rosa Díez (la verdad es que ya lo hicimos en la anterior edición del mismo debate), sobre todo como evidencia del divorcio que el presidente Rajoy ha consumado con las bases sociales del país, incluyendo a quienes debe el haber llegado a La Moncloa. Un inmenso error que terminará muy probablemente en violencia electoral, como en los casos de maltrato familiar, ahora a cuenta de un impresentable machismo político aplicado desde los púlpitos del poder nada menos que al pueblo soberano.
Una peligrosa forma de ejercer la política, en la que los españoles del hambre y la miseria, de la emigración y la desesperanza, de las estafas bancarias, del paro y de los desahucios con suicidios incluidos…, que ya son demasiados, habrían podido patear el alma de Rajoy de haber escuchado algunas de sus frases más desafortunadas y temerarias, por no decir falaces, durante la artificiosa pantomima -y, repetimos, extremadamente cínica- del debate sobre el ‘estado irreal de la Nación invisible’, en una situación tan dramática como la actual: “(…) Ha variado nada menos que el rumbo, señorías: hemos invertido la dirección de nuestra marcha; hemos pasado del retroceso al avance, de la caída a la recuperación, de la amenaza a la esperanza. Por resumirlo todo en una imagen, si me lo permiten, hemos atravesado con éxito el cabo de Hornos”.
Abofeteando acto seguido a los seis millones de parados con estas otras porquerías demagógicas y desvaríos políticos: “Ya no sufrimos la amenaza cotidiana del riesgo inminente, ni hemos de afanarnos con prisas por la supervivencia a plazo fijo. Iniciamos ya otra etapa más tranquila, más productiva y, sobre todo, mucho más llevadera…”; “España era un lastre para Europa y ahora pasa a ser el motor”; “Los capitales que huían están de vuelta”…
Y pasando a describir después un panorama absolutamente edulcorado de nuestra economía, con demasiados escamoteos estadísticos y lecturas o previsiones económicas manipuladas, cuando no sencillamente falsas. En esencia referidas no a la España real, sino a la imaginada en su limitado caletre de funcionario, en su momento el de todo un ‘memorión’ preparado para ocupar plaza en el Registro de la Propiedad (tan respetable como poco útil para estar en las que estamos).
Pero, todavía más lamentable, y un verdadero insulto a la inteligencia del pueblo llano, fue su absoluto silencio sobre las políticas de recortes sociales y sobre las reformas y problemas de mayor afección ciudadana (sanidad, educación, aborto, justicia, seguridad ciudadana…) y su airado ataque a los críticos y detractores de las mismas, en momentos ciertamente insultante (el peor y más lamentable fue el lanzado contra Rosa Díaz y que con toda seguridad le terminará costando caro).
Quizás, una de las apostillas de Pérez Rubalcaba en el último debate sobre el ‘estado de la Nada’ sea la que mejor define el discurso de Rajoy: “¿En qué país vive, presidente…?”. En la anterior edición, ya le hizo otra pregunta, también sin respuesta, no menos incisiva: “¿Qué tiene que pasar para que rectifique su política económica…?”. Pero dejémoslo aquí, porque siendo Rajoy como es, sólo nos cabe tener paciencia y esperar a ver qué queda de él tras la próxima sucesión de comicios electorales.