Tras haber realizado un seguimiento informativo extremadamente puntual y de advertencia anticipada sobre la barbaridad que suponía el respaldo de la Unión Europea (UE) al golpe de Estado encubierto que el pasado 22 de febrero depuso al presidente constitucional de Ucrania, Víktor Yanukóvich, en la Newsletter 107 del pasado 30 de marzo ya incluimos un comentario sobre dicho suceso y su deriva de la adhesión de la región autónoma de Crimea a Rusia. Comentario que, con la evolución de los acontecimientos y las réplicas de esa misma actitud separatista en otras provincias orientales de mayoría ruso-parlante, hoy no puede calificarse sino de premonitorio.
Ahora, el preocupante cariz que está tomando el conflicto de Ucrania nos lleva a realizar un nuevo análisis, iniciándolo precisamente con aquel mismo comentario, aunque por ello se nos pueda tachar de auto complacientes. Una preocupación justificada porque el conflicto afecta directamente a la estabilidad política y económica general de Europa y, de forma particular, por su incidencia en la defensa y la seguridad nacional de España.
Y es que, ante las tensiones entre Rusia y el binomio UE-OTAN en el plano militar, y con independencia de otras cuestiones políticas y económicas no menos sustanciales, no se puede olvidar que en Rota se ha emplazado la base operativa de los buques integrados en el ‘escudo antimisiles’ de la OTAN (en realidad es un sistema estratégico de defensa y ataque de Estados Unidos mal llamado ‘preventivo’), que, al margen de cualquier tratado bilateral, amenaza directamente a Rusia. Instalaciones que, a su vez, han sido declaradas oficiosamente por el Kremlin como objetivo directo de su eventual reacción de respuesta, junto a las bases OTAN de Polonia y Rumania, países con los que España -no otros países europeos- se iguala en su gratuito y hasta servil apoyo al ‘Gendarme Universal’.
Tal declaración, tomada por el Gobierno español a beneficio de inventario a pesar de su alarmante naturaleza, fue realizada el 23 de noviembre de 2011 por Dmitri Medvédev, entonces presidente de la Federación Rusa, con las imágenes de su intervención televisiva disponibles en nuestro archivo de videos (
Ucrania: “Llegó el Comandante y mandó a parar…”
Dice un proverbio turco que “quien no conozca el precio del trigo y de la sal es más despreciable que un perro”. Y claro está que ésta no es una cita falta de idealidad o elevación, es decir meramente prosaica, sino que, por su propio enraizamiento vital, por su afección a la vida cotidiana, tiene una lectura de alcance notable en el ámbito político; llama o avoca la acción de gobierno a la realidad de la convivencia social en su más amplio sentido.
Un principio básico de la realpolitik cuya ignorancia o desprecio, demasiado frecuentes, suele derivar en graves errores analíticos y en la toma de decisiones nefastas. Práctica bien evidente, por ejemplo, en la posición adoptada por la UE frente a la más que discutible ‘causa ucraniana’; una actuación política calificable de muchas formas (injeridora, anexionista, desestabilizadora…), pero antes que nada como inoportuna, incoherente y temeraria.
Inoportuna ante la propia situación interna de la ‘Europa de los 28’, inmersa en una profunda crisis de crecimiento desestructurado y desmedido, indigesto por demás y que no deja de realimentar el euroescepticismo. Incoherente ante el apoyo dado previamente a la proclamación unilateral de independencia de Kosovo frente a Serbia (17 de febrero de 2008) bajo la propia supervisión de Estados Unidos y la UE, con el antecedente de las graves consecuencias producidas por la anterior desmembración poco afinada de la antigua Yugoslavia. Y desde luego temeraria porque ha pretendido romper nada menos que el estatus geopolítico en la Europa Central y del Este de forma gratuita y sin considerar la realidad histórica, cultural, social y por supuesto económica de Ucrania.
Y claro está que, tras promover el amenazador expansionismo de la UE hasta las fronteras rusas -con todo lo que eso representaría en el plano político y geoestratégico-, alentar un acuerdo de asociación de Ucrania a la UE rechazado por el poder legítimo de la parte asociable e instigar el derrocamiento violento de su Gobierno constitucional por parte de grupos de ultraderecha con el respaldo de Estados Unidos (un Golpe de Estado en toda regla según la lectura rusa), las cosas tendrían que acabar torcidas. Recordando la canción del cubano Carlos Puebla ‘Y en eso llegó Fidel’, lo que ha pasado de forma bien previsible es que, llegada Merkel (la nueva Fürher europea) y sus secuaces a ese extremo, el verso revolucionario que celebró el derrocamiento del presidente cubano Fulgencio Batista en enero de 1959 ahora también se ha visto redivivo en Ucrania: “Se acabó la diversión, / llegó el Comandante / y mando a parar…”.
Toda una contrariedad para una lideresa de armas tomar que, además de dominar el idioma ruso y de haberse educado en la antigua Alemania del Este, adorna su oficina particular con una imagen de Catalina II La Grande, zarina de origen alemán conocida por haber ejercido el poder de forma autocrática y por promover un expansionismo territorial desmedido. Un dato que no se debe despreciar a la hora de considerar el posible interés de Angela Merkel, hoy considerada por la revista Forbes como la mujer más poderosa del mundo, en promover un IV Reich de corte económico, bien alejado de los tiempos en los que los países vencedores de la II Guerra Mundial decidieron mantener Alemania formalmente dividida hasta la caída del ‘Muro de Berlín’ en 1989.
En aquella contienda, Stalin se enfrentó al loco expansionismo de Hitler en la URSS y ahora Putin ha frenado en seco el de la UE tratando de catequizar Ucrania (por no decir ‘merendársela’), también bajo la bandera neonazi de frau Merkel (en el sentido no peyorativo que durante el III Reich tuvo el nacionalsocialismo). De entrada, el líder ruso se ha visto obligado a remover la situación propiciando la adhesión de Crimea a la Federación de Rusia, en perfecta línea con su incorporación al Imperio ruso en 1783 en tiempos de Catalina La Grande y hasta su artificiosa cesión a Ucrania en 1954 (en el marco de la antigua URSS), o con el antecedente de la independencia de Kosovo frente a Serbia.
Y hay que recordar que aquella declaración unilateral de la independencia kosovar, del 8 de octubre de 2008, se vio acompañado con la aprobación de una resolución de la Asamblea General de Naciones Unidas para que la Corte Internacional de Justicia se pronunciara sobre si la iniciativa era o no era compatible con el Derecho Internacional, concluyendo en su dictamen el alto tribunal de La Haya que no lo violaba y que también concordaba con la Resolución 1244 del Consejo de Seguridad de la ONU…
Y, así, en ese torpe, gratuito y avasallador enfrentamiento con Rusia, hemos visto de nuevo una UE poco realista, políticamente inoperante y demasiado burocratizada, apoyada por unos Estados Unidos imperialistas y siempre empeñados en meterse donde no les llaman, enfrentada al Putin de la decisión y la acción conjugadas con la fuerza. En otras palabras, una patochada política sin duda extemporánea en el gallinero que hoy supone la Europa ‘a 28 bandas’, y que en pleno periodo electoral para la renovación de su Parlamento no ayudará en lo más mínimo a fortalecer su imagen institucional, sino más bien al desánimo y la abstención de los votantes.
Ya veremos en qué queda el embrollo ucraniano, sin olvidar los posibles efectos extensivos de ‘mancha de aceite’, dentro y fuera de Ucrania. Pero, de momento, un análisis muy superficial del caso indica que, amenaza por amenaza, Putin ganará; mientras Merkel y Obama (entrometido ‘Gendarme Universal’), dicho sea con todo respeto, se la tendrán que envainar. Y tener bien presente que donde las dan, las toman.
La verdad es la primera víctima de la guerra
En su libro ‘La falsedad en tiempo de guerra: Las mentiras de la propaganda de la Primera Guerra Mundial (1928)’, el político pacifista Arthur Ponsonby (1871-1946), que fue el primer Barón Ponsonby de Shulbrede, exponía la forma en la que los países beligerantes aprendieron a mentir tanto al enemigo como a sus propios ciudadanos para hacer de la guerra una causa justificada, incluyendo un Decálogo de los principios propagandistas usados en aquel conflicto:
Y Ponsonby nos dejó también un conocido corolario de esos principios de la beligerancia armada, bien contrastado por los historiadores y analistas de defensa y seguridad: “Cuando se declara la guerra, la verdad es la primera víctima”. Aunque el político republicano Hiram W. Johnson anticipara la misma idea en 1917, año en el que se incorporó al Senado de Estados Unidos como representante de California, justo en referencia a la entrada de Estados Unidos en la Primera Guerra Mundial: “The first casualty when war comes is truth”.
Es evidente que las ideas de Arthur Ponsonby y de Hiram Johnson sobre la información en tiempo de guerra han seguido vigentes hasta nuestros días, si bien ahora hablaríamos de desinformación y de intoxicación mediática en un marco mucho más abierto de defensa y seguridad mundial, incluyendo el terrorismo, la geopolítica y la geoestrategia. Aunque su gran eclosión no se produjo hasta la Guerra del Golfo Pérsico, cuando los mass media ya tenían una dimensión global.
Vuelta a la desinformación y la intoxicación mediática
Si repasamos la historia -ejercicio siempre recomendable-, aquella Guerra del Golfo (2 de agosto de 1990 al 28 de febrero de 1991), conocida también como ‘Operación Tormenta del Desierto’, fue un conflicto bélico entre Irak y una gran fuerza de coalición internacional autorizada por Naciones Unidas y liderada por Estados Unidos, como respuesta a la invasión y anexión de Kuwait por Irak. Y sin necesidad de profundizar en sus causas, su desarrollo y sus consecuencias, rápidamente se pudo comprobar que este suceso supuso, más allá de la victoria de una parte sobre otra, el triunfo de las comunicaciones globales vía satélite, con un ganador indiscutible: la ‘Cable News Network’, más conocida como CNN, la cadena de noticias del magnate Ted Turner.
El enfrentamiento fue relatado entonces en tiempo real con la estética de los videojuegos. La CNN mostró en vivo y en directo cómo se atacaban y destruían los objetivos más sensibles del enemigo, pero sin evidencias de sangre, gritos o primeros planos del terrible dolor provocado, mostrando sólo el lejano lanzamiento de los misiles que cruzaban el cielo, señales trazadoras y el estruendo de los impactos y las siluetas de los edificios afectados o los cráteres de los bombardeos… Y así se inauguraba un nuevo modo de relatar la guerra usando la tecnología de la información más avanzada, en el que el público podía ver en las pantallas de sus televisores casi lo mismo que veían los atacantes desde sus centros y sistemas de combate.
Los grandes avances en el bombardeo de precisión, marcaron la diferencia entre las contiendas anteriores y la guerra del Golfo de 1990-1991, y la seguirían marcando en el futuro. La importancia del uso guiado de los misiles tácticos y de bombas inteligentes no vino dada sólo por su capacidad para alcanzar exitosamente los objetivos concretos seleccionados, sino también por limitar los daños colaterales y el nivel general de destrucción, razón por la que, a pesar de la brutal insistencia de los ataques, las ciudades iraquíes no se devastaron como se devastaron Londres, Berlín o Dresde en la Segunda Guerra Mundial.
La ‘Operación Tormenta del Desierto’ transformó radicalmente la percepción pública de las guerras modernas y la forma de contextualizarlas, y por tanto su ‘naturaleza’, siendo desde entonces ‘participadas’ socialmente gracias a un nuevo actor fundamental: los medios informativos. En aquel suceso histórico, Estados Unidos necesitaba evitar los sentimientos de culpabilidad y las reacciones críticas que se produjeron en la Guerra de Vietnam, tomando las medidas para crear en la opinión pública un clima de confianza y apoyo ante la decisión de enfrentar una asoladora guerra contra Irak como un último recurso por el bien de la humanidad, presentándola como una ‘acción limpia’ y con bajas limitadas.
Y la forma de conseguirlo no fue otra que la utilización táctica de los medios de comunicación social y la tergiversación de la información, tomando como novedoso aliado del Gobierno estadounidense a la CNN, que de esta forma se convirtió en la fuente de información más primada por el Departamento de Defensa de Estados Unidos (conocido como ‘El Pentágono’ por el diseño de su sede central en el condado de Arlington, Virginia). Así, la victoria en la Guerra del Golfo y la liberación de Kuwait fueron registradas por la CNN urbi et orbi como una acción conjunta de la información periodística y del valor y heroicidad de las fuerzas triunfadoras
De hecho, el gran efecto producido por la cobertura informativa de aquella guerra en el sistema político, se llamó ‘efecto CNN’. Término que pasó a significar la concentración de la atención no sólo por el canal de noticias estadounidense, sino por los medios informativos en general, inicialmente sólo en relación con los desastres de índole humanitaria pero subsumiendo en él después casi todas las posibles influencias que se derivan de la cobertura de cualquier conflicto armado.
Al visitar Bagdad en 1993, Tom Johnson, presidente ejecutivo de la CNN durante once años tras tomar posesión del cargo el 1 de agosto de 1990 (justamente un día antes de iniciarse la Guerra del Golfo), declaraba en una entrevista concedida a Ramón Lobo para El País (01/02/1993):
“La guerra del Golfo ha supuesto el despegue absoluto para la CNN. Desde entonces no hemos parado de subir y subir. En audiencia y en suscripciones. Cuando comenzaron los bombardeos sobre Bagdad, en enero de 1991, teníamos un gran equipo en la ciudad y logramos retransmitir en directo los primeros ataques, llevarlos a todos los rincones del mundo. Después, Peter Arnett fue el único periodista norteamericano en Bagdad durante muchas semanas. Esto y la cobertura general de la guerra nos dio un enorme prestigio internacional. Demostramos ser lo que decimos ser: una televisión global. Nos ganamos el respeto de todos por nuestra fiabilidad, rigor y honestidad al tratar los temas y por la calidad de nuestro trabajo. Siempre damos los dos puntos de vista. No tomamos partido, pues nosotros no hacemos editoriales. Por eso estamos en Bagdad otra vez, sin problema alguno”...
Con todo, el llamado ‘efecto CNN’ despertó a cientos de críticos y analistas de las guerras modernas coincidentes en reconocer que la ‘Operación Tormenta del Desierto’ evidenció dos hechos de gran importancia. Uno, que el frente de guerra se convirtió en el gran laboratorio para el ensayo real de los nuevos sistemas de armas de alta tecnología (y en la mejor forma de destruir y renovar los stocks bélicos obsoletos), y otro reconocer y asumir el poder que tienen los medios de comunicación social para manipular la información que ofrecen al mundo.
Algunos autores más perspicaces incluso llegaron a llamar la atención sobre los efectos nocivos que los medios de comunicación generaban en la vida política democrática, argumentando que, más que ampliar y clarificar la información disponible, en realidad la limitan y reconvierten en propaganda de parte. Cosa que en esencia es lo que pretende la propia industria de las relaciones públicas, cuyo compromiso no es otro que ‘controlar la opinión pública’ (práctica muy expandida en Estados Unidos desde la década de 1920).
Paréntesis: Los seguidores del tema pueden leer la conferencia pronunciada por Thierry Meyssan, presidente-fundador de la Red Voltaire, en un curso magistral sobre ‘Las guerras, el 11 de septiembre y el efecto CNN’ que se celebró en la Villa Malfitano de Palermo el 15 de mayo de 2003, promovido por la Accademia Nazionale della Politica, accesible en el siguiente enlace: www.voltairenet.org/article125917.html.
Tras la Guerra del Golfo vinieron las Guerras Yugoslavas de Secesión (1991-2001), los acontecimientos del 11-S (2001) y la Guerra de Afganistán que se inició el inmediato 7 de octubre de 2001, la Guerra de Irak (2003-2011), las de Libia y Siria iniciadas en 2011 como consecuencia de la ‘Primavera Árabe’… Todas ellas con un mismo patrón derivado de la Guerra del Golfo, tanto en los planteamientos de estrategia militar como en el tratamiento informativo, maridando perfectamente los objetivos geopolíticos con la acción bélica y las modernas técnicas de desinformación y manipulación mediática (apoyadas en nuevas tecnologías de la comunicación audiovisual) ya definitivamente incorporadas a las relaciones entre los gobernantes (el Estado) y los gobernados (la opinión pública).
Y en ese devenir, hay que recordar, sin ir más lejos, la permanente angustia de la Alianza Atlántica con cada pérdida de civiles serbios causada por sus ataques aéreos en Kosovo o la contaminación general producida por los bombardeos masivos con municiones de uranio empobrecido (el llamado ‘síndrome de los Balcanes’), incluyendo la de sus propias fuerzas militares. Lo que conllevó sucesivas investigaciones -especialmente manipuladas por el Ministerio de Defensa español- para poder ofrecer alguna explicación plausible ante la opinión pública, más allá de la lacónica y certera frase pronunciada por el general William Sherman en 1980: “La guerra es el infierno”.
O las patrañas lanzadas por el aparato propagandista de Estados Unidos sobre las ‘armas de destrucción masiva’, cuya falsa existencia justificó la invasión de Irak en 2003. Una operación paradigmática de desinformación e intoxicación mediática escandalosamente apoyada entonces por el Gobierno de José María Aznar…
Las nuevas mentiras en torno a la ‘cuestión ucraniana’
Pero la Guerra del Golfo y las innovaciones incorporadas en su tratamiento informativo, traídas hasta nuestros días, debió enseñar a la clase política, y no lo hizo, una verdad que la historia ha terminado mostrado irrefutable: el hecho de que incluso las guerras ganadas conllevan consecuencias que no se agotan con el cese de hostilidades, sino que perduran en la paz. Que se tardase un año en extinguir los incendios de los 630 pozos de petróleo entonces afectados en Kuwait, o la posterior aparición del ‘síndrome del veterano’ de aquel conflicto (seguido del ‘síndrome de los Balcanes’ ya citado), deberían haber servido de alarma suficiente.
Todo ello sin valorar la peligrosa consolidación de las guerras ‘asimétricas’ como consecuencia de los excesos imperialistas de Estados Unidos y sus comparsas occidentales. Algunos -como es el caso de España- torpemente enfrentados a pueblos con los que ha compartido una cultura común secular y mantenido una amistad de largo recorrido histórico.
Doce años más tarde, el nuevo conflicto del Golfo (la invasión de Irak en 2003) se justificará ya en una atmósfera de ‘cruzada contra el terrorismo’, orquestada mediáticamente por el Gobierno de George W. Bush a nivel mundial, generando al mismo tiempo un creciente antiamericanismo en casi todo el mundo árabe y posteriores efectos ‘boomerang’ contra algunos de sus aliados (como la incidencia que pudo tener en la derrota electoral del PP en 2004). La CNN perdió la exclusividad de la manipulación informativa, complementada o contrarrestada de forma sucesiva por otros medios de comunicación (el caso más significativo fue el de la cadena televisiva qatarí Al-Jazeera, que comenzó a emitir en 1996 vía satélite y durante 24 horas al día dando una versión alternativa de los hechos).
Segundo paréntesis: El 22 de noviembre de 2005 el diario británico Daily Mirror reveló la existencia de un memorándum con la transcripción de una conversación entre Tony Blair y George W. Bush, en la que el primero trataba de persuadir al segundo de que no bombardease las oficinas centrales de Al-Jazeera en Qatar, un país incluso aliado de Estados Unidos (en él mantiene bases militares de gran interés estratégico). Noticia que reabrió la polémica sobre los bombardeos con bombas inteligentes a las oficinas de la cadena qatarí en Kabul en 2001 y en la ciudad de Bagdad en 2003, justo antes de que las tropas de Estados Unidos entraran en ella, que hasta entonces se supusieron accidentales…
A partir de esta reversión del fenómeno informativo (en noviembre de 2006 se lanzó Al-Jazeera en inglés y su red crece continuamente con objeto de poder llegar a todo el mundo árabe y musulmán), Estados Unidos sufre las consecuencias de su propia política de desinformación e intoxicación mediática, alcanzando un nivel de desprestigio y una falta de credibilidad enormes. Fenómeno que arrastra a sus acomodaticios aliados occidentales, y en particular a los actuales dirigentes de la UE, acaso influidos por la crisis comunitaria, como se está evidenciando con la fijación de posiciones políticas y declaraciones relativas a la ‘cuestión ucraniana’.
En el caso proverbial de Ucrania, la información oficialista de su Gobierno golpista y la de las autoridades europeas y estadounidenses con las que actúa en connivencia, presentando al Estado ruso y a Vladímir Putin como herederos del antiguo expansionismo soviético y de la crueldad stalinista (nada más ajeno a la realidad), que es la que se recoge de forma preferente en la mayoría de los medios de comunicación occidentales, choca con la realidad gráfica y literaria que circula intensamente por la Red y con las crónicas y artículos de opinión que ‘cuelan’ los analistas independientes en los medios convencionales. Un mundo paralelo que muestra la reacción patriótica y verdadera de una histórica región ‘rusa’ (mucho más que pro ‘rusa’) que se rebela de común acuerdo y con total firmeza contra el neofascismo violento que pretenden su entrega (por no decir su ‘venta’) a los países socios de la OTAN, para satisfacer sus oscuros intereses políticos y económicos.
Poner los puntos sobre las íes
Esa es la realidad informativa generada en torno a la ‘cuestión ucraniana’. Así, y mientras ahora El País arremete editorialmente en tono victimista contra la política de Putin en el conflicto ruso-ucraniano, en sus propias páginas se han podido leer, por ejemplo, artículos sin duda clarificadores como el de José Ignacio Torreblanca, justamente titulado ‘Pobre Rusia’ (24/04/2014):
Las acciones de Rusia no son más que la respuesta legítima y, por cierto, sumamente contenida, a las constantes humillaciones sufridas por ese país desde que en 1991 decidiera abandonar el comunismo. Depuestas las armas por el eterno rival ideológico y seguro de su supremacía económica y militar, Occidente se ha dedicado a someter y humillar a Rusia de tal manera que nunca pueda volver a resurgir. Este programa se habría ejecutado valiéndose de una doble pinza formada, en primer lugar, por instrumentos económicos como las inversiones en sectores clave de la economía rusa (materias primas e hidrocarburos), pero de forma más profunda y dañina aún mediante la imposición por parte del FMI de un programa de privatizaciones que habría destruido el Estado social ruso, socavado las perspectivas de una democracia real y creado una clase de oligarcas corruptos sin más principios que el enriquecimiento y el servilismo a Wall Street y la City.
En paralelo al sometimiento económico, Occidente habría seguido una lenta pero inexorable política de aislamiento geopolítico de Rusia. En lugar de disolver la OTAN, que hubiera sido lo lógico teniendo en cuenta la disolución del Pacto de Varsovia, Occidente no cejó hasta que logró que todos los ex socios europeos de la URSS, desde Estonia hasta Rumanía, se integraran en la OTAN. La ambición de la UE no habría sido menor, pues inmediatamente después de la caída del muro absorbió a nada menos que 16 países, muchos de ellos históricos aliados de Rusia, como Bulgaria, o tradicionalmente neutrales, como Austria o Finlandia, creando un mercado interior de 500 millones de habitantes inmensamente rico desde el que imponer las normas y estándares que Rusia debe cumplir si quiere participar en la economía mundial. Y para rematar la jugada, Occidente no sólo machacó al único aliado ruso en la región, Serbia, sino que se dedicó a promover las llamadas “revoluciones de colores” en todo el espacio exsoviético, desde Ucrania hasta Kirguizistán, con el objetivo de lograr aún más aliados para su causa de mantener a Rusia rodeada y sometida.
Lo visto en Ucrania estos últimos meses no sería sino el último hito en esta perversa estrategia. ¿Qué más hace falta para unir con una línea recta los tres puntos que constituyen la oferta europea de un acuerdo comercial a Ucrania, el ensalzamiento como héroes a los derechistas del Maidán y el engaño a Yanukóvich por parte de los ministros de exteriores de la UE, que le prometieron una transición mientras por detrás organizaban un derrocamiento? ¡No es de extrañar que Putin haya dicho basta! ¿De qué nos sorprendemos? ¿De que los demás pueblos del mundo también quieran un trocito de dignidad?
Aunque seguro que hay quien considera este relato un ajustado reflejo de la realidad, está íntegramente formado por falsedades y prejuicios ideológicos. Lo peor: que dando por buena esta versión, hacemos imposible desarrollar una política coherente hacia la Rusia de Putin. En el blog Café Steiner en elpais.com rebato esos argumentos. Les invito a visitarlo y continuar allí la discusión.
Pero es que en periódicos más conservadores, por no decir ‘reaccionarios’, como el ABC, varios columnistas también han publicado análisis y artículos de opinión sobre el caso enfrentados a la manipulación informativa anti-rusa. Uno de ellos -se podrían citar algunos más- es este del escritor Juan Manuel de Prada (21/04/2014):
La tradición rusa
Basta volver la vista atrás veinte años para entender cuál era la Rusia que anhelaba el NOM.
Con su habilidad característica para la intoxicación, el Nuevo Orden Mundial y sus corifeos presentan a Putin (¡horreur!) como una suerte de zar protervo entreverado de chulo profesional, dispuesto a pisotear el Derecho y a atizar guerras con tal de imponer su megalomanía imperialista. Para evitar que la pobre gente cretinizada se entregue a la nefasta manía de pensar, el NOM mantiene bien provistos de tópicos burdos los diversos comederos donde hociquea la «ciudadanía»: en el comedero conservador, conviene repetir a cada poco (¡paveur!) que Putin fue un agente del KGBrrrrr; en el comedero progresista, que Putin es (¡espanteur!) un tremendo homófoborrrrr. Parece increíble que tales caracterizaciones grotescas puedan resultar efectivas; pero el NOM sabe que las meninges de sus súbditos fueron arrasadas hace mucho tiempo; y que las especies más zafias pueden arraigar en los cerebros reducidos a fosfatina.
Basta volver la vista atrás veinte años para entender cuál era la Rusia que anhelaba el NOM. Arrasada por el bolchevismo que había tratado de exterminar hasta el último vestigio de la Rusia tradicional, había caído en manos de gobernantes ineptos, títeres de intereses extranjeros que, con la excusa de desmantelar el comunismo, se dedicaron a poner Rusia en almoneda. En aquel desmantelamiento de la Unión Soviética, la Rusia tradicional fue sometida a todo tipo de vejaciones, entre ellas la declaración de independencia de Ucrania, con regiones que, allá en la noche de los tiempos, habían sido fundadas y pobladas por rusos, o que habían sido ganadas por rusos en combate contra el turco (como Crimea, que luego sería el último reducto blanco frente al bolchevismo). Pero aquella Rusia puesta de rodillas, resignada a convertirse en lupanar, vomitorio o chatarrería del NOM, recupera su dignidad con Putin, que hace suyo el proyecto de revivificación de la tradición rusa impulsado por hombres como Solzhenitsyn, que habían sufrido (¡y cómo!) en sus propias carnes el comunismo y que, sin embargo, no consideraban que la alternativa a aquella ideología criminal que había triturado el alma de Rusia fuese el deletéreo liberalismo occidental (que Solzhenitsyn, por cierto, condenó con igual acritud que el comunismo). Esta revivificación de la tradición rusa exigía, en primer lugar, una recuperación de su fe y cultura milenarias, acompañada de un renacimiento demográfico que combatiese el estado de desmoralización y desencanto que postraba a la sociedad rusa. También de un restablecimiento de las fronteras de Rusia que, a la vez que rechazase los abusos imperialistas de la Unión Soviética, reintegrase pacíficamente parte de Ucrania y Bielorrusia, que son cunas históricas de Rusia. Todo este vasto plan de revivificación de la tradición rusa (tal vez el mayor desafío con que se ha tropezado el NOM) ha tratado de hacerlo realidad Putin, con las limitaciones y las interferencias de intereses espurios propias de todas las empresas humanas, aun de las más nobles.
Imaginemos (pero no es preciso tener demasiada imaginación) que el día de mañana una España hundida en la bancarrota, convertida en carroña para la pitanza de los especuladores globalistas, se desmantela y varias de sus regiones se segregan. Imaginemos que, desde el condado de Treviño o desde el cinturón industrial de Barcelona, surge un movimiento hispanófilo que se rebela contra la opresión de un régimen que trata, bajo máscara democrática, de arrasar sus raíces. Me gustaría que entonces hubiese en Madrid un gobernante valiente como Putin, que no mire para otro lado (aunque, bien lo sé, para esto último es preciso tener demasiada imaginación).
Volviendo al fenómeno de la política mentirosa con el que Estados Unidos y la UE están envolviendo el conflicto ucraniano (con la complicidad silente de España), es bien evidente que la región autónoma de Crimea se ha adherido de forma voluntaria y unánime a la Federación de Rusia. Pero sólo después de que el legítimo Gobierno de Ucrania (el del depuesto Víktor Yanukóvich) fuera derrocado por un golpe de Estado apoyado entre bastidores por los países miembros de la OTAN, cuando no convenido por la propia Angela Merkel, y de que los nuevos dirigentes inconstitucionales pretendieran arrastrar a los crimeos al mercado de la UE y al redil estadounidense de la Alianza Atlántica y enfrentarles con sus raíces históricas.
Cierto es también que los sublevados prorrusos de Slaviansk (y no ningún ruso emboscado) retuvieron a siete observadores de la OSCE (Conferencia sobre la Seguridad y la Cooperación en Europa), ya liberados. Pero tras comprobar que todos ellos eran militares (tres alemanes, un polaco, un danés, un sueco y un checo) y que podían encubrir algún espía del Gobierno de Kiev, sin que nadie se hubiera molestado en incluir en ese equipo algún observador de la Federación de Rusia o de los muchos países de Asia Central que también pertenecen a dicha organización, y advirtiendo que los intercambiarían por los prorrusos detenidos en su provincia y trasladados a Kiev.
E igual de cierto es el hecho de que, tras la adhesión de Crimea a Rusia, la sublevación de otros territorios orientales de Ucrania, particularmente y de momento las provincias de Luganst y Donetsk, se ve apoyada tanto por la población civil como por las fuerzas militares y policiales locales. Y con independencia de que el propio ministro de Defensa ucraniano, Mijail Koval, tuviera que desmentir la noticia difundida por el Pentágono sobre la intrusión de unidades militares rusas en su territorio, por poner alguno de los muchos ejemplos de desinformación que se podrían poner.
Tercer paréntesis: Tras declarar el coronel Steven Warren, portavoz del Pentágono, que aviones rusos habían entrado en el espacio aéreo ucraniano -sin ningún apoyo documental-, el propio ministro Koval rectificó la noticia aclarando en rueda de prensa que “cuatro aviones de transporte Il-76 volaron junto a nuestra frontera, pero en ningún momento la cruzaron”, añadiendo que las tropas de tierra rusas sólo se acercaron en territorio ruso hasta 2-3 kilómetros de la línea de demarcación fronteriza…
¿Busca Rajoy su propio ‘contubernio de las Azores’…?
Acudiendo de nuevo a la revisión histórica, y a la vista de su participación en el llamado ‘contubernio de las Azores’, parece claro que cuando José María Aznar ya era líder de la oposición no sacó las conclusiones políticas adecuadas sobre la Guerra del Golfo, al menos en su lectura nacional. Pero el rechazo de la sociedad española a la Guerra de Irak, protagonizada por España en un primerísimo primer plano junto a Estados Unidos y el Reino Unido, tampoco parece que haya servido en modo alguno para que el presidente Rajoy se desentienda ahora de cualquier nueva aventura bélica o despropósito político auspiciado por el Tío Sam.
No vamos a insistir con teorías propias sobre la incidencia que las tensiones creadas en torno a la ‘cuestión ucraniana’ proyectan de forma muy especial sobre España. No parece necesario porque, en el fondo, el Gobierno conoce la amenaza perfectamente y, además, porque, conociéndola, está en otras cosas más agobiantes (o no, como diría Rajoy), con su visión del futuro limitada a pasado mañana o a ver como se salva de las sucesivas quemas electorales que ha de soportar hasta los comicios legislativos de 2015.
Pero sí que consideramos conveniente aportar a nuestros lectores otros criterios ajenos que, desde posiciones especialmente informadas, no dejan de redundar en algunas tesis en esencia comunes. Entre los numerosos testimonios disponibles, hemos rescatado de la Red (¡invento impagable para garantizar la libertad informativa!) un incisivo artículo de opinión de Juan Chicharro, general de División de Infantería de Marina, publicado en su blog ‘Proa al viento’ (República.Com 24/03/2014), que recomendamos leer con detenimiento:
Ucrania desde la geopolítica y España
Que la geografía define la política de los Estados es algo obvio. Y si completamos ésta con la disponibilidad de recursos energéticos, base de toda economía, nos encontramos con un conjunto de factores esenciales para comprender desde la gran perspectiva lo que sucede en el mundo.
El geógrafo británico Mc Kinder describió hace más de cien años su teoría del pivote histórico. En ella dividía el mundo según su particular opinión en una tierra corazón –la isla mundial– constituida por Eurasia y en dos corredores o anillos que la rodeaban: uno interior que iba desde las islas británicas hasta el Japón y otro exterior desde América pasando por el sur de África, Australia y de nuevo América.
De forma sintetizada la teoría de Mc Kinder preconizaba que aquella potencia que dominara la masa euroasiática dominaría el mundo por ejercer el control de su centro de gravedad así como el de las inmensas reservas no explotadas de energía.
Spikman, también geógrafo y teórico de la geopolítica adaptó las teorías de Mc Kinder al mundo posterior al de la Segunda Guerra Mundial. Teorías en gran medida seguidas por los EEUU a partir de la posguerra.
Llegar a la conclusión, o no, de si a estas alturas del siglo XXI, en el mundo globalizado de hoy, dichas teorías siguen siendo válidas requeriría un estudio profundo que se aleja de la inmediatez de estas líneas; sin embargo una visión de los acontecimientos históricos de los últimos decenios nos muestra que casi todos los conflictos se han producido en el anillo interior que rodea a la denominada tierra corazón dándole, quizás, la razón al geógrafo británico.
Vietnam, Afganistán, Irak, Medio Oriente o los Balcanes son ejemplos de guerra abierta en los que siempre nos encontramos a los EEUU y a Rusia detrás de ellos; lo mismo podría decirse de conflictos no abiertos pero generadores de grandes tensiones políticas y sociales como ha sucedido en los países bálticos o en Polonia. Y no nos olvidemos que en un mediato futuro – tal como escribí en un artículo anterior – la pugna se extenderá al control de las inmensas reservas energéticas bajo el polo norte.
La premisa básica de la teoría de Spykman, citado líneas arriba, era que el balance de poder en Eurasia afectaba directamente a la seguridad de los EEUU y que si esta nación quería mantener su supremacía mundial era imprescindible mantener una presencia activa a lo largo de toda la zona geográfica que componía el denominado anillo interior lo que implicaba a su vez mantener una Armada poderosa y por otra parte una presión constante sobre la frontera oeste de Eurasia.
Así nos encontramos, como si de aplicación rigurosa de las teorías de la escuela geopolítica de Spykman se tratara, a la UE y a la OTAN influyendo y presionando en toda esa frontera oeste de la porción de Eurasia que dominaba otrora la Unión Soviética, y hoy Rusia, así como a lo largo del resto del ‘inner crescent’, el anillo interior citado, con todo un despliegue militar de los EEUU materializado por alianzas cuando no por presencia activa en Afganistán, Irak y en todos los mares.
Y si nos detenemos a analizar lo sucedido en la Europa Oriental desde la caída del Imperio Soviético hasta nuestros días, vemos primero como cayeron de la órbita rusa los países bálticos al norte y luego al sur los balcánicos; siempre y en ambos casos con la sombra de los EEUU de una parte y de otra la de Rusia.
Tal parece que los esfuerzos de ambas partes responden a evitar que sea sólo una potencia la que domine la tierra corazón como prescribía Mc Kinder.
Y es en esta cadena de acontecimientos cuando ahora nos encontramos de nuevo a los EEUU y Rusia pugnando por el control de la zona centro de la frontera oeste de Eurasia: en Ucrania. ¿El eslabón que faltaba?
Los sucesos que allí están teniendo lugar responden al paradigma de lo acaecido en la otrora próspera Yugoslavia. Allí si recordamos convivían diferentes etnias bastante mezcladas pero estructuradas en diferentes regiones: Serbia, Croacia, Bosnia… etc.
De repente movimientos nacionalistas auspiciados, cuando no apoyados, por los EEUU y la UE provocaron una sangrienta guerra que rompió en pedazos la nación yugoslava. La influencia rusa quedó maltrecha, y la de los EEUU desde entonces, presente y reforzada ¿Se acuerda alguien de Kosovo?
En Ucrania está sucediendo exactamente lo mismo. Desde Occidente se incide sobre lo que separa al pueblo ucraniano: las diferencias entre los pro occidentales y los pro rusos. La finalidad de unos y otros es en definitiva, desde la perspectiva de la teoría geopolítica, el control de la frontera oeste del anillo interior “frontera” de la tierra corazón.
Hay un aspecto muy a considerar en todo este conflicto que es el de la manipulación de la opinión pública. Como siempre sucede. Sirva como ilustrativo de ello la experiencia personal vivida allá por la primavera de 1999 cuando los ataques de la OTAN a Serbia. No recuerdo el día exacto pero sí cuando un misil de la OTAN impactó directamente en la Embajada de China en Belgrado en horas de trabajo. Las imágenes de la CNN y por supuesto las de TVE mostraban el destrozo, pero enfatizando en que no había habido víctimas. Por el contrario la TV serbia mostraba imágenes espeluznantes de cadáveres y heridos.
¿Dónde estaba la verdad? No lo sé. Pero evidentemente la opinión de los serbios y la de los españoles era bien diferente según, claro está, las imágenes que vieran. En Ucrania me temo que está pasando lo mismo.
Y en este contexto leo que los EEUU proponen medidas económicas sancionadoras contra Rusia lo que no deja de ser curioso ya que el posible impacto de éstas sobre la economía norteamericana sería mínimo – los acuerdos comerciales entre los EEUU y Rusia no alcanzan el 1% del total – mientras que Europa es dependiente en un elevado grado del gas ruso que pasa directamente por Ucrania. No así España que se surte del norte de África pero, ¿y el más de un millón de turistas rusos con alto poder adquisitivo que visitan anualmente nuestro país? ¿Y cuál es la posición de España en todo este conflicto?
Según sabemos y observamos la común con la de la UE. Incluso quizás con más vehemencia al mostrarse del todo contraria al referéndum habido en Crimea; tal vez por sentir similitud posible con lo que pueda acaecer en España.
Francamente, son dos problemas bien diferenciados y no acabo de entender la postura española. Tal vez es que los principios o conceptos de algunos en los que se basa la unidad española no son lo suficientemente fuertes y necesitan ampararse en situaciones que piensan pueden ser análogas. Hace falta ser ignorante.
Pues bien. Ni Cataluña es Kosovo ni el País Vasco es Crimea. Para nada. Son problemas completamente diferentes que nada tienen que ver.
Y por otro lado leo que los EEUU –¿completando una posición retrasada de apoyo al despliegue o influencias en el anillo interior de Mc Kinder?– proponen que España se convierta en su aliado principal para el sur de Europa y el Mediterráneo. Propuesta muy bien acogida en general. Al fin y al cabo ya lo somos. La base naval de Rota, el despliegue de los destructores que participan en el escudo antimisiles o el de hasta 1.100 “marines” en Morón son pruebas fehacientes de ello, por si no lo fuera suficientemente ya nuestra intervención en Bosnia, Líbano, Irak, Afganistán, en el Mediterráneo oriental o en el Índico.
Es una buena noticia y seguro que ahora los EEUU nos apoyarán en el hipotético caso de un no deseable conflicto a propósito de Ceuta y Melilla y desde luego, también, en nuestra reivindicación de nuestros derechos sobre Gibraltar. Siendo sus aliados principales en el sur no hay razón para que no le digan a sus “primos” británicos lo buenos y fiables aliados que somos.
Lejos está del pensamiento estratégico norteamericano la aplicación de la doctrina “Monroe” por la que nos “robaron” Cuba y Puerto Rico, además de Las Filipinas; como también lo está la más cercana en el tiempo –ayer– cuando apoyaron a Marruecos para “echarnos” del Sáhara. ‘Fairy tales’… que dicen los anglos.
¡Ojo! Las Fuerzas Armadas de los EEUU tienen todo mi respeto y grandísima admiración. Son inmejorables. Pero mi consideración por su política es otra cosa bien diferente. En fin…
¿Seguirá siendo válido el pensamiento geopolítico de Spykman derivado del de Mc Kinder? Tal vez todo cuanto he escrito sólo sean coincidencias y casualidades fruto de la imaginación.
Finalmente, porque todo ha de tener su límite, tampoco nos resistimos a ofrecer un avance del libro de Carlos Taibo, profesor de Ciencia Política en la Universidad Autónoma de Madrid y acreditado especialista en la Europa central y oriental, titulado ‘Rusia frente a Ucrania’ (Editorial Catarata, 2014) de próxima aparición:
Rusia frente a Ucrania [extracto]
(…) A duras penas es imaginable que Rusia sea una potencia meramente regional. Basta con echar una ojeada a su ubicación, en el centro de las tierras emergidas del norte del planeta, para percatarse de que sus movimientos tienen por fuerza que ejercer efectos sobre el panorama entero del planeta, y ello incluso en los momentos de mayor postración. Un Estado que cuenta con fronteras con la UE, que considera que Oriente Próximo es su patio trasero, que sigue desplegando una parte de sus arsenales en la linde con China, que mantiene contenciosos varios con Japón y que choca con EE UU a través del estrecho de Bering no puede ser una potencia regional. Pero Rusia arrastra, por añadidura, una singularísima condición geoestratégica. Con fronteras extremadamente extensas, a caballo entre Europa y Asia, se trata de una potencia continental que debe encarar por igual enormes posibilidades y riesgos evidentes. Agreguemos que estamos ante un Estado que es un productor principal de hidrocarburos, que disfruta de derecho de veto en el Consejo de Seguridad de la ONU y que cuenta con un arsenal nuclear importante. Una de las consecuencias plausibles de todo lo anterior es el hecho de que nos hallamos ante uno de los pocos Estados del planeta en los cuales las influencias externas son limitadas o, en su defecto, resultan ser poco eficientes.
Por lo demás, si Rusia se beneficia de evidentes potencialidades, arrastra también taras no menos relevantes. Recordemos que, al menos en lo que respecta a su territorio europeo, es un país geográficamente desprotegido, que carece llamativamente de una salida permanente y hacedera a mares cálidos, que está ubicado en latitudes demasiado septentrionales como para permitir el despliegue de una economía diversificada, que cuenta con ríos que en la mayoría de los casos discurren de sur a norte y a duras penas pueden ser objeto de un uso comercial estimulante o, en fin, que atesora una riqueza ingente en materias primas que se encuentran, sin embargo, en regiones tan alejadas como inhóspitas.
Hay quien, en otro orden de cosas, se pregunta por qué Rusia forma parte del grupo que integran las economías emergentes y que conocemos con el acrónimo de BRIC. La pregunta es legítima por cuanto Rusia no es ni una economía emergente, ni un Estado que muestre una realidad en ebullición, ni un país del Tercer Mundo que haya dejado atrás viejos atrancos. Al cabo, y por añadidura, hay diferencias fundamentales entre el modelo ruso y el que se revela en los otros espacios mencionados. Si una de ellas es el peso, mucho mayor, que tienen en Rusia, sobre el total de las exportaciones, las que se refieren a la energía, otra la aporta un gasto militar porcentualmente mucho más elevado. Para que nada falte, y a diferencia de China, India y Brasil, Rusia es un país con población envejecida y en crisis demográfica abierta. A la postre las razones que medio justifican la presencia de Moscú entre los BRIC remiten a las dimensiones del país, a su poderío militar, a la riqueza en materias primas y, en cierto sentido, a la voluntad de contestar, en un grado u otro, la hegemonía occidental.
Los acontecimientos recientes en Ucrania ratifican, por otra parte, un diagnóstico cada vez más extendido: tendremos que acostumbrarnos a lidiar con conflictos sucios en relación con los cuales será cada vez más difícil mostrar una franca adhesión a la posición de alguno de los contendientes. Conflictos como los de Palestina o el Sáhara occidental, que provocan reacciones de inmediata solidaridad con palestinos y saharauis, van a ser más bien infrecuentes en la etapa en la que nos adentramos. Y es que sobran los motivos para guardar las distancias ante la conducta de todos los agentes importantes, autóctonos y foráneos, que operan en Ucrania. El registro de los naranjas es tan lamentable como el de los azules: unos y otros comparten sumisiones externas, querencias represivas y oligarcas beneficiarios. Pero no es más halagüeño el balance que aportan las potencias occidentales, decididas a mover pieza en provecho de sus intereses más descarnados, y una Rusia que sigue jugando la carta de un imperio que impone reglas del juego en sus países vecinos.
No parece, en paralelo, que nos encontremos ante una reaparición de la guerra fría. Al respecto cabe invocar dos argumentos principales. El primero señala que en el momento presente no se enfrentan dos cosmovisiones y dos sistemas económicos diferentes. Aunque el capitalismo occidental y el ruso muestren modulaciones distintas, es fácil apreciar una comunidad de proyectos e intereses. El segundo de esos argumentos subraya que existe una distancia abismal entre el gasto en defensa de las potencias occidentales y el que mantiene Rusia. Son varios los Estados miembros de la OTAN que, cada uno por separado, han decidido preservar un gasto militar más alto que el ruso. Pero por detrás se aprecian también enormes disparidades en el tamaño de las economías: no se olvide que el PIB ruso, en paridad de poder adquisitivo, es un 15% del de la UE. Y hay enormes distancias, en suma, en lo que se refiere a población y peso en el comercio mundial. Mientras la Unión Europea cuenta con 500 millones de habitantes y corre a cargo del 16% de las exportaciones registradas en el planeta, y China tiene 1.300 millones de habitantes y protagoniza el 8% del comercio mundial, Rusia está poblada por algo menos de 145 millones de personas -un 2,4% de la población total- y realiza un escueto 2,5% de las exportaciones.
Pareciera, en fin, como si Rusia no hubiera recibido agravio alguno y se comportase como una potencia agresiva ajena a toda contención. La realidad es bastante diferente. En lo que al mundo occidental se refiere, Rusia lo ha probado casi todo en el último cuarto de siglo: la docilidad sin límites del primer Yeltsin, la colaboración de Putin con Bush hijo entre 2001 y 2006, y, en suma, una moderada confrontación que era antes la consecuencia de la prepotencia de la política estadounidense que el efecto de una opción propia y consciente. Moscú no ha sacado, sin embargo, provecho alguno de ninguna de esas opciones. Antes bien, ha sido obsequiado con sucesivas ampliaciones de la OTAN, con un reguero de bases militares en países cercanos, con el descarado apoyo occidental a las revoluciones de colores y con un displicente trato comercial. No es difícil, entonces, que, en un escenario lastrado por la acción de una UE impresentablemente supeditada a los intereses norteamericanos, Rusia entienda que está siendo objeto de una agresiva operación de acoso, y ello por mucho que las diferencias no las marquen ahora ideologías aparentemente irreconciliables, sino lógicas imperiales bien conocidas…
Dejémoslo aquí, porque el conflicto de Ucrania va para largo y tiempo habrá de volver a tratar el tema. La advertencia sobre sus consecuencias para la estabilidad política y económica general de Europa, y la particular de su incidencia en la defensa y la seguridad nacional de España, ya se ha puesto de relieve en muchos foros y de muchas formas, que el Gobierno de Rajoy haría bien en considerar seriamente si no quiere meter al país en el mismo lío que le metió Aznar con la Guerra de Irak, o peor…
Hegel (1770-1831), el filósofo alemán considerado el último de los grandes metafísicos, poco sospechoso de veleidades pacifistas, introdujo el concepto de ‘impotencia de la victoria’ comentando al genial estratega que fue Napoleón. En sus ‘Lecciones sobre la Filosofía de la Historia Universal’, advirtió: “El poder externo no puede nada a la larga. Napoleón no ha podido forzar a España a la libertad, como tampoco Felipe II pudo forzar a Holanda a la servidumbre”. Dicho está, y ya veremos hasta dónde llega la torpe intromisión europea (y española) en el conflicto de Ucrania.
Fernando J. Muniesa