El islamismo está penetrando en el viejo continente de forma progresiva e irreversible, desplazando con sus pautas religiosas radicales los principios y valores culturales históricos de Europa, sin que las autoridades de Bruselas opongan ningún tipo de freno. Ante tal evidencia, hay que preguntarse por qué extraña razón se ataca al Califato proclamado por Bakr al-Baghdadi en su propio y adverso territorio, mientras se permite que el Islam invada el espacio comunitario con total impunidad...
El asentamiento del Estado Islámico (EI) en un extenso territorio de Irak y Siria, conocido en árabe como al-Dawla al-Isl?m?ya, y el terrorismo atroz que viene practicando como grupo yihadista de naturaleza suní, bajo mando de radicales fieles a Abu Bakr al-Baghdadi, autoproclamado ‘califa de todos los musulmanes’, ha desatado una enorme preocupación en los círculos de seguridad occidentales. Y especialmente en Europa, alertando también a las dictaduras árabes que administran grandes riquezas petrolíferas.
Lo que hoy se conoce como ‘Estado Islámico’, se denominó en sus orígenes Yama'at al-Tawhid wal-Yihad y surgió como organización terrorista próxima a Al-Qaeda para hacer frente a la invasión de Irak de 2003 (participada por España), dirigida por Abu Musab al Zarqaui. Tras la muerte de su fundador, sustituido por Rashid al-Baghdadi, la organización -respaldada entonces por Osama bin Laden- se expandió por las provincias (muhafazat) de Ambar, Nínive, Kirkuk y en gran parte de la de Saladino, y en menor medida por Babilonia, Diala y Bagdad, proclamándose ya como ‘Estado Islámico de Irak’ y fijando su cuartel general en la ciudad de Baquba.
Aquel primer ‘Estado Islámico’ fue responsable de la muerte de miles de civiles iraquíes, así como de miembros del gobierno iraquí y sus aliados internacionales. Pero gracias al apoyo militar de Estados Unidos al gobierno del chií Nuri al-Maliki (sucedido por Haider al-Abadi), el conglomerado yihadista sufrió importantes reveses, incluida la muerte del líder Rashid al-Baghdadi, recuperándose al amparo de la guerra civil siria (en la que las consecuencias del ataque occidental al régimen de Bashar al-Assad fueron obviamente mal ponderadas) y pasando a denominarse ‘Estado Islámico de Irak y el Levante’ (en árabe al-Dawla al-Isl?m?ya f? al-?Ir?q wa-al-Sh?m).
El siguiente y actual líder, Bakr al-Baghdadi, cortó los lazos con Al-Qaeda y a finales de julio de 2914 declaró la independencia de su grupo y su soberanía sobre Irak y Siria, autoproclamándose ‘Ibrahim, imán y califa de todos los musulmanes’ (es decir jefe de Estado y monarca absoluto).
El nuevo Estado Islámico se caracteriza por su severa interpretación del Islam y, dado que sus seguidores profesan ciegamente la fe suní, también por una violencia brutal contra los chiíes. Su objetivo inmediato declarado es expandirse por Libia (donde ya actúa con intensidad), Jordania, Líbano, Israel, Palestina, Kuwait, Turquía y Chipre, reclamado también la soberanía sobre los territorios del antiguo Al-Andalus (la organización ‘Tehrik e Taliban’, con raíces en la frontera con Afganistán y que engloba las milicias talibanes que operan en Pakistán, declaró a principios de octubre la lealtad al EI).
En Wikipedia se pueden encontrar entradas con información suficientemente ordenada y contrastada sobre los líderes del Estado Islámico y su evolución histórica, agrupada en cinco fases:
El 29 de junio de 2014, coincidiendo con el comienzo del Ramadán, el portavoz del EIIL, Abu Mohamed al-Adnani, declaró la intención yihadista de crear un califato que se extendiera por todo el mundo musulmán, pasando a renombrarse ‘Estado Islámico’ ya sin referencias limitativas a Irak y Siria, al tiempo que se proclamaba a Bakr al-Baghdadi su máxima autoridad. Su decidida voluntad expansiva quedaba patente en la siguiente declaración: “La legalidad de todos los emiratos, grupos, Estados y organizaciones se convierte en nula tras la expansión de la autoridad del califa y la llegada de sus tropas”.
Esta afirmación califal atrajo al Estado Islámico a gran número de yihadistas árabes y a musulmanes residentes en Europa, llegando a contar ya en sus filas con más de 100.000 combatientes dispuestos a conquistar plenamente Irak y Siria para convertir esta unificación territorial en la base de un Estado musulmán y luego expandirse al resto del mundo árabe.
Un proyecto de ‘guerra islamista’ apoyado con el armamento capturado en sus acciones de combate y con el acceso a los grandes recursos naturales en su dominio. De hecho, el Estado Islámico tiene influencia en los sectores estratégicos de la geopolítica y el petróleo, poniendo en jaque el equilibrio en el Medio Oriente y desplazando a Al-Qaeda en la jerarquía de los grupos yihadistas.
En los territorios que va dominando, Bakr al-Baghdadi impone a sangre y fuego su interpretación extremista de la Sharia, llevando a cabo ejecuciones públicas realmente atroces y destruyendo templos y lugares de culto ajenos a su propia fe, entre ellos la tumba del profeta Jonás. En paralelo, se ordena la expulsión de todos los cristianos que se nieguen a convertirse al Islam, habiéndose denunciado decapitaciones masivas de cristianos que no renegaron de su religión, incluyendo niños…
Una descripción rápida del Estado Islámico
Entre lo mucho -y todo realmente atroz- que ya se puede leer sobre el Estado Islámico, hemos seleccionado para reproducir a continuación un reportaje de los periodistas Steffen Gassel y Raphael Geiger, publicado en el Suplemento ‘XLSemanal’ del digital Finanzas.Com (05/10/2014), sin duda suficientemente descriptivo de lo que supone en términos políticos y de su alcance como amenaza para los principios y valores de la cultura occidental:
Es la última gran amenaza. El Estado Islámico domina ya un territorio del tamaño de media España. Tienen petróleo, agua y un inmenso arsenal, pero quieren más. Su sueño: emular al califato Omeya. Así es la vida en el lugar más peligroso del planeta.
¿Por qué nadie frena a los hombres del Estado Islámico? ¿Cómo han conseguido redibujar el mapa de Oriente Próximo con tanta facilidad? Para entenderlo, hay que remontarse al inicio de la guerra civil siria, en 2011. A los alzados contra el presidente Bashar al-Assad se unieron diversos grupos: el Ejército Sirio Libre, los kurdos y el Frente Al-Nusra, brazo sirio de Al Qaeda. En los primeros momentos, el régimen liberó a los radicales encarcelados buscando criminalizar a la oposición. Fue en esas cárceles donde los reclutas del Estado Islámico (EI) aprendieron a torturar.
La Internacional del terrorismo
Los radicales transformaron la contienda civil en una guerra santa. Se unieron a ellos sirios e iraquíes, tunecinos, libios y chechenos, pero también británicos y alemanes. Ahora forman un ejército de unos 15.000 combatientes; la mayoría, llegados del extranjero: tres mil de ellos desde Europa. Les gusta combatir de noche, con sus aparatos de visión nocturna. De día se defienden. «Son extremadamente buenos: muy móviles, muy creativos», dice Michael Eisenstadt, del Instituto para la Política en Oriente Medio, en Washington. Desde verano de 2013 han conquistado un territorio del tamaño de Gran Bretaña, con ocho millones de habitantes. El EI tiene su capital en Al Raqa (Siria) y ha eliminado la frontera con Irak. Su jefe es Abu Bakr al-Baghdadi, el hombre que proclamó el nuevo Estado el 27 de junio desde Mosul, segunda ciudad iraquí.
Lo hizo subido al púlpito de una mezquita de 900 años. Su mensaje a la ‘umma’, la comunidad mundial de musulmanes, fue claro: soy vuestro líder. Al-Baghdadi vestía de negro, ante la bandera negra del EI, color bajo el cual el Islam conquistó un imperio entre los Pirineos y Pakistán en el siglo VIII. Aquel califato duró más de 500 años bajo el dominio de la dinastía Omeya y la Abasí. Sus califas se labraron gran prestigio como regentes tolerantes; las ciudades florecieron como centros multiculturales donde prosperaron la ciencia y el comercio. El líder del EI, sin embargo, no pensaba en los valores de aquella época cuando subió al púlpito para proclamarse califa.
El objetivo: el Califato
Su nombre completo es Abu Bakr al-Baghdadi al-Husseini al-Qurashi. Un Qurashi es alguien que procede del clan de Mahoma. Y con su nuevo título, ‘califa Ibrahim’, Abu Bakr traza una referencia directa a Abraham, el hombre que construyó la Kaaba en la Meca, y reclama su autoridad sobre los lugares santos del Islam y el dominio de la península arábiga, toda una afrenta a la Casa de Al-Saud, la poderosa monarquía saudí. Pero Al-Baghdadi no se quedó ahí. «Ha llegado el momento de que la ‘umma’ de Mahoma despierte de su sueño. Quedó atrás el tiempo de los lamentos. El sol de la ‘yihad’ se ha alzado. La bandera del Estado Islámico se ha izado. Los muros de los gobernantes injustos han caído. Sus soldados están muertos, prisioneros, vencidos. Los infieles han sido deshonrados. Los castigos corporales de la ‘Sharia’ se aplican de nuevo. Las cruces y sepulcros están destruidos. El sueño que los fieles albergan en lo más profundo de su corazón se hace realidad. Ese sueño es el Califato».
La vida de las mujeres
Shamila y Salma (nombres ficticios) tienen 15 y 17 años, llevan vaqueros ajustados y están sentadas en una cafetería de la ciudad turca de Urfa. Hace unas semanas iban cubiertas con velo por las calles de Al Raqa, su ciudad. En el califato, las mujeres solo pueden mostrar los ojos. Cualquier otra cosa es ‘haram’, prohibido. Chicas y chicos juntos: ‘haram’. Hombres dando clase a chicas: ‘haram’. La asignatura de Filosofía: ‘haram’. Las estrictas normas de vestimenta entraron en vigor en enero, cuando el EI conquistó la ciudad. Los combatientes repartieron ‘niqabs’ (velos islámicos) entre las familias pobres. Los demás tuvieron que pagarlos de su bolsillo a 20 dólares la pieza. Shamila y Salma, ambas de familia laica, vivieron bajo normas que nunca habían conocido. Su ciudad se transformó. La vida se volvió silenciosa. Triste. Los combatientes fueron a su escuela. Golpearon a los profesores que no les parecían religiosos y a algunos se los llevaron. Al principio, solo golpeaban a los hombres porque no podían tocar a sus mujeres. Más tarde incorporaron a mujeres a sus filas para encargarse de los castigos femeninos. La gente dejó de ir a la plaza central, donde se exhiben las cabezas de los ajusticiados a la vista de los niños. Para ellos, la infancia no existe: a partir de los 15 años los envían al frente.
La tardía postura de Obama
El pasado enero, el presidente de los Estados Unidos, Barack Obama, se refirió a los combatientes del EI como integrantes de «una liga juvenil» a los que no se podía comparar con Al-Qaeda. En mayo afirmó que el EI era ya la «principal amenaza». En agosto ordenó bombardeos en Irak para frenar los avances del grupo y, el pasado 10 de septiembre, en un discurso televisivo desde la Casa Blanca, anunció que extendería los ataques aéreos a las posiciones del EI en Siria.
Los bombardeos comenzaron hace dos semanas, después de que Obama se asegurara el apoyo de cinco países árabes: Baréin, Jordania, Arabia Saudí, Emiratos Árabes Unidos y Catar, entre los más de 40 gobiernos que se han sumado a la coalición, para dejar claro al mundo aseguró el presidente «que ésta no es solo una lucha de América». Desde el entorno de los servicios de seguridad estadounidenses se afirma que el grupo terrorista es altamente profesional y cuenta con una formación y un equipamiento excelentes. Los combatientes actúan como un verdadero Estado dotado de potentes fuerzas armadas. «Es lo más aterrador que he visto en mis años de servicio», afirma Eric Holder, secretario de Estado de Justicia.
¿En qué se diferencia de Al-Qaeda?
Los combatientes del EI han conseguido lo que Occidente no ha logrado en 15 años: que Al-Qaeda sea irrelevante. El EI es más poderoso y peligroso de lo que Al-Qaeda fue nunca. A primera vista, ambos parecen similares, unidos por su odio hacia Occidente. Pero sus estrategias son diferentes. El objetivo de Bin Laden era el Califato, sí, pero, lejos de luchar contra los regímenes de Oriente Medio, empujaba a sus ‘muyahidines’ a atentar contra los países occidentales que apoyaban a los gobernantes impíos de Arabia. La rama iraquí de Al-Qaeda, de la que procede el EI, no ha tardado en superar en radicalidad a las demás, y su jefe, Abu Bakr al-Baghdadi, no es el nuevo Bin Laden, es el anti-Bin Laden. Quiere el Califato... y lo quiere ya. Por eso lo idolatran los jóvenes radicales, por eso desean unirse al EI. Y lo hacen por miles. «Disponen de miles de miembros, muchos de ellos con más de diez años de experiencia en combate afirma el analista Michael Eisenstadt. Y si han sobrevivido tanto tiempo en el campo de batalla es porque han hecho las cosas bien». El EI ya no muestra ningún tipo de consideración hacia organizaciones como la palestina Hamás o los Hermanos Musulmanes de Egipto. A sus ojos no son más que un puñado de renegados. A fin de cuentas han participado en elecciones, por lo que obtienen su legitimación política de los ciudadanos y no de Alá.
¿Por qué es un Estado?
Lo que hace tan peligroso al EI es su potente organización y su coordinación. Sin ellas, no habría surgido todo un Estado a partir de un puñado de extremistas. La milicia no solo posee campos de entrenamiento y secuestra a occidentales en busca de financiación, también gestiona refinerías de petróleo y recauda impuestos como cualquier otro Estado. En ciudades como Al Raqa, los hombres del EI gestionan el trabajo de los funcionarios de sanidad, enseñanza, seguridad ciudadana y el conjunto de los servicios sociales. En los mercados, sus hombres controlan que las bombonas de butano que se venden estén llenas e imponen precios asequibles en las gasolineras. Simultáneamente, sus unidades de combate persiguen una ambiciosa estrategia expansionista y cuentan en sus filas con militares de alta graduación del antiguo ejército de Sadam Husein, experimentados en el uso de armas químicas y biológicas. Hace unas semanas, reporteros de Foreign Policy descubrieron en un ordenador que había pertenecido al EI documentos para convertir en un arma la peste bubónica.
Disponen de miles de millones de dólares
El EI es el grupo terrorista más rico del mundo, su fortuna asciende a miles de millones de dólares. Antes de los ataques del 11-S, Al-Qaeda tenía un presupuesto anual de unos 30 millones; los atentados en sí costaron un millón. El EI ha ingresado diez millones solo con el pago de rescates, según cálculos de los Estados Unidos. Esa cifra no incluye los ingresos obtenidos por los periodistas franceses y españoles liberados la pasada primavera. Y todavía tiene en su poder docenas de rehenes de países occidentales. El dinero tardará en acabárseles. Los islamistas extraen en torno a 80.000 barriles de crudo al día y consiguen por ello unos dos millones de dólares diarios. El precio del barril en el mercado hoy es de 100 dólares; el EI lo oferta por entre 25 y 60 dólares. Parte lo refina en su territorio, otra parte se desvía al contrabando en forma de crudo y pasa en camiones cisterna a los vecinos Turquía, Irán y Jordania, donde se vende en el mercado negro.
El EI también usa el petróleo para comprarse el favor de la gente. Una de sus primeras medidas tras conquistar la ciudad de Deir Al-Zur fue bajar los precios de la gasolina. En todo caso, la mayoría de quienes permanecen en territorio EI no lo hacen por lealtad, sino porque no se pueden permitir la huida. Son pocos los que apoyan a los integristas. Cuando, a mediados de julio, un tribunal condenó a muerte por lapidación a dos mujeres acusadas de adulterio, la mitad de la ciudad se congregó en el parque de la ejecución. El EI había llevado un camión cargado de piedras, pero nadie se acercó a cogerlas. Luego llegaron unos combatientes del EI y lanzaron las piedras ellos mismos.
El placer de torturar
En el territorio del EI hay muchas personas con motivos para temer a la muerte. Pero también hay valientes que protestan. Una doctora de Mosul describe en su blog cómo ella y sus compañeras han mantenido la clínica en funcionamiento tras la caída de la ciudad, «a pesar del miedo a ser asesinadas», como cuenta en una de sus entradas. «Aunque hubiéramos tenido la posibilidad de huir y dejarlo todo, no se nos ha pasado por la cabeza ni una sola vez abandonar nuestro trabajo, a nuestros pacientes». Asimismo, el EI impone sus normas de vestimenta en Mosul y lo hace, como cuenta la doctora, «con insultos, amenazas y desprecios». En la puerta del hospital se instalaron vigilantes que prohibían entrar a las empleadas que no fuesen cubiertas.
Algunos miembros del personal les explicaron que no podrían asistir a sus pacientes vestidas así, que con los velos no verían bien en el quirófano. Los hombres del EI respondieron insultando a gritos a las mujeres. Poco después, la doctora publicó otra entrada en su blog, esta vez con un tono más desesperado: «Detrás del fanatismo se esconde algo más que el amor a la religión o al poder. Se esconde algo malvado que aprenderemos a odiar».
La ley del terror total
En territorio del Estado Islámico viven ocho millones de personas bajo un régimen de terror. Imponen su ley a golpe de descuartizamientos, asesinatos comunales, empalamientos, decapitaciones, violaciones o ahorcamientos, dejando los cadáveres en la plaza pública durante días.
Forrados y armados hasta los dientes
Controlan puntos claves del petróleo y el gas iraquí, cuyo contrabando les rinde dos millones de dólares al día. También practican el secuestro, atracan bancos y cobran impuestos. Semejante liquidez les da acceso a armamento sofisticado, además de contar con el arsenal robado a los ejércitos de Irak y Siria y a otros grupos armados.
¿Por qué levantan el dedo?
A estos combatientes les gusta posar de esta guisa. El gesto, sin embargo, no es exclusivo de su organización. Al alzar el dedo índice, los musulmanes de toda índole no solo los ‘yihadistas’ indican su pertenencia al Islam. Con ello cumplen con uno de los cinco pilares de su credo: afirmar su fe en un único Dios y en la profecía de Mahoma. Los miembros del Estado Islámico, en todo caso, suelen completar su pose mostrando un fusil o pisando las armas capturadas al enemigo.
¿Por qué llevan banderas negras?
Trincheras, controles de carretera, puestos de falafel... Allá donde mire en territorio del Estado Islámico, encontrará esta bandera negra con las siguientes frases: «No hay más Dios que Alá» y «Dios. Profeta. Mahoma». El símbolo es un legado de la dinastía Abasí, cuyas tropas, en el siglo VIII, portaban un estandarte oscuro cuando arrebataron el califato a los omeyas. Hoy, el símbolo es usado por islamistas radicales de todo pelaje.
Las nuevas armas de la guerra asimétrica
Vista la fuerza emergente del nuevo régimen califal, poco hay que debatir sobre su pujanza y crueldad. Para comprender su alcance y el nivel de amenaza que comporta, sobre todo para Europa, basta introducirse en la Red y contemplar la propaganda que expande en ella (un instrumento de la ‘guerra ideológica’ muy difícil de contrarrestar) y algunos de sus mensajes puntuales más convulsivos, iniciados el 19 de agosto de 2014 con un vídeo colgado en YouTube que mostraba la brutal decapitación del fotoperiodista estadounidense James Foley en represalia por los ataques aéreos ordenados por la Casablanca contra las posiciones yihadistas.
El frente abierto por el Estado Islámico en Twitter, Facebook, YouTube y en multitud de medios digitales, con contenidos connotados con el terror, la ideología y el triunfo de la yihad islámica, cada vez más en línea con las técnicas y sistemas de producción del propagandismo político occidental, es imparable. Y desde luego evidencia su utilidad como nuevo instrumento de la ‘guerra asimétrica’, en la que David puede vencer fácilmente al Goliat que se ampara bajo el ‘águila calva’ de Estados Unidos, que ya se ha mostrado bélicamente inútil -e incluso contraproducente- en Irak, Afganistán o Siria…
El terror, el miedo y el odio a la cultura occidental -a menudo acompañados de la mentira- corren como la pólvora encendida a través de Internet desde que el pasado 10 de junio los milicianos de Bakr al-Baghdadi tomaran Mosul, la tercera ciudad más grande de Irak después de Bagdad y Basora. El temor a sus represalias, potenciado a través de la Red, era la avanzadilla de los yihadistas y un arma psicológica altamente eficaz más allá de la mera propaganda.
Como relata Oscar Gutiérrez en un reportaje sobre la amenaza yihadista titulado ‘Propaganda de película para el Califato’ (El País 07/09/2014) en Internet “viajan informaciones, opiniones, fotografías y, sobre todo, vídeos con una edición y producción excelentes; con una narrativa audiovisual enganchada a los ritmos del cine y la publicidad”, poniendo de ejemplo las imágenes rodadas con tres cámaras que captan y difunden las plegarias del líder del EI en una mezquita de la Mosul recién conquistada, perfectamente editadas.
“La hidra yihadista del EI se apoya en un sinfín de productoras, equipos de comunicación sobre el terreno, redes más o menos conocidas y webs de soporte que hacen prácticamente imposible cortarle siquiera la cola. A la cabeza están Al Hayat Media Center y Al Furqan, firmas que aparecen en muchos de los vídeos que, por su calidad técnica, más se han devorado en la Red”, continúa narrando Gutiérrez, experto reportero sobre el terreno, advirtiendo que también son habituales las producciones que difunden las ramas simpatizantes yihadistas británica Rayat al Tawheed y francesa Firqat al Ghuraba. Y prosigue:
“Un dron con una cámara incorporada graba imágenes desde el cielo de la ciudad de Faluya (este de Irak), mientras milicianos del EI circulan con sus todoterrenos y fusiles en señal de victoria. Así arranca la película ‘El sonido de las espadas’, una de las cintas más populares bajo el sello de Al Furgan. El aparato no tripulado da vueltas y vueltas hasta que la imagen se funde con un yihadista lanzando un mortero. Siguen los desfiles de victoria, la persecución y asesinato de enemigos, las plegarias de los hombres al mando (en las que aparecen cámaras fotográficas de calidad grabando vídeo)... Terror, triunfo e ideología son los pilares del aparato mediático yihadista”…
Y en este marco de guerra asimétrica, es en el que se debe contemplar también la opinión del secretario de Estado de Defensa de Estados Unidos, ‘Chuck’ Hagel, asegurando que los yihadistas del EI “van más allá de ser un grupo terrorista”, lo que no deja de advertir que combatirlos será tarea larga, difícil y de resultados incierto, como ya lo han sido algunas otras operaciones militares de proyección mal entendidas por la Casablanca. Según el actual jefe del Pentágono, las milicias del Califato “combinan ideología con sofisticadas habilidades militares tácticas y estratégicas, están sumamente bien financiados... Esto va más allá de lo que hayamos visto”.
Paréntesis: Con la debida cautela, también hay que contemplar lo revelado por Edward Snowden, ex especialista de la Agencia de Seguridad Nacional norteamericana (NSA), en cuanto a que Bakr al-Baghdadi, líder del Estado Islámico, es un judío llamado Elliot Shimon, un agente operativo reclutado por el MOSSAD israelí y entrenado en el espionaje y la guerra psicológica contra las sociedades árabes e islámicas. Según lo publicado en el Gulf Daily News, Snowden afirmó que “la inteligencia estadounidense, británica y los servicios secretos israelíes, crearon una organización terrorista capaz de atraer a todos los extremistas del mundo a un sitio, usando una estrategia llamada el Nido del Avispón”…
Es cierto que, como dice ‘Chuck’ Hagel, ahora las cosas son distintas, con independencia de que algo habría que admitir como mal hecho en las invasiones militares norteamericana y de la OTAN a Irak y en la entrega de armas y dinero a los terroristas que desestabilizan a Siria, e incluso en la forma de derrocar el régimen de Muammar el-Gadafi en 2011.
La consultora estadounidense The Soufan Group (TSG), con sede central en Nueva York y especializada en investigación y seguridad en Oriente Medio, ha estimado que al menos 12.000 extranjeros se han integrado ya en las filas militares del EI, incluyendo unos 2.500 provenientes de los países de Occidente que han viajado a Siria e Irak en los últimos tres años (las cifras crecen con notable rapidez).
Al mismo tiempo, identifica al EI como el grupo terrorista con mayor sostén económico del mundo, pudiendo haber recibido más de dos mil millones de dólares de donantes exteriores, además de contar con la venta del petróleo apropiado en los territorios bajo su control y de todo tipo de valores al portador existentes en los bancos ubicados en sus dominios. Por ejemplo, parece confirmada la apropiación de más de 400 millones de dólares en oro depositados en el banco central de Mosul, ciudad conquistada el pasado mes de junio.
Y es en este nuevo escenario de guerra en el que el presidente Obama pretende desarrollar su iniciativa para el aplastamiento militar del EI, en mayor o menor medida apoyada por otros países occidentales e incluso árabes, pero ya fracasada en otros escenarios similares, con el fin de no perder su posición de Gendarme Universal y de no perder el liderazgo de la economía mundial, objetivos a nuestro entender cada vez más difíciles de sostener.
Nadie duda de que -sin ignorar la nebulosa que envuelve su origen o su instigación previa- el Estado Islámico tendrá una fuerte respuesta por parte de Estados Unidos y sus más fieles aliados. Pero las cosas cada vez se van enredando más y ya puede decirse que estamos ante la ‘tormenta perfecta’ del terrorismo yihadista. Ignacio Álvarez-Ossorio, profesor de Estudios Árabes e Islámicos en la Universidad de Alicante, lo describe así en un artículo de opinión publicado recientemente en El País (01/10/2014), en el que se hace algunas preguntas significativas y vaticina, de forma quizás precipitada, el fin de la atrocidad que supone el Califato:
El día D y la hora H contra el Estado Islámico (EI) se han hecho esperar, pero finalmente han llegado. Durante un año y medio, esta internacional del terror ha logrado extender sin obstáculos reseñables sus tentáculos por Siria e Irak aprovechando la progresiva descomposición de ambos países. Para ello ha contado con la connivencia de buena parte de las potencias regionales, que han tolerado, o directamente alentado, a este grupo terrorista transnacional siguiendo la lógica del enemigo de mi enemigo es mi amigo.
Para las petromonarquías árabes, que han financiado con generosidad a los grupos armados salafistas, se trataba de frenar a Irán, su bestia negra y principal aliado de Bachar al-Asad. Por su parte, Turquía, que ha permitido que sus fronteras se convirtieran en un coladero de yihadistas, pretendía impedir que el Kurdistán sirio afianzara su autonomía. Siria, a su vez, permitió que el EI se instalase en su territorio confiando en que su presencia fragmentase las filas rebeldes. De esta combinación de factores surgió una tormenta perfecta cuyas principales beneficiadas fueron las huestes del EI, que llegaron a creerse su propia propaganda y anunciaron el advenimiento de un nuevo califato.
Los recientes ataques contra los bastiones yihadistas en Siria e Irak parecen indicar que este periodo de gracia ha llegado a su fin. La pregunta que flota en el aire es por qué ahora y no antes. Cuesta comprender por qué se ha tardado tanto tiempo en reaccionar y por qué se ha permitido que la situación se deteriorase hasta tal punto. Una de las pocas cosas claras entre tanta nebulosa es que el EI ha aprovechado este precioso tiempo para ganar músculo y transformarse en una amenaza global. Debe tenerse en cuenta que este grupo lleva imponiendo su ley y aterrorizando a las poblaciones locales desde hace meses mientras las potencias occidentales miraban hacia otro lado. Sus éxitos sobre el terreno de batalla han provocado un verdadero efecto llamada de combatientes curtidos en Afganistán e Irak, así como de aprendices de mártires deseosos de dar sentido a sus vidas inmolándose en el camino de Allah. La brutal persecución de las minorías confesionales parece haber despertado a la comunidad internacional de su letargo, pero ha sido la decapitación de dos de sus nacionales la que ha obligado a Estados Unidos a pasar a la acción. Queda por dilucidar si este fue un desafío intencionado por parte del EI o un mero error de cálculo, pero lo que es evidente es que ha abierto la caja de los truenos e iniciado la cuenta atrás para la erradicación del movimiento.
Hoy en día, las potencias regionales e internacionales denuncian sin ambages la brutalidad de sus métodos y su ambición sin límites. Esta sensación de amenaza compartida ha permitido el establecimiento de una amplia coalición de 40 países capitaneada por Estados Unidos que, además, cuenta con una nutrida presencia de países árabes. Si bien es cierto que la Administración de Obama es consciente de que los ataques aéreos serán incapaces de destruir por completo al EI, lo que intenta al menos es reducir al máximo su capacidad bélica. En términos pugilísticos, lo que pretende es llevarle contra las cuerdas, lo que implica, además de golpearle sin pausa, cortar sus vías de financiación, impedir la llegada de yihadistas y evitar su rearme. En definitiva: ponerlo a la defensiva. Para ello no sólo será necesaria la colaboración con los países árabes que se han sumado a la coalición, sino que también será imprescindible el concurso de los ‘peshmergas’ kurdos, los rebeldes sirios y las grandes tribus de la zona, que ya tuvieron un papel destacado en la expulsión de Al Qaeda de Irak en 2007. Sólo la conjunción de los ataques aéreos y la presión terrestre puede, si no derrotar al EI, al menos reducirla a su más mínima expresión. El precio a pagar será inevitablemente alto, puesto que los yihadistas podrían dispersarse y optar por desestabilizar algunos países de la región y, en particular, Líbano y Jordania, los dos eslabones más débiles de la ecuación.
El presidente Obama ha advertido que la guerra contra el EI será larga, entre otras cosas porque despierta más incertidumbres que certezas. Una de las principales incógnitas por despejar es a quién beneficiarán y a quién perjudicarán los ataques. Aunque parece evidente que el EI será la principal víctima, no está claro quién ocupará el vacío que deje. La coalición internacional ha anunciado que trabajará con las fuerzas rebeldes moderadas, en una clara alusión a un Ejército Sirio Libre que no ha dejado de perder posiciones ante el avance de las fuerzas yihadistas hasta convertirse en un rosario de grupos sin un liderazgo centralizado y que, para más inri, depende por entero de la ayuda saudí y catarí. Hoy por hoy parece poco factible que dichas fuerzas tengan capacidad para hacerse con el control de aquellas zonas de las que el EI sea expulsado.
Aunque Estados Unidos no esté dispuesto a reconocerlo, el principal beneficiado de estos ataques podría ser el régimen de Bachar al-Asad. Junto a las posiciones del EI, la coalición internacional está golpeando al Frente Al Nusra, la franquicia local de Al Qaeda. Así las cosas, el Ejército sirio podrá deshacerse de dos de sus más importantes rivales y afianzar los avances alcanzados en los últimos meses. La intervención de Estados Unidos podría tener un carácter providencial para el régimen sirio, que, a pesar de todas las atrocidades que ha cometido, no tiene reparo en seguir presentándose como un mal menor y, sobre todo, como una barrera de contención al movimiento yihadista. En todo caso, por el momento no hay indicios de que la ofensiva contra el EI pueda ser un preámbulo para la rehabilitación internacional de El Asad, al que la mayor parte de la comunidad internacional sigue considerando como un indeseable criminal de guerra.
Aunque la tarea más urgente es evitar que siga creciendo, el combate contra el EI no sólo debería limitarse a su dimensión militar. Además de cortar sus vías de financiación, también debería ponerse un énfasis especial en impedir que las potencias regionales, y en particular Arabia Saudí e Irán, prosigan su peligrosa guerra fría, que ha creado el ambiente propicio para su avance. De un tiempo a esta parte, la instrumentalización de la religión por parte de sus gobernantes ha llegado hasta extremos intolerables convirtiéndose en una pantalla de distracción para despistar a sus poblaciones de los graves problemas de índole política, económica y social que padecen. Esta arriesgada apuesta ha sumido al conjunto de la región en una incontrolable espiral de violencia. Quizás haya llegado el momento de ponerle fin.
Como concluye en su artículo Álvarez-Ossorio, puede que “haya llegado el momento” de poner fin a la barbarie del islamismo radical. Pero una cosa es plantearse tal objetivo y otra muy distinta alcanzarlo. Sobre todo si se tiene en cuenta que la visión de Estados Unidos (que arrastra ciegamente la de sus aliados europeos) tiene más que demostrada su general incapacidad para comprender la realidad del enemigo sobre sobre el terreno ajeno -de forma particular la del yihadismo- y, peor aún, para enfrentarse a ella.
La guerra contra el Estado Islámico difícilmente podrá ganarse manteniendo la misma perspectiva aliada con la que se han combatido los regímenes de Sadam Husein, Muammar el-Gadafi o Bahsar al-Assad, por ejemplo, ni con los medios comprometidos hoy contra el de Bakr al-Baghdadi por la limitada coalición de Estados Unidos, Francia y Reino Unido, acompañada de algunos países árabes que juegan de forma discrecional con dos barajas, y sin un importante ejército de proyección para la ocupación física del terreno. Es decir, sin oportunidad de frenar in situ la progresión de los fanáticos, y -en tal supuesto- teniendo que enfrentar las tropas terrestres a la complicidad de ciertas poblaciones y a las prácticas terroristas de la santa inmolación personal.
De momento, ya hemos visto el fracaso de Francia en la defensa de la integridad territorial de Mali, con las milicias islamistas resurgiendo de sus cenizas cada día. Teatralidades aparte, en Afganistán nada impide que los talibanes retomen el poder con la salida de las últimas tropas de Estados Unidos. En Siria es imposible parar al Estado Islámico sin un acuerdo con el repudiado Bashar al-Assad, cuyo régimen es el más beneficiado por los bombardeos aéreos ordenados desde el Pentágono, tras la paradoja de que sólo su firme resistencia haya evitado un poder integrista en Damasco. Y en Libia, que es otro escenario crítico por su proximidad a Europa, estamos viendo cómo, después de una intervención inicial de corte más bien emotivo y sin una perspectiva estratégica a largo plazo, las potencias occidentales han propiciado un clima de inestabilidad e inseguridad política que facilita abiertamente las apetencias expansionistas del Califato.
Todo ello con independencia de otras cuestiones de entorno que afectan muy sensiblemente a las estrategias de las potencias regionales (como Irán, Turquía o Rusia)…
La tercera invasión europea del Islam
Pero, con todo, la batalla contra el Estado Islámico, es decir la defensa ante la amenaza yihadista, que es la del islamismo más radical comprometido con el aniquilamiento de cualquier principio o valor cultural confrontado, se tendría que dar de forma principal y urgente en Europa (empezando por España). Y trasladar la responsabilidad de combatirlo en su propio terreno a las partes más afectas, representadas no sólo por Arabia Saudí, Catar o los Emiratos, sino también por Rusia, Irán, Turquía…, con el apoyo solidario de la Unión Europea y la OTAN y con los acuerdos políticos necesarios, muy alejados de las torpezas con las que, por ejemplo, se ha provocado la crisis de Ucrania.
Bernard Lewis, el historiador y orientalista británico casi centenario (nacido en 1916), hoy con doble nacionalidad israelí y estadounidense, considerado como uno de los mayores expertos mundiales en las relaciones del Islam con Occidente y acuñador de la expresión ‘Choque de Civilizaciones’ tres años antes que Samuel Huntington la popularizara en su famoso artículo de la revista Foreign Affairs (fenómeno torpemente remedado por Rodríguez Zapatero con su ‘Alianza de las Civilizaciones’), ha constatado una nueva invasión islámica de Europa. Y también graves enfrentamientos entre sectas musulmanas por determinar quién -entre las fuerzas del bien y del mal- lidera el proyecto de ‘lucha final’ para que ‘la verdadera fe’ domine el mundo; puesto que, en este sentido, la yihad está desencadenada por los ‘afortunados receptores del mensaje final de Dios a la humanidad’, fieles que tienen el deber no de mantenerlo egoístamente para ellos mismos, sino de llevarlo al resto de la humanidad.
En ese enfrentamiento, la carrera se ha desatado entre organizaciones terroristas como Al-Qaeda y algunos grupos satélites, explícitos o implícitos, que importan a Occidente el salvajismo cotidiano del Medio Oriente. Pero en ello también compiten países que, como Arabia Saudí e Irán, comparten religión y mensaje divino a la vez que una descarnada rivalidad sectaria interna -entre chiíes y suníes- por controlar la dominación del territorio llamado ‘infiel’.
Lewis, que también ha augurado una “larga y sombría guerra de razas entre las diferentes comunidades en Europa” (ese es un tema igual de próximo pero políticamente más dramático), sostiene sin rodeos que, tras la primera invasión musulmana que llevó el Islam a España y la segunda -la otomana-, que lo intentó siglos después por el lado opuesto de Europa, esta nueva ‘tercera oleada’ invasiva se produce por una doble vía inmigratoria y demográfica, y entre otras cosas ante la nefasta indiferencia occidental.
Este nuevo proceso tras las invasiones que por distintos frentes llegaron a España y a las puertas de Viena (fracasadas), se está produciendo ahora de forma exitosa con la masiva ‘repoblación’ musulmana de toda la Europa Occidental, en un avance que ya se mide por décadas y con un ritmo no sólo sostenido sino de efecto multiplicador, acompañado además -afirma Lewis acertadamente- con la única respuesta política “del auto menosprecio, las auto humillaciones y las disculpas” de los europeos ante el grave fenómeno en marcha.
De hecho, después de predecir próximos tiempos de lucha entre distintas comunidades en Europa (con tensiones ya manifiestas en el surgimiento de movimientos racistas y neofascistas), Lewis concluye que sin más respuesta disponible que el doblegamiento y la renuncia a los principios y valores culturales propios, “el panorama es bastante deprimente”. Pero, con todo, no parece que la opinión pública europea vaya por el camino de enfrentarse al radicalismo de la penetración musulmana, como vienen denunciando algunos pocos columnistas dispuestos a soportar las consabidas acusaciones de ‘racistas’, ‘intolerantes’ o incluso ‘fascistas’ sólo por defender las señas de identidad propias y alertar sobre los riesgos extremos de permitir tanta intolerancia del Islam contra ellas. O, mucho peor, su intolerancia contra el propio modelo europeo de convivencia, incluido su ordenamiento jurídico.
En esa misma línea crítica se pronunció Henry Porter, columnista habitual en The Observer (el suplemento que incluye The Guardian en su edición dominical), analista acreditado como defensor de las libertades públicas y los derechos civiles, indignado ante el demoledor reportaje emitido en ‘Channel 4’ en el que se mostraban a imanes financiados por Arabia Saudí lanzando los más tremendos mensajes de odio contra Occidente.
Entonces, Porter afirmó en uno de sus artículos de opinión que “la tolerancia a la intolerancia es aún el más acuciante pecado de este país”, refiriéndose a lo que pasaba en Gran Bretaña, argumentando con toda claridad que “si la mayoría de los musulmanes quieren realmente integrarse, deberían empezar por echar a patadas de las mezquitas a los predicadores del odio”. Y concluía: “El Islam tiene mucho de lo que alardear pero sugiero que los misioneros saudíes no tienen nada que ofrecer más allá de problemas”.
Pero es que, ya en abril de 2006, Gadafi había declarado a la cadena de televisión Al Jazeere (financiada por Catar): “Algunas personas creen que Mahoma sólo es el profeta de los árabes o de los musulmanes. Esto es un error. Mahoma es el profeta de todos los pueblos (...). Reemplazó a todas las religiones previas. Si Jesús hubiera estado vivo cuando fue enviado Mahoma, le habría seguido. Todas las personas deben ser musulmanas”.
Y, tras su fanático razonamiento religioso, lanzaba una clara advertencia: “Tenemos 50 millones de musulmanes en Europa. Hay signos de que Alá concederá la victoria en Europa -sin espadas, sin armas, sin conquistas. Los 50 millones de musulmanes de Europa lo convertirán en un continente musulmán en unas pocas décadas”. A continuación precisaba, no sin menos razón: “Alá moviliza a la nación musulmana de Turquía, y la añade a la Unión Europea. Esto son otros 50 millones de musulmanes. Habrá 100 millones de musulmanes en Europa. Albania, que es un país musulmán, ya ha entrado en la Unión Europea (sic). Bosnia, que es un país musulmán, ya ha entrado en la Unión Europea (sic). El 50 por 100 de sus ciudadanos son musulmanes”...
Mensaje que venía a concluir con la perspicaz advertencia de que “Europa está en un aprieto, lo mismo que Estados Unidos”, subrayando con una visión política del problema nada desdeñable que “o se hacen musulmanes en el futuro, o declaran la guerra a los musulmanes”. Una premonición muy afinada de lo que ya hay que admitir como la tercera invasión musulmana de Europa, asentada en sus estructuras políticas, sociales y económicas y, por tanto, ahora muy difícil de rechazar.
Como ya hemos apuntado, la irreversibilidad del fenómeno se sustenta en el hecho de que una cultura (en este caso la europea) necesita una tasa de fecundidad superior a dos hijos por pareja, de forma que si esta generación demográfica es menor, el modelo cultural declina de forma progresiva. De hecho, ninguna cultura ha podido invertir este proceso de degradación con una tasa de fecundidad menor, con independencia de que ya con tasas inferiores al 1,3 sea prácticamente imposible revertir el proceso, entre otras cosas porque también se derrumbaría el modelo económico.
Si una pareja tiene un solo hijo, es evidente que en su generalidad sólo habrá la mitad de hijos que de padres, y si a su vez estos hijos mantienen la misma tasa de fecundidad, sólo podrá nacer un nieto por cada cuatro progenitores. Pues bien, manejando un estudio del 2007, año a partir del que comenzó la crisis económica y desde el que hay que suponer todavía una menor tasa de fecundidad, vemos, por ejemplo, los coeficientes de descendencia siguientes: Francia (1,8); Inglaterra (1,6); Grecia (1,3); Alemania (1,4); Italia (1,2); España (1,1)…
Con la totalización de los países integrados en la Unión Europea, la tasa de fecundidad no va más allá del 1,38, lo que, siguiendo esa dinámica, dentro de pocos años dejará de existir tal y como la conocemos. Y no sólo porque la población aborigen se haya reducido indefectiblemente, sino porque se irá sustituyendo (e incluso se podrá incrementar) gracias a la inmigración musulmana y a su descendencia sobre territorio europeo, proceso detectado ya a partir de 1990 y que en algunas zonas llega a una renovación de la población basada en las familias islamistas hasta en un 90 por 100.
Si tomamos el ejemplo significativo del sur de Francia, tradicional zona de afirmación católica, vemos que el promedio de 1,8 hijos por familia aborigen es sustituido por otro del 8,1 en las familias musulmanas inmigradas, de forma que ya más del 30 por 100 de los menores de 20 años son fieles al Islam y que en sus localidades hay más mezquitas que iglesias del resto de las religiones. Y si consideramos el caso de grandes ciudades, como Niza, Paris o Marsella, esa proporción de musulmanes jóvenes llega al 45 por 100. Dicho de otra forma, las estimaciones demográficas avanzan que más o menos dentro de diez años (a partir de 2025) el 20 por 100 del núcleo poblacional de Francia será musulmán, y que diez o quince años después se darán las condiciones demográficas necesarias para que el país se pueda convertir en una república islámica.
En el caso de Gran Bretaña, la señal de alarma sonó en 2003 y las últimas encuestas y estimaciones demográficas evidencian que su población musulmana crece con tanta rapidez como para que en menos de 20 años el Islam desborde al conjunto de las creencias cristianas. Y el problema es que (sin llegar a la radicalidad del nuevo Estado Islámico) cuando el Islam se convierte en la religión dominante en una sociedad, la Sharia se impone y los no musulmanes pueden ser relegados a la dhimmitud, lo que significa que serán súbditos de segunda categoría.
Al igual que sucede en Paris, el tráfico de las calles de Londres se atasca cada viernes cuando los fieles musulmanes realizan sus oraciones públicas. Y aunque hay leyes en contra de este tipo de manifestaciones, las autoridades suelen mirar para otro lado (en Estocolmo un distrito de la ciudad ya permite que una mezquita realice llamadas a la oración musulmana).
Según David Coleman, profesor de demografía en Oxford, la identidad nacional del Reino Unido se verá muy pronto sometida a un cambio importante que afectará a la cultura, la política, la económica y a la religión, cuando la población netamente británica o europea se convierta en una minoría. Un cambio de transformación étnica y cultural -afirmó- “inesperado e irreversible en la sociedad británica, sin precedente durante al menos un milenio”.
En Holanda el 50 por 100 de los bebés son musulmanes, lo que significa que dentro de poco la mitad de su población será musulmana. En Bélgica el 25 por 100 de la población ya lo es y el 50 por 100 de los nuevos nacidos. Mientras en Suecia algunos disturbios recientes vinculados a la presión inmigratoria, anuncian que el problema de la invasión musulmana no se puede seguir ignorando.
Se podría seguir hablando mucho de lo que sucede en otros países de la Unión Europea, y en particular de sus especiales connotaciones en España. O de cómo el problema islamista afecta, por ejemplo, a la República de Rusia, con más de 30 millones de musulmanes especialmente visibles en sus ejércitos. Pero las cifras y los datos oficiales no terminan de aflorar, acaso por falta de decisión para afrontar una realidad que hasta hoy mismo está siendo admitida, e incluso hasta apoyada, por una sociedad europea en esencia ‘buenista’ o tal vez acomplejada por algunos aspectos de su propia historia poco edificantes.
No obstante, los estudios más contrastados del Pew Research Center, think tank residenciado en Washington DC, ya establecieron en 2011 que el número de musulmanes estaba creciendo exactamente el doble que el resto de la población mundial. Y que en el año 2030 un mínimo del 25 por 100 de esa población mundial profesará la fe islámica.
En cualquier caso, el creciente fenómeno inmigratorio, las facilidades del transporte transfronterizo, la reafirmación de los derechos humanos y de la igualdad social -a veces en forma de mero populismo-, junto a otros aspectos de naturaleza política, impiden hacer un seguimiento puntual del trasvase poblacional y cultural a nivel mundial, con datos actualizados. Si bien todo apunta a que la tercera invasión concreta de Europa por el Islam es, en efecto, un hecho real, desbordante y de momento imparable.
Entonces, hay que volver al inicio de esta Newsletter y, ante la evidencia de que el islamismo radical está penetrando progresivamente en la Unión Europea, imponiéndose sobre sus propios principios y valores culturales sin ningún freno institucional, preguntarse por qué extraña razón se ataca al Estado Islámico en su propio territorio -militarmente adverso-, mientras se permite la tercera invasión del Islam del viejo continente. Algo sin duda verdaderamente incongruente.
Fernando J. Muniesa