Editoriales Antiguos

NÚMERO 151. Rajoy y sus ‘marianitos’ en busca de los votos perdidos del PP

Elespiadigital | Domingo 01 de febrero de 2015

Manuel Fraga, fundador de Reforma Democrático, que fue la formación política embrionaria de Alianza Popular -después convertida en el actual Partido Popular-, y hombre pragmático que supo transitar como pocos desde el franquismo más duro (el de los Consejos de Guerra de 1963 y 1975) a la democracia (fue uno de los llamados ‘padres de la Constitución’), sostenía que la obligación de un político es tragarse un sapo con el desayuno de cada mañana.

Y la verdad es que personalmente se tragó unos cuantos, algunos incluso innecesarios. Por ejemplo, el que cuando, retirado a su Galicia natal (su última guarida política), para lograr acaudillarla durante quince años seguidos después de muchos baqueteos y fracasos electorales, le llevó a renunciar a su tradición regionalista y asumir el galleguismo como columna vertebral del territorio, emulando en la cuestión lingüística los principios que el denostado Pujol aplicaba en Cataluña…

Y la tradición del ‘traga-sapos’ sigue vigente, porque en sus tres años al frente del Gobierno, Mariano Rajoy se los ha tenido que tragar a mansalva; empezando por los del incumplimiento de sus promesas electorales, siguiendo con los de sus discursos mentirosos sobre la creación de empleo y el fin de la crisis económica (Luis de Guindos -el ‘marianito’ sabio- acaba de reconocer, por fin, que “hasta que no reduzcamos en diez o doce puntos la tasa de paro no saldremos de la crisis”…), y acabando, de momento, con el de tener que reconocer a Pablo Iglesias como el ‘Manostijeras’ que le está segando la hierba bajo su poltrona gubernamental.

Hay desayunos con sapo acompañados con diamantes (como los del ‘Gürtel-Bárcenas’ o los de la troupe de ‘Bankia’); otros algo más indigestos con suplemento de kartoffelsalat y salchichas de Frankfurt (apropiados para pelar la pava con frau Merkel); algunos con toques de cicuta como los necesarios para entenderse con los ‘aznaristas’ dentro del partido; los que presentan sobre tostada de pan aliñada con aceite de ricino el sapo obligado de tener que reconocer a Podemos como el gran vengador de la política anti social, descontador de los votos de la corrupción y el mamoneo bipartidista y, a la postre, como ‘matador do cangaceiros’, como el Antonio das Mortes que nos legó el cineasta brasileiro Glauber Rocha…

Sapos todos ellos que Rajoy se está tragando por fas o por nefas, aunque dudemos de que también los esté sabiendo digerir. Claro está que, hoy por hoy, el sapo más intragable de la política española, al menos para muchos de los votantes históricos del PP, es tener que apoyar al empecinado Gobierno ‘marianista’, que les sigue tocando las narices sin convenir las reformas políticas prometidas, sin renovar su equipo ministerial de inútiles ‘marianitos’ (el de peor valoración social en el nuevo régimen democrático), sin reconocer errores ni proponer rectificación alguna… Erre que erre y agarrado al absurdo imaginario ya lanzado por Maria Dolores de Cospedal en la ‘Convención Nacional 2014’ del partido en el Gobierno: “El PP o la nada”.

Entre “El PP o la nada” y el “Todos contra Podemos”

Una idea-fuerza verdaderamente irreal y gratuita que -por inoportuna- prevaleció sobre el propio lema de aquella convención, no menos insolvente y presuntuoso: “España en la buena dirección”. Que España no estaba yendo precisamente en la buena dirección, y el estéril invento del “El PP o la nada”, quedaron en evidencia apenas dos meses más tarde, cuando más de un 16% de los votantes del PP en las elecciones europeas previas optaron por dejar en la estacada del 25-M a Rajoy y sus ‘marianitos’, y cuando más de 1.200.000 de los electores españoles (el 8% de los votantes) decidieron introducir a Podemos en la liza política por la puerta grande de las urnas, con cinco escaños y como cuarta fuerza política española entre las diez que lograron representación parlamentaria.

Un fracaso completo y sin paliativos del PP y el PSOE que, sobre todo, anunciaba el sapo mortal de Podemos (Tic-Tac, señor Rajoy; Tic-Tac, señor Sánchez), recebado a partir de aquel momento por las encuestas al uso, incluidas las oficiales del CIS. Un sapo político que ha alcanzado su máxima expresión precisamente en la ‘Convención Nacional 2015’ del PP (23 al 25 de enero), convocada bajo el lema “Juntos por un gran país”, pero que en realidad se va a recordar como la del reconocimiento de Pablo Iglesias como el más temido rival de Rajoy, gracias a la torpe idea que subyace en toda la acción propagandista y de comunicación del PP: ‘Todos contra Podemos’ (pero sin reconocer ni combatir su origen y su razón de ser y manteniendo en sus puestos al batallón de torpes e inútiles que les está entregando el poder en bandeja de plata…).

“Juntos por un gran país” o, dicho de otra forma, Rajoy y sus ‘marianitos’ en busca del voto perdido, aunque él no sea precisamente un Indiana Jones ni sus ministros el ‘Equipo A’ (The A-Team) del televisivo coronel John ‘Hannibal’ Smith (George Peppard), todo un estratega de la guerrilla urbana cuyo lema de combate es “Me encanta que los planes salgan bien”. Por el contrario, lo que los administrados españoles soportan desde hace tres años es una especie de patulea ministerial ‘sin fuste ni muste’, con toda una gama de ‘marianitos’ y ‘marianitas’ lamentablemente dedicados a la política ‘sin fundamento’, que diría Karlos Arguiñano.

“Juntos por un gran país”, demanda ahora el PP. Pero, ¿a quienes se está convocando a este proyecto de unidad nacional…? ¿A la casta política y a los enchufados de los aparatos partidistas, o a todos los españoles incluidos los indigentes y las clases sociales empobrecidas por la mala gestión de los sucesivos dirigentes socialistas y populares…? ¿A las víctimas del terrorismo que soportan al mundo etarra gobernando instituciones democráticas…? ¿A la juventud más preparada de nuestra historia obligada a la emigración…?

No parece que estemos en tiempos en los que la ingenuidad política tenga mayor porvenir, de forma que lo lógico es pensar que el llamamiento del PP (prietas las filas, que se nos acaba el chollo) se dirige sólo a su militancia. Lo que pasa es que, siendo así, el grito de guerra (que eso es lo que es) llega tres años tarde, tiempo en el que Mariano Rajoy se ha desentendido de todos los que le confiaron su voto (no necesariamente gentes de la ‘derechona’, que nunca alcanzarían una mayoría absoluta) para regenerar un modelo político agotado, dejando al margen la gestión, buena o mala, de la crisis económica…

Tres años en los que el desencuentro político de Rajoy y sus ‘marianitos’ con José María Aznar y Esperanza Aguirre, vieja guardia de la mala leche que arrastra lo suyo (¿recuerdan sus apuntes desoídos por Rajoy sobre la necesidad de reconducir el desmadre competencial en el Estado de las Autonomías…?), es más que evidente. Tanto como que la llamada a la unidad interna -y no digamos a la externa- llega tarde y, por tanto, llega mal, como se encargó de demostrar el propio Aznar nada menos que durante su intervención en la sesión de apertura de la Convención Nacional 2015 (televisión urbi et orbi de por medio).

Porque si la última Convención Nacional del PP se planteaba como un torpe remedo de ‘La feria de Cuernicabra’ (una versión moderna de ‘El corregidor y la molinera’ -o ‘El sombrero de tres picos’-, utilizando no solo las figuras humanas encarnadas por los actores principales sino también muñecos que dan vida a los personajes del pueblo aportando cantares, bailes y dichos populares), no se pierdan cómo se las ha gastado Aznar robándole a Rajoy su presumible papel estelar.

Gestos, miradas fulminantes de soslayo, silencios y cortes de desprecio aparte, el ex presidente Aznar (“Yo respondo de mis actos”, ergo que Rajoy responda de los suyos), se agarró a los titulares de prensa que advertían de su ‘regreso’ para apostillar, de entrada y con gran retranca castellana, que nunca se había ido, algo muy parecido a decir que ‘Rajoy ha pasado de mí y ahora quiere que le active los votos perdidos del partido por su flanco de la derecha-derecha’ (los de centro ya son irrecuperables). Y, acto seguido, lanzó dos preguntas tan sencillas como demoledoras, que dejaban al Gobierno y a la directiva del PP a las patas de la caballería electoral.

 

La primera fue “¿Dónde está el PP…?” y la segunda “¿Aspira realmente el PP a ganar las elecciones…?”; y ambas fraseadas con el dramatismo suficiente como para que la tragedia se mascara en el aire y no dejaran de provocar comentarios de muy diverso gusto, ácidos o laudatorios según el corrillo ‘aznarista’ o ‘marianista’ en el que se produjeran. De hecho, el propio presidente del Congreso, Jesús Posada -otro ‘marianito’ espabilado-, señaló públicamente que el discurso de Aznar serviría de “revulsivo” para atraer a los votantes de la derecha que se han distanciado en los últimos años, cosa que está por ver…

Pero si la hostilidad de Rajoy contra el entorno de Aznar y Aguirre sigue abierta (algunos creen que lo latente ya es una guerra encubierta ‘a muerte’ pendiente de los resultados electorales de 2015), lo que todavía se entiende menos es que haya puesto en el centro de la diana política a Pablo Iglesias, el líder de Podemos. Ahora, los ‘marianitos’ han pasado de hablar de forma despectiva de ‘frikis’ y ‘yayoflautas’ a desplegar en su contra un ataque directo y furibundo. La consigna lanzada en la convención de marras por ‘Marianico el Corto’ -queremos decir por Mariano Rajoy- a todos los altos cargos del PP y aspirantes a candidatos electorales, no es otra que enfrentar la ‘estabilidad’ frente al ‘populismo’ y los ‘conjuros caribeños’ (o frente al trotskismo, las marchas fascistas, el comunismo más arcaico, la debacle…). Pobre respuesta y pobre actitud política.

Y airear todo lo posible la pelusilla que, frente a toda la podredumbre cierta del sistema bipartidista, se pueda ocultar bajo las alfombras (aun inciertas) de Podemos. O aventurar que cuando Podemos llegue al poder, será un partido más corrupto que el PP o el PSOE, superación ciertamente difícil de imaginar.

Claro está que Rajoy ha debido observar con auténtico terror lo sucedido en Grecia, donde el partido homólogo del PP (Nueva Democracia) ha sido desalojado del Gobierno por Syriza a punta de bayoneta, mientras el Pasok, referente del PSOE, ha terminado sencillamente aniquilado. Los augures áulicos de ‘Marianico el Corto’ -volvemos a querer decir Mariano Rajoy-, sostienen, con la boca pequeña, que España no es Grecia y que Podemos no es Syriza; pero lo cierto es que las similitudes existen y, sobre todo, que el pánico se va adueñando de la clase política y que la falta de criterio del PP para afrontar el fenómeno brilla por su ausencia.

Quizás eso es lo que está haciendo que los poderes fácticos (básicamente el económico) comiencen a considerar la estrategia interesada de fortalecer al PSOE (al de Susana Díaz -‘la Felipona’-, no al de Pedro ‘Simplicisimum’ Sánchez) como instrumento más adecuado para enfrentarse a la amenaza de Podemos. Una valoración que tomará cuerpo a partir de los resultados que se produzcan en las elecciones andaluzas oportunamente convocadas para el próximo 22 de marzo, en las que no parece impensable un batacazo de Juan Manuel Moreno, otro ‘marianito’ de chicha y nabo, ni un resurgir del PSOE andaluz que, por su esencialidad populista, frene las aspiraciones de Podemos (todo un desafío político)…

Ya veremos en que queda, pues, el discurso apocalíptico de Rajoy basado en fomentar el miedo ciudadano ante la “ruleta rusa” del populismo y los extremismos irrepetibles de una historia pasada con los que se quiere identificar a Podemos. Aderezado con la falacia de que bajo su mandato electoral “España está renaciendo” del desastre ‘zapateril’ y que agotando la legislatura se terminarán de crear un millón de puestos de trabajo (los 3,5 millones prometidos en las elecciones de 2011 son cosa olvidada)…

En fin, ahí quedan la simpleza de “El PP o la nada”, el ingenuo y manido “Juntos por un gran país”, la guerra declarada del ‘Todos contra Podemos’… Pocos ejemplos se pueden encontrar en toda la historia del marketing político -y también en el empresarial- que muestren mejor como se puede trabajar gratuitamente a favor del adversario, llevando el grado de conocimiento y penetración social de su marca a límites insospechados. Y pensando que tan sólo con acompañar sus citas con descalificaciones interesadas de parte (ya sean fundadas o tendenciosas), se conjura su avance electoral y se le declara ‘civilmente muerto’.

Error, inmenso error. Realimentado además por la falta de credibilidad social y la nula capacidad de persuasión de los voceros del PP, los Floriano, los Moreno Bonilla, las Villalobos, (el más hábil y presentable, Alfonso Alonso, fue absurdamente relevado como portavoz en el Congreso -decisiva responsabilidad para fomentar una buena imagen del partido- por el más ácido de todos, Rafael Hernando …). O por la polilla estratégica del inefable ‘profesor Bacterio’ (Pedro Arriola para los amigos), que debió ser jubilado por la vía de apremio después de que Rajoy -queremos decir ‘Marianico el Corto’- perdiera sus segundas elecciones generales frente a ZP (todo un colmo de torpeza profesional)…

En fin, otra convención ésta del 2015 más de fuegos artificiales que de pensamiento y estrategias, que agota la capacidad de reacción del PP frente a la ruina electoral que se le está viniendo encima desde las elecciones europeas del 25-M, con la advertencia de que la campaña del miedo no ha funcionado en las elecciones griegas del 25-E (como no funcionará en España) y con el más que presumible revolcón que Susana Díaz va a darle el 22 de marzo en las elecciones andaluzas. El ‘Tic-Tac’ del tiempo perdido, amenaza a Rajoy y a sus ‘marianitos’ allí por donde asomen la cabeza, mientras pastoreados por Arriola (el perfecto gurú político de pacotilla) siguen jugando a los acertijos del sin ton ni son.

Entre las pocas conclusiones que se pueden sacar de su última convención (que en realidad ha sido otra ‘inconvención’ como la del 2014), quizás merezca la pena destacar la que el periodista Luis Herrero, antiguo euro parlamentario del PP, ha colgado en LibertadDigital.Com (25/01/2015). Describe de forma acertada en lo que el PP anda perdiendo el tiempo:

Aznar-Rajoy, combate nulo

La convención del PP, una vez que supimos que no iba a servir de trompetería para el anuncio de los candidatos de mayo, presentaba el único aliciente de ver fundidos en el mismo abrazo a Aznar y a Rajoy, al padre y al hijo, al genuino y al postizo, al purista y al contemporizador. ¿Iban a abrazarse ante los fotógrafos o a combatir ante la concurrencia? Visto lo visto hicieron ambas cosas. Pero fueron más sinceros en el combate que en el saludo. Aznar llamó al orden a los suyos y Rajoy se fumó un puro dos días después. Ni el uno ni otro hicieron algo distinto de lo que se esperaba de ellos. Así pues, combate nulo.

Aznar se fue de la presidencia Gobierno sin haber regenerado la vida política y abandonó la presidencia del partido con el mismo borrón. De hecho, su último acto como gran capitoste de Génova consistió en ungir con su dedo divino al sucesor que le dio la gana, Mariano Rajoy, dejándole a cargo del mismo poder omnímodo que él había reclamado para sí mismo. El ‘arriolismo’ llegó al PP de su brazo y en materia de promesas incumplidas -recordemos por ejemplo la desclasificación de los papeles del Cesid- o de desprecio de la política en beneficio de la tecnocracia -ahí está la gestión de la crisis provocada por el ‘Prestige’- él fue un digno precursor de su heredero. Gran parte del capital político que cosechó en la legislatura de 1996 lo dilapidó en la de 2000. En 2004 el PP llegó tan tocado a las urnas, en gran parte por su culpa y nada más que por su culpa, que bastó el lío circundante al 11-M para hacerle descarrilar. Aunque ahora ya no nos acordemos, casi nadie hablaba muy bien de él, ni adversarios ni conmilitones, cuando le entregó a Zapatero las llaves de la Moncloa. Luego, con el PSOE en el poder y Rajoy en Babia, y más tarde con Rajoy en Babia y el PSOE en la oposición, su figura reverdeció entre el electorado de la derecha a fuerza de añoranzas. Rajoy le hizo bueno -otros vendrán que bueno te harán- y él le cogió gustillo a los discursos de política con mayúsculas y al rol de guardián de las esencias. Si yo hubiera estado el viernes pasado entre los asistentes a la convención, al oírle preguntar con voz tronante y admonitoria “¿dónde está el PP?” hubiera respondido para mis adentros: más o menos, donde tú lo dejaste.

Aznar, que llegó al poder porque a Felipe González le sepultó la corrupción de los suyos, no captó el mensaje que comenzaba a abrirse paso entre la gente del común: no bastaba con cambiar a corruptos por incorruptos, había que cambiar también, con tanta o más urgencia, las normas de funcionamiento que habían convertido la vida política en una máquina de volver corruptos a los incorruptos. Aznar despreció ese riesgo. Creyó con que bastaría con ser mejor persona y con rodearse de personas mejores. No sé por qué extraña razón, emparentada sin duda con la superioridad moral de la que suele hacer gala, estaba convencido de que sus huestes, capitaneadas por él, serían capaces de ser virtuosas donde las demás habían sido pecaminosas. El problema del descrédito de la política, a su juicio, no estaba en la falta de higiene democrática del sistema, sino en la fragilidad de la naturaleza humana. Y, en vez de cambiar lo que podía, se empeñó en cambiar lo que no podía. Si hoy tenemos algo claro los ciudadanos -todos menos Pablo Iglesias, que lleva camino de superar a Aznar en arrogancia moral- es que las personas no son mejores o peores en función del vecindario ideológico que habitan. Hay buenos y malos en la derecha y en la izquierda. Los políticos, creo yo, no deberían perder tanto tiempo en convencernos de que no son como sus adversarios. No se trata de ellos, se trata de sus ideas. En ese campo sí que cabe establecer jerarquías del bien. Ahí radica, precisamente, la nobleza de la actividad política. Me temo, sin embargo, que la convención del PP no ha servido a esa causa. Aznar, a pesar de su notable arenga del viernes, volvió a poner el acento en las conductas y Rajoy, siempre fiel a sí mismo, sólo pareció interesado en reivindicar su propia excelencia. Ni su plan de viaje ni la calidad de su liderazgo merecieron una sola oración subordinada de autocrítica en el discurso dominical de clausura. Él es quien nos ha sacado de la crisis, quien más ha hecho para acabar con la corrupción, quien ha defendido con más ardor la unidad de España y quien mejor garantiza la estabilidad política en el incierto futuro que se nos echa encima.

Hace unos días, haciendo limpia de papeles viejos, encontré las notas que tomé en mayo de 2006, siendo eurodiputado del PP, tras una reunión en Roma con Rajoy. El PP acababa de conseguir en la calle, yendo de puerta en puerta, la nada despreciable cifra de 3.700.000 firmas pidiendo un referéndum en toda España para someter a votación el nuevo estatuto de Cataluña. Se suponía que el colofón de aquella campaña de movilización ciudadana iba a ser la convocatoria de una gran manifestación donde Rajoy blandiría las firmas recogidas para forzar al Gobierno de ZP a frenar la voracidad independentista del Parlament. Según mis apuntes, Rajoy nos dijo lo siguiente:

No sé si convocaré la manifestación. Tengo muchas dudas y ya conocéis mi proclividad a no correr riesgos. Puede haber banderas con el aguilucho y gritos inadecuados. Además, si hacemos mucho ruido podemos movilizar al de enfrente. Y eso no nos conviene. Estamos preparados para ganar. Vamos a ganar yendo así. Con esta velocidad, ganamos. No quiero ni analistas ni comentaristas tristes. Ya no quiero más agoreros. Estoy cansado de escuchar quejas.

Han pasado nueve años y aquel Rajoy harto de las quejas y de los comentaristas tristes, temeroso de hacer ruido y con aversión al riesgo, es el mismo Rajoy de estos días que nos invita a seguir como hasta ahora.

De la convención no sale un PP más unido -al contrario, porque si algo ha quedado claro es que sus dos almas viven cada una en un polo-, ni más perfilado ideológicamente -porque el único debate interno ha sido si el aplausómetro del viernes registró más o menos decibelios que el del domingo-, ni más cerca de la victoria. Tanto es así que Rajoy parece haberle dado el papel de antagonista de su duelo electoral a Podemos, en un ejercicio de ninguneo al PSOE que no puede considerarse casual, para trasladar al centro de la escena, con nombres y apellidos -o él o Pablo Iglesias-, la encarnación teatral de su estrategia del miedo: o el PP o el caos. Aunque Arriola tuviera razón y esa invocación a huir de guatepeor para refugiarse en guatemala surtiera efecto, la cosa acabaría indefectiblemente en otro refrán: pan para hoy y hambre para mañana. El PP sigue sin enterarse -y en eso sí que fueron intercambiables los discursos de Aznar y Rajoy- de que la gente sólo volverá a ilusionarse con la política si alguien decide al fin cambiar sus caducas, rígidas y endogámicas reglas de juego. El mangoneo de los partidos en la vida pública, y el mangoneo de los líderes en la vida de los partidos, es a las urnas lo que algunos actores a la taquilla: puro veneno. Así que la disyuntiva a la que estamos abocados es así de terrible: o miedo o veneno, o Drácula o Borgia. Yo casi estoy por hacerme el muerto.

Mientras Bárcenas y Pablo Iglesias siguen arreando estopa…

Pero la nula capacidad de ideación de Mariano Rajoy (en eso es superado por ‘Marianico el Corto’) y su colección de ‘marianitos’ (Blancanieves y los siete enanitos habrían formado mejor Gobierno), su desconocimiento del marketing electoral y su total desentendimiento de las tácticas y estrategias políticas más elementales, se acompañan en el día a día, además, por el martilleo de la corrupción. Así, Bárcenas sigue arreando estopa contra los suyos en corto y por derecho, mientras los marianitos de la mangancia interna siguen creciendo más que los enanitos del Circo Arriola, que es en el que se formó -todo hay que decirlo- el gran ‘profesor Bacterio’.

Sin embargo, lo que verdaderamente desquicia al presidente Rajoy (que en el tema de la corrupción sólo sabe pedir a los suyos que se mantengan ‘con la cabeza bien alta’ ante el paredón judicial), es el ‘Tic-Tac’ que le marcan los chicos de Podemos. A resultas, claro está, de la que se pueda formar electoralmente en Andalucía a menos de dos meses vista. Porque si el PP decae en las ocho circunscripciones andaluzas como ya ha decaído en Cataluña y el País Vasco, la derecha de la pasta y la mala leche (que es la que manda) puede indicar sin más al artista del desastre, y sin esperar a la debacle en tromba del 24 de mayo, que tome el tole por la puerta de atrás, olvidándose de poder ser el candidato del partido en las próximas elecciones generales.

Pero, con independencia de lo que pase en las elecciones anticipadas de Andalucía, que desde luego no van a ser nada agradables para el PP (¿se atreverá Rajoy a hacer suya la campaña electoral y apoyar al perdedor Moreno Bonilla como apoyó en Grecia al perdedor Antonis Samarás…?), Podemos sigue a lo suyo, derribando los tabús con los que quieren frenarle tanto el PP como el PSOE.

Tras el éxito arrollador de Syriza y de Alexis Tsipras en Grecia, Podemos ha respondido a la campaña con la que unos y otros han querido frenar su crecimiento electoral, convocando una concentración no contra nada ni contra nadie, ni para exigir nada a nadie, sino de simple reafirmación social, que ha sido arrolladora. Permitiendo una imagen de la emblemática Puerta del Sol de Madrid jamás vista, reventando pacíficamente su capacidad de aforo y marcando toda la distancia necesaria con la hipotética toma fascista de la ciudad anunciada por los sectores más cavernícolas del PP.

La realidad de ese desafío democrático de Podemos, ha sido muy distinta y, sin duda, muy significativa para quienes no se obcecan con lo que de verdad significa ese fenómeno de contestación social. Las pruebas gráficas  del evento ya están en las hemerotecas, al igual que las crónicas que lo han descrito negro sobre blanco, como ésta de Antonio Lucas publicada en El Mundo (01/02/2015), por poner un ejemplo:

Un alud de 'quijotes' en el Kilómetro cero

Lo de ayer fue el mayor acto ecuménico de Podemos. Desde las 11.00 de la mañana, numerosos devotos huroneaban por los alrededores del Círculo de Bellas Artes, donde alguien dio el ‘queo’ de que los dirigentes del partido andaban resguardados dentro, dando tiempo al tiempo. Por los ventanales de la pecera del Círculo se apreciaban siluetas, a la manera de Hitchcock en ‘Falso culpable’, y a cada presencia intuida la afición echaba una consigna al aire y lanzaba a los cristales el móvil prendido en una caña para obtener trofeo.

Entre el aroma a democracia vigilante y el fervorín pancartero llegó casi el mediodía y salió de la hornacina la Santísima Trinidad de Podemos: Pablo Iglesias, Íñigo Errejón y Juan Carlos Monedero. Pisaron la acera, muy climatizada de devotos, como un advenimiento. Para entonces, en decenas de miles de ciudadanos fermentaba el entusiasmo. Los líderes ocuparon su sitio y los símbolos verbales empezaron a salir de los gaznates generando un ruidoso bordado de consignas. Unos tiraban de lengua dispensando fuego amigo. Otros hacían de la mandíbula una bayoneta. Algunos les daban las gracias con prosapia antigua y desde el macizo de la tribu salían alegatos históricos contra los jabalíes de la casta. Estos muchachos tienen la enmienda de la peña ganada, pues saben que la democracia se ejerce también en el hecho de agruparse y mostrarse a lo grande.

Podemos ya no sólo convoca a jóvenes anillados o a existencialistas de alcanfor con Marcuse en la bolsa de mano. Quienes creen que la regeneración no es utopía forman un conjunto heterogéneo, compacto y desigual, sin miedo a decir patria y dispuesto a recuperar la cueva dialéctica de los mitos traficados. Podemos no es una marca, ni un crecepelo, sino una burbuja comisionada que se lanza en picado contra el fracaso del bipartidismo pidiendo fe y lañando con telegenia las heridas. Han tenido el acierto de poner a la peña en la calle sólo para hacer evidente, plástica y visual la realidad de un pueblo que pasa de seguir en este mal baile. «Nosotras también vemos lo que sucede. Y lo padecemos. Los apoyo porque Jesús también dijo 'podemos'». La monja que tuve al lado, natural de León, daba saltitos al paso de una comparsa.

Muchos espíritus fueron ayer sanados en el repecho que va de Cibeles a la Puerta del Sol, ágora y mentidero, donde Pablo Iglesias descargó el nuevo Sermón de la Montaña frente a la «raza de los acusados» (Cocteau) y anunció el «año del cambio». Desplegó una sonrisa de mucho diente, con maneras tremendonas. Apeló a don Quijote y a Machado en el Kilómetro 0. A la República y al 15M. Defendió a Grecia. Devastó con inteligencia la gestión de un PP devastado. Y de repente dijo algo que habrían firmado por igual Carmen Sevilla y Maradona: «Qué bonito es ver a la gente haciendo Historia». Lanzaba señales de triunfo a la mucosa más profunda de miles de ciudadanos. Para cumplir lo que Podemos promete hay que apelar (quizá demasiado) a la inocencia. Pero eso también está en nuestro ADN. «Pensar que sólo ellos tienen la exclusividad del cambio es como creer que sólo los otros tienen la exclusividad del robo», también lo escuché de un escéptico voyeur mientras iba yo contando gente, disfrutando gente de todos los perfiles, matices, colores, peinados. Hombres, mujeres, niños, ancianos, currelas, parados, flamencos y millonarios. Sí, también millonarios. (Y Carmen Lomana). Dicen que el cambio ha empezado. En el balcón de la Casa de Correos las banderas ondeaban hacia la izquierda sobre las testas de los podemitas («Eso somos», dijo un chaval). Madrid fue el único lugar de España donde el sol se hizo sitio. Podemos fue ayer más que un experimento: el cruce de un grito masivo por la justicia social y la oficina portátil del Ministerio de la Felicidad.

Lo realmente aprendido en la ‘Convención Nacional 2015’ del  PP, es más o menos lo mismo que se pudo aprender en su anterior edición celebrada en Valladolid: nada de nada. Con el agravante de que los tiempos adelantan que es una barbaridad y que los ‘podemitas’ (Tic-Tac, Tic-Tac, señor Rajoy) llaman a rebato nacional en el corazón de España, reventando el aforo de la Puerta del Sol, mientras Rajoy y sus ‘marianitos’ andan todavía con el bolo colgando.

 

Con todo, Rajoy tuvo el detalle de salir de la convención de Valladolid del 2014 con el diario Marca en la mano (según se apreció en una fotografía de Claudio Álvarez publicada en El País), dispuesto al parecer a que los graves problemas de España y de su partido no le aguasen la jornada deportiva de aquel domingo. Todo un carácter irrenunciable, de los de ‘genio y figura hasta la sepultura’…

Y ahora, en la convención de 2015, sigue en su inestimable papel de ‘Marianico el Corto’, jugando a no desvelar quienes merecerán el honor de ser los candidatos del PP en las elecciones municipales y autonómicas del próximo 24 de mayo, ni siquiera en Madrid y Valencia, donde el partido se va a jugar el todo por el todo. ¿A santo de qué viene tanta fatuidad y simpleza política…?

Fernando J. Muniesa