Editoriales Antiguos

NÚMERO 162. 24-M: Una carrera electoral con cuatro partidos nacionales en liza, foto-finish y pactos obligados

Elespiadigital | Domingo 19 de abril de 2015

Apenas hace dos semanas, sosteníamos que, frente al agotado bipartidismo ahormado a medida del PP y del PSOE, Podemos y Ciudadanos han venido para quedarse. Y que, por ello, la política nacional se iba a sustanciar ya a cuatro voces, al menos en el nuevo ciclo político inmediato.

Un escenario en efecto novedoso en el que IU y UPyD caminan hacia la  marginalidad política. Y en el que, además, los partidos autonómicos o regionales perderán influencia sobre la gran política nacional, reconducidos en la práctica a gobernar o tratar de hacerlo en su territorio natural.

Y anticipábamos también que, así, tendríamos muy probablemente una mayor y mejor democracia, interpretada a cuatro voces y por tanto más dinámica y representativa. En España, el actual sistema de rotación en el poder (una versión moderna del ‘turnismo’ que conservadores y liberales disfrutaban durante la Restauración borbónica), llama a su fin.

La degradación del moderno sistema oligárquico y caciquil acogido bajo el manto de las Autonomías, llevada al límite por una corrupción política desbordada, que en el fondo es la culpable de la crisis económica, va a pasar la factura electoral correspondiente. Ese es el cambio mínimo que reclama la ciudadanía y la imparable realidad política que se avecina.

Paréntesis: Para tranquilidad de quienes temen un cambio político en España, el número dos del departamento del Fondo Monetario Internacional para Europa, Philips Gerson, acaba de señalar que “partidos como Podemos o Ciudadanos no están teniendo un efecto negativo en la confianza” internacional hacia el país. Avisando, eso sí, que sea cual sea el Gobierno resultante de las próximas elecciones generales, deberá seguir con las reformas y vigilar el necesario cumplimiento de las Autonomías para que alcancen el objetivo en el déficit público, recalcando que nuestra alta tasa de desempleo (casi del 24%) es el lastre que impide la salida definitiva de la crisis.

Ahora, además de tener cuatro partidos nacionales en liza, la carrera electoral del próximo 24 de mayo, a un mes vista, se va a resolver con foto-finish, como sucede en las carreras deportivas más competitivas. Un medio necesario para dilucidar las llegadas más apretadas a la línea de meta, anunciada por las últimas encuestas sobre expectativas electorales.

En la edición del barómetro de Metroscopia del mes de abril, ya se consolida una situación casi de empate técnico entre los cuatro partidos de referencia a nivel nacional: Podemos, PSOE, PP y Ciudadanos. Formaciones que por este mismo orden obtendrían respectivamente el 22,1%, el 21,9%, el 20,8% y el 19,4% de los votos en unas elecciones bajo el supuesto de celebrarse en estos momentos.

Ello confirma una proximidad de resultados para los cuatros partidos líderes cuya separación no va, efectivamente, más allá de los tres puntos. Datos que se revelan tras un trabajo de campo realizado entre los días 7 y el 9 de abril, es decir con los resultados de las elecciones andaluzas del precedente 22 de marzo bien aireadas por los medios informativos y, por tanto, siendo conocido que en aquel ámbito electoral ya se había roto el bipartidismo PP-PSOE.

Con independencia de que Podemos parezca estancado (pero manteniendo la primera posición desde el mes de enero), y que los otros tres partidos repunten ligeramente sobre lo constatado el mes anterior, lo cierto es que la debacle política de los últimos años, fomentada al unísono por el PP y el PSOE, impide ahora que los electores apoyen a una fuerza hegemónica para hacerse con el Gobierno. Después de tanto mangoneo bipartidista, bromitas las justas.

La hora del pacto y la negociación política

Así, lo que sucede -y parece razonable- es que la capacidad de negociar y pactar de los partidos, en definitiva su capacidad política, va a cotizar al alza, convertida en el motor de la gobernanza o del gobierno relacional. Es decir, propiciando más eficacia y calidad en la gestión pública y una intervención del Estado mejor orientada; será un nuevo juego de estrategia, una gran partida de ajedrez a cuatro bandas, que a todos conviene afinar cuanto antes.

Confirmada la incapacidad del PP y el PSOE para satisfacer las nuevas demandas exigidas por el cambio social, y a pesar de la inexperiencia y de las carencias que pueden acompañar a las fuerzas políticas emergentes (Podemos y Ciudadanos), parece claro que se impone la desconcentración del voto y que las mayorías absolutas no satisfacen ya al electorado. Como también parece que los gobiernos nuevos serán asumidos por el partido más votado, que se verá obligado a recabar apoyos puntuales de otros.

De hecho, la organización territorial del Estado, con 17 autonomías bastante diferenciadas en términos políticos e ideológicos, obligará también a realizar pactos cruzados antes que a formar coaliciones de gobierno globales. Un marco en el que se podrán producir acuerdos llamativos o aparentemente incoherentes territorio por territorio (como lo ha sido el pacto PP-IU en Extremadura).

Por fin, el pacto político se va a poner de moda en España, sí o sí. Algo que, olfateado mínimamente por los líderes del PP y del PSOE -que olfato político es lo menos que se les puede pedir-, habría evitado a Susana Díaz decir que iba “a ganar las elecciones, no a pactar”, porque va a tener que hacerlo, y a Mariano Rajoy que “quiere gobernar para la gente normal”, porque la que él considera ‘anormal’ va a pesar lo suyo.

A Pedro Sánchez también se le ha escapado algo así como que el PSOE “quiere gobernar para la mayoría”, cosa que va a ser difícil, salvo pacto con lo que el creerá ‘minorías’, como ya está comprobando la lideresa socialista andaluza. Habrá que cuidar el lenguaje y adecuarlo a la inevitable cultura pactista que se nos viene encima.

La realidad es que ahora Andalucía tendrá un gobierno del PSOE, pero en conjunción con la posición y los intereses de otros partidos políticos, y no del tipo ‘la finca es mía’. Al tiempo que en distintos puntos del mapa político ya se anuncian previsibles pactos gestados en clave local, abriendo una puerta a la ‘conciliación’ ideológica, que sin duda será más positiva y rentable para los electores que el antagonismo a ultranza del ‘quítate tú para ponerme yo’.

Sin cintura para el pacto y la negociación política, a Rosa Díez y a UPyD les va como les va. Y a los intransigentes de IU, celosos guardianes de sus esencias históricas, ídem de lo mismo.

El ‘pacto’ ya no será considerado una traición (idea subyacente en el histórico antagonismo de la España azul y la España roja, visible incluso en los colores corporativos del PP y del PSOE), sino más bien una virtud política. Y quizás la más cotizada.

La demoscopia política, con los resultados tendenciales que ofrecen sus mediciones barométricas, anuncia la implantación del pluripartidismo. Y la hipótesis de que ninguno de los partidos líderes puede alcanzar la mayoría absoluta abre dos situaciones: los gobiernos en minoría, que serían soluciones en sí mismas poco estables, o los gobiernos del partido que señale la foto-finish electoral con apoyos y alianzas prácticas que garanticen el ejercicio constructivo de la política, como sucede en los países europeos más desarrollados.

Más allá de los resultados finales de la carrera electoral del próximo 24 de mayo, en apretada competencia, lo más relevante será la fragmentación del voto. Es decir, la consolidación de una clara competencia al PSOE por su izquierda (Podemos), la incapacidad del PP para liderar el centro-derecha político y la aparición de una formación (Ciudadanos) que puede ocupar perfectamente el apetecible espacio de centro-centro (lo que no pudo hacer el CDS de Adolfo Suárez).

De aquí a las elecciones legislativas de fin de año, vamos a ver un obligado desarrollo de la cultura del pacto y del consenso entre los cuatro partidos en liza, frente a la bipolarización y las imposiciones que han protagonizado nuestra historia política más reciente: el que en esa materia saque la mejor nota (el más listo de la clase), tendrá muchas posibilidades de gobernar España en la próxima legislatura.

Ya veremos cómo se resuelve finalmente el tema electoral. Pero la revisión de las posiciones rotundamente contrarias al pacto político y al mestizaje ideológico, sobre todo en cuestiones sustanciales, parece inevitable; lo que, evidentemente, no debería suponer instalarse en un pactismo sin sentido, orden ni concierto.


La capacidad de entendimiento político exhibido recientemente por el presidente Rajoy y el jefe todavía meritorio de la oposición socialista, Pedro Sánchez, imponiendo por la puerta de atrás del Parlamento la cadena perpetua (encubierta en el eufemismo de ‘prisión permanente revisable’), no es el mejor ejemplo de lo que necesita y demanda en estos momentos la sociedad española. Quizás por ese tipo de acuerdos contrarios al sentir mayoritario de la sociedad, pura expresión de la prepotencia bipartidista, muchos españoles van a imponer nuevas opciones de representación en las cámaras legislativas.

Los Pactos de la Moncloa (formalmente fueron dos, denominados ‘Acuerdos sobre el programa de saneamiento y reforma de la economía’ y ‘Acuerdo sobre el programa de actuación jurídica y política’), suscritos el 25 de octubre de 1977 prácticamente por todas las fuerzas políticas, laborales y empresariales, y del que tomaron compromiso para su desarrollo tanto el Congreso de los Diputados como el Senado, son el referente a tener en cuenta.

Se acordaron en la legislatura constituyente con el objetivo de estabilizar el proceso de transición al sistema democrático, así como para adoptar una política económica consensuada que contuviera la inflación galopante que situada entonces en el 26% amenazaba con dinamitar la economía nacional. Y la realidad es que supusieron un éxito político innegable del conjunto del sistema.

Hoy, la política debe alejarse del autismo y la crispación con que se ha venido caracterizando desde hace ya demasiado tiempo, y abrirse al diálogo interpartidista, que en el fondo es abrirse al diálogo social. Es el momento en el que la voluntad electoral obliga a recuperar la política del consenso, por las buenas o por las malas, en busca de los beneficios que produjo en la Transición, injustamente olvidados.

Entre otros, la protección de las libertades civiles, la normalización de la democracia y la consolidación del Estado del bienestar, logros que hemos visto decaer notablemente en la presente legislatura. Hoy, el pacto político es imprescindible para la regeneración del sistema de convivencia, y los partidos que no lo entiendan así, terminarán muy pronto en la marginalidad política. Advertidos quedan.

Fernando J. Muniesa