Según la narración bíblica, Goliat fue un soldado gigante del ejército filisteo que durante cuarenta días asedió al de Israel. En el Antiguo Testamento, primer libro de Samuel, se narra cómo el pequeño David, un pastor de la tribu de Judá, se enfrentó a Goliat lanzándole una piedra con su honda, hiriendo al temido guerrero en la frente, derribándole y dando lugar a que, arrebatándole su propia espada, pudiera matarle y cortarle la cabeza.
La historia encierra la metáfora universal de que siempre existe una oportunidad de salir triunfante en una lucha desigual, de que el desvalido venza al poderoso y de que el pequeño derrote al grande. Y, ciertamente, esa posibilidad no es tan milagrosa como parece: la cuestión es saber jugar las bazas disponibles.
El pequeño David rehusó el cuerpo a cuerpo con el gigante Goliat, en el que obviamente sería destrozado, desoyendo la llamada del filisteo que le dice: “Ven a mí, y daré tu carne a las aves del cielo y a las bestias del campo”. En vez de aceptar ese reto, que le hubiera sido fatal, David se distanció lo suficiente y con su honda, que era un arma de mayor alcance que la espada de Goliat, le asestó una certera pedrada, propia de su sencillo oficio pastoril, abatiéndole de forma sorpresiva; es decir, haciendo valer su habilidad e imponiendo su virtud sobre la del adversario.
La cuestión, entonces, es preguntarse quién era realmente el más fuerte. Dicho de otra forma, lo que hacía parecer fuerte e invencible a Goliat, su tamaño y musculatura, su armadura y su acerada espada, eran en realidad su mayor debilidad.
A menudo, la fortaleza es sólo una apariencia, de forma que los tenidos por ‘débiles’ no siempre terminan siendo las víctimas, sino más bien los que, por las dificultades que les son inherentes, llegan más lejos, pudiendo convertirse en los vencedores reales. Todos los Goliat, tienen importantes puntos débiles que un enemigo inteligente, por diminuto que sea, puede descubrir y aprovechar.
Hoy en día, ejemplos al respecto se tienen, sin ir más lejos, en las batallas perdidas por Estados Unidos fuera de sus fronteras, ante enemigos comparativamente tan pequeños y débiles como Vietnam, Irak, Afganistán… Lo que, dicho también de otra forma, significa que por muy grande y fuerte que sea un país o una organización de países, no siempre puede hacer lo que quiera.
Después de las dos guerras mundiales, e incluso de la llamada ‘guerra fría’, los underdogs (perdedores o desvalidos) han reinterpretado la lucha de David frente a Goliat y descubierto las oportunidades que les ofrece la ‘guerra asimétrica’ y, con ella, la posibilidad de ganar a los teóricamente más fuertes o, al menos, la de contenerles en su pretendido dominio universal.
Y lo cierto es que hasta los más poderosos reconocen la necesidad de tener que ceder eventualmente ante los más débiles. Porque si, desde el gran poder y la autoridad total, se ganan todas las batallas, lo que se pone en peligro es el sistema en el que estos prevalecen.
Por eso, uno puede pensar, y a lo mejor acierta, que el empeño político del establishment europeo (subordinado al alemán) para obligar a Grecia a doblegarse ante la imposición de un modelo de convivencia ‘austericida’, que cada vez genera más desigualdades sociales, más poder en unas pocas manos y menos en las de la mayoría ciudadana, no deja de ser una batalla eurogriega entre David y Goliat. Con todas sus posibles consecuencias abiertas.
El profesor Stiglitz pone el dedo en la llaga
Vale que en Grecia haya pasado lo que ha pasado, gracias por cierto a los partidos políticos instalados en el poder antes que Syriza (en España y otros países europeos ha pasado algo similar). Pero la realidad que subyace en el contencioso griego es, como ha advertido Joseph E. Stiglitz, premio Nobel de Economía, ex economista-jefe del Banco Mundial y profesor en la Universidad de Columbia, la pelea que correlaciona el poder y la democracia, mucho más que la de los acreedores y deudores, que es la del dinero y la economía.
Dice el profesor Stiglitz en un artículo de opinión titulado ‘Obligar a Grecia a ceder’ (El País 30/06/2015), y en nuestra opinión dice bien, que lo que quiere la UE (o sea Angela Merkel) es que Alexis Tsipras caiga para que no haya un Gobierno contrario a sus políticas.
Los resultados económicos del programa que la troika impuso a Grecia hace ahora cinco años han sido demoledores, con un descenso del 25% del PIB nacional y una tasa de desempleo juvenil que ya alcanza el 60%, sin que Tsipras ni su partido (Syriza) hubieran interferido para nada al respecto. Y lo cierto es que no se encuentran ejemplos más llamativos de ninguna otra depresión en la historia europea que haya sido tan deliberada y haya tenido consecuencias tan catastróficas.
Y Joseph Stiglitz, que ha observado de cerca las recetas no ‘austericidas’ que con tanto éxito han sacado a Estados Unidos de su propia crisis, añade:
(…) Sorprende que la troika se niegue a asumir la responsabilidad de todo eso y no reconozca que sus previsiones y modelos estaban equivocados. Pero todavía sorprende ver más que los líderes europeos no han aprendido nada. La troika sigue exigiendo a Grecia que alcance un superávit presupuestario primario del 3,5% del PIB en 2018. Economistas de todo el mundo han dicho que ese objetivo es punitivo, porque los esfuerzos para lograrlo producirán sin remedio una crisis aún más profunda. Es más, aunque se reestructure la deuda griega hasta extremos inimaginables, el país seguirá sumido en la depresión si sus ciudadanos votan a favor de las propuestas de la troika en el referéndum convocado para este fin de semana.
En la tarea de transformar un déficit primario inmenso en un superávit, pocos países han conseguido tanto como Grecia en estos últimos cinco años. Y aunque los sacrificios han sido inmensos, la última oferta del Gobierno era un gran paso hacia el cumplimiento de las demandas de los acreedores. Hay que aclarar que casi nada de la enorme cantidad de dinero prestada a Grecia ha ido a parar allí. Ha servido para pagar a los acreedores privados, incluidos los bancos alemanes y franceses. Grecia no ha recibido más que una miseria, y se ha sacrificado para proteger los sistemas bancarios de esos países. El FMI y los demás acreedores no necesitan el dinero que reclaman. En circunstancias normales, lo más probable es que volvieran a prestar ese dinero recibido a Grecia…
Con gran sensatez, Stiglitz insiste en que en el caso de Grecia lo importante no es el dinero, sino obligarla a ceder y aceptar lo inaceptable y, en consecuencia, se pregunta: “¿Por qué hace eso Europa? ¿Por qué los líderes de la UE se oponen al referéndum y se niegan a prorrogar unos días el plazo para que Grecia pague al FMI? ¿Acaso la base de Europa no es la democracia?”.
Lo evidente es que el pasado 25 de enero, apenas hace cinco meses, los griegos eligieron un Gobierno que se comprometió a terminar con las políticas exclusivas de austeridad, que se venían mostrando absolutamente ineficaces. Y -sigue argumentando el profesor Stiglitz- si Tsipras hubiera querido limitarse a cumplir sus promesas, habría rechazado de plano las propuestas de la UE.
Ahora, el Gobierno de Syriza ha querido dar a los griegos la posibilidad de opinar sobre una cuestión tan crucial para el futuro bienestar del país, de participar en la forja de su propio futuro. Y es absolutamente lógico y normal que lo haga, sin poderse llegar a entender el enervamiento que el referéndum griego ha producido en los dirigentes de la UE.
Stiglitz resume la cuestión de fondo de esta forma: “Esa preocupación por la legitimidad popular es incompatible con la política de la eurozona, que nunca ha sido un proyecto muy democrático. Los Gobiernos miembros no pidieron permiso a sus ciudadanos para entregar su soberanía monetaria al BCE; solo lo hizo Suecia, y los suecos dijeron no. Comprendieron que, si la política monetaria estaba en manos de un banco central obsesionado con la inflación, el desempleo aumentaría”.
Y añade: “Lo que estamos presenciando ahora es la antítesis de la democracia. Muchos dirigentes europeos desean que caiga el gabinete de izquierdas de Alexis Tsipras, porque resulta muy incómodo que en Grecia haya un Gobierno contrario a las políticas que han contribuido al aumento de las desigualdades en los países avanzados y decidido a controlar el poder de la riqueza. Y creen que pueden acabar con él obligándole a aceptar un acuerdo contradictorio con su mandato”.
En otro interesante artículo de opinión, titulado ‘Grecia, al borde’ (El País 29/06/2015), Paul Krugman, otro premio Nobel de Economía (en 2008), sostenía que los griegos deberían votar NO y que su Gobierno haría bien en prepararse, si fuera necesario, para abandonar el euro.
Tras criticar la creación del euro como moneda única sin una unión previa de tipo fiscal y bancaria (grave error que todavía sin reconocer), y destacar que “una y otra vez, los Gobiernos se han sometido a las exigencias de dura austeridad de los acreedores, mientras que el Banco Central Europeo ha logrado contener el pánico en los mercados”, Krugman advierte que la troika sólo persigue “redoblar, aún más, la austeridad”. Y, advirtiendo que “la mayoría de cosas -no todas, pero sí la mayoría- que hemos oído sobre el despilfarro y la irresponsabilidad griega son falsas”, señala:
Sí, el gobierno griego estaba gastando más allá de sus posibilidades a finales de la década de los 2000. Pero, desde entonces ha recortado repetidamente el gasto público y ha aumentado la recaudación fiscal. El empleo público ha caído más de un 25 por ciento, y las pensiones (que eran, ciertamente, demasiado generosas) se han reducido drásticamente. Todas las medidas han sido, en suma, más que suficientes para eliminar el déficit original y convertirlo en un amplio superávit.
¿Por qué no ha ocurrido esto? Porque la economía griega se ha desplomado, en gran parte, como consecuencia directa de estas importantes medidas de austeridad, que han hundido la recaudación.
Y este colapso, a su vez, tuvo mucho que ver con el euro, que atrapó a la economía griega en una camisa de fuerza. Por lo general, los casos de éxito de las políticas austeridad -aquellos en los que los países logran frenar su déficit fiscal sin caer en la depresión-, llevan aparejadas importantes devaluaciones monetarias que hacen que sus exportaciones sean más competitivas. Esto es lo que ocurrió, por ejemplo, en Canadá en la década de los noventa, y más recientemente en Islandia. Pero Grecia, sin divisa propia, no tenía esa opción.
Para el profesor Krugman, el problema del Grexit -la salida de Grecia del euro- ha sido siempre el riesgo de caos financiero, de bloquear el sistema bancario por las retiradas de fondos como consecuencia del pánico, y de un sector privado obstaculizado tanto por los problemas bancarios como por la incertidumbre sobre el estatus legal de las deudas. Y por eso –dice- los sucesivos gobiernos griegos se han adherido a las exigencias de austeridad, incluyendo a Syriza que estaba dispuesta a aceptar la ya impuesta, pero no a aumentarla.
Ahora, lo importante es que la troika ha rechazado cualquier opción alternativa a su ‘tómalo o déjalo’, que es “una oferta indistinguible de las políticas de los últimos cinco años”. Algo obviamente inaceptable por parte de Tsipras, porque supondría la asunción de la austeridad infinita y la destrucción de su razón política de ser, llevándole a la consulta popular con las consecuencias correspondientes.
En conclusión, Krugman recomendaba el NO en el referéndum griego por tres razones:
En primer lugar, ahora sabemos que la austeridad cada vez más dura es un callejón sin salida: tras cinco años, Grecia está en peor situación que nunca. En segundo lugar, prácticamente todo el caos temido sobre Grexit ya ha sucedido. Con los bancos cerrados y los controles de capital impuestos, no hay mucho más daño que hacer.
Por último, la adhesión al ultimátum de la troika conllevaría el abandono definitivo de cualquier pretensión de independencia de Grecia. No nos dejemos engañar por aquellos que afirman que los funcionarios de la troika son sólo técnicos que explican a los griegos ignorantes lo que debe hacerse. Estos supuestos tecnócratas son, en realidad, fantaseadores que han hecho caso omiso de todos los principios de la macroeconomía, y que se han equivocado en cada paso dado. No es una cuestión de análisis; es una cuestión de poder: el poder de los acreedores para tirar del enchufe de la economía griega, que persistirá mientras salida del euro se considere impensable.
Así que es hora de poner fin a este inimaginable. De lo contrario Grecia se enfrentará a la austeridad infinita y a una depresión de la que no hay pistas sobre su final.
El trilema entre democracia, globalización y soberanía nacional
Dani Rodrik (premio Leontief en 2002 por sus aportaciones para avanzar en los límites del pensamiento económico, profesor en la Universidad de Harvard y considerado también uno de los 100 economistas más influyentes del mundo), lanzó a principios de siglo un famoso trilema: un país no puede tener al mismo tiempo democracia, globalización y soberanía nacional. En su opinión, sólo es posible compaginar dos de esas tres opciones.
Reino Unido se decidió por el binomio democracia y soberanía nacional. Grecia, el país que inventó la democracia, ha optado porque los griegos decidan al respecto pronunciando su última palabra.
Por su parte, y según ha revelado WikiLeaks estos días, Angela Merkel ya dudaba seriamente en 2011 que Grecia pudiera llegar a pagar su deuda. Y por la misma fuente se ha sabido también que el titular de Finanzas de su Gobierno, Wolfgang Schäuble, estaba entonces haciendo a favor de una quita, a pesar de los esfuerzos de Merkel para encubrirlo… ¿A qué juega entonces la canciller de Alemania…?
Lo cierto es que sólo los entrometidos o los interesados políticamente, se han atrevido a aconsejar a los griegos qué votar (Rajoy lo ha hecho a favor del SÍ a la propuesta de la UE, temeroso de que a la postre Grecia obtenga una quita de la deuda que él jamás se atrevió a pedir para España).
Quizás el SÍ comportase una depresión interminable y que, como país agotado y empobrecido, Grecia pueda llegar a obtener el perdón de su deuda impagable y obtener a muy largo plazo ayudas del Banco Mundial. En cambio, el NO podría permitir que Grecia, fiel a su tradición democrática, se haga cargo de su destino, con la posibilidad de construir un futuro, no tan próspero como el pasado pero mucho esperanzador que el ofrecido por la UE (o por la Merkel).
Además, apenas en las vísperas del referéndum se ha conocido también que el Fondo Monetario Internacional ya es públicamente partidario de realizar una quita en la deuda griega, avalando la tesis del ministro Varoufakis (dispuesto a la dimisión inmediata si salía el SÍ) y rebatiendo al Eurogrupo al defender la reestructuración de la deuda…
Ahora sabemos que el referéndum se ha consumado con un NO, con el rechazo ciudadano de las condiciones impuestas por la UE, con la derrota del miedo y la intoxicación informativa que ha esgrimido la burocracia política europea, incapaz de reconocer sus errores.
David Tsipras ha vencido a Goliat Merkel con las armas de la dignidad ciudadana y con una mayoría abrumadora de más de 20 puntos de diferencia frente a la opción del SÍ a la propuesta de la troika (¿dónde ha quedado el ‘empate técnico’ del que tanto se ha hablado en los medios afines al PP?). ¿Y qué sucederá ahora…?
Ahora queda por ver qué dicen quienes han asegurado que el referéndum griego era un plebiscito sobre el euro y que rechazar la propuesta europea era un ‘no’ a la eurozona, e incluso a la Unión Europea. Ahí estuvo Rajoy secundando a Juncker y a Goliat Merkel, mientras el pequeño David Tsipras afirmaba lo contrario… Éste no le ha cortado la cabeza a ningún filisteo, pero a Fraü Merkel le ha pegado una buena pedrada entre ceja y ceja para que se vaya enterando de los aires de cambio que reclaman los europeos del sur.
De momento, en Grecia ha ganado la democracia.
Fernando J Muniesa