Daniele Perra
Israel, además de sus pretensiones mesiánico-escatológicas, representa la posición avanzada del Cartago norteamericano en Asia Occidental, siendo una proyección de los propios EEUU. En este sentido, la existencia del Estado de Israel, al menos en su configuración actual y en el contexto de la hegemonía unipolar, tiende a presentar siempre la posibilidad de un conflicto regional.
Introducción
En un artículo publicado en la revista Eurasia. Rivista di studi geopolitici, fechado el 20 de septiembre de 2020 y titulado "El declive de EE.UU. y el eje islámico-confuciano", el autor se refería abiertamente al hecho de que la recién descubierta cooperación entre los diferentes componentes de la resistencia antisionista, tras las divisiones surgidas tras la agresión contra Siria, podría haber supuesto una "cierta amenaza" para la seguridad del "Estado judío". En concreto, se intentó demostrar cómo el papel activo de la República Islámica de Irán en el apoyo a grupos como Hamás y la Yihad Islámica podría haber aumentado significativamente sus capacidades militares hasta un nivel similar, como mínimo, al de Ansarulá en Yemen (que durante años compartió el destino de la Franja de Gaza en términos de embargo y asedio)[1]. De nuevo, en otro artículo publicado en el mismo sitio web (el 13 de mayo de 2021) para analizar la dinámica del ataque sionista contra el barrio de Sheikh Jarrah, en Jerusalén Este, se argumentaba que esta "ayuda iraní", dada la condición particular de la Franja, habría tenido las características de una simple transferencia de logística, datos e información para la construcción de tecnología militar (incluso rudimentaria) sobre el terreno[2].
A la luz de lo sucedido tras la Operación Tormenta al-Aqsa, puede decirse (sin temor a ser contradicho) que estas consideraciones no eran del todo erróneas. Al mismo tiempo, los recientes acontecimientos, con el control sionista de la Franja cada vez más estrecho y la declarada voluntad genocida de la propia cúpula militar israelí (el general Ghassan Alian, por ejemplo, además de comparar a Hamás con el ISIS, apostrofó explícitamente a toda la población de Gaza como "animales humanos" y les prometió el infierno) merecen ser investigados en detalle, tanto para dar una interpretación geopolítica como para deconstruir la narrativa "occidental", una vez más basada en el esquema elemental de "hay un agresor y un agredido", siempre útil para invertir la responsabilidad de una tragedia, ignorando sus causas a lo largo del tiempo. Para ello, esta contribución se dividirá en dos partes: en la primera se analizarán los datos político-militares, mientras que la segunda se centrará en algunos aspectos geohistóricos del conflicto árabe-sionista.
El dato político-militar
Casi todos los observadores occidentales quedaron sorprendidos por la complejidad del ataque llevado a cabo por el movimiento de resistencia islámico el 6 de octubre contra la entidad sionista (un ataque realizado por tierra, mar y aire mediante el uso combinado de lanchas neumáticas, parapentes motorizados y el lanzamiento, en grandes cantidades, de diferentes tipos de cohetes capaces de abrumar y penetrar el sistema de defensa antimisiles Cúpula de Hierro construido con las generosas aportaciones de las administraciones estadounidenses de los últimos años, especialmente la de Obama). Entre estos diferentes tipos de cohetes, destacan los Qassam 1 y 2 (cuya producción es bastante sencilla y barata, teniendo en cuenta que generalmente utilizan materiales procedentes de residuos de la construcción), los Abu Shamala o SH-85 (llamados así en honor de Muhammad Abu Shamala, comandante del ala militar de Hamás fallecido en 2014), los Fajr-3 y Fajr-4 de fabricación iraní (aunque construidos con tecnología norcoreana basada en antiguos sistemas soviéticos de misiles de lanzamiento múltiple) y los misiles R-160 de fabricación siria. También sorprendió la presencia de fusiles M4 de fabricación estadounidense en el arsenal militar de Hamás. A este respecto, para evitar las fantasiosas e inútiles especulaciones políticas de que Hamás está aliada con el Mossad (¡sic!) y demás, es necesario reiterar que la principal fuente de armamento del movimiento de resistencia es (inevitablemente) el mercado negro. Sin considerar los arsenales enteros abandonados por los occidentales tras la indecorosa huida de Afganistán, es importante reiterar que siempre en las columnas de "Eurasia" (retomando también una investigación del "Washington Post", no precisamente una publicación a la que se pueda acusar de ser expresión de la propaganda rusa)[3], ya se había subrayado que el gran flujo de armas occidentales hacia Kiev acabaría alimentando de algún modo el mercado ilegal de materias primas (una práctica en la que la Ucrania independiente ha desempeñado históricamente un papel destacado, gracias también a uno de los índices de corrupción más elevados a escala mundial). En consecuencia, no sería en absoluto improbable que un número (por pequeño que fuera) de estas armas acabara en la Franja de Gaza (también se han encontrado armas de fabricación occidental, por ejemplo, muy probablemente a través del ISI paquistaní, entre los milicianos cachemires opuestos a la ocupación india de la región).
En este caso, lo que hay que analizar es el evidente fracaso de los servicios sionistas, que en el pasado han sido especialmente hábiles a la hora de infiltrarse en los territorios de la Franja y en las filas de Hamás. Como ya se ha mencionado, hay quienes siguen manteniendo la tesis de la alianza oculta o de la creación israelí de Hamás. Para ser justos, sería correcto decir que, al menos al principio (es decir, a finales de los años ochenta y noventa), ya fuera para debilitar el liderazgo "nacionalista" de la OLP dentro de la lucha palestina o para practicar la división y la dominación dentro de las facciones de la Resistencia a la ocupación sionista, Israel no impidió especialmente el ascenso de Hamás. Conviene reiterar que esto está en consonancia con la práctica sociopolítica del movimiento del que es hijo, los Hermanos Musulmanes (una organización nacida en Egipto en 1928 que se fijó como objetivo repensar la Umma islámica tras la abolición del califato por la Turquía kemalista), que construyó su fortuna gracias a la creación de organizaciones caritativas (hospitales, orfanatos, escuelas e institutos para los sectores más débiles de la población) que fueron la columna vertebral de su éxito en un contexto económico extremadamente precario como el de la Franja de Gaza. Un éxito que representó, cuando menos, un grave error de cálculo por parte del aparato de seguridad sionista. Las dificultades (en parte debidas también a la mejora de las capacidades de contraespionaje de Hamás, otro aspecto vinculado a una colaboración más estrecha con Teherán) no pueden disociarse de las profundas divisiones internas de la sociedad israelí (marcadas por crecientes tensiones étnicas e incluso religiosas -no puede subestimarse el crecimiento de las comunidades ortodoxas que rechazan el servicio militar-, la obsesión por el rebasamiento demográfico árabe y un choque inusual, para Israel, entre las cumbres política y militar). Ni siquiera los llamamientos de Benjamin Netanyahu a la unidad nacional (duramente criticado tanto por su controvertido plan de reforma del poder judicial como por su política de "tolerancia cero" hacia cualquier reivindicación palestina, por mínima que sea) han surtido el efecto deseado. Concretamente, el primer ministro ha sido atacado en varias ocasiones, tanto por los círculos "progresistas" y "liberales" (como el histórico diario "Haaretz") como por los círculos conservadores más rígidos.
Además de las evidentes dificultades políticas y sociales internas (hasta ahora, la principal amenaza para Israel sigue siendo la fragmentación de su tejido social, no muy diferente del resto de Occidente), existen dificultades de carácter militar. Las declaraciones iniciales de Netanyahu sobre una entrada inminente de las fuerzas armadas israelíes en la Franja de Gaza chocaron con la visión más "prudente" de la cúpula militar, que por el momento parece optar principalmente por un lento estrangulamiento de la Franja, sometida a constantes bombardeos "preparatorios" y al corte de los suministros de alimentos, agua y electricidad. Esto, además de poner de manifiesto la tradicional hipocresía de Occidente (que, a diferencia de los ataques rusos contra la infraestructura energética de Ucrania, no parece dispuesto a acusar a Israel de crímenes de guerra), saca a la luz los riesgos y costes de una campaña militar terrestre en un contexto urbano densamente poblado. No es casualidad que los centros de investigación estadounidenses (a raíz de lo sucedido en los dos conflictos chechenos de la última década del siglo XX) hayan definido el combate urbano como la característica definitoria de los conflictos del nuevo milenio. Un tipo de combate que casi siempre favorece al defensor y que, según los expertos en táctica militar, sólo puede tener éxito si el atacante tiene una clara ventaja numérica (de 6 a 10 a 1 sobre el adversario)[4]. Los propios estadounidenses se enfrentaron a algunas dificultades en Faluya y, a pesar de una ventaja numérica considerable (unos 15.000 contra 3.000 insurgentes), sólo consiguieron imponerse arrasando barrios enteros de la ciudad. Rusia, por su parte, con la excepción del caso de Mariupol (una ciudad de alto valor estratégico y "simbólico") o la "picadora de carne" de Bajmut/Artemovsk, ha optado por limitar al máximo los combates urbanos en el contexto del conflicto ucraniano.
Ahora bien, parece claro que descubrir el ramificado sistema de túneles construidos por los milicianos palestinos en el interior de la franja de Gaza no sería nada fácil y expondría a las fuerzas israelíes a grandes pérdidas (lo que, en su momento, llevó a Tel Aviv a abandonar sus sueños de expansión hacia el Líbano). Sin embargo, está igualmente claro que el único resultado posible del conflicto para Israel es la "victoria total", es decir, la destrucción de Hamás (o al menos de su capacidad de ataque). Para lograr este objetivo, la entrada en la Franja de Gaza (con todos los enormes riesgos que ello conlleva, también en términos de la presión sobre la industria bélica occidental que ya ha experimentado el conflicto ucraniano) parece inevitable. Y para preparar esta intervención, ya se ha puesto en marcha una campaña de información con el objetivo de deshumanizar y criminalizar al adversario (al que se identificará como "mal manifiesto"). Desde esta perspectiva deben interpretarse las noticias (poco fiables) sobre la supuesta masacre de menores en el kibutz de Kfar Aza, cuyo objetivo no es otro que preparar a la opinión pública para un conflicto prolongado; una práctica bien conocida en Occidente, desde la igualmente supuesta masacre de Račak que dio el pistoletazo de salida a la agresión de la OTAN contra Serbia, pasando por las acusaciones infundadas contra Irak en 2003, hasta la campaña de desinformación que allanó el camino para la destrucción de Libia (sin olvidar la nunca probada masacre rusa en Bucha, Ucrania). Independientemente de que estos informes se confirmen o no, es curioso observar cómo la opinión pública antes mencionada no ha mostrado la más mínima indignación ante el asesinato (esta vez tan real como repetido) de menores palestinos en los territorios ocupados por parte de las fuerzas de seguridad israelíes. Sin embargo, según informa la organización no gubernamental Save the Children, desde principios de año hasta el pasado mes de septiembre, la matanza alcanzó el triste récord de 38 muertos[5]. Una demostración más de que no existe un "nuevo conflicto" en Palestina (como afirman erróneamente algunos periódicos italianos) -lo que estamos presenciando es sólo la escalada de un conflicto que dura ya más de una década- y de que es igualmente inapropiado afirmar que no hubo ningún detonante detrás del ataque de Hamás.
En este sentido, también será útil abrir un breve capítulo sobre el contexto internacional, ya que varios analistas han apoyado la tesis de que la operación del movimiento de resistencia palestino tenía como objetivo frustrar los esfuerzos de Estados Unidos en favor de la normalización "oficial" de las relaciones entre Israel y Arabia Saudí. Esta posibilidad no debe descartarse a priori, sin embargo, conviene hacer algunas precisiones: (a) históricamente, las relaciones entre Hamás y Arabia Saudí nunca han sido especialmente constructivas (el movimiento, por el contrario, siempre ha contado con el apoyo de Qatar y Turquía, países que mantienen sólidas relaciones con Tel Aviv, aunque con sus altibajos); b) las relaciones entre Israel y Arabia Saudí no necesitan normalizarse en un futuro próximo, ya que se han mantenido extraoficialmente durante mucho tiempo (como ha argumentado el académico Madawi al-Rasheed, ni siquiera el embargo de petróleo que siguió a la guerra de octubre de 1973 podría considerarse un acto hostil, dada su duración extremadamente limitada)[6]; c) no es en absoluto una conclusión inevitable que una normalización de las relaciones entre Israel y Arabia Saudí (en la línea de los "acuerdos Abraham" de Trump) conduzca a una congelación del conflicto en Palestina o incluso a un nuevo acuerdo de paz israelo-palestino que incluya a los movimientos de resistencia islámicos además de a la ya ampliamente deslegitimada Autoridad Nacional Palestina; d) los acuerdos de paz propuestos hasta ahora en el contexto occidental han sido siempre unilaterales, ignorando por completo los derechos de ambas partes (especialmente el "plan/estafa del siglo" de la administración Trump, que preveía, por un lado, la legitimación total de los asentamientos coloniales sionistas en Cisjordania y, por otro, la creación de una entidad nacional palestina desprovista de soberanía, desmilitarizada y fragmentada territorialmente).
Teóricamente, por tanto, sería más exacto decir que el reciente acuerdo de reapertura de los canales diplomáticos entre Irán y Arabia Saudí, auspiciado por China, dio de algún modo luz verde a Hamás para organizar el atentado. Por último, la "pista Sadat" parece estar descartada: en otras palabras, la idea de que los dirigentes de Hamás, al igual que el sucesor de Nasser a principios de la década de 1970, buscaban la confrontación para mostrar su fuerza y poder negociar una salida al conflicto en condiciones más favorables. Un movimiento que se presenta como expresión de las esperanzas palestinas de revancha (al margen de los elementos y acontecimientos inequívocos que han caracterizado su historia) no puede compararse con las aspiraciones personales del presidente de un tercer país, Egipto, cuyo objetivo último era la inclusión progresiva en la órbita occidental. Por cierto, el propio Sadat fue víctima de un atentado organizado por un grupo surgido de los Hermanos Musulmanes, a pesar de que el propio presidente había rehabilitado su nombre tras los años de persecución nasserista (aunque la Hermandad desempeñó un papel nada desdeñable en los acontecimientos que condujeron al éxito de la "revolución" de los Oficiales Libres a principios de los años cincuenta).
Aspectos geohistóricos
El activista y académico francés Gilles Munier comentó así, en las páginas de La Nation Européenne, la muerte del activista de Jeune Europe Roger Coudroy, que viajó a Palestina en la segunda mitad de la década de 1960 para luchar con los fida'iyyin: "La lucha contra el sionismo trasciende ampliamente las fronteras de la nación árabe [...] La participación activa de los europeos en la lucha por la liberación, como puede comprenderse fácilmente, es una realidad demasiado peligrosa para los sionistas, que no pueden aceptar que la prensa se apropie de las noticias. Israel, pilar del imperialismo anglosajón, es una amenaza permanente para todos los pueblos ribereños del Mediterráneo. Aceptar su existencia significa ratificar la política de los bloques, cuyo interés reside en dividir para seguir gobernando. La desaparición de Israel privará a la 6ª Flota estadounidense de su principal pretexto para cruzar el Mediterráneo [...] La cuestión palestina y la hipoteca sionista sobre Europa son un solo problema, que sólo puede resolverse alineando a la organización sionista mundial. La historia demostrará que Roger Coudroy, como el Che Guevara, no murió en vano"[7].
En otras palabras, Munier dijo que no puede haber soberanía para Europa (en general) mientras Israel esté allí. La idea de que la entidad sionista representa un "pilar del imperialismo anglosajón" no carece de fundamento. Aparte del hecho de que la flota estadounidense en el Mediterráneo se desplazó rápidamente hacia las costas de la entidad sionista tras el ataque de la resistencia islámica (por no mencionar el compromiso de Washington de considerar el envío de sistemas de armamento compatibles con los del ejército israelí)[8], existen numerosos precedentes históricos que apoyan esta tesis: desde el apoyo incondicional durante el conflicto de octubre de 1973 hasta la afirmación del actual presidente estadounidense, Joseph R. Biden, de que "si Israel no existiera, Estados Unidos tendría que inventarse uno para proteger sus intereses"[9].
Pero el amor occidental por Israel tiene orígenes lejanos. A lo largo del siglo XIX, por ejemplo, proliferaron en Gran Bretaña asociaciones (precursoras del actual "sionismo cristiano", cada vez más extendido) que abogaban por el retorno de los judíos a Tierra Santa (fueron ellos quienes acuñaron la expresión utilizada posteriormente por el sionismo, y absolutamente falsa, "un pueblo sin tierra para una tierra sin pueblo"). Estas reflexiones puramente escatológicas pronto se convirtieron en parte de un discurso más amplio que entrelazaba aspectos teológicos con consideraciones puramente geopolíticas. El político británico Benjamin Disraeli (un judío sefardí convertido, quizá no muy genuinamente, al cristianismo), varios años antes de convertirse en Primer Ministro de Su Majestad, por ejemplo, publicó varias novelas en las que surgía la idea de que la "nación judía" tenía derecho a una patria en Palestina. En una de ellas, además de la idea de un protectorado británico en Tierra Santa, leemos: "Usted me pregunta qué quiero. Mi respuesta es Jerusalén. Me preguntáis qué quiero. Mi respuesta es el Templo, todo lo que hemos perdido, todo lo que anhelamos..."[10].
De hecho, la apertura del Canal de Suez en 1869 hizo que la zona de Oriente Próximo resultara extremadamente atractiva para los intereses geopolíticos británicos al controlar una ruta que reducía considerablemente el tiempo de navegación hasta la India (también hay que leer en esto uno de los últimos golpes del colonialismo europeo, la agresión conjunta franco-británica-sionista contra el Egipto de Nasser tras la nacionalización del Canal en 1956). Para ser justos, Londres se opuso durante mucho tiempo a la construcción del Canal, temiendo un excesivo refuerzo francés en la zona. Sin embargo, cuando se dio cuenta de que esta estrategia era inútil, jugó la carta de la penetración financiera en Egipto. Un plan que fructificó justo cuando Disraeli era primer ministro, en 1876, gracias a la compra del 44% de las acciones de la Compañía del Canal a cambio de 4 millones de libras prestadas al gobierno británico por el Banco Rothschild (cuyos propietarios, notorios "filántropos", eran los mismos que habían mantenido económicamente los asentamientos judíos en Palestina durante la primera "aliá" fracasada). Dos años más tarde, el fortalecimiento de las posiciones británicas en la zona continuó con el control total de Chipre tras el Congreso de Berlín. Pero no fue hasta las primeras décadas del siglo XX cuando la alianza entre el sionismo y la Corona británica se hizo explícita, gracias a la incansable labor de Chaim Weizmann, un químico especializado en la producción de pólvora para barcos, que fue extremadamente hábil para infiltrarse en la cúpula política británica y hacer realidad el proyecto de Theodor Herzl de ganarse a una gran potencia europea para la causa sionista proponiendo la eventual entidad judía como un puesto avanzado occidental en el Levante. El propio Herzl intentó hacer lo mismo (sin éxito) con Alemania (de hecho, el padre del sionismo político pensaba que el alemán debía ser el idioma del "Estado judío") y el Imperio Otomano. El primero se negó porque no quería irritar a la Sublime Puerta y tenía en mente el proyecto de construir el ferrocarril Berlín-Bagdad; el sultán otomano, por su parte, a pesar de las promesas de ayuda financiera judía para las maltrechas arcas del imperio, no pudo aceptar la oferta, presentándose como protector de los lugares santos del Islam.
En cualquier caso, con la famosa Declaración Balfour de 1917 (quizá planeada por el gobierno británico también para asegurarse de que la influyente y numerosa comunidad judía estadounidense presionaría a Washington para que interviniera directamente en la Primera Guerra Mundial), Londres se comprometió directamente a establecer un "hogar nacional para el pueblo judío en Palestina" y traicionó abiertamente los acuerdos alcanzados con los árabes que, en esos mismos años, instigados por agentes londinenses, se habían rebelado contra el dominio otomano.
El apoyo británico condujo naturalmente a un aumento exponencial de las agresiones y reivindicaciones sionistas en Tierra Santa. Y fue también durante esos años cuando se empezó a pensar en una "solución a la cuestión árabe". A este respecto, es posible identificar al menos tres tendencias diferentes en el sionismo. Inicialmente, se pensó en una especie de "asimilación" de los árabes palestinos, que aparece con fuerza en la novela "fantástica" de Theodor Herzl Altneuland (La vieja tierra nueva), publicada en 1902, en la que se argumenta que el sionismo, al transformar Palestina en una sociedad ideal que toda la humanidad debería emular, acabaría incorporando a ella a una población indígena que sólo saldría ganando con la presencia judía. La idea de la asimilación, sin embargo, fue abiertamente criticada por el intérprete del sionismo cultural, Asher Ginsberg. En un texto titulado La verdad sobre la Tierra de Israel, escribió: "En el exterior, tendemos a creer que Palestina está hoy casi completamente abandonada, una especie de desierto sin cultivar, y que cualquiera puede venir y comprar toda la tierra que quiera. Pero ésa no es la realidad. Es difícil encontrar alguna tierra árabe en el país que permanezca sin cultivar [...] Los colonos tratan a los árabes con hostilidad y crueldad, invaden sus propiedades injustamente, les pegan descaradamente y sin motivo, y están orgullosos de hacerlo [...] estamos acostumbrados a pensar en los árabes como salvajes, como bestias de carga que no ven ni entienden lo que ocurre a su alrededor"[11].
Otra tendencia, en línea con la idea de la "tierra sin pueblo" o la presencia de un "pueblo sin identidad", fue la negación del problema. El propio Chaim Weizmanm, en 1917, al ser interrogado por el pensador sionista Arthur Ruppin sobre la posible relación entre los inmigrantes judíos y la población palestina, respondió airado: "Los británicos nos han asegurado que en Palestina sólo hay unos miles de kushim (negros) que no cuentan para nada".
La tercera tendencia, la más extendida históricamente, ha sido la eliminación física del problema en su raíz (ya sea empujando a la masa de la población palestina hacia los países vecinos, especialmente Jordania, o eliminándola literalmente en virtud de una afluencia religiosa que identificaba a los palestinos con los descendientes de los pueblos bíblicos que habitaban la región antes de la conquista judía). A esta tendencia se unieron personalidades como Ariel Sharon (cuyos francotiradores de la Unidad 101 pasaron a la historia por la inquietante práctica de disparar a campesinos árabes desarmados para expulsarlos de sus tierras) y Moshe Dayan, que nunca ocultó el hecho de que muchos pueblos árabes fueron destruidos y/o rebautizados en hebreo para borrar la historia y la identidad de la Palestina anterior a la colonización sionista (piénsese en la destrucción de todo un barrio de la antigua Jerusalén para construir un claro frente al llamado "Muro de las Lamentaciones").
La tendencia a eliminar el problema, de hecho, ya estaba muy presente en las elaboraciones teóricas de los exponentes del sionismo socialista (que también atrajo la atención de Stalin en la creencia errónea de que podía utilizarse para oponerse a Occidente en Oriente Próximo). Entre ellos destacaba Ber Borochov que, adoptando las tesis marxistas presentadas en sus escritos sobre la "cuestión judía", apoyaba la idea de un "derrocamiento de la pirámide" que se lograría mediante el trabajo. En su obra Bases del sionismo proletario (1906), partía de un análisis de la estructura social judía, que se presentaba como una pirámide invertida, con unos pocos proletarios y campesinos frente a un gran número de pequeños comerciantes, empresarios y banqueros. En consecuencia, la "liberación del pueblo judío" era impensable sin la transformación de su estructura social. Y esta transformación sólo podía lograrse mediante la concentración territorial en Palestina (donde, incluso según Borochov, vivía un pueblo sin identidad) y la construcción de un "Estado proletario judío" basado en el trabajo.
El énfasis en el trabajo, y especialmente en el trabajo de la tierra (también muy presente en las obras de Aaron David Gordon), produjo la retórica de la "tierra redimida" que sólo podían cultivar los judíos. Así, mientras que los primeros colonos sionistas utilizaron ampliamente (y explotaron) la mano de obra árabe, los exponentes de las oleadas migratorias posteriores optaron por un brusco cambio de rumbo, impidiendo a los agricultores palestinos trabajar la tierra de la que habían vivido durante siglos. Concretamente, una vez vendidas las tierras al movimiento sionista por propietarios que a menudo ni siquiera estaban presentes en el lugar (tenían sus casas en Beirut, Damasco o Estambul), se vallaron y los campesinos palestinos fueron expulsados, para bien o para mal. Así, dice el académico Arturo Marzano: "mientras que el modelo de la primera aliá era el de una sociedad basada en la supremacía judía sobre los árabes, la segunda aliá tenía como objetivo la exclusión total de estos últimos"[13]. Huelga decir que la ecuación tierra judía - trabajo judío - producto judío no impidió, sin embargo, las formas de explotación. De hecho, los sionistas favorecieron la emigración a Palestina de los judíos yemenitas (más parecidos a los árabes) y, por tanto, susceptibles de discriminación, manteniendo intacto el principio de la tierra redimida antes mencionado. De hecho, incluso el mito económico del kibbutz, muy presente en el imaginario colectivo occidental, debería reconsiderarse por lo que los kibbutzim han sido históricamente: enclaves exclusivistas y rígidamente racistas. Por no hablar del mito, igualmente irreal, de la eficacia económica sionista (en realidad, el Estado de Israel es una entidad muy dependiente de la ayuda exterior, hasta el punto de que en muchos estudios académicos se incluye en la categoría de los llamados "Estados rentistas").
Al mismo tiempo, para aquellos que siguen afirmando que no ha habido un verdadero robo de tierras árabes, sería útil recordar que en 1946, año de la última encuesta, sólo el 6% del territorio de Palestina bajo mandato británico había sido adquirido "legalmente" por el movimiento sionista[14]. Además, también merece la pena recordar quién importó originalmente a Palestina los métodos de terrorismo dirigidos contra la población civil (se piensa en el uso indiscriminado de la violencia por parte del Irgún, que solía colocar sus artefactos en mercados u oficinas de correos frecuentados por árabes)[15]. Y también cabe mencionar que, incluso antes del proyecto de partición elaborado por la ONU, los sionistas ya habían preparado el llamado "Plan Dalet", que preveía la rápida anexión de territorios que la ONU habría entregado al componente árabe.
En conclusión, por tanto, también está claro que la solución de "dos pueblos, dos Estados" sigue siendo esencialmente inviable. Hoy, en Palestina, chocan dos visiones del mundo totalmente polarizadas e incompatibles: la civilización del beneficio de un "pseudopueblo" desarraigado (producto de la mezcla de diferentes etnias) que, al rearraigarse, se ha limitado a producir una mera imitación de los modelos occidentales (presentándose como una civilización del espíritu que hunde sus raíces en la tierra y la tradición y se niega "obstinadamente" a desviarse de ella). El choque sigue siendo inevitable, por el simple hecho histórico de que Israel, al presentarse hoy como un apéndice periférico del imperio occidental dirigido por los estadounidenses, asume el peso de la frontera, es decir, de la línea de falla entre civilizaciones diferentes que siempre se caracteriza por la presencia latente de formas de conflicto.
Notas
[4]Véase “Las guerras chechenas de Rusia 1994-2000. Lección del combate urbano”,
www.rand.org.
[5]Véase Cisjordania: 2023 es el año más mortífero para los niños palestinos. Hasta 38 menores asesinados, más de una vez por semana, 18 de septiembre de 2023,
www.savethechildren.it.
[6]Madawi al-Rasheed, Storia dell'Arabia Saudita, Bompiani, Milano 2004, pp. 170-79.
[7]Contenido C. Mutti, Introduzione a R. Coudroy, Ho vissuto la resistenza palestinese, Passaggio al Bosco, Firenze 2017.
[8]Véase Israele moviliza 300.000 soldados para la ofensiva en la Franja de Gaza, 11 de octubre de 2023,
www.analisidifesa.it.
[10]Contenido en A. Marzano, Storia dei sionismi. Lo Stato degli ebrei da Herzl ad oggi, Carocci editore, Roma 2017, p. 78.
[11]Ibidem, p. 49.
[12]A. Colla, Cent'anni di improntitudine, Eurasia. Rivista di studi geopolitici 1/2018.
[13]Historia del sionismo, ivi cit. p. 71.
[14]L. Kamal, Percepciones imperiales de Palestina. British influence and power in late Ottoman times, Tauris, Londra 2015, p. 68.
[15]Véase C. Schindler, La tierra más allá de la promesa. Israel, el Likud y el sueño sionista, Tauris, Londra 2002, pp. 27-35.