Arensivia
Hace dos semanas se anunció la nueva película de Alex Garland, Civil War (2024), la cual llegará a las pantallas este 26 de abril. La película presenta a unos Estados Unidos que, en un futuro cercano, han caído en una cruenta guerra civil, en la que las fuerzas separatistas de Texas y California junto con otros 17 Estados que se han independizado de los Estados Unidos, se dirigen hacia la Casa Blanca, con el fin de acabar con un gobierno de Washington que se ha vuelto especialmente tiránico.
Si bien es cierto que la guerra civil americana es un evento traumático que se encuentra asentado en el inconsciente colectivo de todos los yankis, y del cual se utiliza comúnmente como recurso dialéctico para justificar todo tipo de actuaciones políticas, el guión de esta película todavía sin estrenar ha llamado especialmente la atención por dos variables: las próximas elecciones yankis, las cuales se celebrarán el 5 de noviembre de 2024, y el conflicto político, jurídico y social que se ha producido en Texas por la crisis migratoria. Un conflicto que, para entenderlo, tendríamos que retroceder al proceso de anexión de la República de Texas por parte de los Estados Unidos entre 1845 y 1850, y a la desmembración del Estado sureño por parte de Washington como parte de la condonación de la deuda texana, quien regaló parte de los territorios texanos a Oklahoma, Kansas, Nuevo México, Wyoming y Colorado. En definitiva: un proceso de anexión impuesto, el cual la mayoría de texanos no han olvidado, y por el que sigue presente un fuerte sentimiento de independentismo frente a los Estados Unidos.
No obstante, centrémonos en algunos datos: Texas, no solo es el segundo Estado con mayor riqueza de Yankilandia, con empresas manufactureras punteras de productos químicos, producción agrícola o innovación sanitaria. La cuenca pérmica de Texas
ya produce más petróleo que Irak y Libia juntas, tal y como se anunció tan solo 48 horas antes del conflicto migratorio con Washington, el mismo momento en el que el gobernador de Texas Greg Abbott se encontraba
de gira por la India en misión de desarrollo económico. La riqueza de Texas es tal, que si ésta fuera un país independiente sería el cuarto país productor de petróleo del mundo, y la novena economía global.
¿Correlación entre el petróleo y el actual conflicto con Washington? No lo sabemos. Pero lo que sí sabemos, y volviendo a centrarnos en la película a estrenar Civil War, es que los ánimos en la sociedad yanki andan precisamente algo calentitos. A la desigualdad social incipiente, la fragmentación social o la desafección social, entre otras variables, tenemos que sumarle el aumento de la conflictividad social, la cual ha presenciado medio mundo durante las elecciones yankis de 2020 con milicias supremacistas blancas y negras, el movimiento Proud Boys, las manifestaciones violentas de Black Lives Matter y Antifa, o el asalto al Capitolio de 2021. Un escenario que se puede repetir y con mayor violencia en estas elecciones presidenciales de 2024, dada la vuelta a la carrera presidencial de Donald Trump más todos los títeres incendiarios (movimientos de colores) de los cuales el Deep State yanki hará seguramente uso para evitar una segunda vuelta del político republicano.
La hipótesis esbozada no es al azar: en julio de 2022,
según una encuesta de YouGov y The Economist realizada a ciudadanos yankis, un 40% de éstos considera “probable” una guerra civil durante esta década. Y según otra encuesta de septiembre de 2023 realizada por el
Instituto de Servicio Político y Público de Georgetown, un 72% de los ciudadanos yankis considera que “sus valores personales se encuentran bajo ataque”. También merece la pena destacar
la obra del analista Peter Turchin Final de partida: Elites, contraélites y el camino a la desintegración política (2024), quién a través de este estudio politológico e historiográfico, y haciendo uso de modelos matemáticos para predecir escenarios, afirmó recientemente que “
la pregunta no es si habrá violencia en EEUU, sino cuánta sangre se derramará”. Finalmente,
las declaraciones de Donald Trump del 25 de agosto de 2023 no han ayudado a calmar los ánimos, al afirmar públicamente del riesgo de una guerra civil en los Estados Unidos e insinuar que China tiene el control sobre Biden.
¿Veremos una guerra civil en los Estados Unidos? Aunque la implosión inmediata del imperio yanki pueda suponernos a muchos un sueño mojado, la realidad, probablemente, evolucionará en otros términos. La caída de los imperios siempre es gradual, nunca de la noche a la mañana; y, si bien, cualquier desgaste político, económico y social que Yankilandia sufra es positivo y beneficioso para el resto de sociedades que han decidido tomar el camino del soberanismo, debemos tener también en cuenta que los imperios, antes de caer, pegan siempre sus últimos “coletazos”, generalmente a través de operaciones militares. Algo que, sin duda, veremos durante esta década, al habérsele multiplicado a los yankis los “puntos calientes” en el tablero mundial: Ucrania, Palestina, Siria, Yemen, Corea del Norte, el Sahel, gran parte de Latinoamérica, pérdida de influencia política en países de la Unión Europea (Hungría, Eslovaquia y Holanda), la inoperatividad actual del
canal de Panamá, y las futuribles fricciones en el estrecho de Bering o en el
estrecho de Gibraltar. A su vez, según reconocen los propios yankis a través de la publicación del Consejo Nacional de Inteligencia titulada
Global Trends 20240: A More Contested World (2021), a las anteriores problemáticas
se les une, entre muchas otras variables, la interdependencia económica, la fragmentación de su sistema internacional y la contestación social. Y mientras a los yankis les aumentan los problemas internos y externos, el altermundialismo va tomando forma a través de la
Organización de Cooperación de Shanghái, el cual supone el mayor acuerdo militar y comercial del mundo, el modelo BRICS, y el
proceso de desdolarización global.
En definitiva, nos encontramos ante la guerra civil americana de Schrödinger; puede estar en un futuro, o viva o muerta. Pero lo que sí es seguro, y lo estamos viendo con hechos, es que la caída del imperialismo yanki continúa acelerando a unas marchas cada vez más vertiginosas. Y sus fantasmas del pasado, como es el caso del independentismo texano o las milicias armadas, más vivos que nunca. Por ende, si a ello le sumamos el proceso de violentización (normalización de la violencia) al que se está arrastrando su sociedad, sí podemos afirmar que el escenario de un conflicto social a corto plazo y más en un momento tan estratégico como son las actuales elecciones presidenciales, es algo más que plausible.
Respecto a la película Civil War, tenemos dos opciones: disfrutar de tan bellas imágenes sin más o disfrutar de éstas con los dedos en la nariz. ¿Por qué? Porque más allá del tradicional sensacionalismo hollywoodiense, ya es de sobra conocido cómo Hollywood es una herramienta de propaganda y de operaciones psicológicas y de influencia sobre todo tipo de público-objetivo. Y esta es una película americana. Y vienen elecciones yankis. Y desconocemos la intencionalidad de este largometraje en un momento potencialmente tan candente: ¿mera motivación económica a través del amarillismo? ¿infundir miedo como herramienta electoral? ¿animar a determinados segmentos sociales a liarla parda para justificar a posteriori políticas securitarias y de control poblacional? La respuesta no la sabemos, pero sí cómo la película de DC Films y Warner Bros, V de Vendetta (2006), acabó convirtiéndose en el símbolo de toda una serie de movimientos sociales títere como fueron Occupy Wall Street, el 15M, o el caso de Anonymous. También tenemos otros ejemplos de disidencia controlada, como es el caso de la serie de Netflix La Casa de Papel (2017), que nos demuestra la “importancia” de para qué ser rebelde si se puede ver la rebeldía cómodamente desde el sofá, mientras se entona en todas las discotecas del mundo la que es conocida popularmente como “la canción de la serie”, sin que muchos sepan ni el origen ni el significado de ésta: Bella Ciao.