Dr. Jad el Khannoussi
Mientras el mundo entero contemplaba y seguía con asombro el horror y el genocidio israelí en Gaza, con el beneplácito norteamericano y el de algunas potencias europeas, esperando potenciales noticias que pudieran aliviar sus esperanzas en un posible alto de fuego y, por ende, asentar las bases de un largo proceso de paz que acabaría con la masacre del pueblo palestino que ya dura casi un siglo, la sociedad mundial ha presenciado un nuevo capítulo de intercambio de bombardeos entre Israel e Irán. El estallido de esta guerra que se debe a otro ataque israelí a un país soberano con la excusa de su programa nuclear, y, como todos sabemos, Israel es uno de los pocos países en el mundo que ni firmaron el Tratado de No Proliferación Nuclear, ni tampoco reconoce al Organismo Internacional de Energía Atómica. Por tanto, no posee ningún derecho para llevar a cabo dichos bombardeos, es decir, es un asunto internacional que se debe negociar con Irán. Sin embargo, estamos ante una base militar occidental adelantada en la región árabe, cuyo objetivo es desestabilizar cualquier proyecto en la región, y, por ello, cualquier agresión que comete tiene su propia justificación. Ya hemos presenciado el primer capítulo de esa confrontación entre ambos países y parece que incluso que las cuestiones de Palestina, Ucrania, etc., se han quedado relegadas a un segundo plano, ya que las miradas se han centrado sólo en el cielo árabe para presenciar esos intercambios de misiles. Algo inimaginable hasta hace poco; estamos ante un suceso sin precedentes entre ambos países, a pesar de esos constantes y habituales intercambios de acusaciones y amenazas que se veían a diario.
La verdad es que la relación entre ambos ha sido siempre ambigua, peligrosa y poco compleja a la mayoría de los analistas y estudiosos de la escena internacional. La sensibilidad política con que se ha caracterizado dicha relación, ha llevado a muchos analistas a abstenerse en detallar mucho este tema, estudiándolo en profundidad, a excepción de unos pocos, y se ha centrado en declaraciones y acusaciones de unos a otros. En realidad, se ha cultivado una doble narrativa muy consagrada; alianza secreta o rivalidad ideológica y estratégica. Esta dicotomía es realmente muy simple, puesto que la relación entre ambos camina más allá de estos dos puntos, podemos decir que adopta una posición intermediaria entre las dos propuestas citadas anteriormente. Detrás de esos mítines amenazantes de unos a otros y desencuentros estratégicos, se esconde una alta dosis de pragmatismo, cohesiones, objetivos, intereses mutuos así como acontecimientos complejos que superan lo ideológico o propagandístico; sin ir más lejos, hoy en día tanto Tel Aviv como Teherán apoyan la rebelión de los drusos en Siria, la cual puede desencadenar una contienda civil en el dicho país árabe; no debemos olvidar que tanto Irán como Israel, dos países que aspiran a jugar un rol importante en el mundo árabe, se enfrentan –como destaca el profesor Kuwaiti al-Nufaisi- a tres cuestiones clave: a la supremacía militar frente a su entorno regional, a la cuestión cultural y al sentimiento de odio y superioridad hacia lo árabe. No en vano, los dos países ocupan territorios árabes, aunque en este sentido Irán triplica a Israel.
No resulta extraño ver como el sentimiento de miedo a lo árabe está muy arraigado en la idiosincrasia de ambos países, razón por lo cual, han intentado durante décadas socavar u obstruir cualquier proyecto árabe. Los persas desde los tiempos de los Safávidas, incluso antes, los israelíes desde su implantación en la región en el año 1948, sin ocultar sus pretensiones expansionistas, para las cuales creen poseer una legitimidad que se basa en mitos históricos y religiosos que ellos mismos no se creen, pero que les sirve de bandera para esconder objetivos ambiguos: Israel y su propuesta del Nilo al Éufrates e Irán con su estrategia cincuentona (UM AL-Qura) o el arco Chií, cuyo objetivo, es revivir el poderío persa de antaño, consagrando los retos del imperio persa. No cabe duda de que tanto Teherán como Tel Aviv creen que la oportunidad propicia es ahora; por un lado, la debilidad en la que está inmerso el mundo árabe y, por otro, la lucha global por el control de la región, un entorno que permite maniobrar a las fuerzas regionales y que es el punto de desencuentro entre ambos.
Por tanto, esta es la complejidad que ha sellado la relación entre ambos países en las últimas décadas. Para comprender esto, hay que volver atrás en el tiempo, en concreto, a la fecha de creación del estado de Israel. Sin embargo, antes profundizar en ello, resulta conveniente destacar que la guerra actual difiere mucho de las guerras previas, que fueron escenarios en los que finalmente ambos países se ponían de acuerdo. Ahora no, esta vez hay un enfrentamiento directo, pero es cierto que al final llegarán de nuevo a acuerdos, y la mejor prueba que confirma esto es lo sucedido con el bombardeo norteamericano a las centrales nucleares iraníes o la respuesta de Irán con su ataque a su base militar americana en Qatar. Por tanto ¿Cuáles han sido los objetivos de esta breve escalada militar contra Irán? ¿Cuáles los mensajes que manda EE.UU. a otras potencias? ¿Cuál es el futuro de las negociaciones y el impacto de la guerra sobre el futuro de la región?
Desde su aparición en la escena árabe en 1948, Tel Aviv era consciente del rechazo que sentía por parte de los pueblos árabes, llevo a cabo una estrategia de la periferia o del cerco, donde entraban alianzas estratégicas con los países que rodeaban el mundo árabe: Turquía, Etiopía e Irán, con el objetivo de asediar a éste. Durante todo el mandato de Sha Reza Pahlevi, Israel e Irán mantuvieron una estrecha colaboración en los ámbitos de inteligencia, armamento, energía etc. Sin embargo, a principios de los años setenta ya se vislumbraban aires de cambio; primero, la ambición de Pahlevi de mejorar sus relaciones con el mundo árabe, en su búsqueda constante de un liderazgo regional que nunca alcanzó (hay que recordar que el Sha iraní en plena rivalidad con la unión soviética permitió a los aviones de éste transportar materiales a los árabes en la guerra de 1973, acto que generó mucho revuelo en Washington), segundo, el ascenso militar y económico de Irak a niveles sin precedentes. Bagdad se ha convertido en el último baluarte del panarabismo y a la vez el único capaz de desafiar el liderazgo israelí, tal como se pudo comprobar en la guerra de 1973, donde la traición de Al-Asad frenó el avance del ejército iraquí. Conscientes de esto, Irán e Israel mantenían un frente abierto contra Bagdad, a través de la financiación y armamento de los kurdos en sus revueltas contra el régimen de Bagdad. La firma de los acuerdos de Argelia en 1975 entre Teherán y Bagdad, una decisión personal de Sha, puso en tela de juicio todos los acuerdos que mantenían con Israel. Este acuerdo nunca fue bien visto en los círculos israelíes ni tampoco occidentales, ya que contradice todas las estrategias norteamericanas en la región, sabiendo que Irak era uno de los pocos bastiones de la URSS en la región después de que los soviéticos fueran expulsados de Egipto.
Estos factores, además del panorama interno iraní, aceleraron la caída del Sha Pahlevi, a pesar de sus enormes sacrificios al servicio occidental que fue sustituido por un clérigo religioso, al-Jomaini, en detrimento de la izquierda iraní que jugó un rol importante en los acontecimientos políticos internos de Irán. A diferencia de la revolución de 1905, en la que se excluyó a los clérigos y los Bazares, aquella estrategia comandada por Gran Bretaña y rechazada por Rusia permitió que llegasen al poder a través de una estrategia nueva, que, más tarde, se conocería como el nuevo Oriente Medio, que aspiraba a descomponer el mundo árabe desde dentro a través de las minorías y eso se ha podido comprobar ya más tardíamente, después de la invasión de Irak.
En los primeros días de la revolución, la relación entre ambos parecía destinada a su final, al menos eso es lo que se declaraba en los mítines levantados por los dirigentes iraníes. No obstante, los acontecimientos posteriores lo desmintieron. Irak ya estaba creciendo y eso preocupaba en los círculos occidentales, Bagdad constituye la muralla que separa Irán del mundo árabe. Fue entonces cuando se activó el plan con de utilizar a Irán contra Irak, incluido el ataque al programa nuclear iraquí de 1981 por parte de Israel Operación Babel) y posteriormente, los ocho años de guerra que desgastaron a ambos países. Este tipo de sucesos descubren la alianza entre Tel Aviv y Teherán. El propio al-Haydari, un alto dirigente del gobierno iraní de aquella época, reconoció que el 80% del armamento iraní utilizado contra Irak era de procedencia israelí.
Lo que parecía ser una rivalidad muy consagrada, escondía, por el contrario, una ambigua red de intereses. Hemos presenciado este mismo escenario después de los sucesos del 11 de septiembre, que dieron como resultado dos invasiones militares de EE. UU a Afganistán e Irak, en las cuales el papel de Irán resultó decisivo. El propio ex vicepresidente de Irán Abtahi y el ex presidente Akbar Hachemi Rafsanyaní decían: “Si no fuera por la ayuda iraní a las tropas norteamericanas, Kabul y Bagdad no hubiera caído con facilidad”. Fue una colaboración ejemplar iraní que sorprendió incluso a la propia administración Bush. Lo mismo sucedió con la guerra en Afganistán, en donde el espacio aéreo iraní era abierto exclusivamente para los norteamericanos, bombardeando Tora Bora y otros lugares afganos. Teherán jugó un papel primordial en la denominada estrategia del Caos Constructivo que trazó Estados Unidos para la región árabe, ya que era el foco de incitación para dividir la nación árabe según líneas sectarias y doctrinales y eso condujo a la descomposición de gran parte de las sociedades árabes, como Siria, Yemen, Líbano, Irak, etc. El famoso lema iraní “ocupamos cuatro capitales árabes” se oía a diario desde Teherán. Hay que destacar además la labor que ejercieron sus milicias: Hizbolá, Hutíes y otras decenas de ellas que cometieron todo tipo de crímenes humanitarios, con el beneplácito y el silencio de la comunidad internacional. Cabe destacar que el país persa es de amplia mayoría shií, a diferencia de la mayoría sunní, que desgraciadamente en vez de ser un punto de fuerza más para el mundo árabe islámico, pasó a ser un punto de división y debilidad. No olvidemos que Irán desde una perspectiva geopolítica, es el país que divide geográficamente al mundo islámico que se extiende desde el Atlántico a Yakarta, es decir, el mismo caso que Israel que divide al mundo árabe, la parte del norte de África de la parte de Asia.
No obstante, en la escena internacional nada es permanente; después del 7 de octubre los EE. UU activaron una nueva estrategia en la región. Por un lado, intentan consagrar la alianza Abrahámica, donde Israel ejerce un rol de liderazgo, eliminando cualquier grupo que pueda desafiar o amenazar su hegemonía regional, de forma que asentará de nuevo un control absoluto sobre la región árabe, para dirigirse a asediar a China, el gran dilema con el que se enfrentan los norteamericanos en su intento de prolongar su hegemonía mundial en este siglo. Esto se ha podido observar en el último enfrentamiento entre la India y Pakistán, el cual ha supuesto la primera prueba de fuego entre Pekín y Washington, si bien China sorprendió al mundo en el ámbito militar a través de Pakistán, lo que llevó a Trump a posponer la guerra para futuras fechas. Por otro lado, limitar el papel de Teherán, poniendo fin a sus milicias en la región, como podemos observar con Hizbolá, lo que está pasando con las otras que están en Irak o el cambio de las reglas del juego en Siria. En Irán son conscientes de que se están trazando nuevos mapas del mundo árabe y no quiere estar fuera de este gran juego, ni tampoco permanecer bajo la órbita norteamericana, probablemente, el eje del dilema actual entre ambos.
En Irán hay dos bandos muy consagrados en su escena política; es lo que podemos llamar el estado profundo. Mientras los primeros ven que el desarrollo del país está en abrirse a occidente y seguir con el mismo rol que ejercieron, al menos, desde la revolución, los segundos se orientan hacia China, con el fin de ejercer un rol importante en la nueva ruta de seda china. Pero, todo esto no es más que un primer paso para consagrar su proyecto en la región cuando la oportunidad sea adecuada, tal como está trazado en la teoría de Um Al-Qura del profesor Lariyyaní. En Teherán, creen que, con sus componentes geoestratégicos privilegiados y peligrosos, su larga historia, una población activa, una ideología religiosa nacional y una herencia filosófica sasánida, están llamados a jugar un rol decisivo en el mapa internacional y no a permanecer como súbditos en la órbita de cualquier país.
Precisamente, uno de los puntos claves de la última y controlada escala bélica contra el país persa se debe, en parte, al último acuerdo con Pekín. Dentro del citado acuerdo, Irán y China hablaron de la posibilidad de instalar, a medio plazo, bases militares en territorio iraní, hecho que molestó mucho a Washington, puesto que es conocido que uno de los puntos donde mayor presión ejercen los norteamericanos sobre China es en la región del Golfo, debido a que el gigante asiático importa gran parte de su demanda energética desde allí. Si un día Pekín lograra asentarse en la región del Golfo, probablemente, cambiaría el rol geopolítico del planeta, porque un asentamiento chino en el golfo árabe supondría el fin definitivo del petrodólar y, por ende, del liderazgo norteamericano.
Ahora la pregunta que gana terreno ¿Cuál es la posición que adoptó China y cual incluso la de Rusia? ¿Por qué no se han involucrado de lleno en el conflicto? Saben que Washington a través de este conflicto intentó, por un lado, mandar un mensaje de su superioridad tecnológica y de la inteligencia artificial que innovará las futuras guerras, y por otro, dar un golpe en la mesa a aquellas fuerzas que evocan un mundo multipolar. Son conscientes de que Washington controla todavía las reglas del juego, aunque el panorama muestra ya síntomas de que el retroceso norteamericano empieza a ser una realidad clara. Trump, al igual que hace Netanyahu en Israel, está acelerando la desintegración del país; si contemplamos el panorama interior de Estados Unidos, vemos como el país desde hace ya un tiempo está inmerso en una guerra fría cultural que puede abocarse a algo peor en un futuro no inmediato.
Pekín y Moscú no se han involucrado de lleno en este conflicto, a pesar de que ambos países son conscientes de que la desestabilización de Irán supondrá el primer paso a la Balcanización de Asia Central, hecho que no sólo afectaría a ambos, sino incluso a la India que aspira a construir su corredor hacia Europa a través del país persa. La mejor prueba de ello es el acuerdo entre Nueva Delhi y Teherán para desarrollar el puerto de Chabahar, actuación que cambiaría por completo el juego geoestratégico en la región. Sin embargo, en la gestión de las relaciones entre grandes países las cosas se miden desde una perspectiva más amplia, es decir, las cosas se miden desde el equilibrio de poder. Una crisis o un conflicto en cualquier parte del planeta no es más que una cuestión que se encuadra en la amplia red de intereses económicos y políticos que existe entre las grandes potencias. Por eso, cuando una potencia bombardea o invade un país aliado de otra potencia, ésta jamás interviene directamente, algo que se ha presenciado en la época de la guerra fría.
Hay que destacar también que tanto a Rusia como a China no les interesa un Irán fuerte, que tendría un gran impacto en el Cáucaso o en Asia central y que seguramente les disputaría su liderazgo regional. En Moscú tampoco se han olvidado de la no intervención de Teherán a través de su milicia Hizbolá en la guerra de Gaza, la cual hubiera encendido toda la región del Levante y quizás hubiera conducido a una mayor implicación occidental en esa región mediterránea, que habría liberado mucha presión occidental sobre Rusia en Ucrania. Tampoco ahora Teherán ve con buenos ojos, el reconocimiento político y diplomático de Moscú (el primer país en el mundo que lo hace) al gobierno de los talibanes en Afganistán, el mayor rival del ayatolá en la región. Irán, a pesar de levantar el eslogan de la unidad de Cuadrados, un acuerdo que une a todo el bloque nominado de resistencia (sus milicias y los movimientos de resistencia palestinos), mediante el cual cualquier agresión que sufra uno de ellos será vista como una declaración de guerra a todos requiriendo una respuesta inmediata, tampoco ha actuado como hemos comprobado con Gaza, ni tampoco se habló de ello en el último acuerdo sobre el alto del fuego entre Israel e Irán. En Teherán no les interesa la cuestión palestina, simplemente lo toman como caballo de Troya para intervenir en la región árabe. En la idiosincrasia iraní no existe un problema llamado Palestina, ni tampoco sus santuarios sagrados. Fue Occidente quien permitió que Teherán se apropiase de la cuestión palestina, a fin de desvincular a los palestinos de su profundidad o de su dimensión árabe.
A la luz de este silencio que reina ahora tras el breve ruido de los misiles, y ante un momento en que el mundo entero cree que la confrontación bélica entre ambos ya se ha enterrado durante un tiempo, emergen por debajo de sus cenizas una serie de preguntas, suscitadas por los hechos ocurrido últimamente, ¿qué es lo que sucederá en las próximas semanas? ¿acaso volverán otra vez a las balas o a las guerras subsidiarias? ¿Acaso volverán a convivir en un entorno marcado por una paz fría, a sabiendas que los dos encuentran ahora en un dilema complejo o volverán a ese servicio estratégico que caracterizo ambos, bajo la tutela norteamericana que es la que mantiene el control estratégico en la región y la que permitió esos ataques israelíes, presionando a los dirigentes iraníes y conservando su alto rol de presión con el fin de la guerra?
En ningún momento los norteamericanos quieren destruir Irán o desestabilizar el país interiormente, a semejanza de lo que hicieron con Sudán, Somalia o en especial, Irak, país clave de cualquier despertar árabe, al que destruyeron todos sus componentes sociales, militares científicos, antes de entregarlo a su rival histórico, que no es otro que Irán. Precisamente durante los días de la guerra, el país babilónico permaneció ajeno a todo lo ocurrido por ser uno de los puntos de encuentro entre Washington y Teherán. Washington lo que quería era un toque de atención a Irán, a fin de volver a la mesa de las negociaciones y, por ende, aceptar su nuevo rol. En el imaginario occidental, son conscientes del papel estratégico e histórico persa a favor de Occidente; no hay que olvidar que la alianza entre ambos se remonta al acuerdo entre Ismael, emperador Safávida, y el rey portugués Manuel, a fin de atacar lugares sagrados del islam y por supuesto, de asediar el sur del mundo árabe como primer paso para destruir sus componentes sociales, políticos, culturales, etc. Lo mismo podemos decir de su labor a favor de Inglaterra en su enfrentamiento contra Rusia, conocido en los anales de la historia como el Gran Juego de Naciones.
Por tanto, Irán puede enfrentarse a Israel o no, intentar jugar un rol importante en la región, pero sin abandonar los parámetros trazados para ella. El precio que pagarán si llegan a hacerlo será muy caro y no creo que están dispuestos a asumirlo de momento. La historia está repleta de ejemplos; sin ir lejos, cuando Musadaq nacionalizó el petróleo iraní o el Sha Pahlevi, empujado por los aires de grandeza persa, intento dar un giro a su política a mediados de los setenta fueron derrocados enseguida. Si Washington pretendiera desestabilizar Irán, recurriría primero a la carta de las minorías. Hay que tener en cuenta que estamos ante un país de gran diversidad étnica, donde los persas suponen solo el 28% del conjunto total de la población, mientras la mayoría son árabes, azeríes, kurdos o de Beluchistán y están sometidos a una férrea dictadura, aunque aspiran a toda costa independizarse del régimen iraní.
Por tanto, el verdadero enfrentamiento entre estos países sería en la mesa de las negociaciones. Trump no ha cesado de presionar desde el primer momento de la contienda bélica, hasta el punto que nunca rompió su contacto con el ministro de exteriores iraní. Los norteamericanos intentarán someterse a Irán; lo mismo intentarán hacer los israelíes y los europeos, conscientes todos ellos de que los iraníes son unos auténticos maestros en eso y poseen un arsenal diplomático muy grande, con alto grado de flexibilidad, pragmatismo y un enorme compromiso con los valores e intereses nacionales. Son unas negociaciones que, al igual que este último conflicto, difieren mucho de las de antes. Washington además de la cuestión de los cohetes y todo lo relacionado con su fabricación, el programa nuclear iraní o las futuras relaciones con China o Rusia, tienen en su punto de mira en primer lugar, los trillones que quiere sacar Trump de Irán a través de una serie de acuerdos económicos relacionados con los recursos energéticos iraníes, etc., y en segundo lugar, que el país persa siga ejercitando el mismo rol estratégico que lleva haciendo desde 1979, aunque más limitado, sin milicias, pero a modo de espina en la espalda de los países árabes que hará que éstos sigan dependiendo exclusivamente de Washington (acuerdos militares con billones de dólares) además de ejercer un rol en un futuro asedio a Turquía, cuyo primer paso ya estamos contemplando en Siria.
En resumidas cuentas, Irán nunca tendrá un rol protagonista en la región árabe, salvo si regresa a su lugar habitual en la historia, que es dentro de una gran estrategia con el mundo islámico. Tanto la geografía como la historia han hecho que el destino de Irán sea en conjunto con sus vecinos y cualquier otra receta supondrá que permanecerán aún más bajo control exterior. En esta línea, se diferencian de Israel que, en realidad, no es más que un mosaico de emigrantes traídos de fuera con fines estratégicos, aunque es cierto que después del golpe del 7 de octubre perdió todos los componentes de supervivencia. Ni Irán ni Turquía ni el mundo árabe puedan tener un protagonismo, excepto con una alianza tripartita, es decir, consagrar el eje Estambul, Teherán y El Cairo. Esta alianza cambiaría el rol de la historia, porque ni China ni otras fuerzas son capaces de hacerlo, a excepción del mundo árabe islámico que posee todos los parámetros para ser una alternativa al modelo capitalista. Pero para llevar esto a cabo, primero hay que liberarse de estos regímenes autoritarios que no representan a sus sociedades, consagrar una nueva narración reconciliadora entre todos los componentes de la cartografía árabe-musulmana y abandonar esos mitos que no han causado más que cascadas de sangre en Siria, Irak, etc. Los pueblos que poseen historia, cultura, valores, etc., son candidatos siempre a volver. El mundo islámico posee todos esos componentes que rigen a día de hoy el panorama internacional. Además, en las sociedades árabes reina el sentimiento de humillación, de desgracia y de acumulación de derrotas, un sentimiento que ha aumentado mucho después del 7 de octubre, y esto es un factor muy sólido para que haya una marea rebelde en cualquier momento. La historia está repleta de ejemplos: Alemania después de la primera gran contienda, China o la misma Rusia post soviética. Por tanto, las miradas deben centrarse de momento en el Cairo, Damasco y en otras capitales árabes; los acontecimientos que van a suceder, de hecho, ya se empiezan a ver sus primeras manifestaciones, no son más que el preludio del gran cambio que se avecina no sólo, la región árabe, sino en el panorama global post Gaza para siempre.